Cerca de las doce de la noche, el riquísimo anfitrión alzó su copa y en medio de la algarabía de los festejos brindó una vez más con los invitados por su venidero cumpleaños. Había derroche de gula y bebidas. Al rato, los que aún quedaban despiertos comenzaron a contarse historias de ultratumba. Llegado su turno, el dueño de la inmensa mansión aclaró la voz y, muy animado, comenzó su relato:
«—Paco y José eran muy buenos amigos. Vivieron en la época en que las creencias campesinas daban vida a los muertos. Por ese entonces en las afueras de la que era su aldea existía una cabaña a la que nadie se atrevía a entrar por miedo. Paco y José crecieron escuchando que la casa estaba embrujada. Se hablaba de la presencia de un cuadro, dentro del cual moraba el espectro de un fantasma. Paco y José siendo niños se hicieron la promesa de averiguar, llegado el momento, que había de cierto en todo aquello.
Con los años se hicieron hombres y ya adultos olvidaron los propósitos infantiles, cambiando en la realidad del presente sus inquietudes e intereses. Tenían en ese entonces lo que era para la gente humilde una vida normal, preñada de poco trabajo y mucha pobreza.
Una noche se dieron cita en la taberna y entre una cerveza y otra salió a relucir el tema. Pasados de tragos, Paco y José hicieron una apuesta contra el resto de los presentes: iban a pasar la noche en la casa embrujada para demostrar que tal vez lo que se rumoraba no era verdad y de paso, haciéndose pasar por valientes, darle más vigor a su autoproclamada incredulidad.
No obstante, por la insistencia de José y a modo de protección contra los vivos y los muertos, se armaron con dos cuchillos. Llevaron además una caja de cerillos, una antorcha, una cruz y la Biblia. Seguidos por los amigos no más borrachos que ellos, se dirigieron entre risas y bromas a las afueras del pueblo. Sin embargo, antes de llegar se detuvieron. El grupo guardaba una respetable distancia entre el camino y la casa. Solo Paco y José se encaminaron a la entrada.
El ruido de las bisagras oxidadas de la puerta de entrada, les dió una idea aproximada del tiempo que hacía que nadie, traspasaba su umbral. En la penumbra, pudieron distinguir al centro de la habitación la roída mesa de madera y, en el piso tumbado, una solitaria silla.
Avanzaron en silencio entre las telas de arañas que colgaban del techo. Se acercaron a la chimenea. Mientras José se acomodaba en el suelo con cierta torpeza, Paco decidió encender la lumbre. Acomodó donde pudo la antorcha que llevaba encendida y comenzó a apilar la madera. Sacó los cerillos y prendió la leña.
La habitación se iluminó un tanto dejando ver con más claridad por los alrededores. Aunque no había mucho que mirar, ciertamente se distinguía al centro el famoso cuadro del que tanto habían escuchado: justo en el centro de la pared y encima de la chimenea: un cuadro enorme cuyo marco parecía de oro.
Se acercó a él y le tocó, extrañándose de que semejante ejemplar no guardara en su interior imagen alguna y destacara por su implacable limpieza a pesar del abandono que circundaba en la habitación. Paco se encogió de hombros sin darle más importancia al asunto.
Al darse la vuelta descubrió a José profundamente dormido. Se sentó a su lado y sin esperar nuevos acontecimientos siguió su ejemplo. Aunque el fuego de la chimenea le había devuelto la temperatura del cuerpo, el bullicioso ronquido de su compañero le despertaba impidiéndole conciliar el sueño.
A puros codazos y empujones Paco logró que José abriera los ojos. Entonces escucharon por vez primera la siniestra voz:
—¿Me tiro...?
Ambos se miraron sorprendidos preguntándose si alguno de ellos habría sido. Ante la unísona negativa, de un salto se pusieron de pie. Por instinto giraron la cabeza en dirección al cuadro antes vacío.
