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Continuidad en los autobuses

"Desde que me he levantado no he hablado con nadie, excepto en el trabajo. Según van pasando los minutos mi ánimo se va haciendo más y más insoportable. Pero resulta que la ciudad está llena de gente (y de coches). Subo al autobús urbano, me agarro como puedo a la barra para no caerme, y aún así consigue el conductor casi tirarme al suelo (día completito). Pero, ¡oh, sorpresa!, veo allí al fondo dos asientos libres, cosa inexplicable en hora punta. Voy disparada hacia ellos y me siento delante de un chico joven. Está dormido, con la cabeza hacia atrás y la boca abierta. Lleva unas gafas de miopía enganchadas en su enmarañado pelo rubio. Y pienso en lo que me dice siempre una amiga mía, "unos mean en lata y no suena". Y me imagino a mí en la misma postura y sería de todo, menos agradable de ver. Tiene una nariz algo grande, pero los labios igual de grandes, y la cara afeminada le da un cojunto armónico. Me digo, tiene que ser gay. Con un jersey morado, y perfectamente conjuntado con su mochila. Pero sus piernas abiertas 90 grados, y su descuidado aspecto me lo hacen dudar (además de mis feromonas que chillaban que "eso" no podía ser gay). Cuando se da cuenta de que hay alguien delante se incorpora, cierra la boca y se pone y se vuelve a quitar las gafas. Durante unos minutos mira alrededor como perdido, con los ojos hinchados todavía del sueño y me mira. Abre su mochila y saca un libro. "Sonatas de Schubert" en alemán. Me doy cuenta de que en su mano izquierda lleva una venda, como la de los futbolistas, y me acuerdo de que en el conservatorio los violinistas las llevaban, en la mano izquierda, para no lesionarse con las notas más agudas. La mayoría de las sonatas de Schubert son para violín y piano. Es violinista. Parapetada tras mis gafas de sol no aparto mis ojos de cada uno de sus detalles. Detrás hay unas mujeres mayores que vuelven la cara para verle y cuchichean. Pero mi calle está cerca. Bájate aquí, bájate aquí. Cojo mi bolso, clara señal de que mi parada es la siguiente. Me mira, me deja paso y me voy. Él viene detrás mía. Bajamos del bus y, cómo no, yo voy hacia izquierda, y él a la derecha. Horas más tarde llego a mi casa y, todavía no sé por qué, me pongo a buscar en el youtube. Y menos sé aún por qué encontré un vídeo de "The way we were". Y cuál sería mi sobresalto, estúpido e infantil, al ver el comienzo de la película. Él hermoso y digno... con el cabello rubio y durmiendo con la cabeza hacia atrás y la boca abierta. Y ella fea y contestataria, que le mira."

Esto fue un 15 de diciembre. No lo volví a ver. Hasta este 11 de junio, lunes. Me acordaba perfectamente de su cara. Aunque más delgado y menos favorecido, pero daba igual, era él, estaba segura. Me senté de frente pero bastante lejos. No tuve problemas para verle porque había poca gente. Silbaba y miraba por la ventana con una camiseta azul oscura. Se bajó en la misma parada de "siempre". Yo me lo tomé con ironía, casi no me lo podía creer, lo he visto otra última vez, en el mismo autobús, misma hora, meses después. Pero el problema llegó el martes. ¿Y si lo vuelvo a ver?, ¿le digo que tiene escrito un post dedicado a él?... Subí al mismo autobús, la misma hora, y ahí estaba. Esta vez le eché coraje y me senté con él. No paraba de moverse, esta vez con una camiseta verde, hasta que sacó un libro de la mochila y se puso a leer "El vizconde demediado" de Italo Calvino. Me quedé helada. Ya es extraño ver a gente leer, no digamos ya a Italo Calvino, y que no sea su "Barón rampante". Yo aproveché y no dejé de mirarle, sabía que podía ser la última oportunidad y que yo, al fin y al cabo, no iba a mover un dedo. En ese momento me llamaron por teléfono para concertar una reunión de trabajo. Mientras me hablaban se les cayó una estantería encima, con el consiguiente ruido, y yo, sin poder ocultar mi euforia de haberle vuelto a ver, no tuve más remedio que partirme de risa. A todo esto él seguía leyendo. Acababa de guardar mi móvil en el bolso cuando sonó el suyo. ¿Sí?, ¿quién es, movistar?, no gracias, no me interesa. Con voz grave y algo de acento extranjero, pero con un perfecto castellano. No podía evitar mirar por la ventana mientras le escuchaba sin dejar de sonreír, qué casualidades da la vida. Esta vez tenía que bajarme en su misma parada, además. Ya menos segura al tener que incluir acciones a éste cúmulo de pensamientos, salí y casi me tuerzo un tobillo, pero salí relativamente bien del traspiés. Bajé casi corriendo por los nervios, sabía que andaba detrás mía. Crucé el paso de cebra y esperé mi semáforo como quien no quiere la cosa, pero de pronto me di cuenta de que no estaba. ¿Se habrá parado hoy en otro lado?, ¿habrá cogido otro desvío? Yo seguía andando hacia la calle por donde siempre se metía, una calle estrecha y vacía. Miré hacia atrás y nada. En fin, qué más podía pedir, había estado bien la cosa... Dos días seguidos. ¿Sería casualidad?, ¿volvería a desaparecer? Eché un último vistazo melancólicamente hacia la parada de autobús y... aquí estaba, justo detrás mía. Pasó a mi lado, con su camiseta verde y la mochila, y se metió en un bloque de pisos. Muy bien, aquí vive, C/ Virgen de Montserrat. Montserratito. Por dios, quita, quita...

Miércoles a la misma hora. El autobús no pasaba. Si se retrasa es posible que haya cogido otro anterior. Lo más seguro es que no lo volviese a ver, pura estadística. Ahí está el bus. Me subo, llego hasta la parte de más atrás, y nada, no está. Me lo olía. En fin, era lógico. Y yo que traía mi libro de Cioran... Qué vacío parecía el autobús entero. En fin, era esperable. Fue subiendo gente en las distintas paradas, se iba llenando el bus, pero estaba igual de apagado. Hasta que... ahí está. Hoy cogió una parada más lejana. Pero ahí está. Con su camiseta verde de ayer (qué guarro, jajaja). A mi lado no había nadie, pero esta vez no se sentó, se quedó de pie junta a la ventana, de nuevo silbando. Y ya sí, mirando hacia la chica que veía por tercera vez en la semana y que no dejaba de mirarle. A la hora de bajarse del bus esta vez fue él el que dio el traspiés, y yo la que tuve que quedarme esperando mi destino, que no era el mismo de él, hoy por lo menos...

Jueves. Hoy sí, hoy tenía que verle. Si lo he visto los tres primeros lo normal es que hoy también. Mismo bus, misma hora, subo atrás del todo y nada, no está. Pero da igual. Sé que se puede subir más tarde. Pero tampoco. Me bajo en mi parada y... qué triste todo. Alguien con el que no he hablado en mi vida (ni hablaré), pero qué triste se ha quedado hoy todo. Para colmo ha empezado a llover, una lluvia débil, intermitente, pero que cala tanto...

Silvia María Álvarez Merino, España © 2007

silviabook@hotmail.com

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