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La máquina de Lucia

Desde que los vi juntos bajando las escaleras del museo, empecé a temer que una bomba atómica iba a caer sobre la cabeza de alguien. Tuve la sensación de que la espada de Damócles ya no estaba pendiente... Y de hecho, aún levanto la cabeza con temor para asegurarme.

¿Es suficientemente obvio decir lo que pasó cuando terminaron de bajar las escaleras o tendré que decirlo?
Supongo que he de hacerlo, asumir mi papel como debería y dejar de pensar con los dedos mientras tecleo.

Juntos bajaron las escaleras y exactamente como la ovbiedad lo había prescrito se fueron derechito al Bar, de ahí al Hotel y... ¡Vaya! Ahora que lo pienso, creo que debí haber empezado a contar por el hotel y no por las escaleras del museo.

En el hotel, en un cuarto modesto y pseudo-limpio con las cortinas cerradas.
Carlos despertó adolorido y con sonrisa de oreja a oreja.
"¡Puta qué rayón!" (O lo que es lo mismo: "¡Oh! ¡Qué suerte tengo!")

Según él se acababa de echar las tres horas más intensas que le hubieran tocado en eso del negocio de pintar pasión con la cintura. Según él, en ese momento era el tipo más suertudo que jamás hubiera caminado sobre el planeta tierra... Según él, el reloj decía que eran las tres de la mañana cuando en realidad eran las nueve once.

Se incorporó el muchacho.
Como pudo.
Tarde pero seguro: Una patita primero, luego la otra, una rascadita de panza, un despeje de lagañas, una mueca de disgusto...
Algo le molestaba al olfato con recuerdos de excremento seco y sintió mojado en su mano y en su cara.

Tarde pero seguro: Abrió un ojito primero, luego el otro....
"¡¿Qué es esto?!"

En la penumbra gris del cuarto de un hotel de paso, un tipo con los pelos erizados sobre su cráneo, sentado al borde de una cama "King Size" y sin más vestido que un extraño, mal oliente y espeso líquido verde sobre el abdomen, la cara y las manos, se dio cuenta de su situación. (Aquí debí haber comenzado)

-¿Lucia?...- Carlos volteó con los ojos desorbitados al borde contrario de la cama.

LUCIA:
-".... El tiempo y la tierra se mueven a velocidades diferentes.
A veces creo que pierdo la perspectiva ¿Sabes?"

Cuando Lucia tenía siete años tiró su reloj al excusado y lo mandó al drenaje profundo donde pertenecía.
Ya no lo necesitaba. Podía sentir en su cabeza el paso de cada segundo que desfilaba sobre la pasarela de la existencia.
Sabía qué hora era cuando salió del baño, sabía exactamente cuánto había pasado desde la última vez que había oído a su madre gritándole y sabía cuánto faltaba para que su padre llegara tarde a la casa.
Sabía la hora...

Nueve con doce.

El reloj terminó de devorar los últimos segundos del minuto once cuando Carlos se decidió a levantarse para obtener algunas respuestas.

La alfombra en sus pies dura y escueta. Mojada por momentos.

Con paso acelerado se dirigió al baño inmaculadamente blanco, al espejo iluminado. Miró con disgusto el líquido e intentó quitarlo.

-¡¿Lucia?!

"¡¿Qué es esto?!"

El muchacho por fin entendió la soledad del cuarto, y tras limpiarse el líquido con la única toalla que había (con más ira de la que yo hubiera recomendado), corrió de regreso al cuarto con la piel contraída por el rencor y revisó sus cosas al tiempo que las azotaba como si ellas tuvieran la culpa:

Billetera.........................OK.(ufff)
Calzoncillos...........................O.K.
Boina.................................O.K.
Lentes obscuros.....................O.K.
Pantalones.............................O.K.
Camiseta...............................O.K.
Chamarra..............................O.K.
Calcetines... Calcetines... ¡Chin! ¡Uno nada más!
Botas...............................O.K.
Reloj.......................... ¡Puta las nueve quince!

Con la velocidad del trueno: Una patita primero, luego la otra, arriba, abajo, adentro, afuera, limpia, viste, acomoda...¡Corre hijo! ¡Corre!... Pero no se te olvide mentársela a la maldita mientras corres por salvar tu pellejo.