Antes, porque en ese instante se mostraba dibujado a tamaño natural un joven caballero de la época medieval ataviado con lo que parecía ser una pesada armadura de hierro y curiosamente los miraba como si estuviera vivo. El hombre del cuadro, cuya barba crecía vertiginosamente, volvió a hablar:
—Les pregunté si me tiro...
José reflejaba un eminente terror. Antes de que Paco se recuperara del susto, ya su compañero de aventuras había corrido despavorido hacia la salida dejándole a solas con el espectro.
La decepción que experimentó por la reacción del que él pensaba que era su amigo, fue superior a la presencia fantasmal. Cuando volteó la mirada sintió rabia de los ojos cuya expresión de burla veía reflejada en el rostro de la pintura del cuadro, ahora un raro espécimen de barbas extremadamente largas y canosas.
—¿Te quieres tirar? —respondió Paco en un reto con la sensación de que se iba a volver loco—. Entonces tírate. Total, bien jodido que estoy —y sacó el único cuchillo que conservaba, pues José se había llevado el otro.
Una carcajada sepulcral se dejó escuchar en la tenebrosa habitación e inmediatamente las piernas de hierro saltaron del dibujo, dejando en su lugar la silueta de una sombra. Sin dar margen para que el hombre se recuperase, la voz tenebrosa repitió la pregunta:
—¿Me tiro...?
Paco retrocedió unos pasos alternando su vista entre las piernas que a escasos centímetros de él se movían y el mutilado cuerpo que impreso había cobrado vida en el lienzo y esperaba.
—Tírate, pero caro te va a costar. Voy a defenderme con todo —le dijo y tragó en seco, cuando vio caer casi atropellándole y sobre las piernas el tronco, sin cabeza. Uno de los armados brazos blandía con regios movimientos y sobre su cara la lanza oxidada. Sus oídos comenzaron a zumbarle.
—¿Me tiro...?
Escuchó por tercera vez y esta vez volteó hacia la plateada cabeza que, aun sin el cuerpo que le precedía, hablaba.
Él, ¿qué podía hacer? Ya había ido demasiado lejos. Estaba claro que, a esa altura, al monstruo de pie frente a él no le hacía falta la cabeza para hacer lo que le viniera en gana con su frágil y asustadiza figura.
—Tírate... —le dijo entrecortado, intentando esconder en lo profundo de su ser el temor que sentía.
Pero en lo que la cabeza se desprendió del cuadro y rodó cual pelota a las manos de su dueño, Paco a modo de protección se armó de la Biblia y sacó del bolsillo de la camisa su cruz de madera, blandiendo como escudo ambas posesiones. El susurro de un rezo se dejaba escuchar, rompiendo el silencio que se hacía sepulcral.
Cuando el cuerpo estuvo totalmente formado el grito aterrador del fantasma dejó casi sordo al hombre que, impávido, hacía hasta lo imposible por salirse de allí, pero los pies se le habían clavado en el suelo y no respondían a su primario impulso.
En tanto José, junto con los demás y en bandada dispersa se alejaban de la cabaña corriendo como alma que se lleva el viento.
La tranquilidad de los alrededores, se vio perturbada con los extrañísimos ruidos que se dejaron escuchar durante toda la noche. De Paco, nunca volvió a saberse y por mucho que lo buscaron no encontraron su cuerpo. Aun así, con el tiempo la gente del pueblo lo dio por muerto. Finalmente decían que el pobre José no se perdonaba el haber abandonado a su amigo y vivió con la pena de su cargo de conciencia» —dijo de manera extraña el millonario, al concluir su cuento.
El silencio reinó en la sala durante varios segundos. Luego el ambiguo comentario de uno de los invitados continuó con la escena y una carcajada relajó el ambiente. El hombre percusor de la orgía se puso de pie y luego de recibir nuevamente las felicitaciones expresó su deseo de retirarse a descansar.
