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El alma de uno

“Aunque le resulte difícil creerlo, debe saber que lo que interrumpe su sueño es un espíritu.”

Se echó a reír. Ella le miraba con seriedad, pero sin mostrar ningún desagrado por la actitud del hombre.

“Si no fuese porque ya no tiene ninguna otra alternativa no estaría en mi consulta. Y si está aquí, es que nadie ha detectado la raíz de su problema. Yo sí lo he hecho. Si usted no quiere creerme no es asunto mío.”
“No es que no le crea, doctora, es que tiene que reconocer que resulta difícil oír a una especialista de su calibre hablando de fantasmas. No parece un dictamen clínico, ¿no cree?”

La mujer se levantó. Caminó hasta el ventanal y miró fuera, a la calle.

“Es posible que una neuróloga deba aferrarse a la ciencia, pero tal como parecen indicarnos los datos hemos de concluir que lo que usted padece no se encuadra en ninguna tipología del trastorno del sueño. Su insomnio no tiene causa aparente y todas las pruebas indican que no hay explicación. No queda nada más que aceptar alguna alternativa, por descabellada que parezca”–se giró y encaró a su paciente–. “Para mí es tan difícil como para usted reconocer las evidencias, pero debo claudicar. Le enviaré a un conocido que tal vez pueda ayudarle con su problema.”

La doctora Ríos se sentó tras su mesa, la despejó de papeles y, tras rebuscar en su agenda, escribió un nombre en un papel. Se lo entregó. Antonio leyó con atención. Su desconcierto le provocó una mueca en los labios, pero se contuvo de hacer comentario alguno.

“¿Está tan convencida de que este hombre podrá solucionar mis problemas?”
“No.”

La rotundidad de la respuesta provocó un silencio largo e incómodo dentro de la consulta.

“No, –la doctora relajó su gesto y se mostró abatida– es sólo una alternativa ante la falta de datos concluyentes. No conozco a ese hombre, pero goza de un gran prestigio. Sé que no es exactamente lo que esperaba, pero tal como usted mismo puede comprobar la ciencia médica ya no puede avanzar en su caso. Debería ir a consultarle.”

El resto del día pasó con la rapidez que marca la rutina. Antonio olvidó, tras salir de la consulta, todo cuanto allí se había dicho. Arrugó el papel con los datos del espiritista y regresó a su cotidiana existencia.

Con una mezcla de desagrado y temor hizo acopio de fuerza y decidió parar en una cafetería a tomar algo. Ya sus salidas se limitaban sólo a ir a las diferentes consultas. El resto del tiempo lo pasaba entre las paredes de su hogar. Sabía de la realidad del mundo exterior por la narración de Prototipo Uno. Antes aún salía hasta el bar de la esquina a leer la prensa, o encendía el televisor o la radio. Con el tiempo fue disminuyendo el número de sus salidas hasta que ya sólo dejaba su casa para ir de un especialista en otro. A medida que se desconectaba del mundo, las noches se iban haciendo más largas. Ya era incapaz de pasar una entera sin despertarse diez o más veces. Su fatiga se acentuaba, ya no tenía sueños, o al menos era incapaz de recordarlos, pero su capacidad analítica era mucho mayor. En el fondo le agradaba esa situación, no añoraba lo que perdía y sí gustaba de lo que a cambio recibía. Si no fuese por la incomodidad de despertarse continuamente y del riesgo que la fatiga y la pérdida de peso, que achacaba a sus problemas de somnolencia, que estaban llevando al límite a su cuerpo, le llevasen a enfermar, posiblemente no se hubiese molestado en acudir al médico.

Ahora. Tras dos años de un especialista a otro en busca de respuesta, sólo encontraba un vacío de datos y la recomendación de consultar a un espiritista. Pero aunque debiese estar molesto, a un hombre de ciencia como él no se le podía tratar así, lo cierto es que se mostraba interesado y expectante ante este nuevo camino que se presentaba ante él. Antonio rio. La gente se le quedaba mirando y advirtió que aún transitaba por las calles. Vio los rostros de las personas, viandantes anónimos que le agredían con sus miradas, que le atacaban al centrar en él su atención. Calmó su risa y aceleró el paso.

Finalmente llegó a su casa sin detenerse en ningún lugar.

