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LO DEL AGUA...

¡Ay, güey! ¿Pos onde’stoy? Me pregunté cuando me levanté aquella mañana, ya hace algún tiempo. Pero al ver bien me di cuenta de dónde estaba, estaba en la cárcel. Pinche cuarto, ya me lo conocía de memoria, ¡a cómo no!

¿A poco había vuelto a patear las mesas y las sillas de la cantina?, me pregunté. No, pos no creía, ya que ellas no se defienden, y yo estaba golpeado y todo adolorido del cuerpo. A lo mejor los gendarmes habían sido. Y como sé que cuando me echo mis tragos me pongo necio y me da por querer madrear al primero que me llena de piedritas el hígado, pos creo que a lo mejor me puse renuente pa’que me trajeran, y pos tantito quieren los pinches gendarmes pa’echar guamazos.

Pero, bueno pues, como les iba yo diciendo, me desperté bien crudo y empecé a gritarle al guardia. De perdida pa’que me trajera una jarra de agua pa’la cruda, y pos preguntarle cuándo me iban a soltar.

¡Uta madre! Como apestaba a miados y a mierda la celda, y yo con el dolor de cabeza matándome. Y ojalá hubiera sido solo la cabeza, también me dolía todo el cuerpo.

–¿Qué quieres? –me preguntó un guardia muy golpeado. “Pinche gordo cab…”, pensé, “parece como que ni me conocieras, cuantas veces no me has gorreado las borracheras”.
Y le dije:
–No, pos primero quiero agua y después saber por qué estoy aquí y cuándo me van a dejar ir –“pa’ curarme la cruda”, volví a pensar.
–Uta, compa, ¿agua? Pos te vas a esperar un rato. ¿Por qué estas aquí? Pos por matar al Juancho Casas. Y ¿cuándo te vas a ir? Pos quien sabe si salgas, pero a la grande de segurito te vas.
–‘Pérate, ‘pérate, ¿cómo has dicho?... –sentí un vahído que casi me voy de lomo...
–Así es, agua no hay, y...
–No, no, no, eso vale madre, no seas bruto, ¿qué maté al Juancho Casas, a mi compadre Juancho?
–Épale, compa, ¿qué pasó? Más respeto pa’la autorida’. Y pos sí, te fregaste al Juancho –me contestó el desgraciado, como si me estuviera diciendo que había matado a un simple animal.

A chirrión, ¿pos como estaría eso? No me acordaba de nada. Y mucho menos que había matado a mi compadre Juancho. ¿Y por qué me lo había desgraciado? Pos quién sabe. Eso no les valió a los jueces mentados pa’ bajarme la condena. No, fue con “alevosía y ventaja”, mira mira, ni me acordaba de cuándo lo había hecho y menos por qué.

Además que mi compadre y yo siempre andábamos juntos casi pa’ todos lados, desde chamacos nos conocíamos y empinábamos el codo juntos y era retebueno pa’l bacanora y la lechuguilla y pa’ todo lo que atarantara. Me acuerdo cuando íbamos al río y nos bañábamos con la Lupe, ¡uta! Como nos divertíamos los tres. No se aguantaba esa Lupe. Aunque ella siempre me prefirió a mí. Los dos, mi compadre y yo, nos dábamos unos atracones con ella que qué bárbaro. Nunca nos peleamos por ella, y ya de más grandes, pos tampoco por ninguna otra vieja.

Con Juancho fue la primera borrachera que me di, hubieran visto como nos pusimos de botarates los dos, tomamos de todo, creo que hasta alcohol de caña con pura agua. Fue en las fiestas del santo patrón del pueblo. ¡Aah, qué cruda me dio…!

Cuando me robé a la Rosa, que todavía es mi esposa, y ya por todas las leyes, el Juancho me ayudó pa’que estuviéramos a gusto toda la noche, pos me consiguió un cuartito que tenía en atrasito de su casa. Se hizo mi compadre cuando me bautizó a mi’jo Miguel, y después a la Rosita también. ¿Que me lo fregué, pos como estaba eso, cómo que había matado a mi compadre, a mi compadre Juancho?

Ya me lo decía mi ‘amá:
–Tienes un genio, Ramón, que algún día te vas a meter en un problema y te va a ir muy mal, cuídate de ese genio –y tenía razón.

