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El principiante

A Yolanda Velarde, in memoriam

Alonso caminaba con cierto orgullo por los pasillos de la universidad, a sus veinticinco años terminaba la maestría en Ciencias Sociales. En cuanto salió de su carrera en Administración Pública; había decidido continuar estudios de posgrado; siempre fue un alumno destacado, se tituló de licenciatura por buen promedio y en su tesis de maestría, le habían concedido mención de honor.

Desde chico en la sobremesa de su hogar de clase media asalariada; escuchaba las conversaciones de política y los acontecimientos de la época. Su padre un honesto burócrata oficialista de tercer nivel, lo guió en el gusto por lo político, o mejor dicho por esa idea que trabajando desde el gobierno mismo, los honestos podrían cambiar el estado de cosas existente. Tal idea le inyectó obsesivamente al hijo. Por otro lado la madre una maestra de escuela elemental, le heredó un espíritu más crítico, más antisistémico; era pues un híbrido ideológico. Así las influencias familiares, fueron clave en su desempeño posterior.

Ese día llevaba bajo el brazo su constancia de maestría y un ejemplar del trabajo de tésis: "Las élites político-empresariales en el proceso de Transición", por fortuna y sus méritos académicos, consiguió rápidamente un trabajo en el Ministerio del Interior, en el Departamento de Análisis y Prospectiva Política. Uno de sus maestros, el ex-embajador Josué Monteforte, lo había recomendado ampliamente, Alonso tenía un carisma especial hacia los maestros, extraño "don" que los hipnotizaba, discutía sin prejuicios, certeramente. Eso le pemitió también, fungir como adjunto de Cresencio Hellmann en la clase de Sociología Política, quien por mucho tiempo, se desempeñó como vicecanciller de la república. Todo esto lo llevó a militar en el Partido de Renovación Nacional.

Alonso llegó al estacionamiento de la universidad, subió al automovil compacto, recorrió con la mirada el campus, sus ojos negros se entrecerraron como recordando los años y penurias por la misma, una sonrisilla de satisfacción dibujaron sus labios mientras encendía el motor del auto, para jamás volver a los recintos universitarios.

En el camino recordó que tendría que ir a saludar a su viejo amigo y profesor en la licenciatura León Zavaleta, que de hecho gracias a él, conocía y percibía los entretelones de la política no teórica, sino aquella perversa, pragmática, bellaca y hasta la vulgar práxis del poder. Dio vuelta en la calle Aristóteles, estacionándose frente a unos departamentos modestos, donde vivía su ex profesor.

Timbró dos veces y la puerta se abrió lentamente, apareció una figura delgada con anteojos a la Gramsci y de rostro sonriente.
- ¡Alonso, que guste verte, pásale, que milagro!
- Pues ya ves, aquí visitándote, además quiero darte una buena noticia -dijo Alonso mientras le tocaba el hombro derecho. Ambos llegaron a una pequeña salita adornada por un gran cuadro de "el Che" fumando puro, León en su juventud perteneció al Partido Unión de Izquierda.
- Siéntate camarada, ¿deseas algo?
- Café....mmm no, mejor ¿tienes un trago? -dijo con voz extrovertida pero fingiendo con el rostro estar apenado.
- Sí hombre, tengo vino tinto, yo te acompaño.
- ¿Y cuál es la sorpresa, me la dirás? -decía apurado Zavaleta mientras buscaba el vino.
- Adivina maestro, me voy al Ministerio del Interior, al Departamento de Análisis y Prospectiva no sé qué chingados... ¿no te da gusto?
-Ah qué bien, pero ¿quién te dio ese trabajo cuasi policiaco?... -preguntaba bromeando.
- Por ahí, ...bueno...- antes de contestar carraspeó -un maestro de la universidad me recomendó.
- Ah sí sí, el pinche diplomático fracasado -Zavaleta lo dijo con una especie de frustración, en el fondo hubiera deseado ser él quién lo recomendara.
- No seas así, tu también has hecho bastante por mí -dijo en tono comprensivo Alonso.
- Disculpa, lo que pasa es que nunca imaginé que irías a parar a ese lugar..- afirmó el profesor en un tono de sorpresa mientras servía el vino en las copas.
- No te preocupes, no creas que haré el papel de pinche soplón o policía, como esos tipos misteriosos que con una libretita en la mano se aparecían en las manifestaciones o mítines en los setenta, como tú me platicabas.
- Lo sé, lo que sucede es que uno siempre se hace pendejo, si estudias algo ni modo que te vayas a arrinconar en una universidad, mírame a mi, siempre estuve metido en broncas, manifestaciones, la revolución cubana, y ahora , mendingando un medio tiempo y horas sueltas en la universidad particular.
- Bueno, bueno, los idealismos jodieron a muchos, ni hablar, ¡olvídalo!, nada de recuerdos tristes, mejor bebamos -comentó Alonso para terminar con el tema.

