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La novia del alcalde

             Vio su oportunidad asomarse en el formato de un programa de televisión basura que invitaba a todo el que creyera que poseía algún tipo de talento a pararse delante de las cámaras a bailar, cantar, actuar, narrar, recitar o incluso a contorsionarse, como si el arte de la contorsión tuviera alguna estima en estos tiempos. Y él se sabía talentoso, presumía de ser mejor que la gran mayoría de los narradores que trabajaban en la televisión, estaba seguro de que tenía más conocimientos de deportes y mejor estilo que cualquiera de las nuevas voces que se habían incorporado al medio en los últimos diez años, el tiempo que ha estado interesado en el oficio, exactamente la mitad de su vida. Lo único que faltaba era ser descubierto, y ahora tendría la posibilidad de mostrar lo que era capaz de hacer y de mostrarlo en el lugar donde podría iniciar de inmediato su carrera como narrador deportivo.

             El formato del programa le daría tiempo para narrar algo así como una jugada. Inteligentemente preparó la jugada crucial, la decisiva de un partido, un Caracas-Magallanes por supuesto, el estadio Universitario completamente lleno, noveno inning, bases llenas, dos outs, la carrera de la victoria en el home, representada por el mejor bateador del equipo, en la lomita el cerrador más dominante del torneo, el turno alcanza la cuenta máxima y después de un par de fouls, se produce el batazo que deja en el terreno al Magallanes, que él es caraquista impenitente. Y ahí estaba, frente a las cámaras de televisión, listo para narrar un partido que no se estaba jugando, una situación que no iba a suceder, un desenlace que jamás llegaría. Como un enajenado habló y habló, narró con detalles no de lujo sino de obsesión, como si estuviera realmente viendo lo que estaba narrando, describía cómo el lanzador se secaba el sudor nervioso de la frente y cómo el coach de tercera le hacía señas al bateador y a los corredores, narraba hasta las reacciones del público y del comentarista imaginario que lo acompañaba en la transmisión, todo tan exacto, tan real, tan lleno de emoción que los presentes en el estudio escuchaban atentos como si se tratara de una transmisión radial en vivo y directo, algunos cruzaban los dedos o juntaban las manos pidiendo el jonrón si eran caraquistas el out si eran magallaneros, y todos gritaron, los caraquistas de alegría, los magallaneros de rabia cuando el swing del bateador le dio a la bola y ésta comenzó a viajar y a elevarse y no se detuvo hasta que se estrelló contra la mano ansiosa de un muchacho que intentó atraparla en la grada.

             Entre felicitaciones de camarógrafos y técnicos, de los productores y de la animadora, le hicieron la promesa de rigor: recibir una oportunidad para ingresar en el equipo de narradores del canal, incluso la recibiría antes del veredicto, que el formato del programa incluía la selección de los ganadores vía mensajes de texto enviados por el público desde sus teléfonos celulares. Tres días después todo sucedió. No había visto el juego, se lo perdió debido a un compromiso familiar, por eso compró el periódico tempranito en la mañana y frente al desayuno se dispuso a leer con particular atención la crónica del Caracas-Magallanes de la noche anterior. Con el cuerpo cada vez más tembloroso sus ojos recorrieron la descripción de lo que conocía perfectamente porque lo había inventado para la presentación en el programa. Los mismos protagonistas, la misma situación, el mismo resultado, sus manos no pudieron seguir sosteniendo el periódico que al caer sobre la mesa volteó la taza manchándole los pantalones de café. Salió corriendo de la casa, necesitaba tomar aire, tal vez aclararía la mente o tal vez se caería por un barranco infinito hasta despertar. Pero sus pasos lo llevaron de nuevo al quiosco donde había comprado el periódico. Adquirió cuatro periódicos, un ejemplar del mismo que dejó sobre la mesa bebiendo café, y otros tres distintos, cada cual con amplia cobertura del juego y con especial énfasis en el emocionante desenlace, el desenlace perfecto lo llamaban en el cuarto periódico que leyó esa mañana, por supuesto, si él lo construyó para eso, para que fuera perfecto, perfecto para ganarse su oportunidad como narrador. Los hechos no dejaban lugar a dudas, hace tres días anticipó perfectamente los acontecimientos de la noche anterior. Y de inmediato quiso corroborar que no se trataba de la más improbable de las casualidades. Se paró frente a la calle y narró cómo la señora que estaba a punto de cruzar se salvaba por muy  poco de ser atropellada. Pronto, un carro salido de la nada o de sus pensamientos hizo una maniobra inesperada salvo porque él ya la había descrito y fue capaz de no tocar a la imprudente señora, imprudencia impulsada por una voz que la obligó a intentar cruzar en el momento menos indicado.

             Convencido ya de su don se dispuso a disfrutarlo plenamente. Pero espíritu humano al fin, no supo estar a la altura del poder que poseía y con excitación y lascivia narró su aventura sexual con la animadora del programa, olvidando que la diferencia entre el deporte y la vida es que el primero sucede en terrenos delimitados y con reglas claras y conocidas. Qué duda cabe, el encuentro fue delicioso, lo que ni siquiera se imaginó es que tenía que haber narrado que ella no tuviera remordimientos después de haber sucumbido a un inexplicable impulso, como si la hubieran drogado, y sobre todo narrar que no le contaría a su novio en busca de un perdón que llegó pero no solo, con venganza; poderes hay muchos y la incapacidad para manejarlos es común, una mujer como ella, hermosa, sexy, famosa, asidua no solo de portadas y vallas publicitarias, también de eventos sociales y actos públicos, era natural que tuviera un novio así, poderoso, alcalde de un municipio con todo un cuerpo policial a su cargo, policía sentimental.

             Rodeado por un despliegue de unidades y efectivos como si de un peligroso terrorista se tratara, se vio obligado a narrar su propio escape de semejante cerco, con la complicación de que eran demasiados policías, no contaba con el lineup y desconocía las posiciones en que actuarían. Cuando creyó que ya estaba a punto de salir de tan difícil trance, un efectivo del que nunca se percató sacó su arma, apuntó con precisión y jaló el gatillo.

             Herido seriamente pero no de muerte, comenzó a narrar la operación quirúrgica que lo salvaría, pero las palabras se le entrecortaron al ver que le estaban colocando un arma en la mano y la disparaban apretando sus dedos contra el gatillo. Luego, uno de los policías, el más joven y seguramente el de menor rango, se paró a su lado y le disparó dos certeros tiros en el pecho. Prisionero de su destino, lo único que pasó por su cabeza fue el titular y la sinopsis que al día siguiente, en una muestra de poco interés y flojera periodística, se repitió en todos los periódicos: "Abatido presunto terrorista en enfrentamiento con la policía municipal. El hecho se produjo tras el secuestro de la novia del alcalde, a la que había drogado con burundanga."

Luis Alejandro Ordóñez, Venezuela © 2005

laordonezs@yahoo.es

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
En un canal de televisión venezolano hay un programa como el descrito en "La Novia del Alcalde"; quien quiera hacer algo frente a las cámaras, simplemente tiene que ir el día que graban el programa y esperar su turno para, en la casi absoluta mayoría de los casos, someter al público a una tortura tan larga como dure la actuación del cantante, modelo, bailarín, recitador, narrador o animador de turno. No sé si estoy siendo algo rebuscado, pero no veo diferencias entre  quien espera que lo veamos y escuchemos porque le da la gana y tantos otros abusos de poder que se presentan día a día en un país como Venezuela. De esa similitud es de lo que hablo en el cuento.

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