Señorita Paula nos enseña cosas que no sabemos, y cuando acaba de enseñarnos nos damos cuenta que sabemos cosas nuevas, cosas que ninguno de nosotros sabía antes. Nadie sabe como lo hace y creemos que nunca lo sabremos.
Señorita Paula nos trae la comida bien temprano cada día para que nos alimentemos. Deja la cacerola con el guiso humeante que ella misma prepara, encima de una banqueta enana, que nos regaló para nuestro primer cumpleaños. Luego se retira a una esquina de la habitación haciéndose la desentendida y se pone a mirar para cualquier parte como si estuviera interesada en el techo o en las paredes o en las cosas que mira. Pero nosotros sabemos que ella lo hace para que podamos acercarnos sin vergüenza a la cacerola y comer a gusto las papas hervidas, los trozos de carne de ternera, los camotes dulces, los granos de arroz, los garbanzos, los fideos con forma de moño. Señorita Paula, la comida está muy sabrosa, nunca deje de traernos comida y agua, no queremos morirnos de hambre y de sed.
Señorita Paula nunca deja de traernos comida y agua. Por eso la queremos tanto. Por eso y porque nos cuenta historias al terminar de comer.
Cuando la oímos dar sus pasitos tuc tuc tuc nos preguntamos qué historia nos contará hoy. Nosotros no lo sabemos pero queremos saberlo. Entonces comemos apresurados y se nos atragantan las semillas de mandarina que nos trae de postre. Señorita Paula, estamos atragantados con una semilla de mandarina, tenemos la cara morada y los ojos llorosos. Ayúdenos, Señorita Paula. Entonces ella nos golpea con sus manos suaves, uno por uno en la espalda hasta que expulsamos la semilla de mandarina entre toses y jadeos. Gracias, Señorita Paula. Y seguimos comiendo apresurados hasta que nos volvemos a atragantar con las semillas de mandarina. Señorita Paula, otra vez estamos atragantados. Y otra vez nos golpea con sus manos suaves, uno por uno en la espalda, y otra vez expulsamos la semilla de mandarina, ahora con una tos dura y quejosa. Señorita Paula sabe contar las historias más hermosas que se le puedan ocurrir a una persona. Algunas de sus historias tratan sobre cosas normales y otras sobre la realidad. Nosotros preferimos las que tratan sobre la realidad porque son las más extrañas y las que más nos asustan, pero también nos gusta oir historias sobre cosas normales porque son muy divertidas y chistosas. Señorita Paula pasa ratos largos sentada en el medio de la habitación, con las piernas extendidas y cubiertas por su enagua de color celeste. Así dice que se siente cómoda, y nos narra sus lindos cuentos usando palabras apropiadas para que podamos entender todo lo que ella nos explica. Señorita Paula, cuándo podremos salir allá afuera a ver la realidad. Nunca, nos contesta Señorita Paula. Y luego nos insulta, apestosos apestosos. Nos dice feos y estúpidos, y luego vuelve a decir muchas veces apestosos apestosos. Entonces nosotros nos ponemos muy tristes y lloramos y pataleamos, haciendo un ruido terrible que duele en nuestros oídos y en los oídos de Señorita Paula. Algunas veces nos ofendemos tanto tanto que la tristeza se transforma en rabia, y saltamos sobre Señorita Paula, agarrándola por debajo y mordiéndole las piernas hasta hacerlas sangrar. Le gritamos palabras muy hirientes. Señorita Paula, usted es una puta de mierda. Y la seguimos mordiendo, excitándonos con el olor de su sangre y clavando nuestros dientes afilados en su carne tierna, para que sufra mucho con el dolor de la piel desgarrada y el músculo roto. Al final siempre se logra zafar de nuestros picotazos y de nuestros colmillos y huye corriendo desesperada tuc tuc tuc, sin olvidar trancar la puerta con los tres pestillos y la cerradura doble.
Pero Señorita Paula es muy buena y siempre nos perdona. Los perdono, nos dice desde el otro lado de la puerta. Nosotros la sentimos llorar y nos martirizamos por ser tan malvados y tan apestosos apestosos. Muy preocupados nos juntamos en los rincones de la habitación formando pequeños corros de tres o cuatro y decidimos no hacer sufrir más a Señorita Paula. Alguno de nosotros tiene que ser el culpable de que seamos así de malos, decimos, alguien tiene que pagar con su vida por hacer llorar a Señorita Paula. Luego nos ponemos muy serios y caminamos de un lado para otro con los dedos de la manos amontonados en la barbilla y el ceño apretado contra el vértice superior de la nariz.