Los dos brindaron por el futuro de Alonso, aunque el silencio fue el actor principal de aquél encuentro. Como si el silencio tratara de decir algo, de predestinar hechos, de analizar fenómenos. Pero ambos se re-encontraron, recordando de forma sarcastica a Sartori, Luhmann y las " buenas pinches puterías intelectuales" de Foucault. La botella y otra fueron vaciadas lentamente, una despedida elocuente se dio por fin.
- Alonso, cuídate, mis palabras y yo no estarán ahí contigo, el lunes entrarás al umbral de la perversidad y los demonios, Maquiavelo es un pinche niño cagón en comparación con los que lidiarás a diario, debes estar alerta -Alonso abrazó a su ex profesor mientras sus ojos brillaron rojizos, no hubo más palabras.

El edificio del Ministerio del Interior era adusto, de principios del siglo XVIII, sus grandes puertas de nogal lucían relucientes. Guardias de civil bien vestidos y de cabello tipo militar, guardaban discretamente su acceso. Alonso entraba por una pequeña puerta a un costado del edificio; sentía una extraña emoción, ya no era el estudiante que se encontraría con los teóricos políticos, sino que vería una realidad, formaría parte de un grupo selecto de individuos que se encargaban de diseñar políticas, estrategias, hasta discursos, para mantener el control, la estabilidad, enaceitar la gran maquinaria estatal.
La oficina de Análisis y Prospectiva era agradable, decorada de una manera moderna, contrastaba con el exterior del edificio. Alonso llegó con la secretaria del jefe de personal.
- Buenos días señorita, soy el maestro Alonso Casanova, este es mi nombramiento -a la vez que entregaba un sobre membretado con el sello oficial y firmado por el Doctor en Ciencia Política y Coronel Luis Gallardo, Ministro del Interior.
- Un momento maestro, tome asiento por favor -la secretaria, de buenos modales y guapa, raro en esos lugares, entró al privado del jefe de personal. A los pocos segundos salió acompañada de un individuo elegante, medio cacarizo, de nariz larga y calvo. Saludó al maestro con excesiva amabilidad.
- Gusto de conocerlo, maestro Casanova, el profesor Hellmann me habló bien de usted, me gustaría charlar en privado, pase por favor -a la vez que extendía el brazo ceremoniosamente señalando el camino. Alonso sintó un pequeño presentimiento, su ego casi le decía que ocuparía un lugar clave en el Ministerio, que tal vez su carrera política comenzaba, a pesar de su personalidad centrada y madura, en esos momentos parecía saborear el poder, incluso olfatearlo. Pensó en instantes en su ex profesor Zavaleta.

