La primera vez que Claudia habló sobre ella fue en su cumpleaños número diez. Mientras su madre, una hermosa mujer de piel suave y mirada tierna, cortaba la torta, ella le dijo que corte dos pedazos, pero que a uno le saque la crema chantilly porque a Emma no le gustaba. Susana no había escuchado anteriormente ese nombre y pensó que podría ser una compañera nueva del colegio, entonces empezó a contar una por una a todas las niñas que habían ido a la fiesta. Buscó por el jardín, el patio, dentro de la sala y en el comedor, a todas ya las había visto alguna vez, la mayoría en los cumpleaños y a otras a la salida del colegio. Un tanto sorprendida volvió a la mesa y cortó los dos pedazos de torta que Claudia le había dicho, uno completo y el otro sin chantilly, no quiso seguir buscando porque después de mucho tiempo y de todo lo que había pasado había visto a Claudia muy contenta.
- Gracias, mamita, te quiero mucho -le dijo Claudia con esa sonrisa encantadora que te acariciaba y encrespaba el cuerpo- y creo que Emma te va a querer mucho también -volvió a decir mientras se chupaba el dedo que había untado de crema chantilly.
Al día siguiente, como todos los días en época de colegio, Susana subió a las 7 en punto con un vaso de leche para despertar a Claudia. Como era el primer día de clases le llevó también un lapicero de seis colores que había estado guardando para ese momento. Susana se sorprendió cuando, al entrar, Claudia estaba ya vestida con la camisa blanca, la falda oscura un poco arriba de las pantorrillas y cepillándose el pelo mientras miraba su diminuta figura en el espejo.
- Gracias, mamita -le dijo y fue corriendo hacia ella para darle un sonoro beso cerca de la boca, después cogió el vaso de leche y se lo tomó de un solo tirón.
-¿A qué hora te levantaste? -le preguntó su mamá, todavía un tanto sorprendida.
- Ah - contestó Claudia-. Emma me levantó tempranito y me dijo que siempre se debe llegar temprano el primer día de clases, además -siguió hablando mientras volvía a cepillarse frente al espejo- a partir de mañana puedes traer dos vasos de leche, pero uno sin azúcar porque a Emma no le gusta mucho el dulce.
Susana recordó ese nombre inmediatamente, el día de ayer cuando cortaba la torta, pero se mostró incrédula a la situación que se construía alrededor y no preguntó nada más, sólo le dijo que se apure y que la esperaba en el carro.
En el camino al colegio, tras un silencio por parte de las dos que solo era acompañado por las noticias en la radio, Susana le preguntó con mucha delicadez pero con esa autoridad innatas en todas las madres, si Emma iba al mismo colegio que ella y cuántos años tenía. Claudia volteó a mirarla y le hizo una sonrisa pícara, mas de cómplice que de ingenua.
- Ay mamita, claro que estamos juntas en el mismo colegio y en el mismo salón, si tú sabes bien -le dijo-, lo que pasa es que es un poco tímida y todavía no quiere que la veas - añadió.
- Acá, mamita, acá es -gritó Claudia.
Susana, todavía un poco sorprendida por la respuesta, no se dio cuenta que ya estaban frente al colegio.
- Chao, mi amor -le dijo mientras le acariciaba su largo pelo negro, y la miró con sus ojos encantadores, pequeñitos y profundamente negros-. Pórtate bien, bebé - y le dio un beso en la boca.
- No te preocupes, mamita -contestó Claudia-, nos vamos a portar bien. Cerró la puerta con cierto esfuerzo y caminó con dificultad por el peso de la mochila hacia el colegio. Al poco tiempo se perdió en una mar de chiquillos y chiquillas que lloraban y gritaban, cosa común en el primer día de clases. Entre la muchedumbre, Claudia se dio vuelta y le mando un beso a su madre el cual ella le respondió con el mismo gesto.
Susana esperaba en el mismo sitio de la mañana y se impacientó un poco porque ya habían pasado más de quince minutos de la salida, ya no había carros y algunos niños esperaban sentados al borde de las veredas, seguro a la espera de madres trabajadoras y movilidades despreocupadas. Cuando ya se iba a bajar, vio que Claudia salía abrazando la mochila y la cara roja, roja, como si fuera una luz de bengala.
- ¿Qué pasó? -dijo Susana manteniendo la compostura.
