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En misa

En el silencio y la semioscuridad se escurrió, disonancia familiar y esperada, el agudo tintinear de una campanilla: comenzaba la misa. Los fieles se hincaron reverentes y la voz del sacerdote se dejó escuchar, suave y monótona. Sobre el altar mayor descendía, casi con reverencia, un pálido rayo de sol, desbordado constantemente por miles y miles de partículas de polvo e insectos, que caían en ángulo desde el colorido vitral de una ventana que bordeaba el semicírculo superior de la cúpula.

Allá arriba, al lado de la ventana, a plena luz del sol, dos hombres conversaban agazapados.

–Ya sabes todo lo que tienes que hacer y los materiales están listos; no tengo más nada que esperar, me voy.
–Está bien, está bien, puedes irte cuando quieras... lo que pasa es que...
–No empieces ahora a preocuparte, estúpido, ni se te ocurra ponerte nervioso, o echarte para atrás; estás muy metido en esto y los jefes no aguantan pendejos.
–¿Quién diablos está nervioso? No me voy a echar para atrás, solo que estoy un poco preocupado... sí, un poco preocupado...
–¿Preocupado? Por lo que tienes que preocuparte es por lo que te harán si no haces lo que te han mandado, y no por otra cosa; acuérdate de eso.
–Es verdad; tienes razón, no te apures por mí; haré mi trabajo, pase lo que pase.
–Muy bien, me voy entonces.

Sin esperar más, el individuo se alejó rápidamente por los techos dejando al compañero sólo, agazapado bajo los hermosos rayos del sol de la mañana.

Adentro, en la iglesia, la campanilla sonó de nuevo; nubes de incienso se elevaron a través del callejón de luz que caía sobre el altar; la voz profunda del órgano se apretó contra las paredes del sagrado recinto; los fieles, arrodillados, susurraban oraciones entre miradas de reojo a taconeos rezagados en la nave central.
–Dentro de un rato tendré que hacerlo; tendré que hacerlo aunque no me guste... Las notas del órgano, apagadas por el espesor de las vetustas paredes, apenas llegaban a sus oídos, confundiéndose con los sonidos de la vecina calle, al otro lado de la cúpula.
–No sé por qué me habrán elegido a mí para esto, no sé; tengo miedo de hacerlo; los pecados... el infierno... papa y los curas siempre hablaban de esas cosas, de que los que hacían cosas malas iban al infierno, y se quemaban muchísimos años, todo el tiempo... si le faltas el respeto a tu mamá no vas al cielo. Pedrito, ¡cojollo! Si por no ir a misa se va uno al infierno, por esto... ¡cojollo!

Un brusco susurro se abatió sobre el individuo, que se volvió rápidamente, agitado y convulso; la bandada de palomas evolucionó sobre él, posándose luego en un cercano alero.
–Los soldados y los curas, que había que hacer que la gente se diera cuenta de lo malos que eran, y entonces nosotros teníamos que hacer estas cosas aunque parezcan malas, para que la gente diga que fueron... ¡diantre! El caso es que yo no entiendo nada de nada.

Entre los graves acordes del órgano se perdió el susurro de una oración y el desacompasado entrechocar de rodillas con madera; el sacerdote se inclinaba ante una brillante copa de oro; los insectos, el polvo y el incienso ascendían suavemente a través de la columna de luz.
–Si pudiera esperar a que se fuera el cura, aunque sea, porque si no es seguro que... mamá decía siempre que no se debían hacer cosas mal hechas porque si no íbamos al infierno; cuando el tío Evaristo mató a la mujer que tenía en Villa Duarte, mamá dijo que se iría derechito para el infierno... quemarse en fuego y en aceite caliente, y todo el tiempo... debe ser jodón de verdad eso de quemarse y quemarse siempre, sin poder salir...

La sombra fugaz de las palomas se proyectó sobre el altar mayor al pasar sobre el hombre y la ventana; el sacerdote oraba de frente a los fieles.
–Tengo miedo, tengo miedo de hacer esto e ir cuando me muera al infierno para siempre –se movió ligeramente, apartándose de la ventana–. Lo malo es que si no lo hago me van a hacer como a Francisco, que lo tiraron amarrado al río...

La voz del órgano brotó de nuevo, llegando esta vez mucho más clara a los oídos del agazapado; éste miró hacia abajo, hacia el altar mayor: desde donde estaba, únicamente podía percibir la cabeza del Cristo en la cruz, llena de polvo y telas de araña, sus manos clavadas en el madero... las notas del órgano ascendían, ascendían envolviéndole, impidiéndole pensar...
–El infierno.... el infierno... quemarse en aceite hirviendo... ¿qué me va a pasar? Para siempre en el fuego del infierno, para siempre, sin poder salir... pero me matarán si no lo hago... el capitán, los jefes me matarán... ¡Oh Dios! ¡Virgen Santísima! Me quemaré para siempre sin poder salir del infierno, me quemaré...

Miles y miles de partículas de polvo e insectos ascendían a través de la columna de luz, fundidos en densas nubes de incienso; los fieles se inclinaban reverentes, musitando sus plegarias; el sacerdote levantó ambas manos...
–Me matarán... me matarán... mamá... el infierno... hervir en aceite sin poder salir... para siempre... todo el tiempo... el río... lo tiraron amarrado al río... Virgen Santísima... patalear amarrado con el agua metiéndosele a uno por...

