Se troncha la clase. Se dan codazos. Clara Caramillo contiene la risa, ella también. Tiene que contestar. Es la regla que ha instituido.
—Se puede decir afeminado u homosexual, por ejemplo. Pero, ¿qué te hace pensar eso?
—Pues... el cuello del vestido y los chismes al cabo de las mangas, ahí.
—Eso es porque se trata de un vestido de trabajo y no de su ropa de cada día. ¿Alguién tiene una idea?
Tras un momentito de reflexión, se alzan varias manos. Sobre todo chicas.
—Sí, Fatumata. ¿En qué piensas?
—Se diría un traje de bailarín, un poco.
—¡Caliente, caliente! Fatumata. ¿Alguién tiene otra idea? ¿Sí, Alishama?
—Es como los acróbatas en el circo, a veces.
—Muy bien, las dos. En efecto, es una malla de acróbata, de funámbulo la que lleva este chico. Bueno, y el otro personaje, ¿quién es? Sí, Alejandro:
—Es su madre, señora, está triste.
—Y en vuestra opinión ¿por qué está triste?
Se alza con simultaneidad una selva de brazos. Clara Caramillo nota una mano tímida, apenas levantada del pupitre:
—Sí, Raquel.
—Creo que han reñido.
Se agitan otras manos, pidiendo intervención. Es tiempo de poner un poco de orden.
—Vale. Cada uno va a dar su parecer. Quizá tenga razón Raquel, pero entonces, ¿por qué habrían reñido? Anda, Antonio, empieza:
—El chico no quiere comer lo que hay en el plato, ¡no le gusta!
Como siempre, Daniel añade lo suyo sin haber pedido la palabra:
—Sí, claro, está cabreado, no quiere ver más a su p... madre, mira hacia el otro lado.
—¡Daniel!
—Perdone, señá, me ha salido así sin más.
Se agita la clase. Conviene retomar las riendas.
—Daniel tiene razón. Pero mirad bien al chico. En este cuadro, yo diría que varios elementos diferentes pueden traducir su estado de ánimo, su terquedad. ¿Los véis?
Los brazos se van bajando, se cuchichea de una mesa a otra durante unos momentos, luego una rubiecita con rizos se ve autorizada para hablar con una señal:
—Bueno, Elisa, para ti, ¿qué subraya el carácter obstinado del chico?
—El que esté cruzado de brazos y su mirada perdida, Señora.
—Es justo. Son dos elementos. ¿Véis otros? ¿Has encontrado uno, Tomás?
—Tal vez su cuello, está muy tenso... y su barbilla también.
—¿Su barbilla? ¿Qué pasa con su barbilla? Sí, ¿Nicolás?
—Es cuadrada, Señora.
Se ríe la clase.
—Exageras, Nicolás. No es cuadrada, pero forma un ángulo recto, efectivamente, porque él debe de tener la mandíbula contraída. Pero os olvidáis del principal signo de esta obstinación. Buscad mejor.
Se establece el silencio. Un viento de emulación sopla sobre el aula. De repente, dos manos se levantan juntas, las de una chica y un chico.
—Farida y Murad, ¿sí? Murad, el caballero que eres ¿acepta dejar que Farida hable primero?
No puede sino asentir Murad.
—Bueno, ¿Farida?
—La frente, Señora, la tiene... la tiene grande.
—Tiene la frente alta, eso sí, pero ¿por qué traduciría su obstinación?
—Significa que es testarudo, Señora, interviene Murad.
—Sí, Murad, estoy de acuerdo contigo, pero pensémoslo un poco más. Se trata de un cuadro, de una pintura y el artista, para realizarla utilizó tres elementos diferentes: líneas y formas, para el chico de cuyo dibujo acabáis de hablarme, pero también colores y luz, que intervienen igualmente para expresar lo que el pintor nos quiere transmitir. Pues, siempre a propósito del chico ¿qué podéis decir de los colores y de la luz?
La pregunta deja la clase perpleja durante algunos segundos, luego un espárrago que sobrepasa de más de una cabeza a los demás se arriesga con un primer comentario:
—El chico viste con azul claro y sobre todo no hay nada más de este color.
—Es verdad, Quintín. ¿Y pues?
—Atrae la mirada sobre él.
—Sí, pero está en primer término también, así es normal que se le vea primero ¿no? Además, el azul se considera como un color frío, al contrario del rojo por ejemplo, y aquí sirve para traducir un sentimiento de frialdad, de hostilidad para con la mamá. Formas, colores ; veamos la luz ahora. ¿Cuál es la parte más alumbrada del chico y por qué?
Esta vez, Daniel levantó el dedo antes de hablar. Ella no puede sino interrogarlo.
—A ver. Sí, Daniel.
—La frente del crío, Señá, ¡muestra que se ha comido el coco tela!
—Exactamente. Bueno, creo que es tiempo de que hablemos un poco de la mamá de este chico. ¿Cómo nos la presenta el pintor? ¿Cómo os la imagináis a partir de este cuadro? Sí, Antonio...
—No es como su hijo. Parece muy dulce. Debe de ser amable.
—De acuerdo, Antonio, pero ¿cómo nos transmite el pintor esta idea, mediante qué combinación de formas, colores y luz?
La pregunta devuelve la clase a un atento silencio, antes de que levanten la mano dos chicas:
—María, ¿qué nos quieres decir al respecto?
—Pues... quiero hablar de los colores, señora. La mujer está pintada con blanco, rosa y gris, parece, o una especie de marrón claro, bueno, y un poco de negro para el pelo y los ojos. Aparte del negro, son colores suaves.
