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¡Ay, qué memoria!

I. Él

¡Ay, qué memoria! Si no fuera por Concha no sabría ni encontrarme la calva. Y no es de extrañar. Pero aquí está mi bastón. ¡Ya ni mi bastón encuentro! A mis 82 años bastante tengo con tenerme en pie con la ayuda de mi bastón. Bastante he hecho ya. Aunque la verdad es que nunca hubiera sido nada sin Concha, incluso cuando era joven... Sin esa secretaria eficiente no sería el que soy hoy, bueno, quiero decir el que he sido. Un hombre debe mucho a su mujer. Y yo le debo todo a mis dos mujeres: mi Laura, que siempre ha estado a mi lado y ha cuidado con esmero de mis hijos durante los largos días que yo estaba enfrascado en mis tareas de Estado; y mi Concha, ese portento de la Naturaleza que lo mismo me arregla en cinco minutos una conferencia con el presidente de Chipre que llama al tinte para que traigan enseguida mis trajes planchados, o nos trae al mejor cocinero del país para que nos haga un asado en el chalet.

Porque Concha es mi cerebro. Sabe lo que pienso antes de que yo mismo lo piense. Pero es así, las cosas son siempre así. Detrás de cada hombre hay una mujer. Y Concha es una mujer muy grande. Eso me da tranquilidad a la hora de considerar la importancia de mi labor histórica. He empeñado mi vida en ayudar a consolidarse una Nación. He hecho de una balbuceante democracia en ciernes una sólida democracia asentada. Ha sido una vida entera de sacrificio, de esfuerzo, de lealtad. Pero una vida con sentido. Una vida constructiva.

Y Concha ha sido grande en todo momento, incluso cuando a mí me han patinado las neuronas. Porque yo no soy perfecto. Nunca me perdonaré aquella tarde de bochorno, aquella tarde aciaga en la finca del pantano, esa tarde en que Laura tuvo que presenciar un largo y cálido beso en la boca de Concha, la Concha casta y pura que para Laura siempre había sido una fiel amiga. Y pensar que ambas han tenido que vivir en ese oprobio tantos años, y que ambas lo han sabido llevar con mayor sigilo y sabiduría de la que yo, como hombre que soy al fin y al cabo, hubiera podido desplegar... Porque yo soy hombre que habla, que piensa y siente con su Pueblo, que sabe ahondar en las vicisitudes concretas y determinadas y ciertas de la razón política y de la cordura social. Pero soy hombre también, soy hombre al fin, y como tal solo puedo perdonarme por la torpeza de aquella tarde aciaga, por aquel no saber esperar, por aquella apresuración de la pasión, sin la cual, quizás, todo hubiera sido, si cabe, un poco más perfecto, un poco más ajustado a derecho.

Y qué va uno a hacer... quandoque bonus dormitat Homerus... todo el mundo patina un día u otro. Mejor haberme dañado así a mí mismo, haberme sometido, quien sabe si por la fuerza del inconsciente, a esta tensión que larvadamente habrá anidado en la mente de mi santa esposa, aun si ella no ha querido maldecirme abiertamente por ello. Espero que haya sabido castigarme secretamente de algún modo, que esta culpa mía esté expiada antes de visitar al Padre Eterno... Porque nunca, repito, nunca, absolutamente nunca, he notado en los abrazos de ninguna de ellas ni el más leve recuerdo de aquella tarde, ni la más leve disminución del afecto y la caricia. Siempre han sido ellas señoras de sí mismas y de mí, y me han dado la compañía y el apoyo sin los cuales, sábelo Dios, no hubiera tenido la fuerza de conducir a mi Nación al resplandeciente puesto entre las naciones que ahora ocupa. Pero es claro que ellas son mis superiores morales en todo, y que yo soy su inferior, como siempre lo es el hombre con respecto a la mujer. Y no hay más vueltas que darle.

Veamos, pues, no quiero hacer las cosas mal. No debo distraerme hoy. Concentrémonos. Quién sabe si esta semana será mi última en la Tierra, y no quiero meter la pata en nada, ni olvidar mis obligaciones para con todos... A ver. Aquí tengo dos sobres y tres cartas. Estábamos en que hay que quemar un sobre, quiero decir una carta, y enviar las cartas a la dirección adecuada para que estos sobres ahora en blanco lleguen a su mejor destino. Esta es la carta que he escrito a mi amigo Diego, bueno la carta que Concha ha escrito por mí... no, ésa es esta otra... y esta debe ser la carta que ese mozalbete, bueno, ex-mozalbete ya, ha tenido la desfachatez de escribirme... y esto debe ser la carta al contable para que le escriban un cheque al portador al tal ex-mozalbete. ¡Coño!, si no veo ni un pimiento, y eso con las cortinas descorridas..., será mejor que sea Concha quien se ocupe... A ver... ¡Concha! ¡Concha!... Necesito un último favorcito antes de que salgamos para la finca y...

II. Ella

Sí, sí. Concha... Concha... Concha esto, Concha aquello... Y ahora que ya está viejito se va con ella a la finca y adiós muy buenas. Y no son cosas que sorprendan. Está claro que nadie se puede sorprender. Pero son cosas que duelen igual. Porque yo he sabido estar ahí toda la vida. Yo he sabido entender que otra mujer había ya ocupado mi puesto antes de que yo llegara. Yo he sabido entender que un político tiene una imagen, y que en un país católico, como por desgracia es este, ciertas cosas no se ven bien. Yo entiendo todo, lo sé todo, lo asumo todo, lo arreglo todo. Y todo sin pestañear. Pero esto de no volver a verle... ¿a santo de qué?, ¿a santo de qué, después de tantos tapujos y miramientos, hacer ahora ese paripé de "pagarme una jubilación"?... ¿Jubilación? De ciertas cosas no se jubila una. Una se jubila de un trabajo, pero no se puede una jubilar de una vida. Porque yo le he dado una vida: a ese desgraciado, a ese malnacido, a ese tramposo, le he dado una vida. Una vida entera. Le he dado un día y una noche cada venticuatro horas, desde hace sesenta años, sesenta putos años. ¿Y es que queda alguien que no sepa lo nuestro? Lo sabe Laura, y lo saben Miguel y Clara, y lo sabe el parlamento entero, y lo sabría Dios bendito si existiera. Pero no hay Dios, no hay Dios... está claro que no lo hay.