Una sonora y alargada nota del órgano se desgarró, fundiéndose en el siniestro crujir de la explosión y en los alaridos de los fieles... una densa columna de humo se mezclaba y ascendía con los insectos, el polvo y el incienso...

Sobre el techo, las palomas levantaron raudas el vuelo, proyectando un relámpago de sombra sobre el altar mayor...

Armando Almánzar Rodríguez, República Dominicana © 2016

armandocine@gmail.com

Ilustración de Manuel Giron, 2015 © ProLitteris

Armando Almánzar Rodríguez comenzó a escribir sobre cine en 1963, y sobre literatura en 1965 y desde entonces no se ha detenido en ambas actividades.
En lo que se refiere a la literatura, es en 1966 cuando incursiona por vez primera al participar en el Primer Concurso Dominicano de Cuentos organizado por la sociedad cultural La Máscara, con su cuento "El Gato".
En 1967 aparece el primero de sus libros, Límite, editado por Alfa & Omega, que tuvo otras dos ediciones.
El segundo libro de Almánzar, Infancia feliz, aparece editado también por Alfa & Omega, en 1978, y es muy bien recibido por la crítica. El cuento que le da título había ganado el Primer Premio en 1977 en el concurso anual de cuentos de Casa de Teatro.
En 1985, la Biblioteca Nacional lanza al mercado el tercer libro de cuentos de Almánzar, Selva de agujeros negros para Chichí -La Salsa-.
Cuentos en corto metraje, colección de cuentos que hace alusión directa al primer oficio del escritor, el cine, aparece en 1993, y fue premiado como Libro del Año por el Círculo de Escritores Dominicanos.
En 1995 aparece Marcado por el mar, su quinto volumen de cuentos, editado por el Banco de Reservas, que recibió la distinción del Premio Nacional de Literatura de Cuento de parte de la Secretaría de Educación.
El Elefante y otros relatos extraños, sexto volumen de cuentos de Almánzar, aparece en 1997 publicado por la Editora de Colores.
En 1997 se publica El cuento hispanoamericano en el Siglo XX, compilada y comentada por el profesor chileno Fernando Burgos, de la Universidad de Memphis. "El Gato" fue el relato seleccionado para esta antología.
En 1999, el séptimo de los volúmenes de cuentos de Armando Almánzar hace su aparición, editado por la Colección del Banco Central. Su título: Arquímedes y El Jefe y otros cuentos de la Era.
En 2001, la Editora Cole pone en circulación la Antología casi personal de Almánzar, que recoge 21 de sus mejores relatos, seleccionados por el licenciado Alberto Perdomo, el escritor José Alcántara Almánzar y el también escritor y dramaturgo Arturo Rodríguez Fernández.
En abril de 2000, apareció la edición I Cactus non temono il vento, edición publicada en idioma italiano por la Editorial Feltrinelli, una de las más importantes de esa nación europea, que contiene cuentos de varios autores dominicanos, entre ellos tres de Almánzar. La selección de los cuentos estuvo a cargo del escritor, poeta e intelectual italiano Danilo Manera.
En 2001, la Editorial Siruela, en España, presenta otro volumen llamado Cuentos dominicanos (Una antología), compilada también por Danilo Manera, en la cual aparecen otros tres cuentos de Almánzar Rodríguez.
En 2003, aparece Ciudad en Sombras, editado por Editorial Norma, de Colombia. Ciudad en Sombras ofrece la novedad de que presenta 18 cuentos, todos ellos protagonizados por el mismo personaje, un capitán detective al servicio de la Fiscalía.
En ese mismo año pone en circulación su primera novela, Un siglo de sombras, obra de corte histórico que tiene como trasfondo la corrupción en Dominicana durante todo el siglo XX.
Concerto Grosso, otro volumen de cuentos de Almánzar, aparece en 2005, editado por el Banco Central.
Desconocido en el parque, su segunda novela, es editada en 2007 también por la Editora Norma.
Vórtice, la tercera novela escriba por Almánzar, apareció en 2009, editada igualmente por Norma.
En 2010, sale la primera edición de Thanksgiving days, tomo de cuentos que lanzó la Colección Literaria del Banco Central, y por el cual Almánzar recibe su tercer premio Nacional de Literatura en el género de Cuento.
Re-Armando Cuentos, antología editada por el Ministerio de Cultura, aparece en ese mismo 2010. Casi 700 páginas con una selección de cuentos de los diez libros de cuentos publicados por Almánzar, aparece y se agota en menos de tres meses.
En el 2012, bajo el sello de Ediciones Ferilibro, fue publicado el volumen Tres novelas cortas, con las novelas "El Paraíso", "Francisca Flores" y "Vidas de Otoño".
Y en ese mismo año sale a la luz Cardona... ¡Vuelve!, publicado por Editorial Santuario, conteniendo 14 historias protagonizadas por el detective Cardona, quien ya había sido el protagonista de Ciudad en Sombras.
Una aventura erótica y otros cuentos es el título bajo el cual se publicó en abril de 2013, una colección de 22 historias.

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