"¿Qué es esto? Vaya, me he clavado un vidrio en el zapato. Este piso está hecho un desastre, como de costumbre. No entiendo por qué no he contratado a una mujer que se tomara interés por ponerlo decente.
El comprador está a punto de llegar y está claro que este montón de trastos llenos de polvo no va a mejorar la oferta de anoche.
Ya no importa. Debí pensar en ello ayer, cuando prácticamente habíamos cerrado el trato. La conversación fue tan cordial que no pude negarme a aceptar la venta del piso, aunque no se si no me habré precipitado. Nunca he sido muy bueno en cuestión de negocios, soy demasiado visceral en todo, como dice mi mujer.
Llegó un momento que estaba tan entusiasmado con los proyectos del muchacho, como si fueran los míos propios. Dije rápidamente que sí, y ahora que estoy aquí, siento que me ataca la nostalgia por todas partes.
El retrato de mi madre aún sigue en la pared, qué extraño, no recordaba su imagen exactamente así. Hay que ver las pasadas que nos juega la memoria a veces. He tardado demasiado tiempo en volver.
Fíjate, aún esta aquí la vieja cama que tanto sabe de mí. Cuántas escenas de mi vida encerradas en estas paredes. El simple hecho de estar entre ellas, me pone un poquito nervioso. Espero que no existan los fantasmas, porque estos recuerdos que me asaltan, son como sombras agazapadas detrás de las cortinas y bajo los muebles. Podría jurar que respiran y pasean por la casa detrás de mí.
Esta ventana está atascada. Y hay que ver lo lleno de maleza que esta el patio. Qué sensación de abandono. No he podido olvidar la imagen de este patio aquella noche en que tuvimos que pelearnos con una rata asquerosa y provocadora, que se nos enfrentó con una valentía digna de un ser de nuestro tamaño. Era mas grande que un conejo y nos miraba desafiante con sus ojos redondos y negros. Levantaba las patas delanteras como para luchar de pie y no dudó en atacarnos cuando se sintió en peligro.
Éramos inseparables Luis, Fernando y yo. Además de Elisa claro, ella estaba en el mismo centro de nuestro triángulo. He pensado en ella tantas veces. ¿Qué habrá sido de Elisa? Elisa, con su cabello largo y su piel morena. Elisa con aquella blusita de verano y su pecho adolescente, con su mirada dulce y sonriendo siempre, como si lo malo de la vida no fuera con ella.
La cosa se puso muy fea aquella noche en que tuvimos que enfrentarnos al maldito animal. Yo tuve que estrangularlo con mis propias manos, cuando se coló por la pernera de mi pantalón amenazando mi masculinidad con sus dientes de roedor.
¡Dios, que miedo pasé aquella noche! ¡Que asco! Tuve la pierna amoratada y llena de arañazos durante meses.
No sé si Elisa estuvo enamorada de mí alguna vez. Siempre he querido pensar que lo estuvo, ella misma me lo dijo, aunque nunca supe realmente qué era lo que encontraba de atractivo en mí. Realmente no me sorprendió nada que se fugara con mi amigo Luis, antes de que yo estuviera en situación de comprender lo que estaba sucediendo.
Siempre he sido demasiado convencional, siempre he estado demasiado pegado a la tierra. Ella aprendió a volar antes que yo. Mientras yo soñaba con una vida de hogar, un mundo desconocido y nuevo flotaba en su cabeza y una voz que no era la mía la llamaba.
Se me fue el santo al cielo, no supe darme cuenta y se fue. Se alejó de mí. Y mira que me jode reconocerlo todavía, después de tantos años y tantas vidas. Aun siento un pequeño dolor al ver, como estoy viendo en este momento, los trozos esparcidos por el suelo de su espejo roto y sus pinceles, con restos de pintura seca. ¿Qué habrá sido de ella?
Aquí está, figúrate, aquel librito de poemas de la Rosetti que tanto nos gustaba: "Cosería limones a tu espalda y bla bla bla bla..."
Podría escribirle una carta, aún se de personas que me podrían facilitar su dirección. Aunque ahora ya ¿para qué?, ya no leería mis cartas con fruición. Seguramente ya no sonreirá, como solo ella sabía sonreír, cuando salía de entre las sábanas como un sol medio dormido que se desperezaba para mí.
