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Planea la nieve

¿Cómo llegué hasta acá? ¿Cómo llegué a este pozo frío, sucio y hediondo? ¿Quiénes son estas personas que están conmigo? Personas que no conozco, de lugares que ni siquiera sabía que existían. Nunca creí que sería capaz de llegar hasta este sitio. Nunca pensé que lo lograría. Siempre creí que me quedaría en el camino, que no lo resistiría, que me enfermaría y me mandarían de vuelta a Buenos Aires. Pero supongo que ellos saben lo que hacen. Te van metiendo poco a poco, te van rodeando despacio, como una de esas serpientes gigantes que recorren tu cuerpo hasta tenerte atado. Luego trituran tus huesos y te van devorando lentamente, tan lentamente que casi no te das cuenta.

Me llamaron y no me asusté, porque pensé que zafaría. Mi familia está bien relacionada en Buenos Aires. Me presenté en el cuartel con la idea de que sólo estaría allí unos días, unas horas, y luego volvería a casa y todo habría sido nada más que un susto, un mal sueño. Pronto me despertaría en mi cama. Tardaría en reconocer los objetos a mi alrededor, pero finalmente lo lograría y sentiría un alivio infinito. Podría haber zafado. Mis padres tenían todo preparado para sacarme de ahí. No quise. Sabía que no me habría perdonado nunca, que jamás me habría recuperado.

Hubiera sido una traición, no una traición a la patria ni nada por el estilo. Hubiera sido una traición a los chicos que estaban allí conmigo, que están conmigo ahora. No los conozco, pero algo me ata a ellos, un destino común, del que sé que no podría escapar nunca. Aunque me hubiera quedado en Buenos Aires, aunque no hubiera llegado hasta acá, no me habría salvado de esta angustia. No me habría salvado. Jamás me habría despertado de este mal sueño y jamás habría reconocido los objetos a mi alrededor. Quizá no lo logre. Quizá no pase de esta noche, pero al menos existe la posibilidad de volver, porque ahora sé que, para que las cosas pasen verdaderamente, es necesario atravesarlas. Es una noche fría, la noche más fría desde que llegamos.

Durante el día nos hicieron cavar la trinchera que ahora ocupamos. Por la mañana estuvo despejado, había amanecido con una helada blanca y una niebla espesa que lo tapaba todo. Eso fue lo que animó a los oficiales a dejar la ciudad y avanzar hasta aquí. El cielo se fue cubriendo con unas nubes bajas, que me hicieron pensar en la nieve. No vi nevar muchas veces. Recuerdo una ocasión en Mendoza.

Había acompañado a mi padre en un viaje de trabajo. Él se marchó a una reunión que le llevaría unas horas y me dejó en el hotel. Desde la ventana pude ver unas nubes plateadas y uniformes. De pronto, comenzaron a soltar un polvo blanco, que caía lentamente, más lentamente que la lluvia. Recuerdo que me levanté deprisa, bajé las escaleras y salí a la calle. Sentí el frío seco de la cordillera en los huesos y me coloqué debajo de la nieve. Caía sobre mí, acariciándome, y pronto noté que mi abrigo negro había quedado prendado de copos blancos. No me arrepiento de haber venido.

Hice lo que tenía que hacer, pero me gustaría estar en Buenos Aires. Hoy es viernes por la noche. Ahora estaría comiendo con Mechi en algún lugar de la costanera. Luego nos subiríamos al auto y yo manejaría hasta alguna calle oscura. Estacionaría y dejaría la calefacción puesta. Los vidrios se empañarían y entonces empezaríamos a besarnos. Le besaría la frente, como a ella le gusta, los ojos, primero el derecho y luego el izquierdo. Le mordería la nariz y le tomaría la boca con los dientes. Recorrería el interior de sus labios con la lengua, hasta sentir su estremecimiento. Luego bajaría al cuello, para provocarla, para encenderla. Ella tomaría la iniciativa y comenzaría a besarme, acariciaría mi nuca y yo me dejaría caer en su cuerpo. Hace tanto frío.

¿Qué hago acá? ¿Quiénes son estas personas contra las que peleamos? Nunca las vi en mi vida, ni siquiera sé si existen realmente. Hasta ahora sólo he peleado contra mis oficiales y contra mi propio miedo. Tengo miedo de mis reacciones. Mi cuerpo se ha portado bien todo este tiempo. Ha aguantado más de lo que creía que sería capaz, pero tengo miedo de que mañana, cuando se desate el combate y comiencen el zumbido de las balas, el estruendo de las bombas, los gritos, el humo y la sangre, el terror se escape de mi vientre. Hablar conmigo mismo me calma.