CARLOS:
-¡Pinche vieja!
¡Pinche vieja!
¡Pinche vieja!

El 25 de diciembre de 1980 la madre de Carlos recibió como regalo de Navidad una nueva televisión.
El 26 de diciembre de ese mismo año Carlos fue hospitalizado a causa de una severa electrocución.
Armado con un desarmador se había metido en el cinescópio del regalo de su madre.
Le molestaba no saber de dónde salían las imágenes.
Le molestaba no saber...

"¡¿Qué será esta madre?! ¡El olor no se quita!"

Corre, baja las escaleras, pasa por enfrente de la recepción.

-¡Señor!... ¡Señor!... La dama que estaba con usted me dijo que le entregara esta caja cuando saliera.

Un tipo regordete de pantalón negro y camisa blanca sonriendo.
Una caja de cartón amarillento

"¿Y ora?"

- ¿Ah sí?... Gracias...

Otra sonrisa del gordo, una de esas que sueltas cuando quieres dar a entender "eres todo un pillo".

"¿Qué pedo?"

En este punto yo me pregunto ¿qué sería más grande en el micro-cerebro de Carlos? ¿La intriga, el enojo o la angustia?

Intriga por lo que es obvio: ¿Dónde estaba Lucia? ¿Qué había en la caja? ¿Qué era la cosa verde con la que había despertado?
Realmente: "¡¿Qué pedo?!"
Enojo porque lo habían hecho sentir como "esquinera primeriza".
¿Mucha prisa? ¿Mucha prisa?
La Lucia lo había dejado así nomás sin ninguna explicación.
Realmente: "¡Pinche vieja!".

Angustia porque no podía decir nada de seis horas que había perdido, porque entraba a trabajar a las nueve, porque había dicho que llegaba a dormir, porque el olor no se quitaba y porque generalmente cuando se está tanto enojado como intrigado y no se puede uno sacudir ninguna de las dos sensaciones por crónicas producen preocupación.

El sol quemaba afuera.
Seco como aquél olor pero más grande; monstruoso con visiones cotidianas de ésas que jalan a cualquier soñador hasta un escritorio de oficina.
(Seca es la realidad cuando despiertas después de un buen sueño.)

Carlos no abrió el paquete inmediatamente porque primero, estaba ahí el gordito sonriente (que le había resultado bastante desagradable) y segundo, porque en el momento penso por su enojo, botar la caja a mitad de la calle sin siquiera abrirla, pero cuando vio a "la mitad de la calle" en acción, mejor decidió cargar con ella hasta hallar un lugar donde pudiera abrirla sin tanta violencia.
Pero primero un teléfono...
Ya que se le había olvidado por las prisas hablar desde el hotel, tenía que buscar uno en ése desierto de brumas, concreto, y vidrio.
Paquete bajo el brazo, mirada decidida, lentes obscuros a su lugar sobre la cara y a la esquina sin misericordia alguna.

6335299

"¡Pinche vieja!"

El paquete quedó arriba de la cabina del teléfono.
- ¿Bueno? ¿Pati?... ¡Qué húbole "Pata"!... ¿Qué estas haciendo ahí?... Oye qué bueno, ¿y mi viejo no estará por ahí?... ¿No?... ¿Bueno?... ¡No "Pata" espérate!... ¡No!... ¿Bueno mamá?... Si mamá, lo que pasa es que... No mamá, lo que pasa es que ya terminamos muy tarde y me quedé a dormir en casa de Alfredo... Si mamá.... No mamá... Orale pues yo mejor luego le hablo a mi papá... Ya me tengo que ir a trabajar... Si mamá... Hasta...
Carlos colgó sin terminar la frase... ¡Por el teléfono empezó a escurrirse un líquido verdoso desde donde supuestamente estaba el paquete! Y digo "supuestamente" porque el paquete ya no estaba donde Carlos lo había dejado.

¿Qué? ¿Qué?... ¡A correr!... ¡El tipo de la camiseta roja!

- ¡Párate güey! ¡Ése paquete es mío!... ¡Párate!

¡Qué esperanza!
El tipo siguió corriendo con el paquete bajo el brazo.
Carlos se tuvo que dar a la persecución.