A ver, Concha, concéntrate, hoy por primer día en tu vida estás nerviosa, estás dejando que las circunstancias te arrastren a no pensar. Recuerda la promesa que le hiciste a tu madre: siempre la cabeza alta, siempre el puño firme. Incluso ahora.Y total, ¿por qué ponerme nerviosa? ¿Por un viejo senil que ya no hace más que babear?

Si al menos él no hubiera pronunciado esas malditas palabras: "mejor no volver a vernos". ¿¿Mejor no volver a vernos?? ¿Y me dices eso después de sesenta putos años, cabrón malnacido? Me cago en tu partido de mierda y tu puta nación de beatas.

¿Qué quieres? Que te meta unos papelitos en unos sobrecitos, ¿no? Justo hoy que ya me iba... Justito hoy.

Pues te vas a enterar. Si tu lealtad se acaba también se acaba la mía. ¡Hoy mismo! A ver... esto del cheque lo quemo. ¿Dónde está el mechero? Aquí. Al menos nunca nos falta aquí un buen puro y unos buenos mecheros llenos de gas... Y ésta se la envío al contable...Y esta otra carta no va a ir al periódico de tu amiguito Diego, no, esto va derecho al otro periódico, ya verás tu a cuál...

III. Documentos adjuntos

1. Carta enviada "erróneamente" a la redacción de un periódico de la oposición:

"Sr. Ex-Presidente,
estoy seguro de que recordará mi nombre sin problemas, a pesar de los años transcurridos. Yo reconozco que tuve una juventud algo disoluta y que el dinero que se me pagaba quizás hubiera sido suficiente para asegurarme una vejez tranquila en alguna isla, pero ya ve, nosotros siempre somos así, el dinero va y el dinero viene, todo se gasta antes de darse cuenta... Tengo 51 años y no me queda nada. Esté usted seguro de que ni le guardo rencor ni le tengo antipatía, pues siempre supe que usted era el hombre que sabría conducir la Nación hacia buen puerto, y me satisface ver que mis esfuerzos fueron suficientes para ayudarle a enderezar el timón. Yo no estoy del todo orgulloso de la forma en que me he ganado la vida, pero ya es tarde para andar con pamplinas y a nadie culpo, yo mismo elegí mi profesión aunque fuera con el mal juicio de la juventud. Pero ocurre que el tiempo pasa, y quizás los que más atentos deberían estar a que todos los que somos amigos nos llevemos bien entre nosotros ya no prestan la atención que deberían a que todo discurra como debe discurrir. Nunca me he quejado de los asuntos judiciales, si uno tiene que ir a declarar se declara, y se declara lo que se tenga que declarar. Pero yo he sido y soy un profesional, y no es posible entender que un profesional quede desatendido en lo pecuniario por quienes, como usted, o quienes directa o indirectamente siguen trabajando para usted y lo que representa, me han considerado su mejor brazo ejecutor a lo largo de tantos años. Es verdad que uno bebe, sí, bebe un poco más de la cuenta a veces y, quién sabe, a lo mejor he dicho alguna incoherencia alguna vez, pero es el modo de vida que ustedes necesitaban que yo llevara lo que me ha conducido a beber y a otras cosas. Y, en cualquier caso, yo le prometo por lo más sagrado que nunca mis labios, secos o lubricados, se abrirán para hablar de lo que no debe ser mencionado. Ni qué decir tiene que nadie nunca sabrá, al menos a través de mí, que usted nos ordenó que nos deshiciéramos de aquellos malnacidos abogados comunistas. Ellos están bien muertos y bien matados, y punto. Lo único que yo digo es que, siendo todos nosotros amigos, como es claro que lo somos, porque yo soy muy amigo de usted, es necesario que lo parezcamos también, que siempre sigamos siéndolo. Y ya, por no aburrir, le solicito a Su Excelencia (sabe Usted que nunca se me dio bien recordar los títulos debidos a cada uno, así que perdón si ahora ya es otro el título), que se me haga llegar alguna ayuda inmediata. Si no es ya posible del erario público, pues de donde sea, que ustedes la gente importante simpre tienen de dónde rascar para los tontos borrachines como servidor, ¿eh?
¡Un abrazo en la camaradería!
Alberto P."

2. Carta enviada "por error" al contable:

"Estimado Diego, sólo unas líneas antes de ese homenaje que me dais el jueves en tu periódico y que nunca te agradeceré lo suficiente el haber organizado: nunca sin ti y sin los tuyos hubiera podido explicar al pueblo la necesidad de una política moderada y a la vez enérgica. Gracias por comprender las servidumbres del poder y las especiales necesidades de una democracia joven.
A.G."

3. Carta quemada "por error" por la eficiente Concha:

"Jacinto, por favor, envíale a ya sabes tú quién (el borrachito del pub Alameda) un cheque al portador por cien mil. Que se lo den en el pub, seguro que allí le encuentran.
A.G."

FIN

Alejo López Bastida, España © 2014

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