El despacho del jefe de personal era de buen gusto, con muebles modernos, pero de un toque europeo, casi británico, sobre todo por las lamparitas de cubierta verde y la colección de pipas sobre el escritorio. Lo que más llamó su atención fueron aquellos libros de pasta guinda, en un hermoso librero de caoba, de títulos dorados y plateados, resaltaban los dorados: Maquiavelo, Mosca, Parsons, Weber, Schlesinger. En la pared colgaban cuadros de litografías: El Escorial, El Louvre y del mismo Palacio Ministerial. El retrato del Presidente, como se acostumbra siempre, no faltaba.
- Maestro Casanova...bueno le hablaré de tú ¿no te importa?.... pero con la condición de que tú también lo hagas -decía parsimonioso aquél hombre feo, misterioso, de ojillos inteligentes aunque agradable.
- No, por supuesto, como usted... como tú gustes -recalcó Alonso.
- Sé que eres recomendado del Doctor Hellmann, por ello y atendiendo el oficio del Coronel Gallardo, de aquí en adelante serás mi secretario particular- El hombre rompió el oficio en pedacitos y lo echó al bote de basura marrón, adornado con veleros.
Sorprendido, Alonso lo miró a los ojos y, con cierto temor e inseguridad, dijo:
-Disculpe, estaré en lugar...- mientras que con su dedo índice señalaba hacia la puerta.
- Ja, ja, ja, no, amigo mío, hoy por la mañana el ministro me nombró viceministro de Estado, usted está ahora dirigiéndose a un viceministro -Alonso cruzó la pierna y se anudó la corbata, sintió un sudorcillo en sus axilas, una especie de calor interno que lo agobiaba y emocionaba al mismo tiempo. Los presentimientos fueron realidad, llegaba desde arriba, no escalaba ¡ya estaba en la cumbre del poder!
- Desde mañana, Alonso, preséntate en el tercer piso y usa la puerta central... ¡ah, por favor ! -dijo casi deletreando- acepta sin cuestionar las estrictas medidas de seguridad que manejarás aquí. Tendrás un chofer que pasará por ti a tu casa y te transportará todo el tiempo. Los detalles los encontrarás en esta carpeta, vete y mañana te espero para ultimar otras cosas -le extendió la mano y le dijo suavemente:- ¡Bienvenido al clan del poder!
La mirada de aquél hombre era como dos filosos clavos que penetraron en los ojos de Alonso, que para ese entonces estaba relajado, aceptando las reglas del juego sin miramientos, tenía que disciplinarse. Luego de despedirse, salió del despacho emocionado.

En su casa, revisó cuidadosamente la carpeta que su nuevo jefe le entregó. Contenía reglamentos sobre la discrecionalidad del Ministerio para empleados de cierto nivel, asimismo una agenda de trabajo, citas con hombres de importancia política, empresarios. Le llamó la atención un nombre o clave que no checaba aparentemente con lo revisado: "O. Sorel: Prioridad" -¿Sorel, como George Sorel?- pensó Alonso. Los papeles le permitieron conocer los pormenores de la organización desde el punto de vista burocrático, de comunicación, las fechas de trabajo, nada aparentemente importante o comprometedor. -No hay "top secret"- se dijo a sí mismo Alonso, alzando las cejas ingenuamente.

Esa tarde se estuvo recostado en su cama, veía el teléfono con insistencia, deseaba llamarle a Zavaleta, sentía tentación de hacerlo y relatarle su vivencia, algo lo detuvo, la discreción sería su ética política, la fidelidad su nuevo rol, finalmente Zavaleta estaba en otro plano de relación, algún día le contaría, pero en ese momento no. Tomó su libro de Política Comparada que recién adquirió, fijó su vista en un artículo de Rawls, pero con aburrimiento lo hojeó y lo aventó a un lado.

Alonso entraba por la puerta central del Ministerio, y subía al tercer piso, ocupaba un despacho contiguo a su jefe; compartían una secretaria para los asuntos técnicos y teléfonos, aunque la agenda y las llamadas con el Ministro e incluso con el Presidente, Alonso las realizaba.

