2 de noviembre y no nos han pagado la quincena, malo, malísimo. En mi corroída billetera radiaban unos cuantos billetes de veinte... y en mi rostro continuaba tatuada la amargura de la escasez... Las migajas del desayuno aún eran paladeadas en mi boca, café aguado y tres tortillas secas con sal. Resiento la ausencia del chilito y los frijoles.
Mis vidriados ojos se opacan un poco más de lo acostumbrado... La ciudad parecía renacer en mis pupilas. El silencioso desplazamiento de mi mirada era más fuerte que el sol que atravesaba las raídas cortinas.
Era dos de noviembre... el día en que desaparece la brecha entre ricos y pobres. La muerte es ciega y nos llega a todos por igual, reparte parejo. México se iluminaba entre el colorido del papel de china, sus flores soleadas y las incandescentes flamitas de sus muchas veladoras.
Los niños salen de sus casas en busca de su "calaverita" y las casas son invadidas por el olor a pan caliente; la panadería de la esquina no ha cesado de trabajar. Los panteones están repletos de flores predominando los amarillos y naranjas encendidos, los familiares de los difuntos realizan su visita anual olvidándose de ellos el resto del año. La visita a los "muertitos" une a la familia y a los amigos, uno se la pasa bien entre la reunión del campo santo y la de la casa.
Salí del vecindario como todos los años en busca de un camino que quedó enterrado, olvidado por el mundo... como un mal chiste, como un simple error... Me cae que hay gente ingrata, ni a sus "muertitos" los tienen en cuenta, tampoco a los que siguen pisando este mundo.
Era medio día, rutinariamente recorrí los mismos lugares de siempre, calle por calle, milímetro a milímetro, sin olvidarme de ni un solo rincón, ni de sus ambiguos aromas, no de sus colores desteñidos que me hacían hurgar entre viejos recuerdos, entre malos chistes.
Una inmensa bola de gente rodaba por las viejas calles del centro de la ciudad, testigas mudas de la masacre del 2 de octubre, viejos edificios que aún cicatrizan las heridas de la Revolución... pisadas de fuego van y vienen por las sucias y accidentadas calles... llenas de promesas. De los baches oigo salir la voz de los 60 y de mi accidentada patria oigo reir a la Libertad. A poco piensan que la Libertad siempre anda de seria.
Se oye el incesante martilleo de unos albañiles, van dejando pisadas de cal por donde caminan, mientras golpean y emparejan "la mezcla", en movimientos perfectos y sincronizados suman ladrillo a ladrillo; aritmética del trabajo así como del sufrimiento mismo.
Mi mirada borrosa no me permite ver con claridad lo que pasa a mi alrededor, mis recuerdos se mezclan...los aromas se dispersan, la neblina baja del Ajusco...Las calles se van tiñendo de rojo y las paredes aún no terminan de cicatrizar.. Como todos los años, el sufrimiento y la gloria renacen de mis venas... y me trasladan a un mundo séptico, a una dimensión perdida entre mi pasado y el hoy. El frío cobija la noche e invade mi cuerpo, cuartea mis mejillas y me enchina la piel.
La madre Tierra se hace cómplice de nuestros sueños..., la madre piedra, la madre asfalto. No hay llamas que calienten nuestras voces, no hay pan que alimente nuestro espíritu, ni hay asfalto que proteja nuestras huellas...
"Nos quieren quitar la historia, para que en el olvido se pierda nuestra palabra."
La noche no es más generosa... el mudo y ensordecido ejército rastrea nuestros pasos, hurgan entre los rincones tras nuestros dispersos abecedarios, violan la paz de la noche...de la a hasta la zeta. Se oyen disparos que son ahogados en sollozos... caen multiplicadas las lágrimas que ya no serán lloradas...caen hondo en la piedra. A lo lejos las esperanzas aún persisten y acaso crecen y crecen, entre lágrimas y risas, entre palabras y señas de varias culturas.
