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La puerta

Finalmente, la puerta se abrió. Recordó haber oído decir a alguien de cuyo nombre no quería acordarse que una puerta abierta era una invitación. En medio de su confusión, trataba inútilmente de recordar qué tipo de invitación. Su estado aletargado era producto de la larga espera. No era una cuestión de cantidad de tiempo, sino del tipo de tiempo que había pasado. En medio de su confusión recordó que se suponía que se moviera y que no era lógico que se quedara inerte. Después de todo, por fin había llegado el momento que tanto había esperado. Finalmente, la puerta estaba abierta. No era lógica la inercia.

¿Lógico? ¿Lógica? ¿Comenzaba a razonar de nuevo? ¿La cordura regresaba? ¿Sería capaz de distinguir entre lo que es lógico y lo que no lo es? Era muy pronto para hablar de distinciones, pronunciar una palabra presupone numerosos procesos previos y posteriores a la pronunciación. Procesos tangibles e intangibles, mensurables e inmensurables, ¿inmensurables? Pueden medirse. ¿Cómo medirlos? ¿Importa medirlos? En su caso no tenía sentido, todavía no.

Había demasiada luz, no lograba coordinar ni distinguir de dónde venía ni a dónde iba. Decidió moverse, ¿se alejaba de la luz o se acercaba? ¿Le daba igual? No, no le daba igual.

El 1 de enero se cumpliría otro año de su llegada. ¿Lo recordaba? ¿La recordaba? Seguro que sí, aunque no quisiera y aunque pretendiera no hacerlo, lo recordaba y la recordaba.

Despertó, comenzó su rutina de todos los días. Otro día más en el que no acabaría lo que ni siquiera había podido comenzar. La casa, el trabajo, la familia, los amigos, el alcoholismo que había logrado vencer (aparentemente), las metas que había logrado y las que estaba por lograr. Era demasiado, era insoportable. Si tan sólo pudiera escapar. Podía, sólo era cuestión de atravesar esa puerta y partir. Después de todo no era tan difícil, “Al que no le guste esto o aquello, ya sabe dónde está la puerta”. Ya la puerta se había entreabierto una vez y la luz cegadora no era del todo desconocida.

El problema era que la puerta no quería abrirse del todo, y es que no era cualquier puerta. ¿La puerta medio abierta o medio cerrada? No era una puerta de metal, ni de madera, ni de cristal, ni lacada, ni laminada, ni nueva, ni restaurada. La verdad, era imposible describirla porque sus propiedades variaban sin cesar. Lo importante era que se suponía que la puerta se abriera y encontrar salir o entrar. Por absurdo que pareciera, no lograba recordar el problema ni dilucidar su intención frente a la puerta, salir o entrar era la cuestión. La respuesta por su parte era bastante más simple, cambiar, de estado, de lugar, de vida.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando una puerta no tiene ni cerradura, ni picaporte, ni un elaborado sistema informático con claves o reconocimiento de retina, voz o huellas dactilares? Toca esperar o tirarla abajo como sea posible. Acción o inacción, esa es la cuestión.

El cansancio se había convertido en letargo y este a su vez en indiferencia, la obstinación en impotencia y esta en una malsana resignación a la cual llamaba aceptación. Le encantaba recordar aquella trilladísima frase ¿“Esto pasará también”, o era “Todo pasa”? Daba igual. ¿Qué aportaba esta o estas frases? ¿Quién se beneficiaba más, el o la que la oía, el o la que la decía? ¿A quién reconfortaba más? La idea es cumplir, llenar huecos, seguir las instrucciones: en esta, esa y/o aquella situación, diga esto, eso y/o aquello. Paso seguido: reaccione a esto, eso y/o aquello de esta, esa y/o aquella manera. No veía la dificultad. No la había. El lugar era demasiado común. Cuestionar no aportaba nada. Ya no recordaba si había decidido esperar o si simplemente, después de tanto arremeter inútilmente contra la puerta, sus energías se habían agotado y su inconsciente o subconsciente, seguido de una pérdida gradual de cordura, le condenaba a yacer frente a la puerta.

Solo le quedaba una opción, lógicamente, evidentemente, obviamente, buscar una ventana. ¿Había una ventana? Tenía que haber. ¿Si una puerta se cierra una ventana se abre? ¿Esta puerta se cerró, se había cerrado? Esperar. ¿Pero, esperar como en una sala de espera o como el que espera con esperanza? Esperar, sin desesperar ni desesperarse. No quería, rotundo y categórico no a la idea de preguntar, de cuestionar. Las respuestas siempre son las mismas. ¿Y si esta vez preguntara? Porque lo de las respuestas iguales, inútiles o no solicitadas, no era producto de la observación científica, más bien de la antipatía y de la convicción banal de creer saber que la hipótesis sería confirmada. ¿Y si no? El pensamiento científico estipula que hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes es una locura. Recordó nuevamente que se suponía que se moviera y que no era lógico que se quedara inerte. Ser o no ser, esa no es la cuestión, moverse o no moverse no es la cuestión, preguntar o no preguntar, o confirmar o infirmar, o... Recordó la puerta abierta y la ilógica inercia.

Entonces, si estaba o estuvo abierta, se cerró y la o las ventanas se abrieron. ¿Ventana, ventanas? ¿Lógico? ¿Lógica? ¿Dejaba de razonar de nuevo? ¿La cordura se iba? ¿Dejaba de distinguir entre lo que era lógico y lo que no lo era? Mientras podía, mientras pudiera, era necesario considerar las distinciones, para preguntar, pronunciar palabras, los procesos previos y posteriores a la pronunciación. La lengua, la memoria, el lenguaje, la capacidad biológica de hacer potencialmente una cantidad infinita de mensajes con una cantidad muy limitada de datos lingüísticos primarios. Lo que se quiere decir, el qué. Lo que se dice, qué quiere decir, el por qué, cómo, cuándo y dónde. Quizás, tenía o tendría sentido. La pobreza del estímulo. Las respuestas. Con una respuesta bastaba. ¿Bastaría con una respuesta? Una cosa lleva a la otra, la puerta, la ventana, la pregunta, los sonidos, el sentido, lo que es, lo que quiere ser. ¿La luz cegadora, había sido la puerta? ¿La invitación? Tenía que ser. Si el tiempo es cíclico, entonces la puerta había estado, estaba, estuvo, está y estaría abierta. Estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. El lugar era indiscutiblemente el adecuado. Frente a la puerta. La puerta se había abierto, se abría, se abrió, se abre y se abrirá. Es cuestión de tiempo, el momento era el adecuado. El ahora, frente a la puerta. La aceptación no era resignación, ni impotencia o indiferencia. El no preguntar no era producto de la impotencia ni de la obstinación. Estar ahí, el lugar adecuado en ese momento, el adecuado, no era producto del letargo ni del cansancio. No era casualidad, era causalidad. “Esto pasará también”, “todo pasa”. Acabaría lo que había comenzado. La casa, el trabajo, la familia, los amigos, la sobriedad, las metas que había logrado y las que estaba por lograr. Ahí estaba la puerta.

Kenny Castillo, Venezuela ©2023

kcastil2@uwo.ca

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