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Apenas fue ayer

Apenas fue ayer que fui a verte al hospital, como siempre me dirigí al séptimo piso y subí por las escaleras, decidí no usar el ascensor, me aproximé a tu habitación, la 700 – B; te encontré sentado en el sillón al costado de tu cama, tus ojos se perdían en la ventana, quizá en el pasado. Al notar mi presencia volviste la mirada como volviendo de un largo y pesado viaje de recuerdos. Tu rostro no se inmutó al verme, sabías que venía a verte, tampoco dijiste nada pero pude notar tu actitud cavilosa; solo cuando estuve frente a ti se dibujó en tus labios esa paternal sonrisa, esa que tanta tranquilidad inspiraba en mí.

No recuerdo cuanto tiempo conversamos, no debió ser mucho, es más, no recuerdo de que estuvimos conversando porque todo quedó eclipsado con tus palabras premonitorias, esas que dijiste con un tono de tranquilidad y resignación, esas palabras que me llenaron de miedo y lo mal que disimulé esa sensación, traté de animarte, traté de animarme ;“ya te ves mejor”, te dije, “hasta te levantaste de la cama”; asentiste con la cabeza mientras en tus labios se volvía a ver aquella leve, resignada y paternal sonrisa.

Pero ese oscuro presagio que dijiste se había incrustado en mí, haciéndome presa de un pavor hasta entonces no experimentado; tus palabras tristes se apropiaron de todo y la negación no fue suficiente; ¿es que presentías lo que sucedería? Hoy, hace unos minutos, tu último hálito se perdió en el aire, tus labios se han petrificado, tus ojos se han cerrado para siempre en aquella sala de cuidados intensivos. Acabas de expirar. El médico comunica a todos tu defunción. Yo no puedo llorar, las lágrimas se niegan a salir, así como mi corazón se niega a aceptar tu partida. Alguien con la cabeza inclinada camina hacia la puerta, mientras yo parado en aquel lugar no atino a nada, sabiendo que delante mío cubierto por una sábana esta tu cuerpo; te fuiste, papá. Recuerdo que apenas fue ayer que conversé contigo, recuerdo tu sonrisa y me embarga una necesidad de decirte algunas palabras, palabras que ya no oirás; entonces busco una hoja y lapicero, en la sala de espera, y me pongo a escribir:

Papá yo te quería y te comprendía, y es que siempre fuiste un héroe, lo suficientemente bueno por estar pendiente de mí, porque me contabas historias temerarias antes de dormir y más tarde venias a taparme para que no me resfriara; un héroe porque siempre traías regalos con tal de verme sonreír; un héroe porque siempre te preocupaste que estuviera bien.

Papá, a pesar de que últimamente no fui lo que esperabas como hijo, me sentía feliz de encontrarte siempre en casa, me sentía feliz de que te interesara mi vida. Papá, te sigo queriendo. ¿Por qué nos tuviste que dejar?, ahora ya no podrás darme tus consejos, ni verme alcanzando mis sueños como tu anhelabas. Papá, ya no podrás ver nada…

Te dejo, en unos minutos más te han de llevar a la sala de difuntos, te extrañaré, te extrañaremos.

Tu hijo menor
Ya han pasado los días, me alivia saber que muchos vinieron a despedirte y lloraron tu partida, que estuvieron muy atentos el día de tu entierro, cuando alguien pidió al Señor que te acogiera a su lado y que siempre te recordemos. Me gustaría poner en tu lápida unos versos sobre lo bueno y generoso que eras, tal vez algo cursi pero ahora todo eso cuenta, ¿no crees?; lo que sucede es… que no me puedo acostumbrar a no verte, creo que no debiste irte… ¡Dios mío! No debió irse. Pasa el tiempo y creo que jamás podré acostumbrarme a la idea de que partiste hacia la paz, la eternidad y esas cosas infinitas.

Algunas noches, sobre todo cuando más me hacen falta tus palabras y siento tu ausencia, que tanto oprime el pecho, acostado y tratando vanamente de dormir, en silencio, dejo caer un par de lagrimones por ti… porque te extraño… porque te quise, porque aún te quiero, papá.

Álvaro Gersom Cáceres Puma, Perú © 2020

alvito38@gmail.com

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