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Mis razones

Sí, fui yo. Y me arrepiento, pero ya qué. ¿Saña, dice usted? Ah, por lo del lápiz. No, eso fue un arrebato. Mire: se lo voy a platicar.

Siempre quise ser escritor, las letras me llamaron la atención desde pequeño. Viera nomás que era yo la admiración cuando en primer año me aprendí aquello de:
¿Qué miras por la ventana?
Miro el sol que ya se va
y me dice hasta mañana.
Dí, madre, ¿volverá?

Y era del libro de cuarto año, imagínese nomás. Luego, lo que entonces llamaban composiciones: cansado, joven, cansado de hacerlas. Y me salían pero facilito, me las celebraban mucho. Ya de grande me olvidé de las letras, tuve que trabajar duro. Durante años no tuve tiempo ni ganas de leer, cuantimenos de escribir. Ora ya de viejo fue que con el ocio me dio de nuevo por la escribidera. Empecé a escribir relatitos con mis recuerdos.

"Están chistosos tus cuentos, eres bueno, pero no estaría de más que te metieras a un taller, para que te critique alguien que sepa y aprendas del trabajo de los demás", me dijo un conocido, sin saber que al darme el consejo me estaba señalando el rumbo que me deparó el destino. ¿Lo ve? Traigo lo lírico en la puntita de la lengua.

Pues nada, que llegue al dichoso taller con ansias de abrevar cultura, sin saber que lo único que iba yo a libar ahí eran jugos biliares. Ahí llegué a conocer lo que es la injusticia, señor. Aprendí el sentido de aquello de que "Lo que en el rico es alegría en el pobre es borrachera". Mire: escribía yo, por ejemplo: "Agonizo en esta celda, transido el corazón por el puñal de tu recuerdo" y luego, luego el coordinador del taller: eso es un lugar común, frase sobada y gastada, cursi, etc. Ah, pero no lo escribiera una vieja o alguno de sus consentidos, entonces sí: Ay, que paradoja estás planteando, definitivamente a-ris-to-té-li-co; y no faltaba otro: no, que a mí me recuerda aquello que dijo Paz... Esas eran mis muinas.

Ahora lo de aquel día... No, no fue de momento, espéreme, trái su cola el asunto: los primeros trabajos que me destrozaron en el dichoso taller era relatos de mi infancia, cuentos de veinte o treinta cuartillas, con detallitos bien graciosos y situaciones divertidísimas, pues no, al santo coordinador se le fruncía el ceño nomás de ver la cantidad de cuartillas que sacaba yo de mi portafolios.

Todo comenzó con un relato sobre mi infancia: no, qué infinidad de cabos sueltos; qué historias anexas y accesorias, que distraen, que meten ruido, que esto yo lo digo en un párrafo... Sea por Dios. Ahí me tiene usted, tijereteando mi texto y buscando la concisión que me exigía el mal hombre. Por fin pude presentar un texto de una sola cuartilla, fíjese usted, que habilidad. Pues tampoco. Que no, que ahora había llevado yo un texto que pecaba de escueto, que le quedaba grande la historia, que eso daba para una novela, hasta críptico se atrevió a llamarle un cabrón.

En aquella ocasión salí del taller con la intención de no volver y así hubiera sido mejor, ahorita no estuviera yo aquí, ni usted estaría entrevistándome, que se lo agradezco.

Total, que ya en su pobre casa me puse a pensar y fíjese que curioso, bañándome yo, me ocurrió lo que a Arquímides: se me vino la gran idea. No grité eureka, pero me salí de la tina y busqué el texto rabón que acababan de rechazarme, hurgué más en mi escritorio y encontré la versión original, tenía ésta doce cuartillas —ya le dije que la última versión era de una sola— entonces... Pues seis. Si doce cuartillas se les hizo mucho y una poco, pues nomás era cosa de obtener seis cuartillas, entonces tendría lo que el coordinador pedía sin decirlo, equilibrio: esa era la clave. Bueno, eso creí entonces, ¡pendejo!

A la siguiente sesión llegué con mi niño arropadito en un folder. Esperé pacientemente mi turno y comencé a leer. Ahora sí que este señor poeta iba a saber de lo que era yo capaz, no podría menos que reconocer mi oficio, entre líneas iba a descubrir el tremendo esfuerzo de análisis y síntesis que había hecho con las versiones anteriores para lograr la obra maestra que leía en esos momentos.

Concluí, los criticones de siempre se quedaron callados, primer triunfo: usualmente apenas terminaba de leer se me echaban encima como chuchos del mal. Ahora guardaban un respetuoso silencio... el coordinador se me quedó viendo y me dijo: Mire, Josefo, cada vez se hace usted de un estilo más... cómo decirlo... más... confuso, eso. Mire: con esta versión que me presenta el día de hoy, no sé, me ha dejado perplejo, pero está peor que las anteriores porque ahora no sé si le falta o le sobra...

Aquí fue donde perdí el juicio. ¡Ira de Dios! Le arranqué el lápiz de las manos y sin pensar más se lo enterré en el ojo izquierdo ¡Tómala, barbón! Le grité ante el espanto de los demás. Sí, trataron de detenerme, pero estaba yo hecho una furia, les aventé sillas y mesas y no les quedó más que salir de estampida pidiendo auxilio. El escritor de mis pecados se revolcaba en el suelo aullando, comencé a patearlo y quien sabe, pero ya no pude detenerme. Enardecido, lo agarré de las barbas y me lo llevé arrastrando hasta una prensa tipográfica que hay en la sede del taller, le metí la cabeza en la mesa de impresión y le di nomás tres vueltecitas al volante, ahí quedó, se le mojaron los pantalones y dio unas como pataditas. La maceta le tronó como... bueno, mejor no se lo cuento, ya usted vio la foto que publicó Crímenes del Siglo en su primera plana.

No, que va. Cuál notoriedad, el ganón fue él, bueno, sus herederos, porque a raíz de esto se convirtió en celebridad. El poeta del escándalo, puso en la contraportada de uno de sus libros un editor de esos muy hábiles.

Sí: se tiraron ediciones especiales de sus obras y lo que jamás hubiera logrado en vida: mismísimo Plaza y Janés le editó un poemario de lujo, papel cuché, fíjese nomás y mientras yo aquí: encerrado y sin saber si mis cuentos, por fin, tienen la extensión debida. Mire, lea éste y dígame que opina... joven, no se vaya... ¡joven...!

Salvador García Lima y César Vargas, México © 2000

sglima@prodigy.net.mx

César Vargas y Salvador García, viven en la Ciudad de México. Iniciaron su camino en la literatura en una etapa de la vida en la que ya no se emprenden muchas cosas. Es decir, fueron víctimas de una sorpresiva y tardía inquietud por escribir.
César y Salvador buscan lograr un ejercicio colectivo y lúdico de la escritura y han publicado algunos de sus trabajos en la revista "Confabulario", que recoge la producción de algunos talleres literarios de la Ciudad de México.

Comentario de los autores sobre el cuento:
Nosotros dos participamos en un taller literario de la ciudad de México. El texto trata de jugar con la actitud de algunos compañeros que se muestran muy poco aptos para recibir críticas de cualquier índole; defienden sus textos a capa y espada y en un descuido son capaces de reaccionar como el Josefo del cuento.
Al poner en boca del coordinador del cuento ciertos comentarios y argumentos, buscamos mortificar al coordinador de carne y hueso de nuestro taller. Lo logramos, ya que obtuvimos de su parte una airada pero muy literaria réplica.

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