Regresar a la portada

Como Romeo y Julieta

No existe la Felicidad,
sólo los momentos felices...

Ernesto Sábato

Josefa lo miraba con la atención fija a cada palabra de quién admira profundamente a alguien. En la cabina del Iveco hacía un poco de frío, pero no les importaba, no a ellos. Apoyada sobre un almohadón rosa (o salmón, como le gustaba decir a ella cuando se hacía la fina), estaba desnuda de la cintura para arriba. Se preparaba para quitarse el resto de la ropa cuando él le tiró sin anestesia la idea.
–Dejate de joder, Gordo –alcanzó a decir con la voz entrecortada por la adrenalina.
–¿Por qué, Roxi, no te gusta la idea? Morirnos como Romeo y Julieta, juntos para siempre.
–Ya te dije mil veces que no me llames con mi nombre de puta o te empiezo a cobrar.

Eso la enojaba y él lo sabía, pero era su manera de tranquilizarla: cuando se enojaba se le iba el miedo.
–¿Y cuánto me cobrarías?

Sonreía, le gustaba ese juego.
–¿Para qué preguntás si no podés pagarme? Soy muy cara para vos, ya sabés...

Se quedaron en silencio por un momento mirándose profundamente, diciéndose con los ojos cosas que ni mil palabras podrían expresar.
–Pepa, yo te amo, ¿sabés?
–Yo también, Gordo, pero la verdad que me hiciste asustar, eso de hacerme venir a los pedos para acá y encima me salís con la pelotudez del Romeo éste, qué se yo...

Él la había llamado temprano a la mañana para pedirle que se encuentren en el lugar de siempre pero a una hora inusual para sus encuentros que siempre eran a la tardecita. Inútil fue que ella le rogara que le diga para qué, si lo único que querés es coger, aguantate hasta la tarde le había dicho, pero el Gordo nada, ni mu, que nos encontramos a la mañana en la Shell, ya te voy a contar.
–¿Sos feliz? ¿Te gusta esta vida de mierda? –le dijo con tristeza en los ojos, pero sin dejar de sonreír.
–No, Gordo, pero ¿qué querés que haga? ¿Volarme el mate con vos? –cantó con tonada cordobesa del interior.

Lo miró fijo un instante.
–Dejate de joder, Gordo, ¿vos no estarás hablando en serio ¿no?

Él se demoró un momento en contestar y al final dijo:
–¿Te acordás lo que te prometí hace cuatro años atrás, la noche que cenamos sándwiches de mortadela al lado del río?

Eso disparó una cantidad de recuerdos en su cabeza, fue la noche que ella cumplía 34 años. Hacía casi un año que salían y por primera vez ella le había dicho que lo amaba, él la abrazó con fuerza y le hizo una promesa.
–Sí, que me ibas a sacar de esta vida y me ibas a hacer feliz, no importa lo que tuvieras que hacer, pero no... –estaba diciendo cuando él la cortó en seco con el dedo índice posado sobre sus labios.
–¿Sabés que tengo acá? –preguntó señalando un sobre blanco que estaba arriba del panel de control del camión pero que ella notó por primera vez en ese momento. –No, Gordo, ¿qué es?


Le pidió que lo abriera y lo leyera y que si no entendía algo él se lo explicaba. Ella lo hizo y al cabo de una par de minutos lo miró largamente.
–Habla de alguien que se murió, Antonio Villar. ¿Un pariente tuyo?
–Parece que era mi padre.

Ella lo miró con incredulidad. Estaba por hablar cuando él la interrumpió para contestarle la pregunta que ella iba a hacer en ese momento.
–Yo te dije que no lo había conocido, no que no tuviera ni que estuviera muerto.
–Pero sí esta muerto. Y acá habla de una herencia, ¿qué te dejó?

Él hizo una seña con el dedo indicándole que leyera más abajo. Ella lo miró con una gran mueca de alegría que comenzaba a asomarle por la cara. Bajó la vista y siguió leyendo. A los diez segundos se escuchó un grito.
–¡Madre de Dios! ¡Dos millones de pesos! ¡Dos!... cuán... ¿cómo puede ser?
–Parece que el viejo hijo de puta no tuvo más hijos que este Gordo... y que estaba forrado en guita.

A Josefa los ojos le brillaban de tal manera que el Gordo pensó que se iba a encandilar.
–¿Vamos a poder comprarnos una casita con jardín? – preguntó algo agitada.
Él le respondió que varias casitas, una al lado del río con un jardín enorme y con muchas habitaciones y otras varias para alquilarlas y vivir de eso sin trabajar y que iban a tener perros y muchísimo tiempo para estar juntos y que ya nunca nadie más iba a llamarla Roxana, que ese nombre espantoso no lo iba a usar nunca más y que iban a comprar dos autos y que podían poner el negocio de plantas que ella siempre había soñado y etcétera.

Josefa, que ya pataleaba y gritaba como una niña, se le tiró encima al Gordo. Vamos a festejar como sabemos, le dijo al oído, y en menos de lo que canta un gallo estaban desnudos y tirados en el asiento haciendo el amor como nunca, con fuerza, con la rabia contenida de años de compartir amarguras y penas, con el amor que los unía más fuerte que nunca. El orgasmo le llegó a ella con un grito infernal que supo a desahogo. Traspirada y exhausta se dejó caer al lado de su amante sin dejar de abrazarlo. Se miraron largamente si decir una palabra y él le acaricio el cabello hasta que ella se durmió en sus brazos. La contempló allí dormida como un ángel unos instantes más, hasta asegurarse que estuviera profundamente dormida. Luego se concentró en la sonrisa que ni dormida se le iba de la cara. Sacarla de esta vida y hacerla feliz. Lo había logrado, había cumplido su promesa, había hecho feliz a la mujer que amaba hasta el último instante de su vida. Sin dejar de abrazarla, sacó la 9 milímetros de abajo del asiento y dulcemente le dio un beso en la frente antes de borrársela de un tiro. Él también se pegó el tiro en la frente, y la sangre comenzó a caer sobre el escrito que tan cuidadosamente había redactado la noche anterior, en un cyber de Arroyo Seco.

Andrés Barbaro, Argentina © 2010

barbarodelacruz@gmail.com

Andrés Barbaro nació en Rosario (Argentina) en 1975. Su pasión por la literatura comenzó a la corta edad de diez años cuando tomó casi por casualidad un libro de poemas de Alfonsina Storni y descubrió en esos versos un universo maravilloso que ya no lo iba a abandonar jamás. Ese mismo año comenzó a escribir sus propios versos y muchos años después influenciado por la lectura de grandes maestros cuentistas como Borges, Cortázar y tantos otros comenzó a escribir cuentos, algunos de los cuales fueron premiados internacionalmente en diferentes concursos literarios.

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade:

  • Las palabras imprescindibles

    Regresar a la portada