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Espejos del alma

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El vaho de mi respiración difuminó el barrio de chabolas por el que pasábamos. En otro momento hubiera limpiado el cristal con la palma de mi mano pero así, aquella zona podrida de la ciudad parecía un poblado de cuento navideño. La capa de humedad solo d ejaba ver los contornos, no los contenidos; los perfiles, no los desperfectos, al igual que la foto difuminada por un filtro a un vieja actriz le hace desaparecer las arrugas y el exceso de maquillaje, la tez fláccida o la sonrisa ficticia. Al fin decidí limpiarlo y entonces fui yo la que me encontré difuminada en el reflejo del cristal y la verdad es que el efecto era muy positivo: los surcos profundos que rodeaban mi boca, gesto que ofrecía a mi rostro un aire siempre triste, desaparecía e n la imagen como si me hubieran inyectado colágeno; las pequeñas arrugas de mis ojos no existían y por supuesto aquellas incipientes bolsas que habían brotado en los últimos meses, por el vulgar estrés, no se notaban. La imagen del cristal era hermosa, co mencé a verme atractiva. Ahuequé mis rizos peinándolos con los dedos y conseguí un buen efecto. Enderece mi espalda y sonreí, pero en ese momento la puerta corredera del departamento se abrió. Disimulé colocando mi mano haciendo hueco con el cristal como si estuviera mirando interesada por la ventana y no pudiera ver bien por efecto de la luz interior.

Me volví hacia el pasajero que entraba y tras saludarlo, en milésimas de segundos, le hice la ficha técnica: cuarenta años, profesor de instituto o quizás de universidad; divorciado desde hace poco y por supuesto miope. Rápidamente volví a mirar por la ve ntana, la noche comenzaba a inundar de oscuridad el paisaje nauseabundo de los confines de la ciudad. A intervalos se veían fabricas y carteles publicitarios. Ansié ver el campo antes de oscurecer del todo pero supe que no lo conseguiría, así fue. Pensé que al llevar diez minutos de camino nadie más entraría en el compartimiento durante la noche, eso me entusiasmo, podría al menos tumbarme en los asientos y dormir unas horas, lo mismo estaría pensando él.

Después de colocar sus maletas se sentó justo en frente de mi. Me fastidió, era como si entrara en mi campo privado, en ese espacio que las personas como yo necesitamos para sentirnos libres. Le demostré que me sentía incómoda retirando mis piernas, aunqu e ni mucho menos me las rozaba, era un gesto típico en mi para que se notara mi repulsa hacia la cercanía. Ahora no podría pensar a gusto en mis cosas puesto que él en cualquier momento vería mi expresión. Siempre he tenido el convencimiento de que mi car a dice demasiadas cosas. Me hubiera gustado aprender a adoptar un gesto inexpresivo para estas ocasiones pero jamas lo he conseguido. Aquel hombre me estaba mirando !Dios!, me sentí descubierta, desnuda, violada en mi intimidad. Aquel profesor-divorciado-cuarenton y miope me había descubierto. Sonrió. No quise devolverle la sonrisa, simplemente mantuve mi mirada fija en la suya con air e de mujer inescrutable, firme, dura, inaccesible, superior. Bajó la mirada y se sonrojó, eso me hizo gracia. Efectivamente estaba recién divorciado, no tenía esa estúpida seguridad machuna que caracteriza a los expertos separados que lo han vivido todo. No, este estaba muy verde todavía, era como un muchacho que, en plena pubertad, comienza a descubrir la sexualidad y se ruboriza por cualquier cosa. Me gustó. Ahora era yo quien le miraba, le observe detenidamente. Sus párpados se hallaban medio cerrados porque leía un libro que tenía sobre las piernas. Percibí un pequeño tic nervioso que le hacia vibrar la zona externa del párpado inferior izquierdo. En poco tiempo ostentaría una apreciable calva que ahora ya comenzaba a despejar con abundantes claros so bre las sienes (estuve a punto de elevar mi dedo gordo y guiñar un ojo para imaginarme su cara calvo del todo, pero no lo hice). Tenía unos hermosos labios, no demasiado gruesos, pero lo suficiente como para ser deseados. Por un momento sentí su textura y tibieza en los míos y un escalofrío recorrió mi espalda. Bajo su nariz, larga y recta, su carne mantenía aun el almohadillado cá lido de la juventud a pesar de su edad en la que suele, esa zona, volverse rígida y áspera. En fin, su boca, aunque no le había visto la dentadura y eso es fundamental, era apetecible. Denotaba además de juventud, ternura, y a mi el hombre tierno me atrae de forma alarmante- por fin se esta poniendo de moda este tipo de hombres entre las mujeres. Gracias a Dios los machos, de rasgos duros, posturas varoniles y despóticos, están dejando de ser los protagonistas de nuestras fantasías sexuales-.

Dejó de leer un momento y me pilló mirándole. Quedaría bien si dijera a que tenía los ojos grises, pero no, eran simplemente marrones y empequeñecidos por los cristales de sus gafas de miope, aun así me parecieron hermosos- hay que saber encontrar el enca nto en lo vulgar-. Mantuvimos la mirada los dos sin querer ninguno azorarse por la situación. Entreabrió los labios de los que salieron un ¿hasta donde va? entrecortado. Carraspeó, yo hice lo mismo y contesté que al final del trayecto. Sonrió y me dijo qu e él también. Eso me hizo pensar en las diez horas que nos quedaba de estar juntos. Aquellas primeras palabras que intercambiamos me daban pie a iniciar un buena conversación para conocerle, no quería que se cortara ahora que había comenzado. Intenté pens ar, todo lo rápido que mis neuronas me lo permitían, en algo de lo que hablar. Mil conceptos se arremolinaron en mi pensamiento: tiempo, trenes, viajes, ciudades, trabajo, estrés insomnio, divorcio, hijos, ternura, sexo, invierno, traqueteo, La Coruña, pe riodismo, profesorado, cansancio, vacaciones, huida, sarampión, rubéola, calva, ojos, labios ¿que libro estás leyendo? se me ocurrió por fin. El se levantó y se sentó a mi lado. Me enseñó la tapa del libro y señaló con el dedo índice el título mientras lo leía cerca de mi oído. Noté su aliento, no fumaba, no bebía y hacia bien las digestiones. Me gustó. Al acercarse a mi salió por entre el cuello de su camisa una breve ráfaga de aire cálido y perfumado de su pecho. Por fin pude concentrarme en el título: "Extraños en un tren" de Patricia Highsmith. !Vaya- le dije- lo he leído!. Desde ese momento ya no hizo falta que pensara cómo continuar la conversación. Pasamos varias horas, no se cuántas hablando de todo, por supuesto de las cosas que pueden ocurrir en un viaje en tren. Tenía verdadera curiosidad por saber si la ficha técnica que le hice en los primeros instantes de conocerle era su verdad, así que le pregunté si era profesor, si estaba divorciado desde hacia poco y si era miope- aunque esto era eviden te-. EL, asombrado por mi magnífica perspicacia, me respondió que sí y me fue contando cosas de su trabajo y su fracaso matrimonial a medida que yo le preguntaba. Al mismo tiempo me iba sintiendo muy segura como mujer ya que yo, definitivamente, le atraía .

Mientras hablaba yo observaba sus ojos sinceros y sus labios, y no dejaba de pensar que hacía más de veinte años que no había probado otros labios que los de mi marido. Deseaba sentir otros distintos, aquellos que me relataban los acontecimientos de su vi da familiar. En esos momentos hubiera dado todo por un beso, pero no hizo falta. Delicadamente se acercó y poso con toda dulzura sus labios en los míos !creí morirme de placer!. Se levantó y cerro el pestillo del compartimiento. Vino hacia mi y comenzó a desnudarme.

Todo paso muy rápido. Luego nos quedamos dormidos plácidamente acurrucados en los asientos- aun no sé cómo-.

Me desperté sobresaltada por los golpes que daban en la puerta. El se asustó también. Pensé que era el revisor para pedirnos el billete. Abrí. Una pistola apuntaba mi nariz. Levanté las manos instintivamente como en las películas. Nos detuvieron. A mi me soltaron a las pocas horas no sin antes contarme que mi amado compañero de tren era un heroinómano que había asesinado a una pareja para robarles. Me hice mi propia ficha técnica: cuarentona, periodista, divorciada de hace poco, estúpida inexperta y, encima, posible seropositiva.
Creo que me suicidaré.

Edith Checa, España © 1997

edith.checa@arrakis.es

Edith Checa es española. Reside desde siempre en Madrid -ciudad que adora- . Es periodista. Trabaja como redactora-locutora en un programa radiofónico de información universitaria en una emisora de ámbito nacional. El pasado mes de Mayo concluyó una serie de programas en el Canal Clásico de Televisión Española sobre poesía "Rincón literario" UNED. Programa en el que ha entrevistado a algunos de los máximos poetas contemporáneos españoles como: José Hierro, Claudio Rodríguez, Carlos Bousoño, Jose Angel Valente, J.A. Goytisolo, Caballero Bonald, Luis ALberto de Cuenca, Ana Rossetti, Luis García Montero etc. Y tambien a poetas Hispanoamericanos: Pablo Armando Fernández (Cuba), Pedro Shimose (Bolivia) Sergio Macías (Chile) o Eduardo Zepeda-Henríquez (Nicaragua). Dedica su tiempo libre a escribir cuentos, poemas y demás géneros. Tiene terminada una novela "Como el cielo los ojos" y está luchando con otra, un libro de cuentos: "Relatos al atardecer", y un poemario: "La cantera de la memoria".

Comentario de la autora sobre su cuento
"Espejos del alma": creo que tardé más en elegir el título que en escribir el propio cuento que surgió inesperado y espontáneo. Le di vueltas y vueltas a esa pequeña frasecilla o palabra que irremediablemente hay que poner y que debe ser la esencia del todo, algo asi como las pinceladas perfectas de un pintor que sintetiza en dos trazos todo un mundo de emociones, y eso... es muy dificil. Después de mucho tiempo surgió este título: "Espejos del alma". Dicen que el rostro de una persona (su mirada, su sonrisa, sus gestos) es el espejo del alma. Pues a veces -demasiadas veces- nos encontramos con personas cuyo rostro no refleja nada de lo que tienen dentro (son grandes actores de la vida), y al mismo tiempo nos encontramos a veces -demasiadas veces tambien- con personas ingénuas que creen que el rostro es el espejo del alma. Cuando confluyen, cuando coinciden, esos dos tipos de personas en un punto determinado del planeta, en un minuto o segundo preciso de un determinado dia, mes y año (!las casualidades son terribles!) pues, ocurre -o puede ocurrir- lo que cuento en este relato.

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