Pasó el tiempo desde su arribo al puesto de secretario del viceministro, poco a poco dio adentrándose en los asuntos de Estado de primer nivel. Las giras por el país, las citas con empresarios, líderes sindicales, las protocolarias cenas con los diplomáticos y jefes de Estado visitantes, los discursos interminables; todo ese rito del poder Alonso lo manejaba cada vez con mayor facilidad. Su vida personal se había convertido en un misterio, raramente visitaba a sus padres, los amigos eran contados, muy retirado, se veía con una chica que trabajaba en la sección del protocolo. Tenía una vida que pertenecía al Ministerio del Interior. La relación con el jefe era excelente, pues la maniobrabilidad de ambos y la brillantez de sus movimientos políticos, se complementaban al cien por ciento.

- Alonso, es importante que estemos preparados para algo, creo que habrá movimientos en el Ministerio, casi presiento que seré nombrado Ministro de Estado, debes estar pendiente -le comentó el jefe en la cena que se le dio al presidente de Camerún, eventos que por lo general el viceministro aprovechaba para asistir, pues según él, aprendía mucho "de los encuentros de Estado".
- ¿Por qué lo dices, por el asunto de los sindicatos?... -fue atajado repentínamente con una voz de tono pausado.
- ¿Recuerdas la carpeta con la clave O. Sorel?, una vez me preguntaste sobre ello y te dije que en su momento lo sabrías. Bueno, vámonos, lo comentaré en el auto, yo te llevaré a tu departamento -el auto BMW negro del viceministro se desplazaba veloz por la autopista construida en el período presidencial anterior, una escolta de cuatro hombres en una "suburban" gris seguían el automovil de cerca. Al viceministro le agradaba conducir por las noches, según él "lo hacia sentirse más libre", sin el tedioso chofer asignado que únicamente respondía robotizado, "sí señor", "no señor" y del cual desconfiaba, hasta le parecía un espía.
- Está bien, Alonso, ¡agárrate! "O. Sorel" es un pinche guerrillero, mejor dicho ex-guerrillero que parece ser está influyendo bastante en el exterior, tiene conexiones en la ONU y con el Parlamento Europeo, el muy imbécil escribió a un ex ministro sueco comentándole de la sucesión presidencial y sobre el desvío de los dineros en el Ministerio de Salud. Eso ha traído como consecuencia una reacción en cadena contra nuestro gobierno, ayer, por ejemplo, el presidente tuvo que cancelar una gira por España, Francia y Holanda, pues aquellos pendejos están pidiendo explicaciones. Por ello el ministro caerá pasado mañana y yo, estaré para sustituirlo... ¡que desmadre -el viceministro viró a la izquierda estacionándose frente al moderno edificio donde Alonso vivía.
- ¿Y quién es tan misterioso personaje? -preguntó Alonso tallándose los ojos en señal de cansancio. El viceministro sacó de abajo del asiento una carpeta y se la aventó a Alonso a sus manos, mientras bostezaba le dijo:
-Nos vemos mañana.

Alonso entró a su departamento, se dirigió directamente al baño donde orinó, luego se encaminó a la cocina mientras se desanudaba la corbata, abrió el refrigerador y tomando un frasco de jugo de naranja se sentó frente a la ventana observando las luces de la ciudad que parpadeaban rítmicamente, dos tragos de jugo le aliviaron el cansancio, con la mano izquierda se masajeó el cuello, cerró los ojos permaneciendo unos segundos con la cabeza hacia atrás. Repentínamente recordó la carpeta, rápidamente dio al lugar donde la dejó, la abrió con suma curiosidad para encontrarse con una gran foto de "O. Sorel"... el profesor Zavaleta.
- ¡¡Puta!!... no puede ser...

