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Los que salen de noche

Había visto el anuncio esa misma mañana. No recordaba haberlo notado antes aunque seguramente había estado siempre ahí, a pocos metros de su casa. Y las letras blancas y rojas sobre un fondo negro, así como el curioso dibujo de unos sonrientes esqueletos llamaron su atención.

Era el anuncio de un “ghost tour”, un recorrido a pie por los lugares más terroríficos de la ciudad. Prometía diversión al mismo tiempo que un placentero escalofrío ante la posibilidad de ver un auténtico fantasma. El anuncio añadía: “¿Qué se oculta en la oscuridad? Descúbrelo con nuestro tour. Apariciones garantizadas”.

La visita empezaba a las seis de la tarde, una hora en la que en esa época del año –ya próxima la Navidad– la oscuridad estaba asegurada, especialmente en las zonas menos iluminadas de la ciudad. Y sin duda la ciudad se prestaba a aquella clase de reclamo turístico. Situada hacia el norte de Gran Bretaña, sus orígenes se fechaban muy atrás en el tiempo, en la época de los romanos y sus calles y sus edificios antiguos, cuya construcción en muchos casos se remontaba a la Edad Media, tenían una historia plagada de sucesos macabros y personajes misteriosos.

Pasó el día considerando la posibilidad de apuntarse. No sabría decir por qué se había sentido atraído por el tour desde el primer momento en que vio el anuncio y, cada vez que se decía a sí mismo que era una tontería, un gasto absurdo y una pérdida de tiempo, el deseo de unirse al recorrido le asaltaba con más fuerza.

Y así, esa tarde, unos minutos antes de las seis, se encaminaba apresurado al punto de reunión, junto a la verja de una vieja capilla en la parte más antigua de la ciudad. Un hombre joven, alto, vestido con un anorak azul oscuro y un gorro de lana negro en la cabeza, preparaba unos papeles que había sacado de una cartera.
–Hola– saludó él asumiendo que este joven era el encargado o guía del tour.

El otro respondió al saludo sin apenas levantar la cabeza de lo que estaba haciendo.

Una voz interior le decía que aún estaba a tiempo de marcharse cuando el joven pareció reparar en su presencia y se dirigió a él de forma más entusiasta.
–Buenas tardes. Vienes para el tour, ¿verdad? Yo soy Adam, encantado. Ya sabes, son diez libras...
–De acuerdo.

Ahora ya no tenía escapatoria. Sacó el dinero y recibió a cambio una hojita de papel con un sello de la oficina de turismo.

Hacía frío pero al menos no llovía. Pasaron unos minutos y empezó a preguntarse si iba a ser el único participante del tour, pero entonces aparecieron tres personas más: dos mujeres jóvenes y otra de más edad. Adam repitió el saludo y la operación de cobrar la tarifa. Inmediatamente después se acercó un hombre.
–¿Es este el tour para ver los lugares encantados de la ciudad?
–Así es. Bienvenido. –Y el guía añadió ahora dirigiéndose a todo el grupo:–Espero que estéis preparados para pasar miedo. Porque, en una noche así, uno nunca sabe lo que puede llegar a ver. Vamos, seguidme.

El guía echó a andar y los demás caminaron tras él sin saber realmente hacia dónde se dirigían dejando atrás las zonas en las que los cafés y las tiendas acababan de cerrar. Según avanzaban, el guía iba haciendo una introducción al recorrido. A medida que se adentraban en la oscuridad el silencio también se hacía más profundo. El ruido del tráfico quedaba ya lejos.

Finalmente se detuvieron en la esquina de una calle estrecha bajo la luz de una farola.
–No os separéis –dijo– o corréis el riesgo de perderos, quizá para siempre –y continuó–. Nuestra primera experiencia sobrenatural se encuentra aquí, a la derecha. Este edificio había sido originariamente un convento. En el siglo XIX se creía que la casa estaba encantada por el espíritu de una antigua propietaria, una mujer viuda que murió de fiebres. Recientes inquilinos aseguran que se oyen pasos caminando arriba y abajo por las escaleras. Y algunos que pasaban decían haber visto una cara asomarse a una de las ventanas... –y añadió señalándola para que todos miraran– esa, esa de ahí...

Mientras Adam seguía hablando él se dedicó a observar a los otros y echó en falta a una de las mujeres, la mayor. Quizá se había quedado rezagada, pensó. Estaban todos muy juntos para mantenerse en el círculo de luz que producía la farola. Parecían muy atentos y callados mientras el guía explicaba detalles sobre la muerte del supuesto fantasma. Adam tenía dotes de actor –probablemente imprescindibles para ese trabajo– y sabía cómo contar una historia, una historia truculenta, en este caso.
–Retrocedamos a 1645 –decía mientras se ponía en marcha de nuevo– cuando la ciudad se vio asolada por la peste, esa terrible enfermedad que acabó con miles de personas...