Claudia no respondió, seguía aferrada a su mochila con los ojos brillosos.
- Dime pues, bebé. ¿Qué pasó? - repitió Susana -. No me voy a mover si no me dices.
- Son unos imbéciles, todos y también la profesora, ella también -repetía furiosa apretando los dientes.
Susana prendió el carro y sin voltear a verla le dijo si todo el problema había sido por Emma.
- ¿Qué quieres decir? -le contestó mirándola fijamente.
- Nada, quería saber si Emma estaba en el medio.
Claudia prendió súbitamente la radio y empezó a mover el dial sin punto fijo, al final lo dejó en una canción en inglés, muy conocida, que a las dos les gustaba.
- A mí también me gusta esta canción, Emma -dijo; luego soltó la mochila y sujetó el brazo derecho de su madre como si en algún momento se fuese a caer.
Durante todo el camino, ninguna de las dos habló. Al llegar a casa, Claudia subió a su cuarto y a los pocos minutos bajó cambiada, casi radiante, sonriendo como lo hacía siempre de oreja a oreja. Llevaba un buzo azul y el pelo amarrado, se sentó a la mesa y dijo simplemente: tengo hambre. Su rostro adusto había cambiado por uno mucho más alegre y la sonrisa eterna le había vuelto a florecer.
- ¿Sabes qué, mamita? -dijo-. Emma te quiere mucho, me lo acaba de decir.
Susana que estaba sirviendo una sopa de fideos muy caliente, arrimó el plato y con una voz opaca y severa exclamó:
- Ya basta, Claudia, cállate y siéntate.
La mesa era redonda y las dos se sentaban siempre frente a frente, Susana tenía la costumbre de subir las dos piernas en la silla y cruzarlas.
Durante el almuerzo Claudia no dirigió palabra alguna, sin levantar los ojos comió todo lo que estaba en la mesa, la sopa caliente de fideos, un estofado de pollo con papas y arroz y un plato grande de gelatina que le encantaba. Susana tampoco habló, solo por momentos le dijo a Claudia que su padre llegaba hoy día por la noche, como para apaciguar la situación, pero nada más. Ambas siguieron calladas y durante la tarde, mientras a un lado del sillón Susana leía una revista, Claudia hacía sus tareas disciplinadamente. Como a las seis en punto, se paró, le dijo que ya había acabado y si podía irse a su cuarto a jugar.
- Está bien, mi amor, pero antes dame un beso -le respondió Susana abriendo los brazos. Ella se acercó y apenas rozó sus labios en la cara, después subió rápidamente por las escaleras repitiendo "vamos, vamos".
Por la noche Susana llamó al papá de Claudia. Una voz femenina, adormitada, contestó el auricular. "Es para ti", escuchó Susana al otro lado de la línea. Susana le contó, desde el principio, la presencia de Emma en la casa y cómo poco a poco iba apareciendo más seguido. El papá de Claudia, un hombre simpático y alegre, sonreía nerviosamente a medida que Susana contaba más y más.
-El fin de semana la voy a ver, le dijo, duerme tranquila que es normal por todo lo que ha pasado -y colgó el auricular mientras Susana todavía sujetaba el teléfono en las manos.
A la mañana siguiente Susana fue donde la doctora Herrera, una amiga en común de ella y el papá de Claudia que Susana había dejado de frecuentar después de la separación. La doctora era una especialista en psicología infantil y en su consultorio proliferaban los diplomas extranjeros y las participaciones en congresos especiales. Susana le comentó sobre la presencia de Emma, pero en su modo de hablar se notaba ya cierta angustia, se cogía las manos una y otra vez, lo que acrecentaba más el interés de la doctora por su antigua amiga que por lo que decía. Después de ofrecerle un vaso de agua, le dio una pastilla.
- Eso sucede en la mayoría de los casos, hay muchos factores que responden a la creación de personas alrededor -habló la doctora mirando hacia la ventana-: la separación, la timidez, la escasa relación entre las personas de la misma edad, no es un caso grave ni mucho menos, además -añadió- de lo que me acuerdo de Claudia era que tenía una imaginación desbordante y no te olvides de lo del accidente también.
Después de recetarle a Susana unas pastillas, más reposo y mucha distracción, le recomendó que acepte lo que Claudia diga sin alterar su comportamiento y con mucha paciencia.