El nuevo Ministro encabezaba una reunión con los principales colaboradores de seguridad nacional, Alonso sabía que eso no ocurría en condiciones normales, algo muy complejo sucedía en las altas esferas políticas, el país estaba a punto de estremecerse, la estructura sufría "un colapso interno". Mientras todo mundo hablaba y opinaba, Alonso jugaba con su pluma "cross" que años atrás le regalara su madre. Viajó instantáneamente a varios lugares, tenía una regresión propia de un psicoanálisis, recordó su juventud, su paso por la universidad, el idealismo académico, las buenas intenciones del sentido común, a Zavaleta, los buenos ratos juntos, recordó hasta el primer trompo con franjas, rojo, blanco y verde, que su papá le regaló cuando cumplió siete años. Una frase del Ministro lo volvió a la realidad.
- No hay más remedio, por razones de Estado aplicaremos "la solución final".
- ¿Cuál solución final? -se atrevió a preguntar con tono infantil.
Todo mundo lo dio con ojos de ironía.
- Hay que deshacerse de Sorel -dijo el Ministro con aires de faraón y dirigiéndose al Capitán Oswaldo Rubí le ordenó:- Usted, capitán, acelere el esquema del caos, es muy importante que parezca un accidente, o secuestro de radicales, el Estado lo recompensará bien -el capitán se retiró mientras se acomodaba un botoncillo de la solapa del saco.

Alonso sintió que todo le molestaba, el nudo de la corbata comenzó a provocarle un cosquilleo nervioso, la pluma "cross" se le resbaló de los dedos provocando que su jefe le fijara la mirada como conociendo la causa de su reacción nerviosa.
- Todos saben que O. Sorel significa "operación Sorel", se me ocurrió por lo de aquél teórico francés que decía que el sindicato era un núcleo central de acción política, sabemos que Zavaleta ha usado a ciertos sindicatos no oficiales para moverse políticamente. Incluso a través de la Internacional Socialista pudo acercarse con las ong's europeas -al hablar lo hacía de una manera casi académica como si se tratara de una clase de sociología política. Alonso sabía que esa explicación llevaba dedicatoria.

Casi al concluir la reunión, el Ministro recibió una llamada por el teléfono celular de un guardaespaldas.
- Ah si, si, capitá.... Moro... me parece buena idea, eso causó conmoción y fue todo un éxito, lo felicito por su pronta determinación, manténgame informado... mmmmm, muy bien, yo lo arreglo.
Al retirarse todos los miembros del equipo de análisis, Alonso permanecía sentado simulando revisar sus notas. El Ministro se acercó y le dijo con voz pausada.
- Te comprendo, amigo, eres joven, los asuntos de Estado son perversos, pero alguien los tiene que ejecutar; yo a tu edad, ya había participado en dos decisiones muy importantes. Mira, lo mejor es pensar en la estabilidad, en ese pueblo que se levanta todos los días sin angustias más que las normales, somos los que tenemos en las manos el manejo de millones de gentes, no podemos arriesgarnos en dislocar a la sociedad por culpa de un hombre.... por más sincero que sea Zavaleta, te aseguro que él en nuestro lugar haría lo mismo. Alonso se levantó y se sirvió agua bebiéndola con ansiedad.
- ¿Me puedes decir como será la solución final?
- No, después -exclamó suavemente el Ministro, mientras le palmeba la mejilla izquierda.

Alonso, en su departamento, buscó la carpeta con la información de Zavaleta, tomó el teléfono y marcó.
- Bueno -contestó una voz adormecida.
- ¿Zavaleta?, soy Alonso, ¿estás bien?, quiero hablar contigo rápido y ahora, ¿ recuerdas el bar "La Antorcha"?, pues nos vemos ahorita, es urgente, tiene que ver contigo, no preguntes nada, ve para allá.
Alonso bajó las escaleras corriendo y se dirigió a su auto, pero el auto no estaba. No discurrió en nada, corrió a tomar un taxi pero en eso fue seguido por dos sujetos de cabello corto, atléticos y vestidos de traje negro, que tomándolo de los brazos y sin explicaciones, lo obligaron a subir a un automovil blanco de cristales polarizados y sin matrícula.

