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El mono, el hipopótamo y el elefante

Érase una vez, en aquel tiempo en el que los animales aún hablaban como los humanos, vivían en un bosque sagrado un elefante, un hipopótamo y un mono. Para evitar cualquier conflicto entre ellos, se habían reunido a orillas del lago. El propósito de esta reunión era definir la propiedad de cada uno de los tres animales.

Antes del inicio de las discusiones, consciente de que quizás era el más débil de los tres, el mono propuso al hipopótamo y al elefante que todos juraran previamente que respetarían las decisiones que su asamblea estaba a punto de tomar. Acordaron con gran entusiasmo hacerlo. Para dar buen ejemplo, el mono fue el primero en tomar la palabra. Se levantó del tronco del árbol en el que estaba sentado, caminó y se paró frente al hipopótamo y al elefante:
—Yo, Mono, juro respetar sin reservas todas las decisiones que tomemos aquí —declaró en tono tranquilizador. Luego, dirigiéndose a los demás antes de regresar a su asiento, les dijo elevando la voz:
—¡Es vuestro turno!

El segundo en hacer la promesa fue el hipopótamo. Se levantó y dio un paso pesado, pero seguro, hacia adelante. Una vez frente al mono y al elefante, dijo con voz ronca:
—Yo, Hipopótamo, juro respetar sin reservas todas las decisiones que aquí tomaremos.

Una vez pronunciado el juramento, el hipopótamo volvió a su asiento e invitó al elefante con un gesto a hacer lo mismo. El elefante, que estaba apoyado en el baobab más viejo del bosque, empezó a separarse poco a poco de él. Tardó más de cinco minutos en hacerlo. Luego, con paso majestuoso, inició la marcha hacia el centro de la asamblea. Una vez llegado a este lugar, con voz suave acompañada de movimientos de su trompa, el elefante declaró:
—Juro respetar sin reservas todas las decisiones que tomaremos aquí.

El paquidermo regresó junto al pie del gigantesco baobab. Habiendo sido designado presidente de la sesión, empezó a hablar:
—Ha llegado el momento de demarcar nuestros territorios.

Dirigiéndose al hipopótamo, le preguntó:
—¿Cuál es el espacio que te gustaría tener para ti?

El hipopótamo respondió sin rodeos:
—El lago.

El elefante asintió, luego le hizo la misma pregunta al mono. Este último contestó:
—Los árboles. Vivo en los árboles.

El elefante agradeció la respuesta que, por lo demás, le convenía. Añadió, respondiéndole a la misma pregunta que no necesitaba hacerse a sí mismo:
—Yo me quedo con todo lo demás. Me viene bien así, mi cuerpo necesita mucho espacio.

El hipopótamo y el mono no dijeron absolutamente nada ante la declaración del elefante quien, en seguida, puso fin a la reunión. Cada uno de los animales tomó posesión de su espacio. El hipopótamo se metió bajo las hediondas, fangosas, negruzcas y ricas aguas del lago. Al elefante le correspondía controlar entonces toda la tierra, las lianas, las hierbas, las frutas silvestres que escapaban al control del mono o eran generosamente liberadas por grandes árboles que llegaban a veces a los cien metros de altura, así como las raíces que estos exhibían. El elefante también era dueño de todos los troncos desnudos que en el suelo yacían y sobre los cuales descansaban unas ramas arrancadas durante el brutal viaje que los condujo hasta allí. En lo que al mono se refiere, dependía de él controlar las copas de los árboles. Sin tardar, trepó a uno de ellos y, en una fracción de segundo, pasó de una rama a otra. El elefante pasó detrás del baobab. Cayó la noche.

A la mañana siguiente, un sol brillante se levantó en el horizonte. La fuerza de los rayos de este sol no pudo evitar que el hipopótamo saliera del agua y se parara en la orilla izquierda del lago, para tomar una bocanada de aire fresco. Muy cerca de allí estaba el elefante que empezaba a tener sed tras unos bocados de hierba muy tierna. Tomó inmediatamente el camino hacia el lago. Un poco más tarde, el elefante apareció en la orilla izquierda del lago donde se encontraba todavía el hipopótamo. El intercambio entre los dos paquidermos fue cordial al principio:
—¡Hola, hipopótamo! —lanzó el elefante.

La respuesta del hipopótamo no se hizo esperar:
—¡Hola! ¿Cómo estás esta mañana?
—Muy bien, gracias —le respondió.

Luego cambió la situación cuando el elefante se precipitó hacia las aguas del lago y en ellas hundió su trompa. Contra todas las expectativas, el hipopótamo intentó detenerlo de la siguiente manera:
—¡Ey, elefante! ¿Qué estás haciendo?

El elefante no hizo más caso al hipopótamo, pues ya se había acostumbrado a beber agua del lago sin que nadie le molestara. Al notar que el elefante continuaba saciándose, el hipopótamo se le acercó y le dijo:
—¿Has olvidado el juramento de ayer o has cambiado de opinión? Te comprometiste a respetar los límites de nuestros territorios.

Tras estas palabras del hipopótamo, el elefante se volvió y le dijo:
—¡No vine a establecerme en el lago! Solo bebo agua y me voy. Además, es la única fuente que tenemos en este bosque.

El hipopótamo reaccionó:
—¡Este territorio es mío!

Los dos paquidermos comenzaron a gritarse el uno al otro. Alertado por los gritos de los dos animales, se les acercó el mono. Cuando los dos animales enfrentados lo vieron se apresuraron a preguntarle a quién pertenecían las aguas del lago, en virtud del acuerdo oral convenido la víspera. El mono se contentó con pedirles que solucionaran sus propios problemas sin involucrarlo en ellos. Agregó, riéndose a carcajadas:
—¡Dejadme en paz!

Estalló entonces una pelea entre el hipopótamo y el elefante. El mono se deleitó sin moderación lanzando de vez en cuando esta frase:
—¡Más fuerte todavía!

Cuando los paquidermos estuvieron totalmente agotados, abandonaron la pelea. El número de víctimas fue elevado: miles de hierbas aplastadas, varias lianas cortadas, un sinnúmero de arbustos despalillados y heridas en ambos lados. El elefante acabó con una pata rota.

Los tres animales se fueron a un curandero que vivía a varios kilómetros del bosque para que le curara la pata al elefante. El hechicero elaboró la receta requerida y les informó de que tenía todos los ingredientes, excepto uno: una cabeza de mono. A falta de encontrar otro mono, pues la especie ya estaba en vía de extinción en la comarca, el curandero capturó el único mono que quedaba y que además se encontraba delante de él. Lo metió en una jaula para que no se escapara. Desde la cárcel, el mono se arrepentía de su acto. Fue degollado y su cabeza formó parte del medicamento que preparó el curandero para curar la pata del elefante. Si alguna vez se hubiera imaginado el mono que pagaría con su propia vida las consecuencias de la lucha entre el hipopótamo y el elefante, nunca la habría incentivado.

Wilfried Mvondo, Camerún © 2023

mvondowil@yahoo.es

Wilfried Mvondo es profesor de la Universidad de Yaundé I donde se doctoró en literatura hispanoamericana en 2015. De niño, ya escuchaba los cuentos folclóricos que le solían contar su abuela y otros miembros de la familia en Camerún, su país natal. Actualmente, se dedica a la valoración de esta herencia cultural tanto en algunos cursos que imparte como fuera del ámbito académico. Es autor y coautor de varios trabajos científicos.

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