Cuando estaba en la escuela, que la verda’ no duré mucho, le rajé la trompa a más de cuatro, y eso se me hace poco. Me acuerdo que una vez le tumbé cinco dientes a Facundo, pinche Facundo, era más grande que yo, pero a la mera hora de la trifulca le atasqué una patada en los güevos y cuando se retorció pa’delante ¡palos! Que le doy un guamazo en la pura nariz, y que se va pa’tras, no’mbre, me lo tuvieron que quitar, por que si no lo mato a puras patadas. ¿Y por qué me pelié?, la verda’ no me acuerdo, pero ha de haber sido porque al mentado Facundo le gustaba echar carrilla por cualquier cosa, y la mera verda’ a mi nunca me han gustado esas fregaderas. Que paliza me dio mi ‘amá esa noche, no pude sentarme como en tres días, pero valió la pena. ¡A cómo no...!

Pero como les iba contando, cuando supe que había matado a Juancho, que como ya les dije, era mi compadre, pos me puse medio malón, la cruda se me bajó de sopetón y hasta creo que la presión se me subió. Pues aunque esté y me mire fuerte, ya tengo más de cincuenta años encima. No es que diga que’stoy viejo, pero todo por servir se acaba, y yo la mera verda’ pos fui muy servidor, ah cómo no, si les contara. Mi ‘amá me decía que me parecía en todo a mi ‘apá, ya que él fue bronquero y mujeriego, y sin mencionar lo tomador, a que mi ‘apá... a cómo no.
–Ya ves como terminó tu padre, muerto a balazos por andar de coscolino con la Meche. ¿Pos a quién se le ocurre meterse con una niña? Apenas tenía los 14 años ¿Quién no se va’enojar pues? Los hermanos de’lla mataron a tu padre, y no los culpo. Por coscolino –me contaba mi madrecita, que en paz descanse; ella no lloraba–. Cuídate Ramón, no andes de mujeriego, mucho menos con chamaquitas y mujeres casadas, no te vayan a matar. Ya ves lo que le pasó a tu padre. Pos lo del agua al agua.
–Ay, ‘amá, como es uste’ –le contestaba yo–; no se apure.
–Por coscolino –escuchaba casi siempre que decía mi ‘amá en voz baja.

Pero me valía, pos como estaba joven, todo se me hacía fácil, y pos cómo no. Me acuerdo que me iba pa’l pueblo que esta como a dos kilómetros y medio del mío. A veces me acompañaba Juancho, solo cuando no tenía nada “importante” que hacer yo allá. Uta, cómo había muchachas bonitas, y la verda’ pos tenía algunas que me daban cabida, y no solo solteras, también casadas y pos una que otra viudita.

Pero volviendo a lo nuestro, cuando supe lo que había hecho y pa’cabarla estando borracho, no podía creerlo ¿Pos cómo? Si ni me acordaba. Después me contaron cómo había pasado. Porque lo que es yo, nomás me acordaba que había salido de mi casa en la madrugada, como siempre, pa’ir pa’l cultivo. La luna todavía se miraba regrandota, ya que era luna nueva. Los grillos estaban cantándole aún a lo que quedaba de la noche. El sereno aún se sentía en la cara, y estaba fresquecita la mañana. Las estrellas brillaban como lucecitas temblorosas; siempre he pensado que lo hacen porque tienen frío a esas horas de la madrugada.

Tenía todo planeado pa’ese día: como era sábado, pensaba trabajar hasta medio día o un poco más tardecita pa’irme a la cantina. Quién iba a imaginar. Pos sí, terminé de trabajar temprano y me fui a la cantina. Ya sabía que ahí estaría el viejo Rogelio, si vieran cómo es de aguantador pa’los tragos, y eso que ya pasa de los ochenta años. A lo mejor porque es de la gente de más antes. Ahora se mueren más nuevos y por cualquier cosa y además valen madres las "medecinas". Pinche “cencia” mentada. Al menos antes se morían rápido y sin tanto argüende. Ahora se mueren sufriendo mucho, con un montón de tripitas y tubos en el cuerpo, conectados a unas maquinotas que dizque te ayudan a vivir un poco más, pero te ayudan a mal morir diría yo; las gentes parecen robotes de’sos que salen en las películas de la tele. Mi santa mamacita murió muy a gusto; al menos eso pareció. Pa’cabarla, en la noche que murió, me dijo:
–Cuídate, Ramón, no andes de mujeriego. ¿Ya ves lo que le pasó a tu padre? Lo mataron. Mejor págale a las putas y no te vayas a meter con mujeres ajenas o que no debes.
–Ya, ‘amá, no diga esas cosas, mejor descanse y duérmase –de haber sabido que se me iba a ir esa noche...–. Ya mañana platicamos un rato, ya es tarde.
–Nomás te digo que te cuides. No andes jugando con fuego. Ya ves. Se lo fregaron. Por coscolino. Pos cómo no, lo del agua al agua. Por coscolino.

