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Azares

“El azar anda envuelto en una capa.
En ella se pierden y se encuentran los objetos”
Wistawa Szymborska

Supe de inmediato que esta historia podría ser digna de contarse cuando, parada en cierto lugar de la ciudad, sin que pasara un taxi, ni un bus y muchos menos nadie conocido, una señora –tan desorientada como yo– me pregunta la dirección del mismo sitio que yo estaba tratando de encontrar.

Ella estaba en su coche y yo a pié; me invitó a subir. No lo pensé dos veces y, olvidando cualquier número de normas de seguridad, me subí.

Mi vida ha estado llena de estos momentos. Pero no se trata de casualidades aisladas, no señor. Son casualidades que me cambian la vida o al menos me hacen tomar rumbos diferentes y que, con el tiempo, se han convertido en mi filosofía particular. Estos hechos se repiten constantemente y están presentes en mis recuerdos más remotos.

Era mi cumpleaños número siete. Llegó mi tía favorita, la más dulce y bella, mi tía Anabella. Librepensadora y cosmopolita. Siempre dándole un toque particular a cualquier cosa que se pusiera, como sus bufandas de seda, su largo collar de perlas que a veces llevaba suelto y otras con varias vueltas alrededor de su cuello, y olorosa siempre a alguna fragancia evocadora a sitios lejanos. Uno de esos personajes que quedan marcados para siempre en la memoria de las personas. Vino a despedirse porque se iba de viaje.

Yo estaba ocupada con mis primos y amigos correteando por el jardín; sin embargo, algo me hacía estar pendiente de ella, y volteaba constantemente hacía donde ella se encontraba, no sé, como un presentimiento. De vez en cuando se escuchaban las voces contrariadas de los adultos y parecía que era con mi tía, algo sobre su viaje no les gustaba. De repente el cometa con el que jugábamos voló y cayó justo en donde estaban los mayores y salí corriendo a buscarlo, se había posado en los pies de mi tía; ella, con sus ojos tapizados de lágrimas lo recogió. Me abrazó muy fuerte, dejándome impregnada de su esencia de sándalo, y suavemente me susurró al oído estas palabras: “que tu vida esté llena de azares”.

Nunca más la volví a ver, pero siempre me he preguntado qué hubiera pasado si el cometa no hubiese volado hasta sus pies. Esa fue su despedida.

Era pequeña para entender completamente el significado de esas palabras, pero supe que tendría que encontrarlo y dejar que me llevaran a donde ellas quisieran.

Esas palabras de la tía Anabella me rondaban por la mente como el estribillo de una canción. Por momentos me preguntaba si se refería a que mi vida estuviera rodeada de flores de azahar. Inicié mi búsqueda en el pesado diccionario enciclopédico del estudio de mi papá: “Azar: Casualidad, caso fortuito. Desgracia imprevista. Al azar. A la ventura, sin propósito determinado”. Comencé a entender el legado de mi tía Anabella.

De allí en adelante, cualquier hecho fortuito que se presentara, una señal en un momento importante, podía hacerme tomar una decisión o salvarme de alguna situación. Tal vez hundirme.

Las anécdotas sobran. Tomemos por ejemplo el día que –gracias a un concurso de televisión– me gané un pasaje para Nueva York. Salí temprano y, pasando el túnel que comunicaba con el aeropuerto, nos encontramos con una enorme cola. Había diferentes versiones, que si era un accidente, que si era una manifestación. Yo miraba el reloj, pero ya convencida de que no iba a llegar a tiempo. Y en efecto, perdí el vuelo. Al regresar a casa y mientras tomaba una taza de café vi, a través de la televisión, como las Torres Gemelas de Nueva York recibían un golpe mortal y se desmoronaban como galletas.

O tal vez mejor recordar cómo un móvil travieso marcó, dentro de mi cartera atiborrada, y sin mi consentimiento, el número de una persona a quien yo estaba tratando de olvidar. Tenía ya varios días sin hablar con él y ya estaba a punto de vencer el “síndrome de abstinencia”. La llamada inesperada me llevó de regreso a sus brazos. De nuevo el azar tejiendo o destejiendo la vida.

A lo largo de todos estos años ha sido poco lo que se ha sabido de la tía Anabella. Siempre la familia observándome, tal vez buscando un rasgo con mi inquieta tía. No lo sé, pero siempre me he preguntado si ellos oyeron las palabras de ella al despedirse de mí.

Todos estos recuerdos me traen de vuelta al mismo lugar en donde comenzó esta historia, en un día en donde amanecí pensando si ya debía enseriarme un poco y no dejar que el azar decidiera por mí. Lástima que esa noche la electricidad se fue por un momento, la alarma del despertador no sonó, me levanté tarde y salí sin leer los titulares del día. No pude enterarme de la banda de hampones que recorría la ciudad.

El coche arrancó y pude ver entonces a una persona que estaba sentada en el asiento de atrás. Mientras dejábamos atrás calles y casas, y me despojaban de mis cosas, mi vida entera pasaba ante mis ojos, al ritmo lento de la cuchilla fría que se internaba en mi cuerpo.

Beatriz Calcaño Eizaga, Caracas, Venezuela © 2022

beatrizexpediciones@gmail.com

Beatriz Calcaño Eizaga, venezolana radicada en España, es diplomada en Psicopedagogía (AVEPANE), y en Traducción (NewPort University Nels). Ha participado en importantes talleres literarios entre ellos, en el CELARG (Centro de Estudios Literarios Rómulo Gallegos, Caracas). En el año 2018 se hizo acreedora del Premio del Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores, mención Poesía, con el poemario Expediciones. Actualmente pertenece al Colectivo de escritura EnPalabras de Barcelona. Sus textos han aparecido en varias publicaciones como la Revista Nacional de Cultura (Venezuela), la antología poética El Puente es La Palabra (2019) y Hacedoras, Antología de mujeres poetas (2021). Actualmente reside en Badalona, España.

Lo que la autora nos dijo sobre su cuento:
En el cuento Azares trabajé sobre una anécdota que me ocurrió el día que iba a comenzar un taller de escritura y sucedió tal como comienza el cuento: “cuando, parada en cierto lugar de la ciudad, sin que pasara un taxi, ni un bus y muchos menos nadie conocido, una señora –tan desorientada como yo– me pregunta la dirección del mismo sitio que yo estaba tratando de encontrar”. De allí partí para construir una historia sencilla y, como expresa Paul Auster: “acepta el azar como parte de la realidad y reconoce que nuestras vidas no nos pertenecen, sino que “pertenecen al mundo”, y a pesar de nuestros esfuerzos por comprenderlo, el mundo va más allá de nuestra capacidad de comprensión. Rozamos esos misterios todo el tiempo y aunque el resultado puede ser realmente aterrador, también puede ser cómico” (Auster, 2003, p.161).
También quería revindicar a un personaje como la tía Anabella que representa a personas poco comprendidas en muchas familias tradicionales, esas personas que nos hacen ver la vida de otra manera y siempre son inolvidables pues dejan grandes aprendizajes.
Quería un final contundente y sorpresivo, porque la vida también es así.

Ilustración realizada por Enrique Fernández © 2021

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