Escuchamos la grabación, dividimos los temas según las categorías, y además de darme el borrador para corregirle el estilo y pasarlo a máquina me dio otro cassette con el programa de radio que grabó en la escuela con sus compañeros. Después bajamos con los pibes.
–¿Y esas zapatillas, Mauro? –preguntó.
–Me las compré en San Justo el sábado, que fuimos con el Alfombra, y las compré al pedo.
–¿Por qué, qué pasó?
–Porque me apuré y me traje estas, que no me gustan tanto. Igual qué, ahora las voy a usar para jugar a la pelota, si este sábado vamos a volver. Caminamos toda la comercial del centro y no había nada, y faltando tres o cuatro locales vi estas y las compré, cien pesos. Faltaba poco para venirnos y dos locales más adelante tenían todos los modelos de Motts, estas horribles y las que quería comprar. ¡No sabés, me quería matar!, sólo me quedaban diez pesos más y el hijo de puta del Alfombra se cagaba de risa. Si me llevaba los otros doscientos me las traía ahí mismo.
–¿Y las minas?
–Ah, no sabés qué perras que hay. Caminaba con un ojo en las vidrieras y el otro mirándole las tetas y el culo a todas. Había una con un pantalón ajustadísimo y una tanga que se la coló mal, así –dijo sacando el culo para mostrarnos–, bien hasta adentro, que de verla a mí me dolía el culo por ella. ¿Cómo hacen para caminar con esas tangas? Decí que si caés en cana por violín después los presos te usan de hembra, pero la próxima vez que vaya me voy a culear a todas, qué me importa. Y después en la combi ya venía re al palo con lo que había visto, y suben dos perras más, universitarias. Una se quedó de pie y a la otra le digo “sentate acá, tenés lugar”, para chamuyarla, y ni bien se sienta sube una embarazada, así que le di el asiento y no sabía cómo ponerme para tapármela. Al rato sube otra, de pantalón blanco. Todo el viaje fue apuntándome con el culo, y a un costado iba una con la blusa abierta en el medio de las tetas, así que miraba de una a otra. En un momento miro al chofer y por el espejito iba más concentrado en la de blanco que en la calle. Después pensaba, en una curva o en una frenada le toco el culo a la de blanco, qué me importa, pero si lo pensás no lo hacés, y al final no me animé.
–Hay que ir a dar una vuelta por San Justo entonces. ¿Y cuando volviste a tu casa qué hiciste?
–Derecho a encerrarme en el baño. No me alcanzaban las manos para hacerme la paja.
Sólo nos quedamos hablando porque nadie consiguió una pelota. Mauro y los otros pibes son amigos de Pablo, con el que formo un equipo de periodismo que no va a durar mucho más, cuando se reciba voy a borrarme de su ambiente y a seguir por mi lado. Boconean dándosela de mujeriegos pero todos estos pajeros son vírgenes y no quiero que me contagien. Cuando se despidieron me fui a mi casa.
Estaba formándose neblina, a lo lejos apenas se veían los tanques trillizos del agua, y la cruz iluminada de la cúpula del Cottolengo atrás de la 46 donde vivo. Entré al palier cruzando miradas con los pibes que se juntan para hablar y reírse, con cervezas y porros. Prendí la compu para revisar mi mail y ahí estaba, un mensaje de una Juliana Hidalgo: “Alma mía, tal como me pediste ya hay una iglesia para casarnos. Ya sé que estás cansado por todos los preparativos, así que me encargué de conseguir la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, la que está en la 45, para que bendigan nuestra boda. Tuya de aquí hasta más allá de la muerte, Juliana Hidalgo”. Y más abajo un corazón con su nombre entrelazado al de Federico Niz, mi nombre.
Cada vez entendía menos y no quería pensar en nada. Me acordé del cassette que me prestó Pablo y escuché su programa. Aprovecho para contarles que tengo diecinueve años, edad jodida para andar a la deriva sin amigos ni novia, vivo en Don Orione casi de toda la vida, no trabajo ni estudio aunque pienso seguir algo el año que viene, y mientras tanto colaboro en La Quincena, el periódico mensual que desde el barrio llega a casi todo el partido. Capaz que como no salimos en los mapas y nos tildan de ser uno de los barrios más jodidos de la zona Sur ellos reaccionan con la negativa a someterse al calendario gregoriano. Lo de inseguro es chamuyo flaco, camino mucho por acá para escribir las crónicas y jamás me pasó nada.