Ya en su recámara, con la ropa de dormir puesta, recurrió al llavero que guardaba en la gaveta de su elegante mesa de noche. Escogió una de las llaves y la introdujo en la cerradura del próximo gavetero. La hizo girar a la derecha, luego a la izquierda, para finalmente empujarla hacia el centro. ¡Clic! Se escuchó al momento. Caminó unos pasos hacia la cama, apoyando la rodilla en el lecho. Detrás del respaldar corrió las cortinas escarlatas. En la pared se veía incrustado el mecanismo encubierto. Accionó con mano segura la palanca del centro que abrió la puerta del departamento escondido.
Se retiró hacia el otro extremo de la habitación y mientras preparaba en la mesa para dos, lo que parecía ser un tablero de ajedrez, de las entrañas del frio closet recién abierto, se dejó escuchar una siniestra voz:
—¿Me tiro...?
—Tírate... —respondió tranquilamente el hombre.
La pregunta se repitió dos veces más y por dos veces más obtuvo la misma respuesta. Para cuando el espectro salió de su nueva morada, el renombrado millonario esperaba sentado, en franca actitud de reto. Una vez más, volvía a tener la esperanza de ganarle por esa noche al fantasma la partida de ajedrez.
En tanto, a través de la abertura del compartimento secreto se dejaba ver la mancha en forma de silueta; una sombra dentro del cuadro enmarcado en oro que colgaba de la pared. Muy cerca, descansando en el piso, un viejo baúl de metal con amarres de cuero roído por el tiempo. La tapa abierta al descuido dejaba ver su contenido. El puñado de monedas de oro y piedras preciosas liberaban con el brillo, el reflejo casi perfecto del tesoro que Paco aquella noche desenterró y del cual había consumido tan solo una mínima parte.
Darlenis de los Á. Sicilia, Cuba, Estados Unidos © 2018
darlenis.sicilia@gmail.com
Darlenis de los Ángeles Sicilia García nació en Cuba en 1965. Es ingeniera, escritora, guionista y productora. Graduada de Producción y Técnicas de Guion en la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Asociación: Cine, Radio y Televisión. Ha realizado post-grados de Guion y Dramaturgia en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños en la Habana, Cuba.
Ha impartido conferencias y talleres de guión, dramaturgia y actuación en EE.UU., y ha publicado en los EE.UU., América Latina y Cuba.
Las diferentes creaciones artísticas y Literarias que marcaron su experiencia profesional en los medios audiovisuales y literarios, han sido laureados con premios Nacionales e Internacionales, como el Premio Guanaroca, Premio Caracol (2001 y 2002), Premio Festival de Cine (La Habana), Primer Premio y Medalla de Oro Creation Art Center (Miami) (2004), entre otros.
Actualmente, escribe telenovelas en formato guión de TV y para publicar próximamente, dos proyectos de ficción en los géneros de relato corto y cuento de ciencia ficción.
Es representante de la cantante cubana ganadora del premio Cuba disco 2015, Lidis Lamorú (DVD «La magia de los sueños»/Categoría Infantil) y colabora con ella en proyectos para niños, vídeos musicales y de teatro (Infantil/Adultos).
En su tiempo libre, escribe para blogs, sitios webs y redes sociales.
Lo que la autora nos dijo sobre el cuento:
"El cuadro" forma parte de una colección de cuentos de suspense escritos originalmente en formato de guión. Fue transmitido como producción audiovisual en un programa de televisión, para una serie de cuentos cortos.
La adaptación a literatura fue decisión personal, a partir del advenimiento de la autora hacia los EE.UU. Es una versión del original, ya que el presente texto fue usado como material de estudio en diferentes talleres de "escritura creativa" impartidos por su creadora. Los diferentes tipos de tiempos, el uso de varios narradores (quienes cuentan la historia), el punto de giro colocado intencionalmente y la estructura narrativa empleada, así como su tempo y ritmo, lo convierten
en un ejemplo típico de literatura adecuada para estudiantes de dramaturgia. Como relato corto de ficción, «El cuadro» es un cuento de misterio.
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