Éramos tan jóvenes... Yo solo deseaba que fuese para mí. Solo mía. Tan mía como la sentí aquella tarde en que volvió de vacaciones, y quitándose la camiseta, me pidió desesperadamente que hiciéramos el amor. De nada sirvieron mis consejos de calma, mis requerimientos de que lo pensara bien antes de hacer algo de lo que no estaba segura.
Pero estaba segura. Estaba tan morena, tan hermosa. Y yo me sentía tan fuerte, tan vital. Entré en ella, como siempre había imaginado, suavemente, despacio, como se entra en un templo sagrado. Era nuestra primera vez y yo no me había sentido nunca como llegué a sentirme después: hundido, acabado, lleno de rabia y de dolor.
No se cómo pude pasar toda la noche sentado en la puerta de su casa. No se cómo pude beber tanta ginebra. La imaginé bailando con otros, riendo para otros. Amigos, dijo que seríamos amigos. Y me lo dijo a mí, que lo había sido todo.
No se por qué recuerdo hoy tantos detalles que ya había olvidado. Siento que me afecta la casa. Seguramente aquel anillo de boda que le regalé sigue allí, en el parque norte donde lo enterramos. Hace años, me gustaba imaginar que el brillo de la plata era un punto de luz bajo la tierra, que alumbraba las raíces de los árboles. Espero que no lo hayan movido mientras picaban para construir la nueva carretera. Es posible que alguno de los albañiles de la constructora lo encontrara por casualidad y se lo haya regalado a su mujer. Tendría gracia que hubiese encontrado otro dedo que le diera sentido.
No se cómo olvidar el desastre que vino después de la ginebra y de la noche en blanco, sentado bajo el marco de la puerta de Elisa. Hay borracheras en las que olvidas todo lo que no quieres recordar, no entiendo por qué jamás se me ha olvidado a mí todo aquel desastre.
Nunca me he vuelto a ver en una escena así, cuchillo en mano, destruyendo todo lo que me recordaba a ella. Atravesando de un tajo los lienzos de colores con el óleo a medio secar. Rompiendo los espejos a los que daba vida, pintándoles siluetas de mujer.
¿Qué pasaba por mi cabeza entonces? No lo recuerdo, seguramente mucho dolor adolescente. A mí, por entonces, sólo me habían contado que en estas cosas del amor yo era un hombre, y que los hombres deben tener ciertas prerrogativas. Yo, lo único que quería, era a Elisa, solos y juntos para siempre jamás; que ella se fuera, no estaba escrito en mi guión.
No sé si eso lo explica. En este momento ya no importa demasiado, debería pensar en la venta del piso y dejarme de tonterías, no tengo tiempo para dejarme llevar por los fantasmas de la casa.
Sigo siendo el mismo hombre. En el fondo de mí, tengo la impresión de que no he cambiado demasiado, salvando las distancias. He aprendido, he crecido y hoy voy a utilizar este cuchillo, para abrir una olvidada y vieja botella de vino. ¿De dónde habrá salido? Me pregunto si estará aquí desde entonces. Tal vez esta sea una historia que contar a mi hija una de estas noches.
Esta copa no está muy limpia, pero ¿qué importa?, no voy a preocuparme ahora por un poco de polvo.
Hay mucho que limpiar aquí, menos mal que el comprador es joven. Ayer, por un momento, pensé que iba a volver a convertir la casa en un estudio de pintor, pero no, se trata de diseño gráfico por ordenador.
Ha pasado el tiempo, han cambiado las cosas. Es lógico, yo tampoco sigo siendo aquel Antonio que era entonces, me he convertido en ese tipo que me mira desde el espejo mas calvo y un poco más arrugado.
Es bonito el color de este vino. Voy a poner el portarretratos aquí sobre la mesa para así poder brindar contigo, Elisa. Tú para mi siempre serás así, como te veo ahora con esa misteriosa sonrisa en blanco y negro que me sigue volviendo loco como entonces.
¡Salud! ¡Por ti, Elisa! ¿También por mí? Gracias, eres muy amable."
Paz Martín, España © 1999
martan_2000@yahoo.es
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