El programa era un magazine informal orientado a un público de trece a veinticinco años, con ritmo y acidez, “Los mismos de siempre” lo llamaron, sin saber que le robaron el nombre a la hinchada de La Renga. Les quedó una cosa ridícula, parece una banda de amigos que se junta para hablar y joder. Hacen chistes que sólo ellos entienden, se quedan en silencio largos segundos, no se coordinan, dudan mucho.
Cuando terminé de escucharlo releí el mensaje y me fui a dormir. No tenía ganas de sacar la máquina de escribir.
El iría hasta la 49 y yo a mi casa. Pero no puedo con mi forma de ser, y volví a insistir.
–Dale, acompañame este sábado, que después no van a santificar a nadie más del barrio.
–Y a mí qué. A lo mejor esa noche salgo con los pibes de la pizzería.
Al llegar a casa encontré en el piso una nota de Juliana: “Fede, no aguanto más la ansiedad, ya quiero que llegue nuestro sábado. Me cuesta dormir por las noches, pensando en que ya pronto vamos a unirnos, después de tanto esperar”. A la noche volví a escribirle, pero nunca me responde.
No tengo idea de qué puede ser. Sé de algunas que llaman por teléfono al azar y si enganchan algún chabón se quedan hablando un rato, y a veces vuelven a llamar otros días, pero esto de tentar a un desconocido para casarse es nuevo para mí. La otra cosa que tengo en claro es que vive en el barrio, pero en la guía no sale nada más, ni siquiera la manzana en donde vive. Y tampoco me dejó averiguar mucho la vez que llamó a mi casa y hablamos, bah, que me dijo un monólogo por teléfono.
Así empezó la semana, y después Pablo llamó para contarme que aprobó con un muy bien y con un “trabajo muy ameno para leerlo”. Sabía que iban a ponerle una buena nota pero nada importa, todo eso es pasado.
También se publicó la edición especial de La Quincena, celebrando que el patrono del barrio ya es santo, y el aniversario del periódico. Casi cincuenta páginas en cinco secciones, la verdad que la coincidencia ameritaba una edición en colores.
Eligió un buen papel para las invitaciones, con un lindo motivo. Mientras después no salgan con que tengo que pagarlas no tengo problema en recibirlas y repartir las que pueda, pero van a sobrar muchas.
Hasta que le pregunté la hora al de adelante y me fui. Como cuando llegué todos me miraron, y también mientras cruzaba la 56. Entré a la iglesia con el tiempo suficiente y fui hacia los bancos de adelante. Me sorprendió primero la iglesia decorada para una boda, como cuando jugaba a la pelota en sus alrededores, y ya adentro la cantidad de gente que esperaba. Saqué la libreta y empecé a tomar apuntes, entre el murmullo y la ausencia del novio.
Tenía algunas cosas sueltas y descripciones del ambiente cuando giré la cabeza al tiempo que todos se callaban porque entraba Juliana, y guardé la libreta. Largo pelo castaño bajo el velo, catorce años como deduje, el paso firme aunque se notaba que estaba tensa, hermosas y finas piernas y ese vestido ceñido que me hacía desnudarla con la mente. Cuando sólo vio al cura le cambió la cara y no pudo disimularlo, pero no aflojó el paso y quedó esperando. Volvió a escucharse el murmullo, sumándole tensión a la atmósfera, y de tanto en tanto Juliana miraba hacia la puerta para ver si llegaba el novio. Seguía pensando en la crónica cuando me di cuenta de lo que pasaba, cuando pude ver que no tenía que esperar hasta que la crónica fuera publicada para cambiar mi suerte. Entonces me levanté y caminé hacia el altar.
Ariel Bustos, Argentina
arilinares@yahoo.com.ar
Ariel Bustos nació en Buenos Aires en 1983 y vive en el barrio Don Orione casi desde siempre. Después de cursar estudios básicos de computación con éxito y de desertar de la formación en cocina, comenzó a aprender el oficio de armador y técnico de PC. Ha colaborado en revistas de Internet como Resonancias, Zona Moebius y El Interpretador, además de haber sido convocado a sitios como Sane Society.org o La Lupe.com.
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