—Sí, tienes razón, muy bien observado. Pero las formas, las líneas también contribuyen en esta expresión de la dulzura. Mirad, el pintor utilizó principalmente líneas curvas para dibujar a la madre, con el oval de la cara, los pliegues del chal, etc. y muchas más líneas rectas para el chico, verticales como horizontales, acordes con su estado de espíritu.
Se impacienta la otra mano levantada. Clara Caramillo reanuda:
—Perdóname, Miriam, te estaba olvidando. Dime, ¿qué piensas tú de la mamá y por qué?
—Ninguno de los dos quiere mirar al otro. La mamá tiene la mirada perdida. Se sostiene la cara con la mano. Está cansada. Quizá pase lo mismo cada día. El chico siempre plantea dificultades para comer. Así, ella está hasta la coronilla.
Clara Caramillo frunce el ceño hacia Miriam, que se cubre la boca con la mano. Luego, sin insistir más, prosigue Clara:
—Bueno, os voy a dar alguna información más. Se pintó el cuadro a principios del siglo XX, en 1904 exactamente, en París, y los personajes representan artistas del circo Medrano, que en la época tenía una carpa permanente en la capital. Pero muchos de estos artistas vivían en la pobreza. ¿Os ayuda esto?
—¡Toma! ¡se mueren de hambre!
—Daniel, ¡habla correcto y tras levantar la mano! ¿no te lo dije mil veces?
Daniel obedece, con la risa en los labios.
—Nadie quiere comer, no hay bastante, por eso están de morros, cada uno quiere que coma el otro.
Se dirige Clara Caramillo al resto de la clase:
—¿Qué pensáis, vosotros? ¿Miriam?
—Yo creo que son posibles las dos cosas. Cada uno piensa como quiere.
—En efecto, no impone el pintor una visión sino que sugiere varias. Pero observemos ahora la construcción del cuadro. ¿Véis líneas directrices, alineamientos significativos? ¿Sí, Máximo?
—El cuadro está cortado en dos, Señora.
—¿Y eso cómo, cortado en dos?
—Pues, a la izquierda, la madre y a la derecha el chico.
—Es cierto, pero ¿no véis otra división?
Farida agita la mano con frenesí.
—Corre, Farida, parece urgente.
—En absoluto, Señora, también quería señalar lo de la izquierra y la derecha, pero cruzando.
La clase se ríe por lo bajinis de la equivocación. Clara Caramillo da por ignorar el incidente.
—¿Diagonalmente, quieres decir?
—Sí, eso es.
—Pues, tienes toda la razón, Farida; mirad cómo las cabezas de los personajes siguen una de las diagonales del cuadro, en efecto. Observad la mesa ahora ¿No os parece rara?
—Se diría que el plato se va a caer.
—Algo. Es porque la perspectiva —os acordáis de la perspectiva, ya hablamos de ella— no está respetada del todo. Bueno, casi es la hora, os voy a decir ahora quién pintó este cuadro y os va a
sorprender.
Interroga Daniel:
—¿Vd, Señá?
—¡Ay, no! porque de ser así sería millonaria, pero fue un pintor muy famoso, estoy segura de que conocéis su nombre, se llama Pablo Picasso.
No puede refrenarse Fatumata:
—No pinta así Picasso, Señora, sino cosas muy raras, bocas torcidas, ojos de lado. Mi madre, cuando está dibujando mi hermanito, siempre le dice : ¡esfuérzate, déjate de picasadas!
—Es verdad lo que dices, Fatumata, porque Picasso pintó de muchas maneras muy diferentes unas de otras y, durante un periodo al principio de su carrera denominado el periodo rosa, pintó de esta manera con colores pastel, expresando sentimientos melancólicos, románticos. Bien. Para el lunes, trataréis de escribir una pequeña síntesis, unas veinte líneas, sobre este cuadro, titulado : "Madre e hijo". Gracias. Podéis recoger vuestras cosas y salir. Hasta el lunes.
Le contesta un coro de voces ya alegres:
—Adiós, Señora. Hast'el lunes, Señá.
Piensa Clara Caramillo haber dado la palabra a todos los alumnos de su clase, pero de pronto se da cuenta de que en la última fila no ha intervenido una cabeza morena. Con aire triste, sosteniendo la cara con las dos manos, fija la pantalla del vídeo. Es una pequeña albanesa, llegada hace pocos meses y que no maneja muy bien el idioma todavía.
Mientras los alumnos salen alborotando, Clara Caramillo se dirige hacia ella: —¿Qué pasa pues hoy, Zora, que no has dicho nada? ¿No te ha gustado el cuadro?
Los ojos de la colegiala se humedecen, le tiembla la boca y mueve con viveza la cabeza de izquierda a derecha y luego de arriba hacia abajo, antes de confesar en un sollozo:
—La dama.... se parece a... mi mamá.
Estaba bastante contenta Clara Caramillo de su lección, pero ahora se siente terriblemente culpable de no haber anticipado la reacción de la joven ahogada en lágrimas. Por unos minutos ¿debe el profesor de idioma dar paso a la madre para encontrar las palabras que alivien la pena de la joven huérfana?
—Perdóname, Zora, no quería...
Pero ya ha vuelto la adolescente a tomar distancia:
—No ha sido nada, Señora, gracias.
Pierra-Alain Gasse, Francia © 2016
pagasse@free.fr
Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar
Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar