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El que da primero da dos veces

Eran cerca de las dos de la madrugada cuando Ángela venía bajando por la calle de Santa Catalina. Le tocaba atravesar el tramo más oscuro. No había ningún bombillo encendido por dos cuadras. Ni siquiera de las casas salían pequeños destellos de luz; estaban en total y absoluta oscuridad. Sin embargo, no era noche cerrada, porque la luna, el faro del universo, estaba en fase llena. Muy esporádicamente las luces de los carros iluminaban el camino y el sobresalto le oprimía el pecho. Una mujer sola en la noche es carne para los tiburones. De cualquier vehículo podía venir la luz salvadora, el feroz asalto o un chapuzón de agua sucia. De las tuberías reventadas salía agua a borbotones todas las noches y se acumulaba en los inmensos baches de las calles viejas y desgastadas. El putrefacto olor del puesto de viandas le anunció que se acercaba a la esquina de su casa. Aguzó los sentidos porque cualquier rata en fuga, o el gato que la perseguía, podían cruzarse de pronto en su camino.

En ese momento dobló un carro y ella divisó un policía de guardia en la esquina, en la acera contraria. El corazón se le aceleró y metió la mano en la cartera. No confiaba en ningún oficial desde el día en que Liza y Zoe, sus mejores amiguitas de la infancia, fueron a parar a la estación.

Ese día era un domingo de calor insoportable. Las muchachitas del barrio se pusieron de acuerdo para ir a tomar helado en el Coopelia del Vedado. Ángela no pudo ir porque su mamá no le dio permiso. Esa es zona de prostitución y la policía persigue a los jineteros. A la salida del Coopelia, el grupo de muchachitas fue interceptado por la policía. Liza y Zoe fueron detenidas por no llevar identificación consigo. A los 12 y 14 años, no hay costumbre de salir con el carnet de identidad.
—Conducidas—dijo uno de los oficiales.
—Por favor, no lo vamos hacer más, déjenos ir—suplicó Zoe, la mayor.
—Ni que nos hubiera cogido jineteando. Somos niñas decentes—dijo Liza asustada, con los ojos aguados.
—Móntense en la patrulla sin chistar o las acuso de desacato a la autoridad.

En el recorrido a la estación, los guardias iban criticando a un amigo y riéndose a carcajadas. Las muchachitas también se relajaron un poco, pensando que solo les harían pasar un susto con la vuelta en la patrulla y las soltarían al llegar a la unidad. Ese era el escarmiento usual de los menores de edad. Una vez allí, cada oficial las condujo a calabozos separados. Zoe trató de impedir que cerraran la reja y el guardia le dijo: “Si te portas bien estarás aquí un ratico nada más; el acta de advertencia se llena rápido”. Eso la tranquilizó. Liza por el contrario rompió a llorar desde que le ordenaron entrar a la celda. El policía que le tocó a ella, le gritó: “A llorar y dar perreta a tu casa, malcriada”.

—Vamos para que firmes el alta de advertencia— le dijo a Zoe el mismo oficial que la encerró, pasada una hora. Ella lo siguió a su oficina. Él la dejó entrar primero y mientras cerraba la puerta le dijo: —Firma ese papel que está encima del buró.

Zoe, estaba escribiendo cuando sintió que el policía le tapó la boca con una mano, con la otra le dobló el brazo izquierdo hacia atrás y presionó su cuerpo contra el escritorio, a sus espaldas. De pronto la agarró por el pelo y tirando de él, la volteó.
—De aquí no sales hasta que no me des una mamaíta.

La empujó con violencia hacia abajo, se abrió la portañuela y comenzó a restregarle el pene contra sus labios; ella los apretaba cada vez más fuerte. Zoe sentía en la superficie de su boca la mezcla del amargo de sus lágrimas con el sabor ácido de la eyaculación de su agresor. Cerró los ojos cuando la sustancia viscosa también llegó hasta ellos. Los abrió cuando el oficial le dio una cachetada y le dijo:
—A llorar a tu casa, con la mocosa de tu hermana. Esto no es un funeral; piérdete de mi presencia.

Zoe salió dando tumbos de la oficina. Se encontró a Liza sentada en un banquito, terminando de comer un masarreal.

—Ciudadana —dijo el oficial mientras cruzaba la calle y apuntaba la linterna hacia los senos de Ángela. La luz también reveló que no estaba armado. —Carnet de identidad —dijo el uniformado.

Ángela tanteó con la mano dentro de su cartera. Tocó el carnet, pero siguió rebuscando hasta que sintió el frío metálico del cuchillo y lo agarró firme. Sin pensarlo dos veces, se lo hundió en el estómago con toda su fuerza, lo empujó y echó a correr. El hombre cayó al suelo aturdido, no por el dolor, sino por el tirón, la fugacidad, y la sorpresa.

En la carrera corta y desaforada, sacó las llaves del bolsillo del pantalón. Atravesó como una bala el umbral de una vieja casa colonial y su amplio pasillo con puertas a ambos lados. Entró en el primer apartamento de la izquierda a la velocidad de un cohete, y cerró la puerta pasando tres pestillos. Allí mismo se derrumbó sin dar un solo paso. Temblorosa, trataba de oír pasos afuera y al mismo tiempo una frase transitaba sin parar en su cabeza: “El que da primero, da dos veces”.

Maylin Ortega Zulueta, Cuba, Canadá © 2023

mortegaz@uwo.ca

Maylin Ortega Zulueta es ciudadana canadinese de origen cubano. Candidata a doctorado en estudios hispánicos en el departamento de lenguaje y cultura de la Universidad de Western Ontario y profesora de música y español en Toronto District School Board. Como músico, bajo el nombre artístico de Ozeta, es cantante y bajista.Su cuento "Las hijas de mi vecina" fue publicado por la editorial Lugar Común en el libro Nostalgia Bajo Cero. Su poema "Lujurioso" fue publicado en la revista Palabra y Voz del departamento de literatura hispana en la Universidad de Toronto. Su proyecto "Historias de Mujeres" recibió apoyo financiero de la fundación CINTAS en Miami. Le fascina contar historias a través de diferentes medios, la música, el video, el cuento literario, o una simple conversación.

Lo que la autora nos dijo sobre su cuento:
"El que da primero da dos veces" es un cuento inspirado en la realidad de la mujer cubana, especialmente en un suceso de abuso del que fueron víctimas dos amigas mías de la infancia y mis experiencias nocturnas en las calles de la Habana, mi ciudad natal. El cuento es parte de mi proyecto "Historias de mujeres", un libro para el que escribí ocho cuentos, que algún día se publicará. Intento fusionar las convenciones del cuento literario con el estilo natural con que un vecino narra las historias del barrio.

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