Siento que mi voz se extiende más allá de esta trinchera, de esta noche helada, de esta isla. Quizá llegue hasta Mechi. ¿Qué estará haciendo ahora? ¿Estará durmiendo? ¿Estará escuchando la radio a la espera de alguna noticia? ¿Me estará escribiendo? Si no hiciera tanto frío, si pudiera sacar mis manos de los bolsillos, le escribiría; le diría cuánto la extraño y que su recuerdo es lo único que me da fuerza. Cuando vuelva a Buenos Aires, nos casamos. Te juro, Mechi: nos casamos.

¿Qué me hicieron esos hombres a mí? ¿Qué les hice yo? Estoy seguro de que, si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, con algunos de ellos, habríamos podido ser amigos. Con otros no, es cierto: tal vez habríamos terminado peleando en un bar o en una cancha. ¿Por qué peleamos?

Por una mujer, por un campeonato de fútbol, por un pedazo de tierra. Pelamos por recursos escasos. Dos personas no pueden tener la misma mujer, ni dos equipos pueden ganar un campeonato, ni dos países pueden compartir la soberanía de un pedazo de tierra. Cada uno de esos recursos asegura la continuidad de los elementos en guerra. Peleamos por nuestra supervivencia. ¿Pero por qué tenemos esa necesidad imperiosa de sobrevivir? ¿De dónde procede esa fuerza que, desde que somos nada más que una célula, nos lleva a luchar? ¿Para qué quiero volver? Seguro que esta linterna tiene las pilas gastadas. Cuesta encenderla con los guantes.

Está nevando. Copos blancos caen del cielo. En realidad no caen. No caen como la lluvia. Planean. Planean contra el aire, luchando para sobrevivir, como nosotros. No somos los únicos que luchamos por la supervivencia. Todo lo que existe en este universo pelea ¿Cuál es la finalidad? ¿Por qué no nos es revelada? La religión intenta convencernos, intenta enseñarnos un sentido. Quizá hay gente que lo ve. Yo no lo veo. Para mí es más oscuro que el campo alrededor, en esta noche sin luna ni estrellas.

Veraneábamos en La Cumbre. A veces, cuando mamá no quería cocinar, íbamos a comer a una parrilla, frente a la estación. Luego de tomarnos el pedido, para amenizar nuestra espera, el mozo traía una caja de madera con varias piezas de distintas formas. El objetivo del juego era armar una T con todos esos pedazos. Por años, verano tras verano, lo intentaba sin éxito hasta que el último día de las últimas vacaciones que pasé en La Cumbre, antes de que mis padres vendieran la casa, lo logré. De repente, lo vi todo con claridad. Coloqué una de las piezas en diagonal y el resto de los pedazos encajaron enseguida. La T estaba formada. Instintivamente, uno tiende a verlo todo en forma vertical u horizontal, pero a veces la solución es diagonal, como el sentido en que planea la nieve.

Sebastián Dates, Argentina © 2003

sdates@hotmail.com

Sebastián Dates nació hace treinta años en Buenos Aires, Argentina, pero vivió un largo tiempo en España, país en el que realizó sus estudios secundarios. Posteriormente regresó a Buenos Aires, donde se graduó en Ciencias Políticas por la Universidad de San Andrés. Allí ganó el primer premio del concurso de cuentos organizado por el Centro de Estudiantes dos años consecutivos y participó de los talleres literarios de Jorge Torres Zavaleta y Félix Della Paolera. Los autores que más han influido en sus cuentos son los escritores norteamericanos del siglo XX, en especial: Faulkner, Hemingway, Salinger, Carver, Ford y Wolff. Asimismo, mantiene un gran interés por la novela española de Posguerra. De la literatura latinoamericana, prefiere a Rulfo, Vargas Llosa y Juan José Saer. Sus cuentos giran en torno a la dificultad de comunicación entre los seres humanos y la violencia primitiva que subyace en las situaciones de la vida cotidiana.

Lo que el autor nos contó sobre el cuento:
En "Planea la nieve" intenté reproducir el monólogo interno de un joven soldado en la víspera de la batalla, que, dominado por una mezcla de sentimientos contradictorios, oscila entre el deseo de cumplir un mandato de coraje y un miedo irracional, atroz. A través de su discurso, que lo lleva de las sensaciones concretas y palpables de esa fría noche a recuerdos de una vida anterior que intuye irremediablemente perdida, se percibe su intento de no perder su idea de "yo", su autoconciencia, en medio de la caótica atmósfera de la guerra. Para simular el lenguaje de los pensamientos y lograr un efecto de introspección, busqué alternar un discurso racional, plasmado en la narración "objetiva" de la escena, y recuerdos e imágenes "subjetivas", más propias del inconsciente. La historia avanza, dividida en unidades de pensamiento que se suceden a lo largo de la noche, pero sin hacer referencia alguna a un tiempo específico. El resultado es similar al recurso cinematográfico de separar las escenas con fundidos al negro. El título representa el descubrimiento de una nueva manera de mirar el mundo, a la que llega el protagonista en las últimas líneas del relato.

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