Fue bajado en una residencia de lujo y conducido a su interior por un sendero rodeado de laureles, ahí se encontraba el Ministro, el ex-Embajador Hellmann quién fuera su carta de recomendación y el comodoro Nelson Hernán, edecán naval del Presidente.
- Disculpa que te hayamos prácticamente secuestrado amigo -le dijo el Ministro que en esos momentos parecía bastante alterado. Hellmann, en un sillón reclinable, fumaba puro y tomaba cogñac.
-¡De qué se trata, señor Ministro, merezco al menos una explicación! -gritaba enfurecido Alonso.
- Sabemos de tu amistad con Zavaleta, siempre lo supimos, por eso estás aquí ahora, Zavaleta tenía planeado convocar a huelga general mañana y provocar un levantamiento entre los campesinos de la Unión Campesina Vanguardista, la "UCV" es maoísta y hay indicios de que ciertos mercenarios croatas los entrenaban -Hellmann intervinó con su clásico estilo diplomático.
- Amigo Alonso, Zavaleta engañó a todo mundo, usted estaba a punto de caer en el juego, lo iba a contactar para que usted le pasara ciertas informaciones -Alonso no soportó las ganas de gritarles.
- ¡ Mentira, señores, acabo de hablarle a su departamento, nos veríamos!... -callóintempestivamente y cerró sus manos con rabia, sabía que su teléfono estaba intervenido y que el Ministro estaba enterado de todo.
- Lo sabemos Alonso, era peligroso que te vieras con Zavaleta, si se enterara el Ministro de Defensa o el jefe de inteligencia G-4, te hubieran...
Sonó un celular y contestó el Ministro.
- Muy bien, enterado.
Al día siguiente aparecía en los encabezados de los principales diarios del país: "El presidente muere en intento de secuestro, Zavaleta y el grupo UCV culpables".

Alonso comprendió que la llamada que recibió el Ministro del capitán Rubí en la reunión anterior, donde se nombraba a Moro era eso -sí, claro, igual que con Aldo Moro, se culpó a las brigadas rojas, aquí culparían a Zavaleta y a la UCV- ¡mierdas, y yo en todo esto como una simple pieza!- pensaba desesperado.
"Ante la muerte del presidente, el Ministro del Interior José Huerta, asume el poder", anunciaban los diarios. Alonso Casanova pasaba a ser el nuevo Viceministro del Interior.

Un fuerte estremecimiento hizo que Alonso saltara, se sintió empapado en sudor, la cabeza le daba vueltas, dio que estaba en su cama a la vez que hacía el esfuerzo de levantarse. A su alrededor todo parecía en calma, el libro de política comparada estaba en el suelo, no recordaba haberlo tirado. Abrió los ojos como para recapitular lo acontecido, luego de algunos segundos exclamó temeroso:
- Oh, Dios, todo ha sido un pinche sueño, un pinche y cruel sueño -el día, y la historia, seguirían su curso.

Samuel Velarde, México © 1999

jesa13@infolnk.net

Mexicano, residente de la ciudad fronteriza de Juárez, en el estado de Chihuahua, Samuel Velarde nació en 1954 en el mismo estado. Estudio sociología apasionadamente, tanto que actualmente se desempeña como profesor de sociología en el Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez. Sin embargo siempre le ha gustado escribir, es colaborador de periódicos y revistas fronterizas, ha escrito poesía, cuento y ensayo. En este último género, tiene una Mención de Honor a nivel latinoamericano otorgada por la revista Perfiles Liberales de Bogotá, Colombia y la Fundación Friedrich Naumann. Actualmente escribe un libro algo "costumbrista" sobre la ciudad fronteriza de Juárez.

Comentario del autor sobre el cuento: Creo que mi cuento nace por razones de tipo sociopsicológicas: "intuir el poder", pero también de la cotidianeidad que percibimos asombrados o "desasombrados". Primero lo envié a un concurso sin resultados, luego sufrió cambios, le di a los personajes más vida y al entorno mas claridad. La historia o "el cuento" puede suceder en cualquier país, no es propio de uno en especial, aunque yo pues me basé en... ciertas realidades.

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