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Pelando cebollas

Pelando cebollas, capa a capa reconocía el cosquilleo que llega por las alitas de la nariz, olor que entraba suave y rascando y cortaba trocitos pequeños pedazos y aguantaba y María detrás, hablando gritando revoloteaba con manos en alto y aguanta, Luis y ella: apenas nos vemos, ni hablamos, llegas a casa y posas los huevos en el sofá. Ella detrás y tú, Luis, por dentro, recordaba aquel Mini Cooper rojo colorado como los tomates que ahora troceaba, mini coche y fanfarrón la enamoraste y todos los viernes y también los sábados y los domingos y al final siempre, detrás, aguantaba, gritando: yo también trabajo todo el día, Luis, y Luis rememoraba partes traseras de auto, contorsiones calientes, y cómo lo vendía para trueque de billetes para viaje juntos a Europa en tren que no cogimos a tiempo, vendido porque, claro, se te hacía pequeño, que, claro, no es coche para dos, y ella ya no, Luis, aparta, quita, ella, que estoy cansada, ya no, que me duele la cabeza, que el sábado quizás, y la lechuga troceada en pedazos pequeños: querrás que la aliñe, supongo. Y aguantaba: esparcía el apio, y ella habla bla bla bla, y Luis por dentro María, basta, y llegas a casa, cuando llegas, sí, de trabajar, seguro, y por dentro él, en casa Luis, en el trabajo llamado Torres, qué pasa con el informe Amezcua, y Torres, para cuándo los datos del trimestre, y pepinillos, y zanahorias, y remolacha, y por las mañanas con cara de desconocido en el espejo del baño, con alopecia de ilusiones, y espuma de afeitar que goteaba en barriga con ombligo tambor, y por eso también lo de las ensaladas: ¡mírate, barrigón! Apenas nos divertimos, ni salimos, Luis, qué hay del ascenso prometido, Luis, y después del Mini, mejor que alquiler, hipoteca, y vida de oficina y de ocho a dos, comidas rápidas, de cuatro a ocho, y el tráfico en este tu nuevo coche cuatro puertas financiado a cinco años, y atascos de una hora para llegar, y otra hora más para volver, y los demás aparta gilipollas, el intermitente, imbécil, mira por dónde vas, cabrón, y los mensajes de amiguetes en el contestador: Flaco y Pedrito y Eduardo y risas, casadito ya, y el domingo tremenda parrillada, no te cuento la de whisky que tragó Julián, y dónde te metes, hombre, y ella detrás, habla bla bla bla, y cortaba aguacates, porque mejor los vegetales para la firmeza que ella no tiene y a ti también se te afloja todo, hasta la corbata, y María también trabaja todo el día, yo también trabajo todo el día como tú, Luis, y volvía a casa y aguantaba, y llegas a casa y no colaboras y yo frego y lavo, te plancho las camisas, y te llevo los trajes al tinte, y tú, hala, a las buenas noches, y por eso hoy le preparaba una ensalada, y por dentro Torres, aprenda de Robertito que recién salido ya mejora, Torres no pensé tanta ineficacia, y Torres, qué hay de esos datos, y tú y aquellos capítulos de aquella novela, lejana, oculta, olvidada en el tercer cajón a la izquierda, y ella detrás y tú en la ensalada y ella porque seguramente vendrás tan tarde de la oficina, y yo me lo creo: ja, y casi con veintinueve ella me saldrá con lo de los hijos, Luis, si te esforzaras y ese ascenso, y podríamos: un hijo sí, y entonces si pudiera, pero, no, no, y otro piso que con dos habitaciones no basta, y ella sin que trabaje, en vez de nueve serían doce horas de oficina, y más facturas recogía del buzón: y la luz, el agua, y la comunidad, el coche, la nevera, y rojos números en extracto de banco y luego más Torres, dónde están los balances, y Torres, no me cumple los plazos, y ella detrás y yo en ensalada y aguanta, y así no podemos seguir, Luis, y aguantaba y apretaba los dientes y el cuchillo y me giraba y cortaba una dos tres y ella en el suelo, y lo encontraron cortando cebollas con el cuchillo y las manos manchadas de su sangre y no sabía qué, y por la ventana del coche celular, manos atrás, veía gente, luces, árbol, perro, casa, coches, y comisaría y juez muy severo contra abogado pleiteando por locura transitoria, y veinte y un día, que no es poco, y sabía qué: ahora.

Aquí no se está del todo mal, leía, veces escribo como antes, descubro la soledad, aprendo a sumar y restar los días, miraba por la ventana: está nublado, y cuando el agobio tira del sosiego recupero bajo la almohada ese olor a cebollas escondidas del almuerzo y me reconforta y converso conmigo dejando que ese olor entre por las alitas de la nariz, cosquilleo y olor que sube suave y rascando y me enseña a llorar, llorar, llorar, llorar como debía haber llorado antes.

David González, España © 1998

dminus@arquired.es

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