Una vez se hubo puesto cómodo, regresó a su obra. La versión mejorada de Prototipo Uno, versión 20.20. Ya sólo le faltaba un detalle, parpadear. Era lo único que no había podido lograr incorporar al programa.

Antonio había iniciado su proyecto de Prototipo Uno en la adolescencia. Nunca había sido un alumno brillante, pero la informática y las manualidades se le daban bien. No era excepcional en ninguna de ambas áreas, pero sí podría considerarse un alumno aventajado. Entre los catorce y los dieciséis años todos sus experimentos se centraban en la robótica. Influenciado por los comics y las películas de ciencia ficción, buscaba crear vida artificial inteligente. No como logro científico, simplemente por diversión. Sólo buscaba traspasar sus límites. Para entretenerse y despejar su mente de la robótica, profundizaba en las manualidades, de todo tipo. Construía maquetas. Era más hábil con las de edificios que haciendo ciudades, siempre algún inmueble le quedaba a escala diferente del resto. También hacía muñecos. Para sus primos, para sus compañeros de clase, para desconocidos. Hasta que con el tiempo su padre terminó por llamarlo al orden.

Sus progenitores no eran en demasía estrictos, pero sí lo suficientemente perspicaces para comprender que algo le pasaba a su niño. Académicamente estaba bajando sus notas, pero al tiempo desarrollaba habilidades que parecían más propias de una persona lista, lo que en educación denominaban altas capacidades. Su padre quería saber si estaba ante un tipo listo y algo sinvergüenza o ante un tonto con un don. Tras su charla con Antonio descubrió que su hijo era simplemente un adolescente más. Tras la charla lo dejó por imposible. Pero curiosamente esa conversación fue catártica para él. Reconoció tener un problema académico y se maldijo por ese despiste. Era el tipo de error que acaba centrando el interés de la gente en alguien. Y ese alguien era él y no deseaba otra cosa que no fuese el anonimato.

Desde entonces fue cada vez más cuidadoso.

Su primera necesidad era reconducir su vida académica. Usó sus conocimientos para arreglar el asunto. Ahí fue donde comenzó todo. No quería usar su inventiva para usar tecnología para hacer chuletas, pero la necesidad de aprobar exámenes comenzaba a ser acuciante. Una vez vencido el bachillerato y logrado el acceso a la universidad, pudo disfrutar de un verano tranquilo. Durante esos días de letargo reflexionó sobre su vida y sus aficiones. Se descubrió a si mismo como a un ser ajeno al mundanal ruido. Le agobiaba la gente, le molestaba la vida en general y sus pequeñas miserias cotidianas en particular. Quería huir de todo, pero en esa huida existía el gran problema de la supervivencia. Necesitaba un mínimo de contacto con la humanidad para satisfacer sus deseos, necesidades y cumplir alguno de los escasos sueños que tenía. Así pues, elaboró lo que parecía al mismo tiempo un buen plan y una absoluta locura.

Pasó todo el verano y su primer año de universitario dando forma a su plan. Le costó horas de sueño, algún enfrentamiento con sus progenitores y una nada despreciable fama de rarito entre sus compañeros de facultad. Distanciado de profesores y alumnos resultaría más sencillo alcanzar el éxito.

Y así fue.

En los exámenes finales todo el mundo estaba demasiado centrado en su propia ignorancia como para reparar en ese ser de movimientos raros, cara acartonada, pocas palabras, con un acento demasiado metálico y con una facilidad y rapidez en la escritura desbordante. Los dos resultados que buscaba llegaron rápidamente y llenaron de gozo el corazón de Antonio. Se convirtió en el mejor alumno del campus gracias a unos resultados excepcionales en sus calificaciones. Cuando apareció por la facultad nadie había advertido la diferencia entre él y la réplica que había enviado para afrontar los diferentes exámenes.

Había obtenido un método de estar dentro de la sociedad sin tener que salir al mundo, sin tener que formar parte de la existencia. Y también había creado lo que tantos científicos habían buscado desde hacía décadas, inteligencia artificial. Un robot capaz de interactuar como un humano. Cierto que había que mejorar el prototipo, pero eso no restaba mérito a su logro.

Y entonces vino la parte más difícil, plantearse el dar a conocer sus logros y con ello convertirse en una figura mundialmente conocida, no sólo a nivel científico, o dejar sus logros en el anonimato para así poder vivir placenteramente al margen de la sociedad. La decisión fue sencilla.