De nuevo notó con cierta extrañeza lo callados que estaban sus compañeros, solo tres ahora. Pero quizá era el miedo lo que los mantenía en silencio. Y a eso era a lo que se suponía que habían venido, a pasar miedo.

Otra vez se detuvieron y formaron corro alrededor de Adam.
–Mirad allí... –empezó, con una voz profunda y misteriosa, adecuada a la atmósfera que quería producir–. En los jardines por detrás de este edificio que tenéis delante dicen que se ve a una joven de largos cabellos rubios vestida de negro.

El guía hizo una pausa esperando, tal vez, un comentario, una pregunta. Pero nada. El grupo continuó en silencio. Y él siguió con su relato.
–Su identidad es hasta hoy un misterio. Hay quienes han intentado seguirla en caso de que se tratara de una persona real pero los que lo hicieron afirmaron que, tras unos metros, la joven parecía desvanecerse en el aire sin dejar rastro.

Antes de que se pusieran de nuevo en marcha, miró disimuladamente a los demás –tal vez más interesado en las personas de verdad que en los supuestos fantasmas que habían venido a encontrar– y se preguntó qué les había llevado a hacer esta visita. ¿Simples curiosos como él? Ni siquiera era capaz de adivinar si vivían en la ciudad o eran turistas.

Por primera vez se dio cuenta de que la mujer no había regresado y que los demás tenían un aspecto extraño aunque no sabía precisar por qué. A fin de cuentas en aquella oscuridad, apenas rota por la luz de una farola aquí y allá, era difícil distinguirlos bien.

En ese momento el guía les animaba a mirar en una dirección concreta. Tal vez, con un poco de suerte, el fantasma de la joven se aparecería, eran sus palabras.

A él entonces le pareció ver en la distancia no a una mujer sino a un grupo de mujeres. Pero no estaba seguro. Un truco de la luz, la sugestión... Ahora la calle estaba completamente desierta.

Y cuando de nuevo volvió su mirada a los otros miembros del grupo se sorprendió al descubrir en una de las chicas una expresión de tristeza no muy frecuente en una persona tan joven. Se dio cuenta también de que parecía muy pálida, como si estuviera enferma. ¿Tan asustada estaba con la experiencia? Pero se suponía que el paseo era por diversión, sin más consecuencias...

Adam les conducía por unas escaleras que desembocaban en una plaza. De vez en cuando volvía la cabeza para asegurarse de que el grupo le seguía, aunque no parecía haber dado importancia a la ausencia de una de las participantes. Su entusiasmo no había decaído a pesar de que los otros no eran demasiado comunicativos, ni siquiera en las ocasiones en las que preguntaba algo directamente.

Entonces fue cuando se dio cuenta de que la chica ya no estaba. Ahora eran solo tres los que seguían al guía.

Bueno, qué más da, se dijo. Si a nadie le importa, a mí tampoco. Se habrá arrepentido de apuntarse al tour. Quizá no se encontraba bien o tenía otras cosas más importantes que hacer.

Otra parada. Esta vez enfrente de una antigua taberna que parecía llevar cerrada mucho tiempo.
–Las tabernas, los pubs y las posadas han sido tradicionalmente lugares visitados por espíritus –comenzó–. Algunos de estos se asocian a sucesos trágicos. En la época victoriana este lugar fue centro de actividad paranormal. En una de las habitaciones del piso superior aseguran que se ha visto a una mujer que llevaba una vela encendida. Otros afirmaron que habían visto el fantasma de dos niños. ¿Fue este lugar el escenario de un terrible drama que ha quedado impreso para siempre? Las crónicas de la época hablaban de una madre que, después de matar a sus dos hijos, se quitó la vida. ¿Son estos los espíritus que han quedado atrapados...?

La voz de Adam se había ido suavizando hasta convertirse en un susurro. Y entonces a él le pareció oír un sollozo contenido. ¿Estaba la otra joven del grupo llorando? Qué susceptibles.

En la siguiente parada solo quedaban dos. Pero Adam parecía no haberse dado cuenta.
–¿Os atrevéis a seguir adelante? El próximo lugar es tan oscuro como el corazón del diablo. Cada puerta, cada rincón, esconde las historias más siniestras.

El silencio acogió sus palabras. Adam continuó con el mismo tono entusiasta.
–Mirad esa casa de ahí. A mediados del siglo XX se descubrió una habitación secreta que conectaba con un callejón. Hay una tradición que dice que un hombre vestido de soldado se aparecía en ese callejón. En distintas ocasiones personas en un tour de fantasmas dicen haberse sentido incómodas en este mismo lugar en el que estamos. Otras personas residentes en la zona incluso recordaban que desde niños habían sido advertidos de evitar los alrededores del callejón, especialmente de noche.