- Ya verás que en un tiempo todo se olvida - dijo la doctora como si fuera una sentencia.
Susana cumplió al pie de la letra todas las indicaciones de la doctora. Al llegar a la casa encontró a Claudia sentada sobre el mueble, leyendo y sobre sus faldas un plato con migas de galletas. Ésta al ver a su madre, saltó del sofá y corrió a abrazarla tan fuerte como si no la hubiera visto en años.
- ¿Dónde estabas? -le dijo presionando la cara contra la cintura. Luego se separó y con una voz calma y casi señorial le dijo-: Emma dice que así es al principio, pero después te vas a ir acostumbrando.
Al pasar los días Susana parecía haber aceptado a Emma como parte de la familia. Por las mañanas, a la hora de despertar a Claudia, se acercaba al cuarto con dos vasos de leche, uno sin azúcar; al momento de ir al colegio, primero abría la puerta posterior del carro e inmediatamente la de adelante, hasta muchas veces tuvo que aceptar el minúsculo beso de Emma en la mejilla y decirles a las dos que se cuiden. A la hora del almuerzo la situación no cambiaba mucho, ponía tres pisos en la mesa, e igual número de cubiertos y de vasos, servía la limonada en cada uno de ellos y luego la sopa si era lunes y miércoles y la ensalada si era jueves o sábado. Con el transcurso de los días ya sabía que a Emma no le gustaban la carne roja ni el brócoli, detestaba los frijoles y le encantaba comer tallarín verde con bistec al igual que Claudia. Tampoco comía mucho dulce pero sí bastante fruta. Si bien durante el almuerzo no se hablaba, algunas veces Claudia repetía un chiste que Emma le contaba al oído y las tres reían un buen rato; después seguían comiendo en silencio. Sin embargo por las noches, la presencia de Emma empezaba a diluirse, al parecer dormía más temprano porque casi ni se notaba. Susana con su camisón blanco que todavía denotaba su hermosa figura, se juntaba con Claudia en la cama hasta que ella se quedase dormida, luego le apagaba la luz y se alejaba diciendo hasta mañana niñas.
Un día, después del almuerzo, Claudia se paró de la mesa y dijo "saicarg", repitió otra vez "saicarg atimam" y soltó una carcajada que inundó la cocina. A Susana no le gustó nada esa frase, más porque parecía que era una burla que por si fuera algo sin sentido.
- No me gusta que te burles -le dijo.
- No, mamita -replicó Claudia- no es una burla, es un nuevo juego que hemos inventado con Emma.
Efectivamente, la imaginación desbordante de Claudia y de Emma había creado un juego que era muy parecido a ese en que se debe cruzar palabras, unas con otras, pero la novedad era que este juego era al revés, en ves de decir sol, decían los y en ves de decir, agua, decían auga. Poco a poco fueron perfeccionando la pronunciación de silabas montadas sin vocales o los sonidos poco comunes de tres consonantes juntas, que a veces las había. Lo más difícil fueron las oraciones, eso llevó semanas de práctica, decir "soneub said" repetidamente o "atsah anañam" les tomó varias horas. Con el tiempo ambas ya aprendieron a manejar el lenguaje casi a la perfección y había días que sólo se le escuchaba a Claudia hablar de esa manera, hasta Susana tuvo que aprender a la fuerza algunas frases como "euq sereiuq ed remoc" o "adna a recah al aerat", ambas eran las frases más difíciles pero en le fondo parecía ser que Susana disfrutaba al intentar decirlas porque soltaba una sonrisita cómplice cuando las pronunciaba. La frase que ambas decían en cada momento y la que aprendieron primero fue "et oreiuq Otnat", pero ninguna de las dos se ponía de acuerdo en que clase de palabra podría ser, Claudia decía "otnat" como si fuera grave y Susana como aguda; "oreiuq" sí era más fácil, la fuerza de voz se la llevaba la última sílaba. Era tal armonía que había entre las tres que muy pocas veces se quebraba. Eso pasaba cuando venía el padre de Claudia y se la llevaba el fin de semana. Susana dejaba la casa sola y se iba donde su madre o a pasar los días con algunas amigas. Fue un domingo en la noche, cuando Claudia llegó a la casa y le dijo que por favor no dejara sola a Emma, que no le gustaba quedarse sola aunque la casa fuera pequeña, que si no quería hablar con ella con estar en su cuarto mirando la televisión era suficiente. Susana pensó toda la noche lo que había dicho Claudia y le entró un miedo terrible pensar que en un próximo fin de semana tenía que quedarse sola con Emma. Los siguientes sábados inventó reuniones de colegio, cumpleaños, aniversarios de familiares, campeonatos escolares, pero todo eso llegó a su fin para el cumpleaños del papá de Claudia, a eso no podía faltar, y cuando Claudia se despidió de Susana y le dijo "espero que se lleven bien", a ella le entró mas miedo y temor, como si fuera una niñita en el primer día de clases.
Durante la mañana, Susana se dedicó a limpiar la casa, hasta el último rincón de la misma, enceró, lustró, sacó el polvo, ordenó los muebles, los libros, todo lo que pudo para mantenerse ocupada. A la hora del almuerzo Susana se sentó a la mesa y empezó a comer un bistec con verduras, estaba cansada y se le notaba en los ojos que tenía sueño. Cuando se sirvió el vaso de agua acostumbrado se dio cuenta que solamente había puesto un piso, el de ella y nada más, es decir, se había olvidado de Emma. Con todo el trajín de la mañana, justamente para no pensar en Emma, de repente sintió su presencia tan fuerte, al frente de ella, en la silla vacía, al costado de donde se sentaba Claudia, que hasta pareció que la estaba viendo, con la carita dulce y los ojos brillosos, parecía avisarle que ella también había estado ahí, con ella toda la mañana, ayudándola en las tareas de la casa. Susana, con la paciencia que la caracterizaba, arrimó la silla donde estaba comiendo y del primer cajón de la repisa sacó un piso, el plato y un par de cubiertos, los puso encima de la mesa y sin decir palabra alguna se sentó y volvió a comer calladamente. "Disculpa Emma," dijo después del segundo trozo de bistec y siguió comiendo. Toda la tarde se la pasó durmiendo, se levantó por el volumen de la televisión que estaba muy alto y miró la hora en el reloj. Daban las nueve de la noche. Llamó a Claudia para preguntar por ella, pero ya estaba durmiendo.
- Se la pasó jugando toda la noche con Mary -le dijo el papá-, apenas llegamos tomó la leche y se quedó dormida mirando la televisión.
- ¿Dijo algo? ¿Te ha hablado algo al respecto?
- No, para nada -contestó el papá-, bueno, solamente dijo que si hablaba contigo que no me olvide de decirte que la veas antes de dormir.
Susana escuchó todo por teléfono y le dio pena no hablar con Claudia, le mandó besos a ella, a Mary y a él también, luego colgó, apoyó la cabeza contra la almohada y se puso a llorar sin proponérselo.
Al entrar al cuarto un silencio sepulcral estaba impregnado en la habitación como si nadie hubiera estado presente en años: todo estaba como Claudia lo había dejado en la mañana y a Susana le entró una pena terrible no verla acostada en su cama. Se acercó y se echó por un rato, tenía en el velador un libro de Hermann Hesse, que Susana le leía de vez en cuando. Al voltear la segunda página, sintió terriblemente la presencia de Emma a su costado, ella no se movió y siguió leyendo, pero casi no miraba el libro, lo dejó tal como estaba y se metió entre las sabanas. "Ven", dijo Susana, "nunca te voy a olvidar, igual que ella". Apagó la luz y se quedó dormida a un costado de la cama.
La presencia de Emma desarrolló un poco la aptitud de Claudia para relacionarse con las niñas de su edad, mas no con los niños. Todavía le cogía miedo conversar con alguno o simplemente sentarse a su costado. Su frágil figura y sus piernas flaquísimas acrecentaban aún más su timidez, aunque su hermosa sonrisa siempre atraía las más furtivas miradas, y una de ellas fue la de Martín.
Todo ocurrió el día de educación física cuando un grupo de amigas le dijeron que Martín quería darle un beso. Claudia se puso roja de la vergüenza y corrió a esconderse al baño. No se le vio más en toda la clase. Durante el trayecto a casa, Susana le preguntó si algo le pasaba, pero no obtuvo respuesta. Al llegar subió corriendo al cuarto diciendo que no iba más al colegio. Susana se sorprendió por esa actitud y pensó que de nuevo era un problema con Emma, llamó al colegio y al parecer le contaron lo sucedido porque se calmó y mostró una pequeña sonrisa cuando colgó el teléfono. Dejó a Claudia un momento encerrada en su cuarto más para aprovechar un momento de paz que por miedo a una conversación de niños y niñas, para la cual, para ser honesta, todavía no estaba preparada.
Sorpresivamente Claudia bajó con una sonrisa amplia, como si nada hubiera pasado. Es más, al parecer alrededor de sus ojos había un brillo atrevido que la hacía ver un poco mayor.
- Ya estas mejor -le dijo Susana con una voz entre sorprendida y curiosa.
- Is -respondió Claudia sonriendo.
Ya la vuelta del lenguaje inventado por ella y Emma daba cuenta clara que el problema, a primera visto un poco serio, había dejado de serlo.
- Llamé al colegio y me contaron todo -habló Susana dándole la espalda mientras lavaba algunos platos apilados sobre el mueble.
- Oruges, em ol aínopus -contestó Claudia con mucha conchudez.
- Por favor, no hables así que no te entiendo -dijo Susana cerrando la llave del grifo.
- Ya mamitaaaaa -gritó Claudia y se echó a reír descontroladamente, inundando toda la cocina.
- ¿Qué pasa, a que se debe tanta alegría? -preguntó Susana, ya volteada, mirándola con una pequeña sonrisa.
-Es que las quiere mucho a las dos -contestó Claudia aferrada a la cintura de su madre-.
¿Sabes qué, mamita? -continuó hablando-. Emma me ha contado todo acerca de los niños y las niñas, ella me dice que una hermana mayor siempre tiene que hablar sobre eso con la menor.
Era la primera vez desde que apareció Emma que Susana escuchó la palabra hermana. Nunca se había imaginado que alguna vez podía salir de la boca de Claudia semejante sentencia. Hermana, repitió mentalmente Susana, mientras acariciaba el pelo largo de Claudia, de repente sintió una especie de miedo y cólera que le impedía razonar sobre lo sucedido. Una lucha interna que frenaba cualquier respuesta lógica.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué te dijo? -preguntó Susana con lágrimas en los ojos.
Claudia le respondía con las largas oraciones sobre el beso y los niños y que las niñas y otras cosas a las que Susana no prestaba mucha atención, pues aún se hallaba confundida y mientras seguía hablando ella la abrazó con todas sus fuerzas hasta el punto que Claudia le dijo que ya no podía respirar.
Por la noche Susana pensó que esto había ido demasiado lejos, que tenía que ir a un profesional a resolver la situación, también creyó que debía pasar más tiempo con su padre, tal vez ella no era capaz de asimilar toda esa imaginación que rebosaba Claudia, pensaba que en algún momento le podía causar más daño y que a su corta edad le iba a ser peor. Durante toda la noche Susana no pudo dormir, el cuarto de Claudia quedaba contiguo al suyo y trataba de oír su voz, pero no escuchaba sonido alguno. Por un momento se le vino a la cabeza la idea de que este chico Martín podía sacarle de la cabeza todas las ideas que había estado construyendo poco a poco, con tal imaginación que hasta ella misma sentía que todo era verdad, entonces un frío terrible le empezó a subir desde los pies, como si por un instante su cuerpo se estuviera hundiendo en un pozo helado y pensó si era ella la que en realidad estaba equivocada, si después del accidente quiso negar todo y lo que estaba ocurriendo en verdad sí estaba pasando a su alrededor, que no era Claudia la que inventaba las cosas si no ella la que las apartaba. Empezó a respirar agitadamente y pensó en prender un cigarrillo, desde ese día había prometido dejar de fumar, pero ahora no lo podía evitar. Se levantó de la cama, dio unos pasos hacia la cómoda y del último cajón saco una cajetilla de cigarrillo, cogió uno y lo prendió con cierto temor. Volvió a la cama, dentro de las sábanas y fumó sin placer todo el cigarrillo. De repente creyó escuchar unos murmullos del cuarto contiguo, se acercó a la pared, pero aún seguía sin escuchar. Se puso las zapatillas de dormir y caminó hasta el cuarto de Claudia. Siempre dejaba la puerta entreabierta, pues a ella no le gustaba estar encerrada; se empinó sin hacer ruido para escuchar lo que ella decía. No entendía muy bien hasta que llegó a comprender que lo único que decía y repetía era "et oreiuq ohcum, Emma."
