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El deseo del Amor

Todos los días lo veo pasar por el parque, siempre a la misma hora, después de llegar del trabajo y discutir con la que aún es su esposa. Estos dos seres no se aman, nunca lo hicieron… gracias a Dios, su unión por conveniencia nunca les permitió la gracia de los hijos.

Él corre, se aleja de su casa a más de seis cuadras y, en medio de la noche solitaria, salta las rejas y, sin ser visto por los guardias de turno, en busca de esperanza, entra a un parquecito cerrado y se sienta en los puestos aledaños a una fontana sucia, una que apenas brilla ante las pocas estrellas y las aún más escasas monedas de mínimo significado económico. Él suspira… Si supiese que yo lo veo, que lo espío… que cada día estoy más preocupada por él… que no pasa un momento en mi existencia que no quisiese estar a su lado, que quisiese arroparlo entre mis brazos, besar furtivamente sus mejillas, limpiar piadosamente de sus lágrimas…

Sin embargo… yo no me puedo acercar, sé que esto es prohibido y solo… Solo puedo verlo lastimosamente de lejos.

Hoy, este atractivo jovencito de ojos marrones y cabellos castaños está mareado, ha tomado de más y, sin juicio alguno, se empina a la fuente y saca de su bolsillo la única moneda que poseía —lo sé porque lo oí en medio de su discusión con la desquiciada mujer—. Y por ello, él observa su moneda con dolor pero a la vez con fe; pues había rumores de que ese pozo, antes, era una máquina milagrosa de cumplir deseos. Él besa su capital con sus finos labios y lo tira a los aires, donde tras una milésima eterna de segundos, cae y se sumerge entre las ondas.

Yo, poco a poco, me acerco a su lado; me encantaría susurrarle que pida un buen deseo… Así que, escondiéndome, le hago creer que mi voz es parte de su mente… Le murmuro que le pida a la fuente el anhelo de que le enseñase al amor de su vida… Él niega un poco con la cabeza, pero tras mis insistencias, asiente. Entonces, le dice a la fontana con furor. e incluso hasta con lágrimas en los ojos… que por favor le muestre al amor de su vida frente a él, al menos, para sentirse querido nuevamente.

Así que, lista para el gran triunfo… ante la petición, yo camino lentamente hasta su frente, me paro delante de sus marrones ojos y le regalo la sonrisa más grande que puedo hacer… Él no se inmuta, queda en silencio por largos minutos y, luego de ello, sin responderme ni una sola palabra… se da la vuelta y se retira sin esperanzas…

Rápidamente me quedo sola. ¡Vaya!… Si este pozo en verdad cumpliese los deseos… seguramente él sí me hubiese visto… hubiese visto a la mujer que más le ha amado en la vida…

Sí, a mí… a su difunta madre… esa que le tocará volver al papel de invisible acosadora, de infinita protectora.

LitedrawArt, Ecuador © 2016

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