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Nunca es tarde si la dicha es buena

Verlo cambió mi vida. Apenas unos segundos, los gritos, la gente corriendo, ahora no sé ni por qué me quedé yo mirando.
–¿Usted lo vio? ¿verdad que usted lo vio?
–Sí, lo vi todo –le contesté, feliz de que alguien me tuviera en cuenta.
–Entonces, por favor, venga conmigo.

No lo podía creer, me hablaba casi suplicando.
–Por supuesto, voy con usted –le dije con una alegría inesperada que hacía mucho tiempo no sentía.

Por primera vez en mis sesenta años de vida entré a una estación de policía. Me escuchaban con atención, incluso hasta copiaban mis palabras, me hacían sentir cada vez más importante, ¿será eso lo que llaman realización personal? Yo nunca me había lucido más que limpiando pisos y aunque, la verdad, disfrutaba al dar brillo a las losas, esto era muy superior. Nunca tuve marido, marido fijo, quiero decir, me avergonzaba la forma de ganarme la vida.

Todas las noches leía al menos una hora para de esta manera aumentar mi cultura y aparentar que trabajaba en un banco u otro lugar importante, pero nada, no tenía a quien decírselo, entre losas y libros fueron pasando los años y consumiéndose mi cuerpo, no así mis ilusiones.

Fui la única persona que brindó su declaración, nadie más había querido involucrarse. Involucrarse, esa palabra me gusta, la aprendí en un libro de sicología que estoy leyendo, igual que eso de la realización personal.

En resumidas cuentas, comprendí que tenía la libertad de ese hombre, es decir, su vida, en mis manos.

No sé cómo, pero consiguió mi teléfono y mi dirección cuando falté al juicio. Ya sabía que era obligatorio asistir pero simulé tener la presión alta; es tan agradable saber que alguien está ansioso por una, y que todo el mundo te va a prestar atención.
–¿Porque no fue al juicio de hoy? me preguntó en cuanto lo mandé a pasar.
–¿Sabes lo que sucede?, que como han pasado algunos meses, tengo los recuerdos un poco borrosos y temo decir las cosas de una manera distinta a la de aquella vez en la policía.
–¿Cómo es eso? Usted lo vio todo y se tiene que acordar, no me puede decir eso ahora. Sabe que yo no tuve la culpa, vaya y dígalo.
–Sí, claro que iré, ya me advirtieron que si no voy la policía me vendrá a buscar.
–Ya usted es una persona muy mayor y me gustaría oír lo que va a decir allá –pude percibir casi una amenaza en sus palabras.
–Voy a decir que tengo como tres versiones posibles de lo que pasó –le dije fingiendo estar molesta.
–Solo hace falta que diga una, la misma que declaró hace seis meses y que, además, es la verdad, pero si lo que está buscando es que le pague la declaración, está bien, dígame cuánto quiere y salgamos de esto ya.

Al darme cuenta de lo que era capaz de pensar de mí, decidí revelarle mis verdaderas intenciones.
–Siéntate, por favor –le pedí humildemente. Respiró profundo y volvió a sentarse. Entonces le confesé:– Quiero que te quedes aquí conmigo, que vivas aquí, no me importa como seas ni los vicios que puedas tener, quiero saber lo que es tener un marido en casa y no creo que me quede mucho tiempo para saberlo.
–¿Está loca? Sí, eso es. Voy a conseguir un certificado de un siquiatra que diga que usted está loca de remate y fin del cuento.
–Sí, yo al manicomio y usted a la cárcel, fin del cuento.
–¿Pero qué es todo esto?
–Ya se lo dije, señor, no lo complique. Quiero saber lo que es tener un marido al que prepararle la comida y decirle a las vecinas: Mi marido me está esperando. Nunca he dicho esa frase, y suena tan bien... Y ya sabemos que la única persona en el mundo que lo vio todo fui yo, que además no hay otras pruebas, y que van a creer lo que les diga. No quiero hacerle daño, al contrario, quiero tener la oportunidad de hacerlo feliz y serlo yo de una vez. Al final, hasta con la casa se podrá quedar.
–Suponiendo que acepte, ¿no le da miedo pensar que después que yo tenga mi libertad me largue y punto?
–No, querido, ya tengo claro que el proceso de revisión se puede iniciar en cualquier momento que haya cambios sustanciales, y para eso hay 20 años, 20 años contigo creo me alcancen.

De todo esto ya han pasado diez años y creo que sí, que lo hago feliz. Ahora los dejo, mi marido me está esperando.

Ana Núñez González, Canadá, Cuba © 2009

anynunez@gmail.com

Ana Núñez González nació en la Habana en 1971. Es licenciada en Derecho por la Universidad de la Habana y egresada del Centro de Formación Literaria "Onelio Jorge Cardoso" de la misma ciudad. Sobre el cuento confiesa que le gusta leerlos, escribirlos y vivirlos. Ha publicado cuentos en Cuba, Brasil y España. Actualmente vive y trabaja en Canadá.

Otros cuentos de la autora en Proyecto Sherezade:

  • Pelos en las orejas o divorcio a los setenta
  • La majadera del 67

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