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No sólo cuestión de apariencia

"¿A qué hora me dijo que llegaba?, me parecía recordar que como a las ocho, bueno no importaba, si acaso eran un poco más de las siete, además no llegaría antes de las ocho y media, ya se sabe cómo son estas cosas. Había tenido la precaución de dejar la puerta sin cerrojo, si llegaba que pasara y tomara un trago mientras esperaba.

Sin la menor prisa me hundí en la perfumada agua, los cabellos hacia atrás, las burbujas estallaban poco a poco al contacto de mi piel. Recordaba no se cuál película en donde algún personaje tomaba un puñado de ellas en su mano, y con un soplo emprendían vuelo transparentes, aéreas, límpidas y sutiles hasta desvanecerse.

No tenía ahora la menor duda que la bañera había sido una gran adquisición. A medida que transcurrían los años despertaba en mi una cada vez mayor afición a estos placeres, me permitían transportarme, abandonarme, entregarme encontrando dentro de mí una sensación de tranquilidad, paz y sobre todo equilibrio, "¿equilibrio?" ¿equilibrio entre qué?. El equilibrio nace siempre de la correcta cohabitación de nuestros instintos encontrados, en la armonización de estos, en la justa medida de uno y otro. Es como la receta perfecta en donde un olor fuerte, provocativo, seductor, casi libidinoso, se une con un sabor tierno, delicado, sutil, insinuante, que muestra sin llegar a evidenciar cada uno de sus condimentos.

Cerré los ojos, la música llegaba como un ténue murmullo, música brasileña, país todo musical, musical en sus desenfrenos y en sus sentimientos, sentimientos, sobre todo sentimientos, sentimientos y naturaleza, así me sentía, sentimientos y naturaleza.

Lentamente me levanté, envolviéndome en mi bata de felpa, no podía sino pensar en la cuña del suavizante, donde un osito de peluche rebota sobre innumerables toallas todas tan acolchadas y esponjosas, esponjosas, esa era la clave, nada que ver con aquellos paños ásperos como papel de lija, que hacen sentir que luego de la purificación ritual viene el áspero contacto con la sucia realidad; la bata protegía mi piel contra el contaminado y sucio mundo exterior.

Observé mi imagen reflejada enteramente en el espejo, recordé mi cuerpo, el de antes, el de aquellos días en los cuales se había develado a todas las admiraciones, públicas y comentadas la mayoría, de envidia y desdén por lo inalcanzable otras, y hasta furtivas, envueltas en un desinteresado interés. Ante todas las miradas mi cuerpo, elevado cual deidad, inmóvil en su trono de más de diez metros de altura, iluminado por luces que resaltaban hasta el mínimo detalle, sin ninguna otra protección que la minúscula prenda que se suponía en exhibición. Pero no, quien se mostraba, se exponía, hacía aparecer la verdad, tan verdad como sólo la desnudez puede demostrarla, era yo, era mi cuerpo, admirado e inalcanzable cuerpo, cuerpo mío y de nadie más, admirado.

Era evidente que mi figura ya no era la misma, la cintura había aumentado su tamaño a pesar de todas aquellas horas acumuladas de gimnasio y sudor, esfuerzo realizado no con el sufrimiento de la tarea por cumplir, sino con el éxtasis proviniente de la diaria ceremonia, música y movimiento, ritmo y contorsión, imagen y liberación.

De cualquier modo todavía seguía siendo cintura, no había alcanzado el nivel de aquello que llamamos barriga, ni barriguita, ni siquiera cauchito, además siempre habrá algo por hacer, tal vez se acercaba el momento de poner en práctica aquello que las revistas dominicales de la prensa llaman liposucción, o lipoescultura. Esculpir el cuerpo, tallarlo, trabajar la piel, carne, nervios y sangre como madera, yeso, bronce o mármol, material sin errores, donde un yerro del artista ocasiona daño eterno, pie trunco de profetas inmortales. Eso es figura marmolizada, brillante, dura, lisa y sobre todo imperecedera.

Una operación me vendría bien, ayudaría también añadir algo de tamaño a las no tan voluptuosas nalgas, sí, más volúmen y levantármelas un poco. Recientemente había leído de una prenda, similar a los modernos sostenes "push-up" que permiten lucir un busto más grande y firme, diseñada para los glúteos, no podía recordar el nombre, obviamente terminaba en "up", no, no era "cool-up", ¿"nalga-up"? pensé sonriéndome ante tal posibilidad. No había visto todavía la singular prenda en el comercio, pero no estaría de más adquirir una en lo que existiese la posibilidad. En todo caso suponía que el efecto tenía que ser discreto, en todas estas cosas lo importante es que los resultados se vean "naturales", no se trata de aparecerse de la noche a la mañana con un rabo como el de Madonna.

El reloj indicaba que ya hacía rato que habían pasado las ocho - lo sabía, no ha llegado aún, no existía motivo para apresurarse. Eché mi cabellera hacia atrás dejándola caer hasta la espalda formando una desordenada maraña, había pensado en la posibilidad de cortarla, el pelo corto ya se sabe es más cómodo, práctico y sobre todo manejable. Sin embargo nada iguala el aspecto desenfadado y sensual que confiere una larga cabellera, supongo que es la evocación de lo salvaje lleno de vida y fuerza, el pelo corto es a lo más "bonito", pero no tiene esa carga emocional primaria de una buena melena. Poco a poco comencé a poner en orden mi cabeza, es curioso, el cabello al igual que las ideas debe formar un conjunto estructurado, no se trata de tener muchas intuiciones sobre los más diversos temas, lo que realmente define una personalidad es la capacidad de interpretación de la realidad a partir de un sentido y dirección únicas. Una vez lograda la armonía siempre podemos permitirnos algunos rizos desordenados y rebeldes, que logran un "look" más personal y atrayente .