Emma se levantó con un fuerte dolor de cabeza, parecía que ya le iba a explotar y rogó para que no le vuelva de nuevo la migraña. Se sobó la cabeza con la punta de los dedos en círculo hasta que el dolor le fue bajando. Estaba agitada, hacía tiempo que no soñaba con su hermana y al parecer éste había sido uno de los más intensos. Por un momento le entró una tristeza tan grande que no quiso levantarse, quería recuperar sus sueños y verla de nuevo, ver esa sonrisa abierta, su cara redonda y rosada, sus ojos achinados. El timbre del teléfono la hizo regresar a la realidad, una voz apagada se escuchaba por el auricular.
- Mi amor, te levanté.
- No, mami -respondió Emma-, siempre me levanto temprano este día.
- Se te nota un poco agitada, ¿estás bien? - preguntó al otro lado de la línea.
- Sí, sí, lo que pasa es que soñé de nuevo... tú sabes...
- Sí, sí, mi amor -le interrumpió la madre de Emma-, yo también soñé ayer, hacía tiempo que no me pasaba, será por estos días, ¿no crees?
- Sí, seguro -respondió Emma, aún con los ojos cerrados, agarrándose la cabeza.
- ¿A qué hora pasas por acá?
- Dentro de una hora, tengo un día muy agitado.
- Está bien -dijo la madre y colgó.
Emma prendió la radio del carro para escuchar noticias, todavía no habían pasado cuarenta minutos desde que habló con su madre por teléfono y aprovechó en pararse a tomar un jugo y un sandwich ligero. Dio un par de vueltas más con el carro hasta llegar al lugar del accidente. Recordó la llamada por teléfono y a su madre salir corriendo y gritando de la casa sin decirle nada. Ella se asustó mucho pero nunca había pensado que podía ocurrirle algo a Claudia, justo el día que no iba al colegio pasaba algo como eso. No llegó durante el almuerzo y ya casi de noche nadie se aparecía por la casa. Llamó a su papá a la casa y a la oficina pero nadie le supo dar razón de lo que pasaba. Se quedó dormida mirando la televisión en la cama de su madre y se asustó cuando se despertó y la vio entrar más muerta que viva, los ojos rojos casi sangrando y la boca seca. La abrazó tan fuerte y se echó a llorar. Fue en ese momento que recién sintió lo que había pasado, solo lo sintió, no tuvo que preguntar ni decirle nada a su madre y como en el sueño que tuvo ayer solo escuchaba el te quiero tanto Emma.
Ni bien estacionó el carro frente a la casa, su madre abrió la puerta rápidamente como si la hubiera estado espiando por la ventana. Emma no apagó el carro y encendió otro cigarrillo. Tenía puestos unos lentes negros y llevaba el pelo amarrado. Fumaba con displicencia, al parecer más por costumbre que por unas ganas reales. Abrió el seguro de la puerta y su madre entró preguntándole por qué se había demorado tanto, pero no esperó su respuesta y siguió hablando sobre cómo hace tanto frío en primavera. En la radio empezó a sonar una canción que siempre habían escuchado las tres y ambas se quedaron calladas. Emma manejaba con la ventana abierta, con una mano en el timón, mientras su madre se empinaba para verse el maquillaje en el espejo retrovisor. En el camino pasaron por una florería y Susana preguntó si había comprado las flores. "Is", respondió Emma y, por primera vez en el día, las dos sonrieron.
Martín Mauricio, Perú © 2003
cayma313@yahoo.com
Martín Mauricio es peruano, graduado de Administración de Empresas de la Universidad de Lima y estudiante de Literatura de la Universidad de San Marcos. Para él, el cuento es la expresión más exacta de los deseos. Ha sido finalista del concurso de cuentos CEAPAZ y de la Alianza Francesa de Lima, Perú.
Lo que el autor nos contó sobre el cuento:
El cuento "Alrededor de Claudia" surgió de la
posibilidad de encontrar un vínculo de comunicación
con el personaje del cuento. Es intentar conocer más
sobre el origen de los sueños y por qué algunos los
sentimos tan propios que muchas veces quisiéramos
vivir entre ellos.
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