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En defensa propia

A nosotras, las que fuimos educadas para ser sumisas

Voy a llegar tarde otra vez, el gerente me va a leer la levita, no sé que le voy a decir. No diré nada, es mejor escuchar, así se sentirá importante y dará por concluida su labor. ¡Oh, Dios!, cómo odio tener que justificarme; todos quieren un justificante, ¿por qué no he ido a trabajar?, ¿por qué llega tantos días tarde?... Demasiados por qués para no tener respuesta. Si el maquillaje se dejase aplicar mejor no tendría esa sombra oscura bajo los ojos, me pondré más rimmel. Así parecerá que se ha corrido, en la oficina no puedo llevar gafas de sol. Así está mejor, algo de kajal bajo el parpado... ¿Qué hago con los labios?, el rojo es demasiado despampanante, mejor me los perfilo con lápiz marrón y los pinto de color violeta, los hace más delgados y no se ve tanto la herida. Que suerte tengo que la moda sea llevar cara de mujer maltratada, parezco una top-model. Me visto de negro para que mi palidez parezca artificial y, ¡voilà!

Salió del baño, fué al dormitorio a buscar su bolso y su mirada cayó sobre los pantalones de Enrique que, todavía tirados sobre la cama esperaban a su dueño; fué a recogerlos, pero, luchando consigo misma, evitó el gesto y cogiendo su bolso se encaminó hacia la puerta. Al pasar delante del salón oyó la televisión, no pudo contenerse, entró y apagó el aparato, al volverse sus ojos se toparón con Enrique que, hundido en el sillón, en pijama y zapatillas, miraba ya sin ver. Un hilo, negro y brillante, le recorría la mejilla. Su boca abierta, denotaba sorpresa y sus manos agarraban todavía el vaso que sin ruido se derramó sobre la alfombra. Lo miró sorprendida de no sentir miedo, ella que siempre bajaba la mirada ante él. Tras el sillón, desplegada y esquelética, la mesa de planchar con las camisas planchadas y dobladas como a Enrique le gustaban y, junto a ellas, levatando su punta amenazadora y sangrante, la plancha con la que ella, en un ataque de valentía, le había perforado la cabeza. Satisfecha, sonrió y se fué.

Susana Viena, España, Austria © 2000

Lopez-Jerabek@Teleweb.at

Susana López García, con pseudónimo Viena, es española afincada en Austria. Escribe con pseudónimo a raiz de su participación en un taller literario, dónde dos Susanas presentaban sus trabajos; escogió el nombre de la ciudad donde vive pues ésta ha influenciado su vida y su desarrollo personal profundamente.
Es ama de casa y madre de tres hijas. Escribe desde que aprendió a escribir y lee, también desde entonces, con pasión todo lo que cae en sus manos. No tiene nigún escritor preferido, aunque en los últimos años por cuestiones culturales, lee preferentemente literatura alemana y austriaca. Sus otras pasiones son: los idiomas. Habla y escribe español, francés, alemán y catalán. Y la historia del arte, que ocupa un lugar importante en su vida, siendo la iconografía la rama por la que más se interesa. La metódica en el analísis de las obras de arte utilizada por los historiadores, ha influenciado su forma de enfrentarse a la creación literaria. Interrumpió sus estudios en la Universidad de Viena trás el nacimiento de su tercera hija.
Esta ha sido la primera ocasión en la que ha enviado una de sus obras a una publicación literaria. No lo ha hecho antes por pudor. Tiene escritos varios relatos, mucha poesía, a la que prefería o todavía prefiere ante la prosa. Y actualmente escribe un relato que se está convirtiendo en novela.

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