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Negro

Eran las dos o las tres de la mañana, y seguíamos buscando al perro. Algunas imágenes hubieran resultado simpáticas para alguien neutral. Pero no para nosotros. En la noche oscura, casi nos mata la tristeza de creer que no veríamos más a Negro.

Esa tarde habían venido a colocar una línea de cable para el televisor desempolvado, y el portón estuvo abierto un buen rato. Suficiente para que el perro desapareciera. Si bien yo había estado toda la tarde en casa obsesionado con la novela, fue ella quien reparó en la ausencia del animal. Cuando volvió de su trabajo, nadie fue a recibirla. Mariana pensó que Negro estaría comiendo, pero yo me había olvidado de darle de comer. No era la primera vez que me olvidaba, y pensé que si el perro aparecía, no iba a ser la última. Ella no estaba habituada a ese olvido, porque Negro, generalmente, me buscaba en mi escritorio cada vez que tenía hambre. Pero a veces no lo hacía. Cuando Mariana abría la puerta, Negro por poco no mordía de hambre sus delicados tobillos. Ella me decía con un tono alegre, pésimamente fingido, qué iríamos a hacer cuando naciera nuestro hijo. La última palabra le salía apenas, y nuestras miradas tristes se debatían en la tempestad. Naufragábamos.

Mariana gritaba su rabia por la pérdida. Mariana gritaba su rabia. Yo pensaba si la desgracia de Negro no adelantaría nuestra separación inevitable. Desde hacía meses la planeábamos en silencio. Pero cada vez que alguno parecía dar el puntapié final, asomaban los fantasmas de la soledad. Ni Mariana ni yo nos dábamos cuenta de que no hay nada peor que sufrir este sentimiento en compañía.

Tal vez por eso buscaríamos desesperadamente a Negro. Al menos el perro se ponía contento cada vez que nos veía.

Lo primero que hicimos fue rastrear por toda la casa. Teníamos la esperanza de encontrarlo en algún armario antes de salir al crudo invierno. No era casualidad que lo buscásemos allí. La pasada navidad, cuando habían comenzado a explotar los primeros festejos, Negro se había refugiado en el armario del pasillo. Eso no hubiese sido nada raro. Lo extraño fue que el armario estaba cerrado cuando lo encontramos tembloroso. Negro escondido en el armario con la puerta cerrada. Cómo la abrió es fácilmente deducible. Muchos perros se las rebuscarían, incluso Negro; pero cómo pudo cerrarla, si Negro era un perro, básicamente, ese fue un misterio que jamás conseguimos revelar. Ella, en el colmo de su lógica, dijo que habría sido el viento. El viento cerrando una puerta corrediza.

Aquél día tuvimos que revolver, porque Negro era más bien pequeño y no se lo distinguía fácilmente en la penumbra. Además, el armario estaba lleno de ropa de Mariana que nunca se había puesto.

Pero aquella segunda vez fue distinto. Unas semanas atrás, ella había llevado la ropa a la casa de su madre. Dijo que lo hacía porque ya no encontrábamos lugar donde poner los libros. Un poco de razón tenía. Desde que habíamos dejado las charlas interminables acerca de proyectos juntos, comenzamos a comprar libros de manera compulsiva. La biblioteca siempre al borde del estallido. No es fácil sostener sobre una madera letras ardientes de siglos pasados. En eso coincidíamos. Mariana tenía un gusto encantador por ciertos autores.

Sería por eso que no le gustaba mucho lo que yo escribía. Tal vez me comparaba con Miguel Hernández o Maupassant. Al principio eso me molestaba. Y hacia el final también. Pero hubo épocas en que sabíamos que cualquier discusión lograba que sintiéramos vivir. Épocas en las que me rebelaba contra sus descarnadas opiniones y reíamos cada vez que intentaba infructuosamente mejorar mis relatos. Épocas efímeras que Negro acabó por enterrar.

Hacia el armario nos dirigimos. Fui yo quien lo abrió. En ese momento, vi la última sonrisa que se dibujó en el rostro desencajado de Mariana. Jamás volví a verla sonreír de esa manera. Dentro del armario no había nadie.

Finalmente salimos a la calle. Hasta que decidimos separarnos llegando a la avenida, a fin de acelerar la búsqueda, ella no dejo de recriminarme el descuido por haber dejado a Negro suelto.

Lo busqué tanto.

Solo volví a la siete de la mañana con el pan recién horneado. Negro me esperaba en la puerta con el hocico moqueado y tiritando de hambre. Naturalmente. Todos los días nuestro perro volvía.

¿Y Mariana?

Desde hace años, a las dos o tres de la mañana, cuando no puedo escribir mi tristeza, salgo a buscarla.

Sebastián Enseñat, Argentina © 2005

sebastianensenat@fibertel.com.ar

Sebastián Enseñat nació un 25 de diciembre de 1972, en Buenos Aires, Argentina. Si bien desde niño encontró especial interés en la palabra escrita, no fue sino hace pocos años que empezó a escribir sus propios poemas, motivado por algunos viajes que terminaron por definir un espacio personal que pretendía ser contado, y por supuesto por la inquietante lectura de escritores como César Vallejo, Miguel Hernández, Huidobro, Borges, Cortázar, y otros gustos literarios que conviven con la música (Serrat, Sabina... también alimentaron la vocación), el cine y el deporte. Con su obra inédita “Llena mi copa igual que ayer”, obtuvo el tercer premio de “La Luna Que 2002”. Realizó talleres coordinados por los poetas Alicia Grinbank y Marcos Silber. Tiene cuentos escritos, uno de ellos "Negro" (que fuera premiado en el Concurso 2004 de cuento organizado por la Biblioteca Popular de Olivos), otros inacabados, y una novela corta e inédita llamada “La Pared Verde”. También leyó sus poemas en cafés literarios de la ciudad de Buenos Aires, y ha sido publicado en páginas de Internet.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
"Negro" nació una tarde al volver desde el trabajo a mi hogar, más precisamente en el vagón de tren de una línea subterránea. Confieso que la primera frase del cuento “Eran las dos o las tres de la mañana, y seguíamos buscando al perro”, no es de mi autoría, sino que es del conductor del tren, al que aparentemente sin intención, o por lo menos sin otra intención que permitirme escribir este cuento, se le abrió el micrófono de su cabina, y por los parlantes todos los pasajeros pudimos oír la desgracia, y sólo eso, del animal perdido. Nunca supe si pudieron encontrarlo.

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