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En la noche virtual

Date: Fri, 28 Feb 1997 14:11:44 -0700
X-Sender: fvalerio@vines.colostate.edu
X-Mailer: Windows Eudora Light Version 1.5.4 (16)
To: Sherezade (sherezade@milyunanoches.com)
From: fvalerio@vines.colostate.edu
Subject: en la noche virtual

Adorada Sherezade:

Debo pensar tu respiración en la noche y creer que el gesto de escribir tu nombre me salvará de los insomnios abarrotados de risas y hoteles con bañeras inmensas como ataúdes; que me salvará de las calles por desandar y de los tantos bares y lágrimas, y sin embargo recuerdo que te estuve esperando a la salida del concierto, te felicité por haber cantado tu mejor aria, esa noche, en el teatro, y me abrazaste y te besé y entonces caminamos por el Malecón porque todo comenzó en Santo Domingo, supongo.

Debo creer que todo no fue más que una confusión de nombres y que Santo Domingo, Málaga, Portland o Bagdad sobrevivirán -a pesar de tu nombre- en la memoria como ciudades en las que alguna vez nos amamos con la rabia de sabernos frágiles y efímeros, y si fue en Portland o Bagdad, no recuerdo, que entonces caminamos hasta un restaurante pequeñito, y te hablé -a ti y no a otra- de mis proyectos y frustraciones y te reíste de un par de ocurrencias, ya deslavadas con el paso de los años.

Quiero pensar, Sherezade, que un día desembarcarás desde cualquier ciudad virtual con la misma mirada y la sonrisa que tanto amé para bañarnos desnudos en esta misma noche discursiva, como dijera el Maestro, y sé que aunque quisiera, no podría dejar de pensar otra vez en tu pelo recogido detrás de la nuca; no querría dejar de pensar en tus pasos sigilosos que se acercaron por detrás y entonces tu cuerpo manso volvió a entregarse como la primera noche y lloraste un orgasmo lento, tristísimo mientras yo contemplaba tu boca demasiado abierta, como si te faltara el aire en el do sostenido menor de tu más sentida aria.

Debo saber con certeza que es a ti a quien le escribo estas palabras porque otra, más fría y desmemoriada, estará a estas horas, frente al mar, en la noche virtual o bajo la inveterada lluvia de otoño, leyendo estas palabras como si otro las hubiera escrito y como si no hubiera sido tú quien me abrazó esa noche a la salida del concierto -y te besé en la boca sorprendida-.

Confieso que es maya y también juego la noche discursiva en que nos bañamos desnudos para rescatar de tu nombre, Sherezade, las palabras y la memoria de las palabras y con la memoria y sus palabras tus ojos serenos y tus labios aún más húmedos que tus labios porque sé que una de estas noches llegarás oportuna a mi insomnio como si fueras otra y entonces volverás a cantar y a amar o llorar.

Debo pensar tu voz entrecortada y esperar el instante preciso en que tu mano trace el gesto de un adiós para no verte partir como te vi aquella noche en que zarpaste con tu lluvia desde el silencio de la pantalla en blanco de la computadora; para no verte padecer otras tantas lluvias discursivas porque esperé durante meses y tu ausencia echó altas raíces de manglar en mi carne.

Quisiera equivocarme y creer que atracarás en mi insomnio perenne, Sherezade, como en un puerto, tu canto tristísimo porque después de nuestro último reencuentro en Málaga me acusaste, desnuda, en la cama de una posada barata, de que era a otra y no a ti, Sherezade, a quien yo le escribía estas cartas virtuales. nos vestimos y caminamos por Gibralfaro y después nos sentamos en el parque de la Merced y aunque traté de convencerte de no recuerdo qué, tu cuerpo aún retenía tu lluvia de otras noches.

Debo admitir que después del canto y tus ojos claros, lo que más amo de ti es tu nombre, Sherezade, para abrevar el olvido de tantas calles, ciudades, hoteles y bares, puertos y aeropuertos y noches discursivas sin luna que me persiguen hasta los rincones oscuros e insisten en devolverme su veneno cotidiano.

Quisiera pensar que al reverso del día encontraré tu nombre, Sherezade, temblando de frío en la pantalla de esta computadora para que entonces no quepan dudas de que es a mí y no a otro a quien le escribes desde cualquier cibercafé de esas ciudades en que una vez nos amamos -Santo Domingo, Bloomington, Málaga, New Orleans, México, Bagdad- y que soy yo y no otro quien te escribe porque después de todo fue en mis labios donde saboreaste la sangre y las lágrimas del beso en la agonía de tu partida la magrugada de un domingo en el parque de la Merced.

Debo admitir, Sherezade, que siempre seremos cuatro los que se bañarán en las aguas de esta lluvia discursiva pero que ni el tiempo, ni la distancia y ni siquiera tu nombre, podrán hacerme olvidar este dolor virtual de saberte ausente, imposible y aun necesaria.

Siempre,

Fernando

Fernando Valerio, República Dominicana, Estados Unidos © 1999

fvalerio@vines.colostate.edu

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