Entro en la pizzería. Perdón, entramos juntos en la pizzería. Ella detrás de mí, aunque
pareciera haberse materializado ahí mismo. La pizzería está casi vacía, hay una pareja
conversando en una de las mesas que están junto a las ventanas que dan a la calle, justo
en el medio de la fila de mesas que están junto a las ventanas que dan a la calle. A pesar
de que la pizzería es grande y hay varios lugares disponibles, yo quiero una de esas mesas,
y ella también. Ella elige la que está mas cerca de la entrada y yo me quedo ahí parado un
momento, intentando decidir en cual de ellas me voy a sentar, como si fuera uno de esos
momentos frente a un tablero de ajedrez en el cual uno no sabe si la decisión que está a
punto de tomar lo llevará a la gloria total o al fracaso absoluto. Obviamente mi elección
es la misma que en esos momentos, pasiva, la jugada sin riesgos, pensando que quizá más
adelante aparecerá una chance de triunfo. Elijo la última mesa, la más segura, cerca de
la pareja y a una eternidad de ella. El mozo me trae la carta y, mientras comienzo a ver
las opciones, ella se levanta y va al baño, pasando a mi lado. Logro ver un poco más de ella,
es morocha, flaca, tiene el pelo bien largo y camina con serenidad, como si en ese momento
solo importara caminar hacia el baño. "Esta es mi oportunidad", pienso, "cuando salga le
sugiero que comamos juntos", pero ella sale y yo vuelvo mis ojos al menú. La pareja frente a
nosotros sigue conversando, solo paran para observar sus celulares y escribir mensajes, como
si después de un agotador round de exposición, decidieran que ya fue demasiado y corrieran a
refugiarse en la seguridad del banquito de la esquina del ring. Yo aprovecho para tomar mi
celular, con la esperanza de darle un "toque" a la distancia, pero alguien como ella no se
encuentra allí. El mozo se acerca y me pregunta si ya estoy listo para pedir; yo pregunto
si se pueden elegir dos sabores y él me dice que sí, sin problemas; entonces le pido mitad
cuatro quesos y mitad la de la casa y una coca para tomar, otra vez a lo seguro, lo de
siempre, lo conocido. Trato de observarla a través de los brazos gesticulantes de la pareja
sentada enfrente y la veo leyendo un libro, hay algo magnético en ella, aunque no sé si tiene
que ver con esa serenidad que la sitúa fuera de este mundo, o si tiene que ver conmigo, con mi
necesidad de encontrarla. El mozo se acerca a ella y le hace la misma pregunta que a mí y a
cientos de clientes que se han sentado alguna vez en esa mesa. Ella pide su orden, el mozo
levanta el menú y sale hacia la cocina. Ella baja sus ojos otra vez hacia el libro, ahí
consigo observarla un poquito más, sus ojos son grandes y brillantes y están pacíficos,
ella está ahí, presente en ellos, mirando como a través de una ventana transparente, sin
velos, sin ausencia. Comienza a jugar con su largo cabello, tocándolo con suavidad, lo acerca
a su nariz, lo huele y cambia la página, se sonríe levemente, con la comisura de sus labios
extendiéndose hacia un lado, tiene labios finos que le dan un aspecto inocente. Escucho el
ruido de la bandeja tocando la mesa y salgo de mi trance, miro al mozo que me pregunta si
cuatro quesos o la de la casa, tardo un momento en entender lo que me está diciendo mientras
él se queda esperando de forma monótona, sin importarle mucho mi respuesta, queriendo terminar
su trabajo. Le contesto que cuatro quesos y él corta una rebanada, la deja en mi plato, llena
mi vaso con coca y vuelve a la cocina. La pareja continúa con su ritmo de charla y vistazos
al celular y yo continúo mirándola a ella. El mozo se le acerca con su pizza, ella deja el
libro a un lado y comienza a comer. Yo también como, pero no quito mis ojos de ella, la veo
mirando su comida, oliéndola, cortándola, masticándola, saboreándola, tragándola, y todo
parece una misma acción. Cuando miro mi plato solo veo una aceituna que dejé a un lado y me
sirvo otra porción mientras pienso en cómo abordarla, qué decirle. Pienso en presentarme con
un "¿venís siempre por aquí?", pero lo deshecho por trillado, por más que pienso no se me
ocurre ningún verso que me haga más interesante, alguna mentirita que haga que ella me preste
atención. Quizá pueda decirle "hola, no te he podido sacar los ojos en toda la noche, hay
algo que me atrae hacia vos y es mi necesidad de relacionarme con alguien, de no estar tan
solo", pero creo que es la frase más patética que se haya inventado, aunque también podríamos
decir que es la más auténtica. Ella ya terminó su pizza y llama al mozo para pedirle la
cuenta, yo creo hacer lo mismo, pero aunque parece lo mismo la diferencia es reveladora, me
escupe la verdad en la cara. Mientras la veo salir, la veo clara, entera, ella danza con la
vida, no falta ninguna flor en su jardín. Yo la sigo a través de la ventana y me encuentro
conmigo, mis ojos en el horizonte, una búsqueda interminable, el boleto de lotería que salvará
mi vida de la monotonía de vivir, ese alguien que hará soportable las horas de soledad. Pero
ella no necesita eso, ella dejó de buscar, ella encontró, o mejor dicho, ella se encontró.
Hernán Paredes, Argentina © 2015
hernanmetal@hotmail.com
Hernán Paredes (Rosario, Argentina, 1980) es profesor de meditación y ha dictado seminarios de esta disciplina en la mayoría de los países de Latinoamérica. Es amante de la música, literatura, cine y ajedrez. Reside desde hace 8 años en Uruguay y está dando sus primeros pasos como escritor.
Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Me encontraba en una pizzería de São Paulo y empecé a observar a una morocha muy atractiva
que estaba comiendo sola y un muchacho que cada tanto le echaba una ojeada a unas mesas de
distancia. Me pareció interesante tratar de plasmar en un relato lo que sentí en ese momento
acerca de como el ser humano siempre está buscando algo que lo complete. Comencé a escribir
y el cuento fue tomando la forma de una dicotomía entre aquel que se siente vacío internamente
y busca desesperadamente algo afuera y aquel que experimenta paz interna porque su búsqueda
concluyó en un encuentro consigo mismo.
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