Ya no dijo más, nomás se quedó dormidita. Murió en la madrugada, sin ninguna mueca de dolor. No escuché ni un quejido, y eso que dormía cerca de ella pa’lo que se le ofreciera. A lo mejor se calló el dolor. Era tan buena. Pobrecita. Que Dios la tenga a un lado de Él.

Pero como les iba diciendo, en la cantina estaba el viejo Rogelio, acompañado del Tata Memo, no es que fuera viejo el Tata, lo que pasa es que era tartamudo. ¡Híjole! era re–trabado el muy zonzo, bueno, todavía lo es, porque no se ha muerto. Pero gracias a Dios con el paso de los años mejoró un poco al hablar, ya que cuando estaba chamaco hablaba pior. Hasta eso que está joven, le ha de andar pegando a los cuarenta años. Cuando entré a la cantina luego luego me senté con ellos.
–¡Oye, Ramón! –me gritó el cantinero–. No te vayas a poner loco como siempre y tumbarme las mesas como l’otra vez.
–Ya, ya, hombre, no me estés jodiendo y mándame una caguama pa’la sed.
– Ta’ bueno, pero ‘ora si le voy a hablar a la policía si te pones necio.
–Ándale pues –le dije con una sonrisota. Bah, por dos mesitas quebradas se encanijaba–. Te voy a pagar esa pinches mesas. No armes tanto escándalo y mándame la caguama de una vez.
–Nomás te’stoy diciendo pa’que no andes de cabrón. ¡Ándale, Micaela, llévale la caguama!
–Pero apúrate, mi’ja, que’stoy sediento...
–¿Qué pasó, Ramón, vienes a tomar? –me preguntó Rogelio–. Nosotros ya estamos entrados.
–Pos a ver cuanto aguanto –le contesté; ya se les notaba el alcohol en los ojos.
–Pe–pero no andes de des–des–desmadrozo –dijo el Tata– te pue–puede i–ir mal.
–¿Tú también? Parecen los monjes de la iglesia de San Francisco...

Y así estuvimos platicando. Se ponían rebuenas las pláticas, como toda plática de borrachos creo, hablábamos de todo y nada a la vez; que ya va a empezar la época de lluvias, que el calor está duro, que traigan otra cerveza, que las cosechas y muchas otras cosas más. La hora en que llegó mi compadre Juancho, la verda’ no me acuerdo muy bien, pero él ya venía entrado en tragos. Hasta eso que no me saludó muy bien que digamos. Pero me acuerdo que decía cosas que no le entendía. Algo así como que era muy temprano todavía, que más tarde, que no andaba muy tomado todavía. Lo decía en voz baja. Quién sabe qué tantas cosas más diría. El caso es que estuvimos tomando mucho rato más.

Mi compadre se miraba un poco callado y serio. Después pidió una botella de tequila “pa’garrar valor”, dijo.
–¿Valor pa’qué, compadre? –le pregunté.
–Espérese, espérese, más tarde... compadre –me dijo nomás.

Más adelante pos no me acuerdo, la mera verda’. Después me contaron que ya muy tarde mi compadre se paró y me gritó de cosas. ¿Que’sque por qué le había hecho eso yo?, que era un hijo de tal por cual, y un montón de cosas más. El viejo Rogelio lo quiso parar pero no pudo, era bueno pa’l trago, pero ya no tenía la fuerza necesaria pa’parar el pleito. El tata ya estaba dormido y ni cuenta se dio ¿Los demás que estaban en la cantina?, no, pos ni se metieron, lo que querían era ver guamazos, pa’ variar. Ni el pinche cantinero se metió, ya decía yo, era puro pájaro nalgón el muy cab...ezón.