Aguzó la vista y trató de distinguir lo que había más allá de donde se encontraban. Una puerta de madera daba paso a un pequeño cementerio, a un lado del callejón y, por detrás, a una iglesia. Pero todo daba una impresión tal de descuido que supuso que la iglesia había cerrado sus puertas hacía mucho tiempo, tal vez años. Y, curiosamente, le parecía que no había estado en ninguno de esos lugares antes.
–Ahora llegamos al lugar más interesante de nuestro recorrido. Y con más historias de fantasmas.

Adam hizo una pausa ¿Se había extrañado de la ausencia de ya tres de los miembros de su grupo?, se preguntó. Pero continuó hablando, ausente de lo que ocurría a su alrededor, su papel bien aprendido.
–Estamos a principios del siglo XX. Es invierno y cae la tarde. Una niebla helada cubre la ciudad y en esa casa de ahí, que entonces era una posada, tiene lugar una tragedia: un hombre había estafado una gran cantidad de dinero a un hermano que vivía en el extranjero y, cuando el hermano regresó, este se presentó en la posada a exigir el dinero. El otro, probablemente bajo los efectos del alcohol, pues tenía fama de gran bebedor, se enfrentó a él y lo mató. Aunque luego se arrepintió de su crimen, el hombre fue condenado y murió poco después. Las personas que ocuparon el edificio en años recientes comenzaron a hablar de ruidos de golpes, caídas y objetos rotos. Una vez, incluso, parece que el cristal de una ventana saltó en pedazos sin que nadie supiera por qué. Y empezaron a llamarla la casa del terror ¿Es el espíritu del hombre asesinado que no descansa y busca venganza?

Miró entonces al único compañero que quedaba con él en el tour, un hombre no muy alto, calvo, con una apariencia un tanto desaliñada, que se había incorporado al grupo en el último momento. Como los otros, él también se había mantenido callado durante todo el recorrido. Ahora se dio cuenta de que retorcía un pañuelo entre sus manos con una expresión en el rostro difícil de entender. Quizá resultaba ser más sensible de lo que había pensado y se arrepentía de la aventura nocturna.

Cuando volvió a mirar el hombre había desaparecido. Pero Adam continuaba con el recorrido ajeno al hecho de que ya solo guiaba a una persona.

Fue entonces cuando repentinamente le asaltó una idea inquietante. No, no es posible, se repetía. Pero la misma idea volvía, insistente: los silenciosos compañeros de grupo que uno tras otro habían ido desapareciendo ¿eran ellos los fantasmas que había pagado por ver? Al principio había asumido que habían abandonado el tour por razones naturales que a él no le concernían: motivos personales de cansancio, miedo o prisa. Pero de pronto se le antojaba una coincidencia extraña. Y ya solo quedaban el guía y él.

Ahora, además, habría jurado que el guía había cambiado su atuendo. En lugar del anorak y el gorro de lana parecía cubrirse con una capa negra con capucha que le ocultaba el rostro. La tela se ondulaba con el viento a medida que andaba.

Sin embargo... no podía ser. Tenía que ser una broma o parte del espectáculo. Porque si era verdad... tenía que marcharse de allí, ponerse a salvo, antes de que algo horrible le sucediera.

El guía continuaba.
–Aquí, en esta casa ocurrió un incidente que ha dejado su huella a través de los años. Era el típico triángulo amoroso: una mujer se reunía con su amante cuando el marido estaba ausente. Pero un día el marido regresó antes de lo esperado y cuando la encontró se enfrentó a la pareja. Mató a la mujer con un cuchillo pero, forcejeando con el amante que era más joven y fuerte que él, acabó cayendo por las escaleras y muriendo también a consecuencia de la caída. Desde entonces su espíritu no descansa en paz. Hay quienes dicen que trata de encontrar a su esposa para pedirle perdón.

Por un instante olvidó su inquietud y su miedo y, como empujado por una mano invisible, alzó la vista y contempló la ventana del edificio que el guía indicaba. Pero, ¿por qué le resultaba familiar? Estaba seguro de que se habían alejado mucho en su recorrido por la ciudad hasta el punto de que ya no reconocía dónde estaba. Pero ahora le parecía que había vuelto a casa.

Giró la cabeza y el guía ya no estaba. Ahora se encontraba completamente solo.

Entonces se vio a sí mismo con un cuchillo en la mano, mirando a la mujer caída a sus pies. Incluso le pareció que percibía el olor ligeramente dulce de la sangre. Y una profunda sensación de dolor y desesperación le invadió antes de que el lugar se desvaneciera completamente ante sus ojos.

*

No lejos de allí se oían voces y risas. Una de las voces, más fuerte, decía:
–Mirad aquel arco, ahí, a la derecha... ¿lo veis? A través de él pasaremos a una de las zonas con más historias de espíritus y aparecidos de la ciudad. ¿Os atrevéis...?

Y otras voces corearon:
–¡Síííí!

Mercedes Aguirre Castro, España © 2020

macics@yahoo.co.uk

www.mercedesaguirrecastro.com

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