El silencio la atornillaba a sus pensamientos más oscuros, doblegando su voluntad a un sofá derruido. El trueno hizo temblar la estantería de las copas de cristal. Sucia. Patética. Postergada por ella misma. Razonaba lo acontecido, una y otra vez. Setecientas veces siete. Hasta que la distraían las voces de la calle o el ladrido del perro del vecino. La exasperaban. Solitariamente vagabunda en sus cuatro paredes.
Sin escapatoria.
Todo había comenzado un lunes feriado, a la tarde; la ciudad dormía la siesta. El gris del cielo desparramaba somnolencia. Ella caminaba, distraída, acumulando esperanzas. Estaba convencida de que algo sucedería que le cambiaría la vida, se lo había adivinado una gitana. En una esquina típica del centro porteño había un bar con sus mesas en la vereda. Lo vio, desde lejos, morocho, piel bronceada por sus antepasados, artista callejero. Envolvía a los transeúntes con su melodía. Tocaba el bandoneón. No le pegaba el instrumento con su imagen. Ella eligió la mesa más cerca para observarlo sin interrupciones. Pero, al poco tiempo, no pasó desapercibida su mirada elocuente; él se le acercó.
Le regaló dos sonrisas y una flor de papel.
La tarde se oscureció con la noche, él se retiró de escena. Ella se encontró vacía. Pero no se desanimó. Sabía que era él quien llenaría sus páginas de palabras amorosas y su cama de sexo enternecedor. Debería volver a encontrarlo para confirmar lo que ya estaba escrito. Su historia de amor.
Domingo, mediodía de feria, los artesanos estaban armando sus puestos, para comenzar las ventas. Estampas de un día soleado. Ella entrecruzaba miradas sin ver. Compró un jugo de naranja, hacía calor. Y se sentó en el cordón de la vereda, sin saber qué hacer después. Un sonido, a lo lejos, la estremeció. Era él, que se acercaba con su bandoneón. Se paró frente a ella.
Él le regaló dos sonrisas y una flor de papel.
Con el tumulto de gente, él se fue sin que ella lo viera.
Ella quedó vacía, sin historia. Sin embargo, convencida de que era él, lo buscó por todos los rincones de la bendita metrópoli. Lo descubrió tocando en el andén de la terminal de ómnibus. Se acercó y puso un billete en su gorra. Él le regaló dos sonrisas y una flor de papel.
Caramelos encantados. Ilusiones prófugas. Acantilados propios. Azúcar. Enjambre. Malversación de emociones. Jugos. Distinción. Dimensión. Descarrilada. Enmarcada. Distorsionada. Enjaulada. Entibiada. Fría. Atravesada. Dulces acribillados.
El canasto estaba abierto, tenía unas frutas podridas, se las había olvidado.
Ruidos indecentes se filtraban por la ventana de la vecina del fondo. La mareaban. Quería descubrirse ahí, entre sábanas, con él. Enroscada en esa aventura escrita para ellos. ¿O, simplemente, escrita por ella?
En el departamento no había nadie. El olor traspasaba el pasillo. Entraron forzando la puerta, en la cama solo había cuatro sonrisas y dos flores.
gracielabeatrizsantos@gmail.com
Graciela Santos, nació en Buenos, Aires Argentina, donde vive actualmente. Su escritura comenzó siendo guionista de televisión. Después se volcó hacia la narrativa, encontrando su gran pasión, la novela. Aunque nunca dejó de escribir cuentos y “aguasfuertes”, encontrando en ellos pinceladas breves de la cotidianeidad. Su escritura es costumbrista y coloquial. Es autora de las novelas: La globalización es un globo, dijo Don Damián, Editorial Utopías, 2016; Infierno en la Tierra, piruetas en el Cielo, Editorial Utopías, 2013; y Estampitas, vírgenes y tacos, Librosenred.com, 2009. Participó en la Antología A.E.I. Asociación de Escritores Independientes de Esteban Echeverría. Es coautora del libro Tramando enredos, enredando tramas, editado por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora para el programa "Promoción de lectura" - 2004. Llevó la coordinación y elaboración del libro Imágenes para leer del Centro Cultural Recoleta, auspiciado por la Secretaría de Cultura del Gob. de la Ciudad de Buenos Aires, en 1998. Colaboró con un cuento infantil, “El manzano naranjo”, para un proyecto sobre la discriminación liderado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 1999. Su cuento “Yo también” es parte del espectáculo de cuentos eróticos de Marta Lorente, en la actualidad. También ha realizado varios cortos con la Productora Adoquín, en el ámbito de la Facultad de Cs. Soc. UBA: “Imbo Cachimbo” -guión y realización-, documental sobre el Parque Centenario; “Paz y bien” -guión y realización-; y “Telemacho” -guión, edición y realización-, documental sobre la discriminación de las mujeres en la televisión.
Lo que la autora nos contó sobre el cuento:
Este cuento, “Ilusiones Prófugas”, es un tema recurrente en mi escritura. Tiene que ver con el amor, desamor. Me gusta “jugar” con lo cotidiano, el realismo mágico, muerte y vida. Luces y sombras. Me gusta observar a las personas en distintas situaciones. Soy una apasionada del arte callejero. Del arte en general. De la vida. Intento mostrar la vida con su cruda realidad y su parte maravillosa. Este cuento surgió una tarde, a través de dos frases, una de Victoria Ocampo y la otra de Silvina Ocampo. Al leerlas se fue armando la historia.
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