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Debajo del abismo

Aquel monstruo arribó a la casa tras la partida de papá. Por lo menos unas semanas después de que éste se fue. Lo veo por las noches desde mi camastro, arrinconado en la penumbra nocturna del subsuelo donde habito. Es en exceso notorio cuando éste llega a casa. Desde aquí abajo se escucha el incesante ruido estrepitoso de sus pesados pasos que recorren la alcoba. Y el ruido aumenta.

¡Cuán difícil resulta enfrentar este miedo solo! Aquí, abandonado, desterrado a las sombras. Pernoctando el inmenso terror que de mi frágil alma se apodera.

¡Bum!, ¡Bum!. Su paso ahora es más próximo. Mi corazón palpita con acelerada desesperación. Lo escucho próximo a la puerta. Noche tras noche se ostenta con su descomunal cuerpo a través de mi alcoba. Finjo dormir pero a éste le resulta indiferente. Se aproxima a mi pequeño lecho desdeñado. ¡Perro! Me dice. ¡Maldito asqueroso! Exclama con fuerza. Y entre perjurios comienza a golpearme con extraordinaria fuerza. Me sacude, me abofetea hasta el cansancio. Solo así, una vez apaciguada su furia, se aleja de mi habitación, abandonándome en paz con mis magulladuras y contusiones. En el frío tenebroso que cala los huesos. Aquí en la oscura alcoba a la que fui condenado a pasar las desoladas noches, en compañía de aquella criatura proveniente de abismos oscuros que antes sólo habitaban en pesadillas. Ahora soñar es un alivio. Crear mundos oníricos de maravillas inigualables, vastos campos de verdes praderas, el espacio celestial radiante por la luminosidad del sol que impetuoso se expande en el calor matutino. En ese panorama ensoñador, lejos de esta sofocante oscuridad, distante del frío desgarrador, oculto del aterrador monstruo que habita por encima de mi alcoba.

Lo escucho nuevamente, ahora lo escucho vociferar de manera estridente pero ininteligible aún.

Rezo porque alguien llegue en mi auxilio. ¡Papá!, ¡Papá!, susurro en silencio, ¿dónde estás ahora que tanto me haces falta? Te alejaste un día diluyéndote en mis recuerdos, mis cálidos recuerdos que aún añoran tu regreso. No soy fuerte, Papá, no lo suficiente. Y Mamá me ignora, no ha sido la misma desde que te fuiste.

Le comento lo que sucede cuando en alguna ocasión me permiten salir del recóndito cuarto, pero me ignora. Se muestra indiferente a pesar de que sabe que no miento, pues ella también tiene moretones y heridas en lo que alguna vez fue un terso rostro.

Pero Papá no vendrá. En mi deplorable soledad permanezco en silencio. No vale llorar, tampoco rezar. Solo aguardar impávido al pavoroso ser que ahora habita en mi casa. Aquel que Mamá me exige llame padre. Pero él no es papá, es el hombre que suplió a papá. Pero silencio, ahora lo escucho.

-¿Dónde está ese perro? -le grita impaciente a Mamá-. ¿Dónde está el maldito de tu hijo? -y me arropo entre las sabanas suplicando mi desaparición.

Ahora bajará por las escaleras, descendiendo con imponentes pasos. La noche en su profundidad abismal engulle mis fuerzas. Aquí, en la soledad de la noche, tan sólo queda esperar que el dolor pase pronto y mañana no amanezca un nuevo día.

Roberto Carrancá, México © 2005

vcarranca@hotmail.com

Roberto Carrancá nació en la Ciudad de México en 1984 y es estudiante de Derecho en la Universidad Iberoamericana.

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