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De vuelta

Hace tres semanas que estoy aquí y mi madre apenas me habla. Ya se le pasará, o quizás no. Lo peor es que no entiende que si volví es porque ella tenía razón: Zacarías es un inútil, es más: es un infeliz. No es que hubiera entrado mucho en detalles sobre los motivos que me hicieron decidirme a dejarlo, pero creo que ella lo sabe. Siempre vaticinó que ese hombre era, no sólo un vago, sino una bestia. Seguro que en el fondo siempre recordaba los golpes de su segundo marido y temía que lo mismo me fuera a pasar a mí. Y es extraño, pero eso era justamente lo que yo no le iba a aguantar al Zacarías. Por eso cuando se le salió lo bestia, agarré mis cuatro trastes y si te he visto no me acuerdo. Bueno, tanto como así no. La verdad es que ya llevo unos días aquí en el pueblo y no me acostumbro a esto que ya había dejado atrás. El destino obvio era la cantina de mi tía y ahí estoy, sirviendo comida todo el día a gente que ni siquiera conozco. Y no es que hace tanto que me fui, pero es como si la gente de antes ya no estuviera. Lo que se ve son tipos malencarados que andan por ahí, llegan a la cantina, comen y se van sin más. Mi tía igual está feliz, dice que el negocito le va mucho mejor desde que llegaron los de la planta. La Tati está saliendo con uno de esos tipos. Según ella es técnico industrial, al menos es lo que repite a cada rato, aunque estoy segura de dos cosas: que ella no sabe qué cuernos es un técnico industrial y que él tiene pinta de cualquier cosa menos de haber pasado por un salón de clases. Pero a mí eso ni me va ni me viene. Total, yo de hombres he tenido más que suficiente. La Tati dice que está feliz de que yo haya regresado. Pero lo dice de la boca para fuera, porque sé que no acabo de darme la vuelta cuando ya me está sacando todos los trapitos, especialmente cuando se junta con la Susana. Como si no las conociera yo… Pero no es que me queje, yo sabía que eso era lo que me esperaba: la criticadera y el “allí la tienen de vuelta con el rabo entre las piernas”. Ahora que lo pienso bien, el pueblo no es ni la sombra de lo que era, está como tristón. Desde la ventana de mi cuarto, ya no se ve el cerro que siempre rodeábamos los domingos para ir a bañarnos al río. Todo está ocupado ahora por la mole de la planta, que no se cansa de echar humo. Bueno, tampoco es que yo haya salido mucho estos días, porque termino destruida cada noche después de pasármela atendiendo mesas todo el día. Y yo que pensaba tomarme unas vacaciones después de todo el sufrimiento de la fábrica. La verdad es que no extraño ese trabajo, no era precisamente lo que tenía en mente cuando me largué con Zacarías, en aquel entonces pensaba… bueno, para qué recordar todo aquello… Lo que me toca es meterle el pecho a lo de ahora y ya. Mi madre fue bien clarita cuando me vio llegar con la misma maleta desconchada con la que me fui, sólo que más vacía: si te vas a quedar bajo este techo más vale que te busques un trabajo, porque no quiero arrimados en mi casa. Siempre que regreso en la noche le busco un poco de conversación para ver si se ablanda: que si la cantina, la gente del pueblo, las telenovelas, pero qué va, está más dura… está como amarga. Yo también me siento como amarga a veces, como cuando camino de la cantina a la casa por la noche, ya tarde, y sólo se ven los perros en el medio de la plaza, echados, quietos, pero con los ojos abiertos. Así los veo siempre que paso. Anoche me senté en la acera y me quedé un rato mirándolos. Había uno con las orejas cortas que parecía cachorro, flaquito y desamparado. También anoche soñé con Zacarías. Soñé que venía a buscarme en un carro lustroso y me pedía perdón por todo lo que me hizo. Esta mañana camino al trabajo me pareció ver el mismo carro de mi sueño y el corazón se me aceleró. Pero enseguida recordé que Zacarías ni siquiera sabe manejar.

Alejandra Gutiérrez, Estados Unidos, Venezuela © 2010

mag7h@virginia.edu

Alejandra Gutiérrez es venezolana. Estudió periodismo en Venezuela y actualmente escribe su tesis para obtener el doctorado en literatura hispanoamericana en la Universidad de Virginia, en Estados Unidos. También ha cursado estudios de teatro y ha tomado varias clases de escritura creativa con escritores como Mempo Giardinelli, Antonio Skármeta y Rosa Montero. En 2007 ganó un accésit en el V Certamen Internacional de relato breve, poesía y teatro AENIGMA. Ha publicado el cuento “Monólogo con página en blanco” en Letralia, en febrero del 2009. También ha publicado el cuento “Las dos lunas” en la revista El Cid, en la primavera del 2009, el cual ha ganado el premio Ignacio R.M. Galbis al mejor trabajo publicado en esa edición.

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