Presión, empuje, obstáculo...Carrera que continúa...
Bajo el sol desecante, cerrando y abriendo rutas entre los pasos de quienes nada tenían que ver.
Caras centelleando en el camino.
La camiseta roja y el paquete amarillo que sangraba en verde.
Una esquina.... Violenta vuelta a la izquierda.... Esquivando a una gorda...
Más caras... ¿Cuantas hay en una ciudad como la nuestra?
Coches corriendo a contra-flujo.
¿Reflujo?

- ¡Párate güey!

Cada piedrilla que conforma al asfalto parece escurrirse en la velocidad aparente, las líneas y grietas en el cemento pasan y regresan cada determinado número de metros.... Las zancadas se dan por arte de magia...

El paquete cayó al suelo metros más adelante.
El tipo de la camiseta roja seguramente se sintió demasiado incomodo por el olor, el color, la humedad y la carrera, y decidió mejor dejarlo para la carroña.

El paquete cayó al suelo metros más adelante consumido por el líquido verde, en un claro hecho entre la gente.
Su olor había alcanzado la insoportabilidad, el líquido había hecho flácidas sus paredes y su estructura de caja había sido destruida.

Verdaderamente yo no lo hubiera levantado ya, pero siendo Carlos nadie más que Carlos y definitivamente no yo, con decidida cara de desafío se agacho e intento recoger los restos mortales del envoltorio con resultados desastrosos:
El fondo cedió ante el peso de sus contenidos y un extraño aparato de metal plateado y retorcido cayó estrepitosamente al piso en medio de un charco de líquido verde. Justamente como un niño que acaba de ser nacido y se resbala de las manos del doctor que esta para recibirlo.

Carlos volvió a agacharse a recoger el aparato.
Perecía ser un cubo hecho por innumerables placas de metal colocadas una detrás de la otra. En la parte de arriba tenía un tubo de salida y cuatro ventosas y en la de abajo un orificio saturado de líquido verde.
Había algo más en los restos del envoltorio que se había negado a "ser parido": Una bolsa de plástico con unos papeles en su interior.

Intriga... Ya sin enojo o angustia.

El camino al metro lo hizo en silencio y en revista de los papeles que estaban en la bolsa.
(Uno que otro "Pinche vieja" para no perder la costumbre, pero nada más).

Diagramas e instrucciones.
El aparato del paquete se abría como si fuera un frasco girando la parte que tenía el agujero hacia la derecha.
Por la parte donde tenía las ventosas se conectaba con otro máquina aparentemente más grande.
Había una dirección apuntada en una de las páginas con lo que parecía ser crayola.
No estaba lejos de ahí...

Carlos sacudió el aparato y descubrió que había algo danzando en su interior.
¿Se habría roto?
Se gira la parte que tiene el agujero hacia la derecha y...
¡Una llave!
Críptico ¿no?

Antes de continuar creo que debo puntualizar algunas cosas sobre la relación que Carlos había llegado a crear con Lucia.
Si, realmente creo que debo hacerlo, después de todo, el relato no estaría completo sinmigo (que es lo contrario de conmigo) haciendo una que otra aclaración en el camino. Además, si hablamos de "crípticos"....
Carlos y Lucia habían bajado juntos las escaleras del museo. Su relación era (o había sido) lo suficientemente apasionada como para hacerlos pasar un tiempo juntos revolcándose en posiciones sumamente peculiares; lo suficiente profunda como para hacerlos discutir el origen de la vida y otros misterios durante horas y lo suficientemente breve como para hacerlo todo interesante.
¿Qué sabía él de ella?
Su descripción (pelo negro, delgada, no muy alta, manos largas, lentes redondos, que había estudiado bastante.... Bueno, suponía que había estudiado bastante.... Sabía que había leído mucho... Bueno, suponía que había leído mucho... Sabía... No, lo del reloj definitivamente no lo sabía... ¡Ah!... ¡Eso sí!... Sabía que la había conocido en una exposición de esculturas del siglo diecisiete en un museo del Centro, que le gustaba el Vodka Absolute, pagar sus propios tragos y que tenía un punto sensible en la parte posterior del cuello, justo sobre un lunar.

Todavía más críptico ¿no?

Eran sólo tres cuadras para la dirección (más o menos)... Dependiendo de la numeración de la calle....
De todos modos ya lo iban a regañar en el trabajo y además.... ¡¿Qué demonios?!
La seducción de una llave es difícil de resistir.

La dirección terminó estando más cerca de lo que había pensado, era un edificio con la puerta abierta y los departamentos ordenados de manera bastante clara:
El uno y el dos en la planta baja; el dos, el tres, el cuatro y el cinco en el primer piso; el seis, el siete, el ocho y el nueve, en el segundo y así sucesivamente...

Carlos buscaba el "doce" mientras su mente vagabundeaba entre varias vistas del sexo de Lucia.
Quizá ella se había tenido que levantar temprano y ya lo esperaba en aquél lugar. Por eso le había dejado la llave y la dirección.
(Quizá los puercos evolucionen de un día para otro y puedan volar).
Poco a poco, la idea de un reencuentro carnal con la enigmática mujer que no necesitaba relojes fue matando a la intriga que antes lo había dominado. Así, cuando pasó frente al departamento número dos, en su mente solo quedaba inconexo el detalle del líquido verde.

Primer piso... Doce escalones.
Segundo piso... Doce escalones.
Tercer piso.... Ya casi estaba ahí.

Al "Pinche vieja" se le añadió un "¿No que no?" de triunfo anticipado.

Departamento doce.
Metió la llave, la llave entró, giró la muñeca, la cerradura abrió...

"¿No que no?"

- ¿Lucia?

Nueve cuarenta y dos en el reloj.
Algunos minutos de juego.

Piso de cemento, paredes de cemento...El departamento estaba totalmente desnudo. Solo una mesa tapaba las pudendas del lugar y sobre la mesa, alumbrada directamente por los rayos del sol como si hubiese sido colocada para exhibición: la máquina que aparecía dibujada en los papeles del paquete... Solo que ..."Más".
Parecía una enorme res destazada en el matadero. Abierta de canto, sangrando en verde y con las vísceras retorcidas de metal y caucho regadas como si intentaran escapar a su dueña (una terrible e imponente máquina que distaba mucho del dibujo que Carlos conocía).
Aquél monstruo mecánico se antojaba verdaderamente como sacado de una pesadilla. No era como las amistosas máquinas que nos encontramos todos en la calle: El sonriente teléfono, en marcial semáforo, el imparcial parquímetro, o incluso los voluminosos Camiones o Bulldocers. Había algo en ella y no precisamente su tamaño, que hacía evidente la perversidad de su origen.
La máquina era un ente perverso.

¡Hasta un cerebro tan convulsionado como el de Carlos podía darse cuenta de eso!

¿Por qué no salió corriendo entonces?
La teoría que más aceptó al respecto es la que dice que al tipo simple y sencillamente le dio el Síndrome de Pandora. Si, ya saben, ése que le da a cualquiera que recibe un cofre cerrado que contiene todas las maldades del mundo.

Carlos entró, cerró la puerta detrás de él y se puso a estudiar la monstruosidad que recaía sobre su horizonte visual.
Apestaba a líquido verde.
En sus manos el aparato del paquete.

El tipo todavía tuvo el gusto de dudarlo un poco: Se rascó la barbilla, se pasó las manos por la melena, dio unas cuantas vueltas a la mesa, miró un poco a su alrededor... Dejo que la demencia fingida ocupara algunos instantes de su existencia y después, cuando ya no tuvo otro remedio más que darse cuenta de lo ridículo de su situación, sacó las instrucciones y empezó a identificar las partes del monstruo.

Cinco para las diez.
Tres preguntas vienen a mi mente en este momento:
Si alguna vez fueran caminando a comprar cerveza y de pronto alguien en el camino les regalara una caja... ¿Continuarían su camino a la tienda?
¿Cual es la capital de Altovolta?
¿Existe todavía Altovolta?

Alguna vez escuché a Lucia explicarle a alguien la teoría del orden intrínseco del caos poniendo como ejemplo eso de la caja de cerveza.
Ella era ese tipo de persona. Emitía teorías que ganaban en complejidad a la más arcana de las ciencias, confundía, obsesionaba y sabía la capital de Altovolta.
Carlos, por su parte, era el tipo de persona que veía un libro y tenía que leerlo, que veía una dirección apuntada y tenía que buscarla, que veía algo roto y tenía que componerlo, que veía a una Lucia y ...

Las diez.
La válvula "A" se conecta con la "A1", se da vuelta a la rosca... ¿Dónde estaba el orificio "B"?

Las piezas de la máquina embonaban a la perfección.
Por cada Lucia hay un Carlos.
Por eso aún levanto la cabeza con temor de vez en cuando.

El orificio "B" estaba al lado del sujetador "D4" (Ver figura 16)

El sol inclemente sobre la máquina.
Carlos empezó a sudar a las diez con doce, pero siguió en sus labores buscando el sujetador "D4" que pese a lo que dijeran las instrucciones no aparecía en la figura 16.

El olor a excremento seco se había encarnado desde hacía algunos minutos en su nariz y ya no le era del todo repulsivo.
En cuclillas, de un lado, del otro, de pie, gira, jala, enrosca...

La tapa "1" se junta con la tapa "2" y se asegura con la perilla "M".

Diez con quince.
Las costillas del monstruo se juntaron, las heridas fueron suturadas.

Había un interruptor parecido a ésos que se ocupan para prender y apagar la luz en la parte inferior de la criatura.
No pude verlo muy bien, pero estoy casi seguro que en uno de sus extremos decía "ON" y en el contrario decía "OFF".... Si... Era ése un demonio con delirio de cafetera.

Un ultimo vistazo a las instrucciones para confirmar que todo había salido bien, un enfoque global, un chequeo de último minuto...
Bien, todo bien... Ninguna pieza sobrante, y todo según el instructivo.

"¿No que no?"

Carlos se dispuso a presionar el interruptor cuando de golpe y sin aviso previo la puerta se abrió y entró Lucia gritando.

- ¡No, espérate! ¡Todavía no la prendas! ¡Faltan quince segundos!

Carlos se detuvo en seco.

"¿Pinche vieja?"

¿Qué más podía hacer?

- ¿Lucia?
- Espera... Espera....

Carlos se quedó inmóvil durante los 11.3 segundos que siguieron y luego, después de un "¡ahora! ¡ya!" desde lo más hondo de los pulmones de Lucia, apretó el interruptor que de inmediato hizo funcionar el corazón de la bestia con sangre verde...

Diez con dieciocho.
La puerta del departamento número doce se abrió y la figura de Carlos salió jadeando entre respiraciones supersónicas. Había perdido algo de espesor, su espalda se convulsionaba como si fuera la de un epiléptico y el cabello que sobre su cráneo se mantenía se había tornado blanco y había reducido mucho su superficie.

Nunca más un "Pinche vieja".

El médico dijo que se trataba de una violenta y extraña reacción alérgica que se estaba volviendo cada vez menos extraña en las ciudades con gran cantidad de ozono en el ambiente, pero él no estuvo ahí para verlo: La luz cegadora que salió de la máquina cuando Carlos la encendió, los lentes de Lucia estallando en millones de pedazos, los tipos raros que llegaron y se la llevaron con todo y chivas...

Cada quien está intitulado a tener su versión de los hechos.

¿Quieren saber la mía?

Bueno, desde que los vi juntos bajando las escaleras del museo empecé a temer que una bomba atómica iba a caer sobre la cabeza de alguien; tuve la sensación de que la espada de Damócles ya no estaba pendiente... Y de hecho, aún levanto la cabeza para asegurarme de vez en cuando...

Zona_Rosa, México © 1998

bloranca@mex1.uninet.net.mx

Zona_Rosa es originario(a) de México y radicada(o) en el internet. Se dedica a pescar historias de entre el flujo de información que ofrece el vivir en sus segundos, adora el misterio, la inconsciencia y las películas pornográficas. Está convencido de que los artistas son gente que ha glorificado su bajo control de esfínteres sin necesidad y que son la mejor compañía cuando aceptan abstenerse de hablar de cultura.

Comentario sobre "La Máquina de Lucia"...
¡Sorpresas te da la vida! ¡Sorpresas te da la vida!... ¡Ay Dios!..." Estaría totalmente de acuerdo con esa frase si no la considerara "tan grosera". Personalmente no creo que la vida le dé a uno sorpresas. La vida es una sucesión de sorpresas desde que uno nace hasta que uno muere (Y quién sabe si ahí pare la cosa). Esta historia llegó de sorpresa, a raíz de una sorpresa y... ¡sorpresa!...¡Ahí la tienen!

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