Siempre tratamos de culpar a alguno que sea débil para que no nos cueste demasiado estrangularlo. Lo arrinconamos contra la esquina donde nunca da la luz y lo pateamos en el estómago hasta que nos aburrimos, para quitarle las fuerzas. Entonces nos lanzamos contra su cuello, endureciendo nuestra manos sobre la yugular hasta que nos parece que ya está muerto, para poder rematarlo quebrándole la columna vertebral o arrancándole el corazón o los pulmones. tuc tuc tuc. Señorita Paula, le gritamos por debajo de la puerta, el malo ya está muerto, ahora seremos siempre buenos y ya no seremos apestosos apestosos, tráiganos comida y agua, y cuéntenos historias de cosas normales o de la realidad. Señorita Paula, explíquenos cosas que no sepamos para poder saberlas. tuc tuc tuc. Ella camina para todas partes con sus tacones y sus trotes quisquillosos que a veces parece que tienen un destino o un propósito, y otra veces no. Señorita Paula, no nos tenga miedo, el malo está muerto. Y pasamos el cadáver cortado en trocitos pequeños por debajo de la puerta para que ella nos crea.
Cuando pasan muchos días en los que nosotros somos buenos, Señorita Paula canta canciones al otro lado de la puerta y sus zapatones tuc tuc tuc bailan, dan saltitos y chocan de forma rítmica contra las baldosas. Se la oye properir grititos lindos y decirle palabras dulces a la soledad. Luego de darnos de comer, nos baña en una palangana roja que saca del armario empotrado en el techo y se divierte enjabonándonos y llenándonos los ojos con espuma hasta que se nos quedan del color de la sangre caliente. Nos va poniendo sobre la toalla con la barriga para abajo, nos seca la espalda con un ventilador que sopla aire tibio y nos hace dar risa al contarnos las costillas o al tironearnos del rabo, muy despacio para no hacernos daño.
Señorita Paula nos explica cosas que no sabemos: Hoy significa lu-nes, lu-nes, lu-nes; Ayer significa do-min-go, do-min-go, do-min-go. Señorita Paula sabe muchas cosas del tiempo, sabe cuanto dura un minuto y a que lugar se van los días cuando se van. Todas esas cosas ella nos las explica con una cara muy seria y levantando la mirada por encima de sus anteojos de armazón nacarado. Ella nunca se cansa de explicarnos: mie-do, mie-do; lo-cu-ra, lo-cu-ra; no-so-tros, no-so-tros. Señorita Paula nos explica que no-so-tros significa nosotros, y que nosotros somos nosotros. Señorita Paula, quiénes somos nosotros.
Señorita Paula no siempre elige al mismo para explicarle quienes somos nosotros. Algunas veces elige a uno, Algunas veces elige a otro. Lo levanta con sus manos y lo hace deslizar a través de su escote pronunciado y tan lindo que parece de mentira. Allí lo aprieta fuerte fuerte, lo espachurra y lo asfixia hasta que se muere. Señorita Paula nos dice: el que entra en mi escote ya sabe quién son nosotros y el que sabe quién son nosotros debe morir. Nosotros recogemos el cuerpo muerto del elegido que cae por debajo de la falda de Señorita Paula, y lo quemamos en una pira porque creemos que así está bien.
vier-nes, vier-nes. Los días que se llaman viernes nosotros odiamos a Señorita Paula. Los días que se llaman viernes, Señorita Paula se comporta de un modo raro y no nos trae comida buena, sólo un trozo de pan frito y un poco de agua tibia. Los viernes viene Señor Amigo a visitar a Señorita Paula. tuc tuc tuc toc toc toc. Nosotros, a Señor Amigo le decimos Señor Cabrón. Lo odiamos mucho y cada día que se llama viernes le pedimos a Señorita Paula que traiga a Señor Amigo a la habitación para poder matarlo y arrancarle las tripas con las uñas. Pero Señorita Paula nunca trae a Señor Amigo, y siempre lo deja allá afuera.
Uno de nosotros, el segundo más inteligente detrás de mí, dice que Señor Amigo quiere robarnos a Señorita Paula para ser el elegido siempre y para que nosotros nos muramos de hambre y de sed. A Señor Amigo le gusta ser el elegido, dice otro de nosotros. Está muy bien que le digamos Señor Cabrón a Señor Amigo, digo yo.
