En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza. (*)
–Escuchá bien –me dijo–. El mundo se divide en pernos y paletas. Si te hacés el perno, perdés. Siempre clavado en el mismo lugar, la misma cosa. Vos tenés que ser paleta y animarte a buscar las pelotas que revolea la vida. Así vas a llegar lejos.
No recuerdo a cuento de qué vino el consejo. A él, en cambio, lo veo claramente: acodado a la cabecera de la mesa de la cocina, en camiseta musculosa; una mano enrollada al mate y la otra dibujando con el índice en el aire o cayendo pesadamente sobre la página de chistes del diario La Razón 5ta. Así todas las tardes.
Dudo que yo entendiera qué quiso decirme. No obstante, poco después estaba poniéndolo en práctica. Una chica del barrio me tenía enfermo con su indiferencia. Así que durante una siesta de vagabundeo, al pasar frente a su casa y verla jugando en el jardín con otras amigas, me detuve, le declaré mi amor y, quizás alentado por su sorpresa, busqué la manera de sortear la reja que nos separaba. La suerte me jugó en contra y, no entiendo cómo, mi cabeza quedó atorada entre los barrotes. El alboroto de las amigas, su perro y, mal que me pese, mi propio pedido de auxilio, atrajeron a los otros habitantes de la casa y, también, al resto del vecindario. Entre todos me desencajaron y me depositaron, humillado, en brazos de mi madre. No obstante, este acto paleta recibió premio: la chica vino a buscarme y durante un tiempo fuimos novios. Ese tiempo acabó cuando me dejó por un perno grandulón, cuya bicicleta prometía más que mis simples pies y mi lengua aventurera.
Sobrevino un período de fracasos amorosos que conjuré al entender que en cada mujer buscaba a aquella chica, actitud de verdadero perno. Debía buscar cosas nuevas en ellas, diferentes. Así que, a partir de ese instante, mi paso de una en otra ya no representaba un fracaso sino un triunfo. Con el tiempo fui perfeccionando esta capacidad de detectar las debilidades perniles para desecharlas.
La saludable actitud, sin embargo, me acarreó problemas: mi tendencia paleta, empecé a notar, no gustaba mucho. La mayoría de los que me rodeaban eran pernos por vocación o por distracción. Conocí muy pocos paletas genuinos a lo largo de mi vida. La desilusión, no obstante, pesó recién cuando mi padre se puso a actuar como un verdadero perno. Se fastidiaba por los cambios de escuelas, empleos y hasta me exigió noviazgos más prolongados. La ruptura con él se produjo al negarme a seguir la universidad. Me fui de casa acusándolo de perno traidor. Se murió y aún seguí considerándolo así.
Ahora que envejezco empiezo a comprender que estuve mal. En realidad, él no me traicionó, sencillamente siempre fue un pobre perno que proyectó sus aspiraciones de paleta sobre mí hasta perder el control. En fin. Anduve. Aprendí. La pernilidad social floreciente me fue arrinconando.
Ahora milito en la guerrilla colombiana. Mi novia es una paleta retacona, negra y sensual que sabe buscar bien la pelota. Nos une saber que no siempre estaremos juntos. Se aproxima una ofensiva generalizada. En realidad, debiera empezar a hacer las valijas. No soy cobarde, pero sospecho que a estas guerrillas les está picando el perno. Nos mandan a todas los paletas al frente para: 1) eliminarnos y 2) hacerse fuertes frente al gobierno de pernos; todo por el mismo precio. Buscan negociar y pasar a formar parte del pernalato. Si salgo vivo de esta y ellos negocian, no sé dónde me iré.
Voy a entregarle este escrito (bajo amenaza de paletearlo de nuevo si no cumple mi mandato) a un perno rehén. Espero, se lo pase a un perno amigo de Argentina. A esta altura ya sé que ser perno no significa ser malo; y que ser paleta incluye la capacidad de tener amigos perno. Este que les digo debiera estar transmitiéndoles mi historia. Es un típico perno inocuo al que le gusta rapiñar historias por ahí y, para colmo, prefiere las novelas a los cuentos. Pero es leal, sabe respetar al prójimo; sé que no falseará mis palabras, aunque afecten su integridad moral. Recuerdo una discusión de juventud con este perno.
–Ustedes los paletas –me dijo– buscan una buena posición y cuando la obtienen, se pasan de pernos y terminan en remache. En realidad todos somos las dos cosas.
–No te desmiento –le contesté–. Pero hay quienes preferimos paletear y quienes prefieren atornillarse. Estamos los paleta/pernos, que hacemos la historia; y están los perno/paletas, que la cuentan. Pero no te conviene generalizar porque yo soy paleta con aspiraciones de pureza. Cada tanto sufro un ataque pernil, pero lo identifico, lo neutralizo y, en cuanto puedo, me deshago de él.
De eso se trata este escrito. No hago más que sacarme lastre de encima. Ni se les ocurra pensar que escribo en medio de la selva, sudado y arriesgando mi pellejo. Por el contrario, acabo de darme un baño y ocupo el estudio del dueño de una finca requisada. Uso su pluma con capuchón de oro y papel reciclado de la mejor calidad. Me ha tocado custodiar, con otros apernalados camaradas, a cuarenta y ocho pernos secuestrados. Mi paleta mulata está en la montaña, quizás haciéndose matar. Y yo acá: privándonos ambos de un acto de sexo mortal. Pero es, como les dije, un momento de pernilidad; y lo estoy masticando, tragando… En pocas horas iré al baño.
Cuando hayan conocido mi historia, yo quizás esté fuera de juego o, tal vez, ande buscando nuevos; no sé. Los paletas somos así… De final abierto.
(*) Frase inicial de El gran Gatsby, de F.S. Fitzgerald.
Odiseo Daniel Sobico, Argentina ©2001
Odiseo_s@ciudad.com.ar, Odiseo_s@hotmail.com
Odiseo Daniel Sobico nació en Argentina, donde reside. Cursó estudios de literatura y cine y actualmente forma parte de un grupo de escritura dirigido por el escritor Alberto Laiseca. Ha publicado una novela (El principio de un disparo) y, paralelamente, ha coescrito y codirigido un corto en video (Tío Pedro) que fuera emitido el año pasado en algunos canales de cable nacionales. Ademas de otros cuentos, está preparando para el corriente 2001 tres novelas cortas.
Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Durante una reunión de trabajo, en el grupo de escritura, el profesor nos dijo: "quiero que hagan algo con la frase inicial de El Gran Gatsby; la unica condición es que siga siendo la frase inicial." El autor del futuro cuento (futuro "amigo perno" de la historia) paso una semana infernal autocensurándose. Paralelamente, un vendedor de periodicos le transmitía su filosofía de vida a un profesor de sociología, quien encontraba así el ejemplo justo para su clase de dinámica grupal. Allí estuve yo esa noche. Más pensaba en el cuento que en la exposición, hasta que oí hablar del diariero y su forma de ver las cosas: se transformó instantáneamente en el padre consejero del cuento. No quedaba más que hacerme amigo de su hijo y esperar su carta.
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