Cuentan que mi compadre me dio dos golpes en la cara y que me fui de nalgas. Todo pasó tan rápido, que pa’cuando alguien quiso intervenir pos ya era tarde. Dicen que’l Juancho agarró su machete y dijo que me iba a matar por jodido, pero alcancé a tumbárselo y le di un golpe en la trompa. Cuando cayó, yo me recargué en la pared con una mano y agachado hacia el piso, tal vez mirando alguna cucaracha o que sé yo, pero en ese momento lo aprovechó mi compadre pa’garrar una silla que me quebró en la espalda y todavía me dio más golpes en la cabeza y el cuerpo. Aún así, como yo andaba muy borracho, siempre logré darle una patada en la espinilla, pos yo creo que pa’ver si me daba chance de respirar. Dicen que en eso volvió a agarrar el machete y me tiró dos o tres machetazos, que al parecer no me tocaron, pos estoy completo. Pero él no corrió con la misma suerte, ya que se le resbaló el machete y yo aproveché y lo agarré y lo machetié. Ques’que más de diez fregadazos le di. No me acuerdo, por la santísima cruz, se los juro, no me acuerdo. Ya que me lo quebré, dicen que solté el arma y que me senté en el suelo y me quedé dormido. ¡Figúrense, me quedé dormido! Todo bañado en sangre, sangre de mi compadre. ¡Cómo andaría de estúpido!...

Y pos lo demás ya es historia; llegaron los gendarmes y me llevaron a la comandancia. Con todo y que era mi compadre el difunto, no me dejaron ir a velarlo o ya de perdida ir a verlo un momento, ni mucho menos al entierro. Ni modo, que Dios tenga a mi compadre Juancho en su gloria.

Ya ven, ya estoy aquí en la “grande”. ¿Pa’ cuando salgo? Pos un día des’tos. Pero con los pies por delante. Porque si no, ¿pos ya pa’ qué? Voy a estar reviejo. Figúrense, ques’que maté a mi compadre “con alevosía y ventaja”, mire mire, pos cómo no, él me quiso tumbar primero. Eso no valió. “Sádico hombre mata a su compadre”, así decía en los periódicos. ¿Sádico?, ¿pos que’s eso?

Bueno, ¿por qué maté a mi compadre Juancho? o, mejor dicho, ¿por qué él me quería matar? Pos no lo sé a "cencia" cierta, pero... pero me imagino que le habrán chismeado que su vieja lo hacía de menos conmigo y me daba chance de entrar a su casa cuando él no estaba. ¡Pero que idiotez! ¿Pa’que matarse por una vieja? Al fin y al cabo ella tenía la culpa, yo no, ni mucho menos mi pobre compadre. ¡Ay, Mamacita!, cuanta razón tenías al decirme que no me metiera con viejas casadas, pero pos uno es hombre y ni modo de sacarle la vuelta. Si ellas "queren", yo también "quero", faltaba más.

Sí, eso ha de haber sido. Alguna persona chismosa que no tenía nada que hacer le contó que lo hacíamos de menos. ’Ora, por andar de “brinca cercos”, me tengo que fregar. Sé que me voy a morir aquí encerrado. Las paderes no me gustan, y menos estas que están tan altas y regruesas. Yo no nací pa’las jaulas. Me voy a morir de pura tristeza.

Pobrecita mi vieja, tanto que ha sufrido conmigo y todavía tiene que estar batallando ella sola allá afuera, como si no fuera esto ya mucho; pos mis hijos ya están casados y no pueden ayudarla como debieran. Espero que con mis tierritas pueda vivir decentemente, por lo menos. Ella me visita cada fin de semana, me trae mis tortillitas de harina, frijolitos y alguna que otra comida que sabe que me gusta.

Pero no es la misma. ¡Cómo chingados va a ser la misma! Parezco animal de circo aquí enjaulado.

Pero... pos ni modo ¿Qué se le puede hacer? Todo se paga, no hay más. Ya lo decía mi madrecita: “lo del agua al agua”.

¡A cómo no!

José Francisco Padilla Martínez, Sonora, México © 2007

spider77man@hotmail.com

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