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Como un guante, como un calcetín

Viernes, 3 de abril de 1998. 3:03 P.M.

Susana se puso sus gafas de sol Armani, hacía un sol espléndido. Se echó unas gotitas de Chanel nº 5 y salió de su casa. Con sus morros de silicona parecía que iba lanzando besos a todo el mundo, tan rojos, tan almohadillados, parecían dos esponjas de baño. En ese momento el reloj del ayuntamiento daba las campanadas de las tres de la tarde. Fue al café bar "Siglo" y pidió un té de amapola con hielo. Estaba radiante, el maquillaje impecable, los bucles del pelo estratégicamente colocados y el vestido conjuntado con el resto de complementos. Encendió un cigarro y se metió un chicle en la boca. Té, tabaco y chicle, todo junto. ¡Hum, qué delicia! Sintió que una mano se posaba en su hombro. Giró la cabeza con una amplia sonrisa a la vez que expulsaba el humo.

—¡Carmen, querida! —se levantó y le dio dos besos estilo ventosa—. ¿Qué tal? —dio una calada al cigarro.
—Pues ya ves, tantas veces diciéndome "a ver si me paso a ver a Susana por el "Siglo", que ahí la pillo fijo", y he dicho, pues voy a ir hoy que no tengo que ir a trabajar después y ando bien de tiempo. ¿Y qué, estás contenta con tu éxito? ¡Quién iba decir que aquella empresa chiquitita que montasteis un día iba a llegar a todo esto! Chica, ahora no andarás con cualquiera, ¿no?
—¡Qué va, mujer! No, pues bueno, me siento feliz. De veras —sonrió como si estuviera anunciando un dentífrico—.La verdad es que hemos trabajado tanto, tanto para que aquello saliera…En fin, casi no me lo creo aún. Pero lo llevo bien, los dos lo llevamos bien —apagó el cigarro metiéndolo lentamente en el cenicero con agua, viendo cómo poco a poco se ahogaba el pobrecillo. Se ahogó. Apagado.
—Tomaré un…un té, también, un té pero sin hielo —el camarero miraba a Susana con cierta falta de discreción.
— Creo que el nuevo camarero te ha reconocido —le dijo en un histérico chillidito disimulado.
—Es probable —soltó una carcajada nerviosa—. Y dime, ¿qué tal los niños y Carlos? Hace siglos que no los veo —se colocó bien sus gafas.
—Bien, bueno, Carlos y yo nos vamos fuera unos días, para descansar un poco, ya sabes tanto estrés, tanto trabajo, tanto lío…¿y tu Toñito qué tal, cómo os va?
—De maravilla, la verdad, chica, no puedo quejarme —sacó una barra de labios y un espejo y empezó a pintarse los labios. Al beber el té se le había ido casi todo el carmín y no había cosa más fea que una boca a medio pintar. Y encima una boca tan grande. La barra recorría los labios deprisa, de un lado para otro, como un coche en una autopista dando estratégicos giros.
—Sin embargo hace meses que no veo por aquí a tu marido —Carmen echó la cabeza hacia atrás y se ahuecó el pelo con las manos.
—Sí, está de viaje de negocios en Roma, me llama todas las noches —se agarró con los puños el borde de las mangas de su chaqueta. Se había levantado aire —lo cierto es que Antonio es un cielo, debe de estar gastándose un dineral en conferencias.
—¡Huy, Antonio! —Carmen se echó a reír— es la primera vez que le llamas Antonio. Dentro de poco qué vas a decir, ¿Sr. De la Cruz?
—Tonta, es la costumbre, por el trabajo —se echó a reír ella también—. Ahora no le puedo decir Toñito delante de toda esa gente. ¿Qué pensarían?
—Claro, tienes razón. Sólo era una broma —Carmen se levantó de la mesa— bueno, cielito, pues tengo que irme ya. He quedado con mi marido a menos cuarto. Ya llego tarde. Cuídate, ¿vale? Un besito para todos.

Viernes, 3 de abril de 1998. 3:03 P.M.

Susana se puso sus gafas de sol Armani. Tenía que impedir a toda costa que la gente la viera con esas ojeras, con esa cara de sufrimiento. Parecía una verónica doliente colgada de una pared. Había estado toda la noche llorando, y también la anterior, y la anterior. Desde hacía tiempo era como una costumbre que cumplía religiosamente Le escocían los párpados y el alma al pensar que su marido se había dicho que se iba a Roma para una semana y ya había pasado más de un año sin saber nada de él. Desgraciado de mierda. Se pintó los labios, a ver si con suerte conseguía tapar la herida que se había echo con el pico de la mesa cuando, con más ginebra que sangre en el cuerpo, había tropezado. Parece que no se nota mucho. Se echó perfume por si acaso la amargura podía olerse. ¿Me estaré volviendo loca? Sonríe, Susana, sonríe hay que dar una imagen impecable. Como una diva. Eso eres tú, una reina. La cabeza bien alta. Corre, saca un pañuelo de papel, sólo faltaba que se diese cuenta alguien de que estás llorando. No llores, imbécil, has tardado horas en maquillarte, ¿qué pretendes, que todo el mundo se entere de que eres una infeliz que lleva una vida miserable y viciada? Cuidado, sonríe más, que ahí viene la idiota de Carmen. Maldita gracia que me hace verte, marrana. Dios, creo que se me ha quitado el carmín, corre y saca la barra, que te va a ver la herida. A ver si te largas. ¿A qué no tenías ni idea de que me lié con tu marido? Sigues tan tonta como siempre. Corre, Susana, tápate las muñecas con las mangas, ¿pero quieres irte ya de una vez?, tápate, que no se de cuenta de lo que intentaste hacer hace unas semanas, que no te vea las muñecas, tápate, corre, tápate…

Cristina Pérez Cordón, España © 2002

cristina@ihvalladolid.com

Cristina Pérez Cordón nació en Valladolid hace veinticuatro años. Estudió Filología Hispánica y actualmente está finalizando su Tesis doctoral así como Filología Francesa. Ejerce como Directora de Relaciones Internacionales en el departamento de español de International House Valladolid, además de haber comenzado recientemente a trabajar como colaboradora de la revista Muy Interesante. Se declara admiradora incondicional de la literatura hispanoamericana, aunque autores como Ken Follet, Noah Gordon o Neville también le han regalado muchas horas de fascinación a cambio de unas pocas horas de sueño. Le atraen de una forma especial el cuento y el microcuento por su capacidad de sugestionar, embelesar, sugerir, aturdir, asombrar y, en definitiva, de provocar innumerables sensaciones en tan breve período de tiempo. Le gusta leer y escribir rodeada por su tapiz de la India, su Ayasofya de Turquía, su bruja colgada del techo de Praga, su bandera y su atrapa-sueños de Canadá, sus pósters de papel medio roto de China, su armadura del siglo XVI, su pistola de madera y plata, su…

Lo que la autora nos comentó sobre su cuento:
¿Qué cómo surgió este cuento? Imagina una soberbia fotografía de la artista Laura de Pascale en el Ocean Drive de South Beach tomada hace casi diez años por Maggie Steber. Ahora imagina una fotografía de la misma época, tomada por Lynn Jonson en Odessa, una estampa que está rememorando la vida del poeta ruso Alexander Pushkin visitando, como de costumbre, los bajos fondos. El resultado fue "Como un guante, como un calcetín".

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