La ciudad está ensordecida... aún siento la sangre de Ernesto correr entre mis dedos, aún siento su acribillado cuerpo morir entre mis manos, aún escucho sus suspiros, sus últimas palabras... sus últimos gritos de libertad al momento en que descubrieron nuestro improvisado albergue y derramaron nuestras últimas letras.
Aún veo su marchito cuerpo perderse entre golpes y nubes de balas, aún siento la ráfaga de agua fría que limpia nuestras sombras y enloda nuestros cuerpos. La lluvia de octubre sopla y limpia la otra cara de la ciudad.
Un golpe resuena en mi cabeza, oigo pasos... no tengo más recuerdos así que vuelvo al "mundo real". Hacía años que el mismo recuerdo me desconectaba del mundo y sus sutilezas, había entrado en una especie parecida al delirius tremens, yo que estaba más sobria que de costumbre. La locura de cada día es una araña tramposa, se agazapa y salta sobre su mosca.
Continúo mi camino... Las fastuosas y coloridas iglesias se revisten entre ofrendas y flores de cempasuchitl, mientras son acechadas por los vendedores que en su afán de subsistir, se olvidan del significado de lo sagrado y no respetan la memoria de los muertos, únicamente se limitan a su cotidiana procesión hacia el changarro. Al ras de las banquetas se extienden los multicolores tapetes de los comerciantes, una montaña de ropa se eleva entre las multitudes, desafiando toda ley de la gravedad. Una gangosa voz oferta su mercancía... los clientes se pierden entre regateos y palabras, mientras los caminantes nos confundimos entre el incesante olor a manteca, maíz..., sudor...
Un escuálido perro hurga entre los desechos de una taquería al paso. El cachorro devora lentamente el suculento manjar, sus mordidas lo hacen bailar y lo van achicando. El can con sus muchos hambres y desconocidos sabores queda atrás. No deseo volver la mirada, pienso únicamente que engullir familiares nunca ha estado bien visto... ni siquiera entre perros.
Tililín...tililín... tilílín... (Se oye el repicar de una campana al momento en que se escucha una voz gangosa y fuerte que anuncia al camión de la basura). Las doñas salen corriendo de las vecindades gimiendo y gritando al momento en que arrastraban los pesados y malolientes sacos de basura. Las calles son un caos, el piso está manchado de residuos que sin culpa fueron cayendo poco a poco de cada bolsa, latas de frijoles marca propia, pedazos de plástico maloliente, mendigos y perros pepenando alguna migaja, señoras enfurecidas mientras regatean el costo que el basurero imponía para deshacerse del maloliente botín.
En las calles de mi barrio es común oir voces extorsionadas, también en las vecindades, lugares mil veces olvidados. El camión de basura hacía sus recorridos cada mes, siendo puntual en fechas de elecciones.
Bang... truenan unos cohetes...vuelven a tronar y siguen ...
Ernesto azota la puerta y huye a escondidas de su casa... su angustiada madre lo persigue hasta extraviar su silueta. Él sabe que la carta que le ha dejado en la mesa será el último contacto que tendrá con su madre... sabe que ella llora al lado de otras madres que no han logrado persuadir a sus críos de los riesgosos ideales que los mueven... La Libertad tiene sus maternales desencantos. Las madres lloran encima de la foto de un ángel perdido... de sus niños que quisieron jugar a la revolución.
Los ojos de Ernesto se alejan... y su rostro lloroso como el de un niño arrepentido se va perdiendo en la inmensidad de la noche...
Una carcacha parqueada en la esquina brilla con la música de los 70 que sale de su interior, su ocupante tararea desafinadamente prendido de una chela de la que toma pausadamente. A pie juntillas mis ojos hurgan a través de la reja de la vecindad una puerta abierta, una calva prominente se dibuja sobre el espaldar de un sillón y al fondo un televisor blanco y negro pasa imágenes de Cantinflas.
Al fin diviso mi camino final... un embriagante aroma me apresura a llegar, mientras una deslumbrante luz guía mi camino. Aprieto el paso y toreo miradas, cruzo la reja. Adivino en el segundo patio la presencia de las viejas echando la chorcha mientras se disputan los tres lavaderos, al ritmo que "intercambian" los chismes del día; cambio de paso, pestañeo sucia y lentamente, por fin llego a casa: el candado cede al primer impulso y abre la pesada y desvencijada puerta de madera, cruje, reconozco el olor a humedad, los secretos aromas me reclaman, el embriagante cempasuchitl marea mis pasos... nada ha cambiado desde la última vez... Mamá sigue llorosa solo que ahora es un poco más comprensiva que antes.
La madre de Ernesto y la mía se inclinan ante el altar, colocando cuatro veladoras mientras rezan con fervor un padre nuestro. Mamá repite mi nombre con insistencia mientras una lágrima se desliza por su tez morena y vuelve a llorar...Sólo puedo verla inerte y soplarle al oído un "te quiero" que ya nunca escuchará...Los densos aromas voltean mi mirada hacia el piso, hacia los rincones. Ernesto me toma de las manos y juntos desaparecemos entre las sábanas de la cama..., sabe que volveremos del sueño por el camino de aromas.
Volteo la mirada al piso y me esfumo mientras una chinche frota sus patitas.
Dahil Melgar, México © 2001
melgard@hotmail.com
Dahil Melgar nació el 19 de marzo de 1985 en la ciudad de México, hija de inmigrantes peruanos. Actualmente radica en Cuernavaca Morelos.
Desde muy niña ha manifestado una gran sensibilidad, así como fácilidad para escribir. A los 12 años publicó su primer poemario, titulado "El viejo roble". Desde los 14 años publica diversos artículos en el suplemento cultural juvenil "El Circo" del diario local, El Regional del Sur.
Ha publicado un ensayo acerca del graffiti como movimiento ideológico-cultural en el sitio: http://www.laneta.apc.org/redcom/tag/
Actualmente, cursa el segundo semestre de preparatoria en el Colegio de Bachilleres del Estado de Morelos (COBAEM).
Entre sus escritos resaltan: el relato "El Che nunca morirá"; el poema "¿Cómo?", y los cuentos : "Polvo eres" y "Entre cruces y caminos", de reciente creación.
Lo que la autora nos comentó sobre su cuento:
¿Qué puedo decir?, no todos los días uno obtiene una oportunidad así de publicar alguno de sus escritos, ni de que alguien más esté dispuesto a leerlos según su deseo y su tiempo.
Este cuento tiene muchas historias, más de las que podría contar o mejor dicho: más de las que quisieran saber. En sus inicios fue solamente un escrito más en busca de un punto extra en la clase, pero terminó
siendo una mezcla de anteriores escritos y una recreación de aquellos rollos con los que tanto desespero a la gente.
El cuento nunca pasó más allá de las manos del jurado escolar, le pesaba como plomo el fantasma del 68 por lo que descalificó mi cuento olvidándose de razones literarias. He de admitir que me sorprendió mucho el apoyo brindado por mi maestra de Taller, en mi espacio escolar no es muy común que un maestro esté dispuesto a ayudarte.
Los movimientos ideológicos (principalmente de los 60) así como las tradiciones culturales y populares, siempre me han parecido temas apasionantes, por lo cual no fue difícil pensar en un tema del cuál escribir, el resto de la historia solita se fue dando.
Creo que mi país es bello por naturaleza, cada centímetro de sus calles tiene una historia qué contar, en su territorio cada huella pertenece a un abecedario de culturas diferentes. Cada día que nace encierra un matiz
que se funde entre la encrucijada de ideas, cultos y tradiciones que conforman la patria que tanto quiero.
En mi cuento revivo el tema cultural de la muerte en su versión mexicana.
Creo que es importante que la historia y las tradiciones no terminen por sepultarse. Ojalá que en el mañana nuestra gente sepa cómo recrearlas.
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