Regresar a la portada

La duda

No quiero seguir pensando en todo aquello. Para qué hacerlo si nunca puedo llegar a una respuesta cierta, una respuesta que no deje lugar a la duda. Escapar a la incertidumbre podría convertirse en un tremendo alivio para mi conciencia. Pero me cuesta apartarlo de la mente. Es un recuerdo, o pseudorecuerdo podría decir, que está aferrado a mi mente como una planta trepadora de muros. Pero después, cuando puedo razonar, me digo: si acepto que sucedió, si realmente sucedió, viviré con ese crimen sobre mi conciencia. Si lo niego totalmente y lo atribuyo a un mecanismo del sueño con sus recursos de simbolización, condensación y desplazamiento, según decía Freud, entraré en otro laberinto al querer descifrarlo.

Algunas veces pienso que mi otro yo fabuló toda esa historia para entretenerse. Pero también aparece otra idea que refuta lo anterior. Entonces me doy cuenta que tiene el mismo peso, gravita de la misma forma una u otra de las dos posibilidades. Si nunca hubiera sucedido, por qué es tan claro su recuerdo, por qué hasta revivo la sensación del miedo que sentí a que nos atraparan con eso en el baúl. Además, odio la complicidad que se estableció con mi hermano, porque sin su ayuda nunca hubiera participado en algo así. Pero, después de revivir la intensidad de esa vivencia, respiro y me digo, ¡vamos, si eso no sucedió nunca! Si todo fue el producto de tu imaginación o el contenido de uno de los tantos sueños pesadilla que por esa época me atormentaban. Era una época de muerte y terror...

Cuando estábamos entre amigos, solamente en esos momentos, nos animábamos a comentar lo que sabíamos: quienes habían escapado, quienes habían "sido boleta" quienes habían sido "chupados"... En fin, esos momentos funcionaban como descansos de la tensión permanente en que nos hacía vivir el miedo. Pero el descanso duraba poco, siempre duraba muy poco. Pegado al último beso y abrazo de la despedida, se nos ganaba nuevamente en el alma el dolor que produce el miedo intenso.

Recuerdo que costó un gran esfuerzo hacerlo entrar en el baúl del coche. Pesaba y se nos escapaba de las manos, nuestras voces mezcladas se atropellaban. ¡Agarralo fuerte! ¡Que se te cae! ¡Se cae, se cae, se cae! ¡Se cayó otra vez! ¡Por favor, apurate! ¡No doy más, tengo miedo!

Después salgo de ese pozo oscuro; me alejo de la sombra de ese recuerdo... No existe nada de todo eso que aparece en mi mente; nunca existió; nunca lo comenté ni siquiera con la persona que aparece como mi cómplice.

Ahora me pregunto: ¿por qué uso ese término: "cómplice"? ¿Es que realmente hubo algo donde alguien me ayudó o fui yo quien ayudó?

Tampoco puedo ir por la vida preguntando a mis amistades si en el pasado me vi envuelta en algo parecido a un crimen... ¿Quién puede hacer eso? Nadie.

Es cierto que dos o tres años después del tiempo de hierro y horror, yo caí en una histeria, padecí amnesias parciales... y decidí iniciar un tratamiento psiquiátrico. El tiempo, como una gasa pesada, fue velando, capa tras capa, el pasado.

Martha Alicia Lombardelli, Argentina © 2019

lombardellister@gmail.com

Martha Alicia Lombardelli nació en la provincia Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Bellas Artes y en Filosofía por la Universidad Nacional de la Plata, en donde también ha sido docente e investigadora en ambas materias.
Ha publicado dos libros: Cuento, sueños y poesías (2003) y La laguna de los juncos y otros relatos (2014).
Y ha participado en diversas antologías: Historia de vida. Encuentro con nuestra subjetividad (2009, México), Al este del arcoíris (2011, EE.UU.), Memoria (2012, España), La Plata te cuenta (2012, Argentina), Unidos por la letras (2015, Argentina) y Letras Mediterráneas - Narrativa y Poesía (2018, Argentina).

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Regresar a la portada