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En el circo

El público ansioso hacía largas colas para ingresar a la enorme carpa que habían emplazado en el hermoso parque de la ciudad.

La gente iba comentando lo fascinante que debía ser la vida de los actores del circo, viajando por todas partes, conociendo pueblos, ciudades, provincias, países... en suma, el mundo.

Desde adentro se oía ya la música alegre y pegadiza anunciando que la función estaba por comenzar. Los espectadores se fueron acomodando en las sillas de las galerías hasta llenar el amplio espacio alrededor de la pista.

Cada uno tenía una expectativa especial por algún número determinado. Los niños esperaban a los payasos, aunque algunos les temían. Los adolescentes querían al mago y sus magníficos trucos que se empeñaban inútilmente por descubrir. Los adultos gustaban de las acrobacias que hacían unos cuerpos esbeltos y elásticos, algo típico y tradicional en un circo. Y, en general, todos se admiraban de las vueltas que daban los motociclistas en el globo de la muerte.

Muchos otros números concitaban la atención del público. Algunos se sorprendían en medio de la función cuando veían al payaso vender maní con chocolate luego de su acto. O descubrían la cara del mago cuando vendía globos de formas diversas por entre las sillas. Más de uno se admiró de ver a las bellas acróbatas tomando fotografías que luego vendían, enmarcadas en llaveros, a los asistentes.

Nadie esperaba el antiguo espectáculo de los animales: ni caballos de alegres saltos, ni jinetes cabalgando de espaldas, ni elefantes bailarines, ni leones domados, ni perros que pasaban aros de fuego, ni palomas que salían de las galeras de los magos. Poco a poco, en casi todas las ciudades, se fueron prohibiendo los espectáculos con animales, sometidos a grandes sufrimientos durante el amaestramiento y las funciones.

La trapecista ejecutaba por enésima vez su acto de acrobacia. Abajo, los espectadores lanzaban exclamaciones de admiración que ella conocía de memoria. Con elegancia y belleza lo realizaba tres veces por día, cuatro días a la semana, durante los doce meses, sin descanso. A sus treinta y cinco años, hoy realizaba su acto número once mil quinientos veinte. Y esa cifra cansa a cualquiera. Y aburre.

Hacía ya tiempo que observaba las caras del público e inventaba historias mientras caminaba entre las sillas vendiendo souvenires del circo. Aquella mujer del abrigo azul –imaginaba- era dueña de una boutique donde las señoras de abolengo regateaban los altos precios. Este señor de impecable traje blanco debía ser un galán de cine, acostumbrado a las miradas embelesadas de las mujeres que lo coqueteaban. Aquella joven de marcada distinción, sin estridencias, parecía tener una vida feliz. Sería tal vez profesional universitaria y su gallardo marido debía ser un importante empresario. Los acompañaban dos hijos primorosos. Esa familia era el reflejo de la vida que había anhelado siempre para sí misma. Pero su historia real fue otra, la vida del circo no le dio tiempo a concretarla.

Apenas niña se encontró de pronto practicando en el trapecio, como su madre, mientras su padre, con singular valentía, se subía a esas motos de ruido enloquecedor para girar frenéticamente dentro de un gran globo de acero. Su hermanito menor, con un pompón rojo en la nariz, ensayaba cada día las travesuras de los payasos. No había otra salida, su vida debía ser el circo. Y hoy se cumplían veinte años desde esa lejana tarde en que recibió sus primeros aplausos.

Recordó a aquella pareja joven del público y sintió pena de sí misma, tal vez con algo de envidia. Y decidió por fin que era hora de cambiar de vida. Saltó de un trapecio a otro, y fue entonces cuando, en el aire, encogió sus brazos.

Rodolfo Lobo Molas, Catamarca, Argentina © 2019

lobomolas@gmail.com

Rodolfo Lobo Molas es poeta, escritor, piloto comercial de avión, piloto de planeador, locutor, periodista, radiotelegrafista, gestor cultural. Es miembro de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), ha publicado dos libros propios: el ensayo Catamarca, Ensueño y Leyenda, sobre su provincia, a través de la Universidad Nacional de Catamarca, y el libro de poesías Los pájaros de la lluvia. Participó en 35 antologías nacionales e internacionales de microficción, poesía y narrativa, y obtuvo diversos premios y distinciones. Su obra se publicó en Canadá, Chile, Costa Rica, Cuba, España, Estados Unidos, México, Perú, Venezuela y Argentina.

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