Estaba terminando la labor con el secador cuando sentí el llamado de la puerta.
- Pasa y espérame, la puerta está abierta, yo ya voy. Empecé a aplicarme la crema hidratante sobre el cutis, "un tratamiento específicamente estudiado para ofrecer a su piel un aspecto mate, larga duración ideal y una pureza salvaguardada, con un frasco especialmente diseñado para hacer de este gesto cotidiano un momento privilegiado del día". Si se trata no solo de cuidar, sino de salvaguardar mi rostro, puro por lo demás, resultaba obvio que tal privilegio debía ser ejercido sin apuros.

Entré en la habitación, desde el salón se escuchaban los gemidos de un blues, con ese dejo de melancolía que recuerda lo vulnerables que solemos ser. Ha cambiado el disco, pensé. Mientras no volviera un desorden total la música no importaba, un blues, sí, sí pegaba al igual que un bolero o una tonada suave. Es imposible saltar de Caetano a los Stones sin destrozar eso que llaman "la atmósfera", una tormenta con toda su carga y descarga, húmeda, eléctrica y por sobre todo sonora, no es como suele decirse precedida de la calma sino por la tensión, por el peso cada vez mayor de elementos que se oponen, se enfrentan y se desencadenan.

Abrí el armario, se trataba de vestir "casual", por lo que había que proyectar un cuidadoso aspecto "informal", es curioso, informal se opone a formal, perteneciente a la forma, cuidado por las formas, es decir la figura. Sin embargo nada resalta más la silueta del cuerpo que unos buenos blue jeans. Había de donde escoger, estaban todos los de moda, numerados y codificados, el 555 de corte recto, muy ancho de piernas y de cintura ceñida resaltando las caderas; 505 mucho más ajustado de piernas y que tiende a levantar ligeramente los glúteos; un 501 de botones delanteros en lugar de cremallera poniendo el acento en la entrepierna y el vientre; el 502 por debajo de la cadera al estilo años 60. Jeans, ajuste de todas las figuras, informales jeans de todas las formas.

Había comenzado a humedecerse mi espalda, mientras me inclinaba para ponerme los pantalones, las gotas de sudor deslizaban por mi pecho, la aureola húmeda brillaba, los pétalos cubiertos de rocío expulsaban pequeñas gotas que caían al suelo -mierda de calor, pensé, será mejor buscar algo fresco. Tomé un holgado blusón blanco de algodón.

El calzado debía ser algo cómodo, suave, el ajetreo de estos días no me había permitido pasar a "hacerme los pies". Muchas más personas de las que se cree sienten verdadera obsesión por esta parte del cuerpo, no en balde el más popular de los fetichistas es el "fetischiste du pied", otras regiones corporales no generan la misma admiración, nadie se turba ante la presencia de un codo, una rótula, y ni siquiera el lóbulo, engalanado por el más espectacular de los pendientes, es capaz de despertar las pasiones de un arqueado empeine, finos dedos y cuidadas uñas. Por el contrario, he de confesar que soy particularmente indolente con esa porción de mi anatomía. Me decidí por unos botines de gamuza marrón claro con tacón cubano e incrustaciones de metal.

- Apúrate, vamos a llegar tarde, escuché que gritaban al otro lado de la puerta. Total, ya casi había terminado, un poco de perfume y ya estaba. Hoy día se sabe que el olfato juega un papel fundamental en la atracción de las personas, olor que entra, y sin darnos cuenta penetra hasta el punto de excitar lo más profundo de nuestras emociones, aquellas zonas de la mente que conscientemente jamás reconoceríamos como nuestras.

Química de la atracción, alquimia, metamorfosis del vulgo en oro, alquimia, piedra filosofal que conjuga lo opuesto en uno, oposición que nos forma y nos transforma en el otro. Excitación viril por aroma de rosas, entre olores exóticos el hombre se cubre de flores. Pasión femenina despierta entre moho y madera, en un lecho de heno la mujer amanece cubierta de cuero.

Rápidamente guardé un preservativo, nunca se sabe cómo van a terminar las cosas. Abrí la puerta de la habitación y ahí estaba ella, sentada en el sofá de cuero blanco, su corto vestido de algodón rojo resaltaba sobre el níveo fondo, mostrando sus torneadas piernas enfundadas en unas finísimas medias de nylon color ceniza transparente.
- Bueno, chico, pensé que ibas a durar toda la vida, oye pero que bien te ves- me dijo con esa sonrisa a medio hacer que tanto me gustaba, mientras ladeaba ligeramente su cabeza.
- No es para tanto mi amor, ya nos vamos -dije. Mientras pasaba mi brazo por su cintura, para salir del apartamento, me sentía el hombre más feliz del mundo.

José Luis Fernández Shaw, Caracas, Venezuela © 1996

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