Regresar a la portada

El teléfono

El número era una de esas cosas incorporadas a su memoria. Discó sin pensar, tembloroso, con miedo. Era más fácil decírselo por teléfono. De esa forma no vería su rostro. Tampoco él vería el suyo, quizás con lágrimas.

—Hola soy yo... No hables, sólo escúchame. Tengo algo para decirte hace tiempo... Sé que soy un cobarde, que no tengo el valor de enfrentarte... me duele tu vejez... me cachetea el rostro. No quiero verte vencido en esa silla, con los ojos sin brillo. Ahora me doy cuenta por qué no quiero ir.

Recuerdo cuando prendido a tu pantalón eras mi héroe, un ser inmenso como una araucaria, invencible. Tus brazos fuertes me subían sobre tu espalda, para que lograra ver sobre toda la gente el partido de la canchita del barrio. Yo me sentía tan alto, tan alto, que estiraba los brazos para tocar las nubes.

Luego vinieron nuestras horas cómplices de “hombres”, tu brazo me rodeaba contándonos picardías, cuando apenas comenzaba a usar pantalón largo. Siempre fuiste el mejor. Cuando me compraste la camiseta del cuadro de mis amores, me llevaste a dar tres vueltas manzanas para que todo el barrio me viera. Hoy sigo paseando en mi memoria tu sonrisa de ese día, junto a mis colores amados como una escarapela de sol.

Luego, los bailes... Si llegaba más tarde de lo convenido, tú le hacías creer a mamá que ella se había quedado dormida y que en realidad yo había llegado en hora a casa.

Es verdad que recuerdas muy poco todo esto, muchas veces casi no me conoces... Eso no me preocupa. Yo tampoco me conozco, muchas veces... y otras veces no quisiera recordar tantas cosas...

La roca que creemos eterna se desgrana ante nuestros ojos. La vejez es soberbia y altiva, cuando, como una termita se hunde en el tronco sin piedad, devora la madera haciéndola irreconocible y frágil.

No puedo admitir que seas el que vive en mis recuerdos, que te muevas lento, apenas sin fuerzas, que apenas rías. Eres tú el que ahora tiembla cuando apoyo mis manos sobre tus hombros y te miro fijo.

Soy un cobarde que sólo teme llegar a viejo. Al verte, me corre ese terror por todo el cuerpo. Sin embargo, este dolor que me atenaza el pecho hoy se revela, porque sé que siento por ti un amor inmenso. Te entregaste como un guerrero sin miramientos. Tu entrega fue total y mi egoísmo no me permitió abrir mi corazón para decir: te quiero.

Voy a ir a verte, te apoyarás en mí, seré el aliento que necesitas, uniremos fuerzas como antes, para salirle con ganas a la vida.

* * * *

La puerta tamborileó familiarmente y se abrió. Un hombre bastante canoso entró al comedor.
—Hola viejo... ¿Qué hacés con el teléfono en la mano? Imagino que no estarás hablando con nadie... Acordate que el teléfono hace más de dos meses que lo cortaron por falta de pago.
—Perdone —respondió el anciano—. Y usted, ¿quién es?

Nedy Cristina Varela Cetani, Uruguay © 2017

nedy51@hotmail.com

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Regresar a la portada