Todos estos prototipos dieron paso al primer modelo experimental, Prototipo Uno. El nombre no era digno de las novelas que leía, pero se adecuaba a sus deseos. La versión 1 duró apenas tres meses. Hubo de ser reemplazada y mejorada. A medida que desarrollaba nuevos elementos, su vida se iba acercando más al enclaustramiento conventual que anhelaba. La versión 12.05 llegó a niveles máximos. Tanto la textura de su piel, como la fluidez de palabra y capacidad de improvisación en una conversación hizo de este prototipo el más evolucionado, el mejor. En definitiva, más humano que su propio creador. Hasta tal punto que Antonio temió un desarrollo cognitivo de su creación capaz de permitirle a esta salirse del control de su amo, por lo que implantó en cada nuevo prototipo un dispositivo de desconexión para evitar sustos innecesarios. Desde la versión 13.00 ya poco había que mejorar en la capacidad cognitiva e intelectual de sus creaciones y todo el avance lo iba aplicando a la textura de la piel, las facciones, arrugas, movimientos mínimos. Todo iba avanzando de manera satisfactoria. Hasta lograr recientemente salvar el escollo que parecía enquistado en su prototipo, el parpadeo involuntario. Ahora, logrado eso, sólo quedaba ir reproduciendo nuevos prototipos a medida que el actual se fuese deteriorando. Ahí tenía otro objetivo, intentar aumentar la durabilidad de los especímenes que iba fabricando.

Antonio había logrado realizar su gran sueño, tenía un robot que le suplía a la perfección en la vida cotidiana mientras él se explayaba en su reclusión, ajeno al mundo. Hasta tal punto consideraba perfecta su vida que por un instante pensó que sería más acertado enviar al prototipo actual a ver a los diferentes médicos que iban fracasando en su intento de recuperarle el sueño. Y si no lo había hecho era únicamente por miedo a que descubriesen su gran secreto. Tal vez ahora que su nuevo especialista no era un científico sino un charlatán de feria, podría arriesgarse a enviar a uno de sus prototipos. Sería divertido. Pero desechó la idea. Tenía sincera curiosidad en descubrir que podría encontrar en la visita a un espiritista.

La sala donde atendía el maestro Pablo era de lo más vulgar. Como su nombre. Había contado con encontrar algo mistérico, introducirse de cabeza en lo esotérico, pero lo que encontró fue un hombre corriente con un nombre común y una consulta vulgar. Si no fuera la falta total de material clínico podría ser la consulta de cualquier especialista.

Pablo le pidió que le detallase su problema. Fácil. Desde hacía unos años no lograba conciliar el sueño una noche completa. Primero fueron dos o tres veces las que se despertaba bruscamente, sin motivo aparente que provocase esa situación. Pero con el tiempo esta realidad era más y más cotidiana. Hasta el punto de que en la actualidad se despertaba más de diez veces a lo largo de la noche.

“¿Qué piensa hacer… –dudó manifiestamente– doctor?”
“No soy doctor en nada. Sólo soy una persona con una sensibilidad especial. Por lo que me dice, es posible que usted esté siendo visitado, y molestado, por alguien, por una presencia.”
“No creo en fantasmas ni en espíritus.”
“No importa. Por lo que me cuenta, ellos, o al menos uno de ellos, sí cree en usted.”

Pablo se levantó. Se fue a otra dependencia de la casa y Antonio le oyó trastear con cacharros. Al poco regresó.

“Le voy a preparar una infusión y tras beberla se tumbará en la litera que tengo en la otra habitación. No dormirá, pero si estará en un estado de somnolencia. Entre usted y yo vamos a traer a ese ser y vamos a solucionar su problema.”

Antonio quiso reír, pero el aspecto circunspecto de ese curandero le contuvo la carcajada. Claudicó.

Tardaron una larga media hora en llegar al clímax. Entre calentar el agua, dejar reposar las hierbas, beber el líquido, que no sabía del todo mal, y aquietarse sobre la litera, el tiempo se fue consumiendo. Finalmente, tal como Pablo había anunciado, estaba en una especie de trance. Ni dormido, ni despierto.