Señor Cabrón, le gritamos por debajo de la puerta, váyase a la puta que lo parió, nos nos robe a Señorita Paula, no sea malo, no queremos morirnos. Luego le decimos: Señor Cabrón, venga con nosotros, no lo queremos matar, sólo le vamos a explicar cosas que usted no sabe. Pero Señor Amigo nunca cae en nuestra trampas para acabar con él.
toc tuc toc tuc toc tuc. Cada viernes nos subimos unos encima de otros junto a la puerta para espiar a Señorita Paula y a Señor Amigo a través de la cerradura. Qué están haciendo, preguntamos los que no podemos ver. Señor Amigo está siendo el elegido de Señorita Paula, nos contestan desde arriba. Señor Cabrón, Señor Cabrón, deje de ser el elegido de Señorita Paula., le gritamos.
Nosotros sospechamos que Señor Amigo es Señor que sabe magia porque es un elegido muchas veces y nunca se muere. Señor Amigo está siendo el elegido más elegido que nunca se haya visto, nos dicen desde arriba. Uno a uno nos turnamos para ver como Señor Amigo se mete entre las piernas de Señorita Paula. tam tam tam. Nosotros nos volvemos locos, y la torre que sostiene a los espías se desmorona. En el suelo nos comenzamos a atacar a cornadas, convirtiendo la habitación en una laguna de sangre sobre la cual seguimos luchando, mientras algunos, desesperados, se lanzan de cabeza contra la puerta intentando voltearla.
Del otro lado se oye un griterío hecho con los gritos de Señorita Paula y de Señor Amigo, y aquí nosotros nos despedazamos contra la madera de la puerta. Señor Cabrón, en cuanto lo agarremos los vamos a hacer mierda. Cuando se crea un boquete en la puerta nos desparramamos para todas partes, rompiendo adornitos de cerámica y porcelana, rajando las cortinas y las alfombras, haciéndolas pedazos con las manos, cagando sobre los manteles de lino, enchastrándolos, buscando con desesperación a Señorita Paula y a Señor Amigo, estropeando todo. Apestosos, somos apestosos apestosos. Nos pisoteamos unos a otros, arrastrándonos por debajo de las sillas y las mesas. tocotón tocotón. Señorita Paula, dónde está.
Los primeros en llegar le saltan a la cara a Señorita Paula y le desgarran las mejillas. Los demás atacamos a Señor Amigo. Algunos se le meten por la boca, bajan por la garganta y se los oye comiendo carne viva en el interior del cuello. Nunca habíamos visto tanta sangre y enloquecemos como nunca habíamos enloquecido. Yo me divierto tironeando de su ombligo, ahora transformado en una tripa larga y tensa, parecida a una culebra. toc toc toc. Señor Cabrón, no camine que entonces no lo podemos matar. Y Señor Amigo ya no camina, se detiene antes de llegar a la ventana del dormitorio de Señorita Paula y se desploma, salpicando sangre espesa contra las paredes y las sábanas. Señor Cabrón, Señor Cabrón, muérase de una puta vez, gritamos y gritamos dando mordiscos sobre la carne que se resiste a despegarse del hueso. Hacemos una ronda a su alrededor, danzamos movimientos que nos parecen adecuados para la ocasión y cantamos canciones de la muerte. Se van sumando también los demás, que ya han desfigurado el rostro de Señorita Paula hasta dejar partes de la calavera a la vista.
Nunca habíamos sido tan felices. Y Señorita Paula ya no llora, las cuencas de sus ojos están vacías de bolas oculares y abrumadas de coágulos rojos apelotonados. vier-nes, vier-nes. Señorita Paula, cuando los días se llamen viernes ya no tendremos que odiarla porque ahora ese hijo de puta de Señor Amigo está muerto. Señorita Paula, ahora tiene la cara rota y horribe horrible, ningún Señor Cabrón va a querer ser su elegido. Señorita Paula, baile con nosotros.
Señorita Paula baila con nosotros pero tropieza contra las paredes y los muebles. Cae y se golpea las rodillas. Contínuamente la tenemos que estar poniendo de pie. Cante, Señorita Paula, cante con nosotros. Su voz dulce y licorosa apenas se oye, sus palabras apenas se entienden, acanaladas entre las gárgaras de sangre y bilis que caen sobre nosotros en forma de gotitas finas. Uno de nosotros descubre un paraguas en un paragüero y lo usamos de la forma en que Señorita Paula nos explicaba que se debían usar los paraguas. Vamos todos allí debajo, gritamos, protejámonos de los vómitos repulsivos de sangre y bilis de Señorita Paula, alcemos el bastón del paraguas hasta lo más alto que podamos. Señorita Paula, gracias por explicarnos cosas que son muy útiles. Señorita Paula, ahora usted también es apestosa apestosa. cri cri cri.
Ella sigue bailando, como una loca baila. Levanta los pies hasta una altura increible. Levanta las manos y aulla y aplaude. brtrguf brtrguf, chilla ella, brtr-guf, brtr-guf, repetimos nosotros. Señorita Paula se revuelca por el suelo, girando y girando. Ahora nos damos cuenta que está desnuda, ahora nos damos cuenta que tiene un cuerpo hermosísimo. Si otro Señor Cabrón ve el cuerpo hermosísimo de Señorita Paula querrá ser el elegido, destruyámoslo, así seremos los únicos elegidos. Primero le destrozamos los pechos, hermosos, luego las manos, también hermosas. Al llegar al hueco entre las piernas comenzamos a enloquecer por culpa del olor romántico que rezuma de allí. Desesperados, desesperados, nos asesinamos unos a otros para ser los primeros en morder. grrr, grrr. Señorita Paula, Señorita Paula, usted es la mala, usted tiene la culpa de que seamos apestosos apestosos. ma-la, ma-la. Usted y ese olor a Señorita Paula que nos vuelve malos. Señorita Puta, Señorita Puta. Entonces la rematamos, tirando de sus tripas a través del hueco de sus piernas y orinamos encima de sus restos para acabar con ese olor maldito.
Somos libres, somos libres, ya no queremos ser los elegidos, ya no hace falta que nos alimente y nos cuente historias estúpidas una puta de mierda. Salgamos de aquí, vamos a ver la realidad. Bajamos escaleras, abrimos puertas. tic tic tic. Salimos a la calle a ver, a mirar, a estar allá afuera. La realidad estaba lloviendo y llena de personas, todas del mismo color pero con olores diversos. Hagamos lo que Señorita Paula nos explicó que ella hacía en la realidad, nos decimos unos a otros. La multitud de la gente nos mira por el rabillo del ojo, pero de a poco se desinteresa y vuelve a mirar a ninguna parte.
Nos ponemos de pie, les copiamos los pasos a las personas. En pocos minutos, tan cortos como nos contaba Señorita Paula, comenzamos a pasar desapercibidos, cruzando los semáforos en verde, comiendo al mediodía, cenando a la noche, leyendo y escribiendo, aficionándonos a la cerveza y al tabaco, trabajando en fábricas, tiendas y almacenes, comprando televisores, chocolate y sexo, vendiendo esto y lo otro, intercambiando palabras con Señoritas Putas, Señores Cabrones y toda esa gente de mierda.
Darío Hernando Martínez Martínez , Argentina, España © 2003
daricur@hotmail.com
Darío Hernando Martínez Martínez nació en San Rafael - Argentina en enero de 1978, donde residió, con algunos cambios de domicilio intermedios, hasta 2000, oyendo narraciones de su abuela - a quién adora -, charlando con amigos, trabajando en variadas actividades, desde laboratorista hasta promotor de seguros de sepelio y cosechador de fruta, pasando por dos semestres en la Facultad de Ingeniería y uno en Análisis de Sistemas; actividades éstas que nunca le evitaron seguir cultivando su afición por la lectura, especialmente por sus admirados Borges, Cortázar, Cervantes, Kafka, y su envidiado García Márquez, sin olvidar algunos acercamientos tímidos a la redacción de relatos. Ya en España, sigue hasta el presente con sus trabajos ocasionales, pero descubrió que era feliz escribiendo ficciones y más ficciones, y que aquello se parecía demasiado a estar enamorado. Desde ese bendito momento aprovecha cada segundo libre para pensar en qué escribir, y escribir sobre lo pensado. Por estos días ha llevado una novela a una editorial y espera pronto recopilar algunos relatos. También cada dos semanas sigue intentando empezar otra novela, más que todo para seguir aprendiendo a novelar.
Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Ningún escritor puede agregar un sentido nuevo a sus propias palabras. Si puede hacerlo, debería escribirlas otra vez.
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