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La decisión de Lucy

“Buenas noches, mami,” dijo Lucy dándole un abrazo a su madre, un poco más efusivo que de costumbre. “Duerme bien, Lucy,” respondió cariñosamente Teresa, “no olvides llenar la aplicación para la Universidad”. Desde hacía un par de semanas se habían dado una tregua, tratando de evitar las discusiones sobre Miguel, ya que nunca podían llegar a un acuerdo. Teresa sabía muy bien la clase de muchacho que era Miguel, un bueno para nada, tenía 21 años, le había ido mal en los estudios y había abandonado la escuela. Trabajaba de aprendiz de mecánico y vivía solo para las borracheras con sus amigos, quienes lo idolatraban como el alma de las fiestas. Un conquistador de quinta con su carita de niño bueno y sus aires de Don Juan. Sospechaba que había llegado a pegarle a Lucy pero ella lo negaba enfáticamente. Lucy, por su parte, estaba segura de que Miguel era el hombre de su vida, se sentía con suerte de que él la había elegido a ella y sabía que a veces tenía su temperamento, pero era porque nadie lo comprendía más que ella, y si alguna vez le puso la mano encima fue sólo porque tomó un poco más de la cuenta, pero no volvería a ocurrir.

Lucy subió a su recámara y escribió la carta de despedida; con lágrimas en los ojos redactó una pequeña nota donde le decía a su madre que la quería mucho pero necesitaba seguir su destino con Miguel, ya tenía 18 años y sabía bien que la Universidad no era para ella, las buenas notas de la escuela le servirían para encontrar un buen trabajo y regresaría tal vez en un par de años cuando le pudiera demostrar a su madre que siempre había estado equivocada respecto a Miguel. Miró de reojo los papeles para la Universidad que su madre había dejado sobre su escritorio y le dio un poco de tristeza no poder realizar ese sueño que alguna vez había sido suyo también, tal vez más adelante lo podría hacer, cuando Miguel encontrara un buen trabajo. Lo importante por ahora era que estarían juntos para siempre y nadie los podría separar. Se durmió pensando en la vida que tendría de ahora en adelante y llorando un poco por la desilusión que le daría a su mamá.

Un ruido en la ventana, Miguel ya estaba allí, esperándola como lo habían acordado. Todavía estaba obscuro, tomó su maleta y salió a reunirse con él para tomar el tren que los llevaría lejos. Todo pasaba rápido, casi no le daba tiempo para pensar. Llegaron a la ciudad y se hospedaron en un motel sucio y barato, ya no había marcha atrás. Amaba a Miguel y hasta ese feo lugar se le hacía un paraíso estando en sus brazos. Los meses que siguieron fueron como un remolino de emociones, Miguel estaba nervioso, consiguió un trabajito de mecánico pero no alcanzaba para mucho. Lucy encontró trabajo como cajera en un supermercado. Se mudaron a un apartamento de una pieza, sentían que estaban progresando, el único problema eran las borracheras de Miguel. Siempre había una razón para tomar de más, que cuando no encontraba trabajo, o cuando lo encontró, cuando estaba ansioso, o triste, o feliz. Y lo peor era la violencia que venía con esas borracheras.

Lucy se dio cuenta de que estaba embarazada cuando devolvió la comida después del desayuno. Había pasado poco más de un año desde su huida. Esto no estaba en sus planes. Tenía miedo de la reacción de Miguel. Esa noche preparó una cena especial y se lo dijo antes de que él empezara a tomar sus cervezas. Miguel se quedó desconcertado, la tomó por la cintura y la abrazó llorando, claro que estaba feliz, quería tener muchos hijos y tenían que celebrar tan grandiosa noticia. Sacó una botella de vodka y empezó a beber, Lucy le pedía que por favor dejara la bebida, ella por supuesto no tomó ni una gota. Miguel cambiaba de estado de ánimo con cada copa. A veces reía pensando que sería un estupendo padre, luego lloraba pensando que tal vez no podría con la responsabilidad, sentía pena de sí mismo porque nadie le daba la oportunidad que él merecía, luego sentía desconcierto porque Lucy no le había consultado esa decisión tan importante y, por último, sintió rabia contra ella por ponerlo en esa situación siendo él tan joven, con apenas 23 años. Cuando la rabia llegó Lucy supo que debía de salir de allí, muy tarde corrió hacia la puerta, él la agarró de los cabellos, la abofeteó y la empujó contra la pared. Ella cayó en el piso con tal fuerza que sintió que su cabeza se le partía en dos.

Fue entonces cuando despertó. Estaba en el suelo, se había caído de la cama y su cabeza se había estrellado contra la punta de la mesa. Ya era de día. Estaba en el cuarto de la casa de su madre, miró desconcertada a su alrededor y empezó a reír, se paró y vio la nota que había escrito la noche anterior y los papeles de la Universidad sobre el escritorio. Miró su celular y había un texto de Miguel. Se había ido con sus amigos a tomar unas copas para despedirse de ellos y tal vez mejor debían dejar los planes para la noche siguiente. Lucy bajó las escaleras atolondradamente y encontró a su mamá desayunando. Teresa le preguntó, “¿viste los papeles que dejé sobre tu escritorio?”. “Sí, mamá, hoy mismo los lleno y los envío a la Universidad”. “¿Y Miguel?” Preguntó Teresa. “Depende de él si me quiere esperar, yo tengo muchas ganas de estudiar,” respondió Lucy sonriendo.

Liliana Fernández Bunsen, Estados Unidos, Perú © 2011

Lili921@gmail.com

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