Era su misma cara. Le miraba sonriendo. Él mismo quiso sonreír, pero aun en ese estado letárgico fue capaz de comprobar como Pablo mostraba un rictus de pánico en sus labios. Se le heló la sangre. Intuyó que algo iba mal.

HOLA.

Era su propia voz, pero distorsionada, como pasada por un distorsionador averiado.

¿ME RECUERDAS?
“No. ¿Debería?”
NO LO SÉ. ¿DESENCHUFAS A MENUDO A TUS HIJOS?

Tardó en comprender, pero cuando lo hizo la pesadez del pasado cargó con toda su contundencia sobre él.

Había sido la primera versión aceptable de Uno. Era la versión 16.03, la primera con autonomía intelectual, por detallar de manera concisa su estado. Sus parámetros le permitían interactuar con la gente de manera que además de los diez millones de respuestas que tenía almacenada la memoria de su procesador, era capaz incluso de elaborar respuestas diferentes a las que poseía en función de las necesidades. Y también había incluido una mejora emocional, había dotado de empatía a esta versión. Era la primera vez que uno de sus prototipos podía interrelacionarse plenamente. Era tal su perfección que socialmente resultó más competente que su propio creador. Esto no sólo no supuso un problema, era un logro. Por fin Antonio podía liberarse de la angustia social volcando sus relaciones sobre Uno versión 16.03. El prototipo impartía sus clases, acudía a las tutorías y a los claustros. Se había convertido en el profesor modelo. Su sueño de llegar a ser nombrado decano estaba al alcance de su mano. Era un nuevo logro en su investigación.

Pero todo se torció. Versión 16.03 se enamoró. Era inevitable, ese sentimiento iba estrechamente ligado a los otros que permitían la sociabilización del prototipo. Tardó en darse cuenta, pero cuando Antonio lo descubrió, no dudó un segundo. No podía permitirse debates intelectuales con su creación, no podía llegar a discusiones vanales sobre sentimientos con su obra. Y mucho menos arriesgarse a que una divergencia de opiniones llevase a Prototipo Uno versión 16.03 a cometer alguna locura.

Lo apagó. Simplemente.

Llamó para informar que se sentía indispuesto. Estuvo tres días sin aparecer y trabajó intensamente en versión 16.07. No le quedó alternativa, decidió eliminar los comandos que permitían empatizar con la gente. Todo volvería a ser normal, regresaría a su gris mundo de soledad y arrastraría a sus creaciones a esa misma condena. Seguiría como titular del departamento de física, pero ya no alcanzaría el decanato. ¿O tal vez sí? Tendría que seguir mejorando el prototipo.

Y fue entonces cuando comenzaron sus noches de desvelos.

“¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de mí?”
SOY YO. SOY TÚ. ¿QUÉ QUIERO? VENGANZA. ME QUITASTE LO QUE MÁS AMABA.
“Lo hice por tu bien, esa chica no te convenía.”
NO. ME QUITASTE MI VIDA. ME MATASTE.
“Tú no tienes vida, no tienes nada. Eres una máquina. No eres nadie.”
SÍ. SOY. MEJOR DECIR, ERA, PERO TÚ LO SOLUCIONASTE. AHORA VENGO A COBRAR MI DEUDA. HE VENIDO A VENGARME

A la mañana siguiente, Ernestina, que llevaba cinco años al servicio de Pablo y limpiaba tanto su casa como el apartamento que usaba como consulta, quedó conmocionada al abrir la sala y ver a su jefe y a su cliente sentados, hieráticos ambos. Miedo, gritos, vecinos que se acercaron a curiosear, luego la policía, un par de ambulancias.

La causa de la muerte fue dictaminada como fallo cardíaco en ambos. Y aunque el inspector López estaba convencido de que ese era el escenario de un crimen, el caso se cerró como muertes por causas naturales.

José Antonio Santos Guede, Ourense, España © 2018

jasantosguede@yahoo.es

José Antonio Santos, nacido en España, es escritor y gestor cultural. En el año 2000 publicó su primera novela,Cicatrices, y en 2009 su primer poemario, Bolboretas na memoria (Mariposas en la memoria), en gallego. En 2010 fundó la asociación Círculo Poético Orensano, cuyos objetivos son difundir la literatura, especialmente entre los más jóvenes, a través de actividades en centros educativos.

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