Apaga la colilla y relaja los brazos. Que tu satisfacción sea enorme. Vuelve a pasear la vista por el texto recién terminado y no le encuentres defectos. Esta es la redacción definitiva y ya no admitirá más correcciones. Date un momento para mirar alrededor y darte cuenta que tu habitación ha vuelto a aparecer; escucha el rumor de la calle y piensa que ya es hora de regresar, que los amigos esperan y que les gustará leer esa historia que acabas de terminar, esa historia a la que le has dedicado algunas noches como se las dedicarías a una mujer. Ese texto, dulce enemigo, o como quien dice avalando teorías: demonio pertinaz e irredento, que aparece de improviso y al que hay que exorcizar escribiéndolo. Basta ya. Sonríe y saca la cuartilla de la máquina, échate encima algún abrigo y ve a buscarlos, a buscarme, porque aunque no lo sepas -y será, eso es lo terrible, una sorpresa agradable- con ellos estoy yo y va a ser el principio del final, el rincón definitivo, el que va a inaugurar tu ausencia.
Salúdanos de lejos y llégate a nuestro lado. Besa mi mejilla mientras musitas el "hola" de rigor cuando te digan mi nombre. Una amiga. Mírame. Que la breve turgencia que mi blusa apenas entreabierta deja adivinar te haga realizar ese gesto casi imperceptible, casi automático, tan de ustedes. Déjame comprobar que eres igual que todos: previsible e infantil. Métete en la conversación y deja correr los minutos. La tertulia avanza sola y el café y los cigarrillos vendrán a su tiempo. Sonríeme y no dejes de preguntarme cosas. No sientas correr el tiempo como no lo sienten ustedes casi nunca, una buena conversación es a veces una necesidad. Date cuenta de que los observo con atención y que me divierten sus maneras, quiéranlo o no, afectadas, casi sublimes. Ruégame que no me vaya cuando me levanto de la mesa, un poco en broma aunque el brillo de tus ojos permita adivinar otra cosa. Déjenme partir mientras comentan entre ustedes mi figura y olvídenme en una conversación que proseguirá hasta vaya una a saber qué horas.
Más tarde y con unas botellas delante haga alguien una referencia casual y deléitense con la fugaz brisa que les dejó mi presencia. Hagan los comentarios esperables y abandónense a fantasías inútiles tanto por lo inopinadas como por lo fatuas. Hablen de literatura, echen a volar sus fuegos artificiales e intenten poemas embebidos de silencio y palabras que nadie va a leer. Diles que has escrito un texto y promete mostrárselos luego, no es ese el momento, aunque empiecen a hablar de demonios: ¡cuándo no! ; pero incluso estos se agotan. Recurran entonces al fútbol y a las mujeres porque después de todo, ustedes son bebedores como cualquier otro.
Cuando regreses a casa detente un momento para pensar en mí, dite que estoy más que simpática y miéntete que me escribirás algo que me halague y tal vez... Piensa que soy de esas que se emocionan con poemitas y flores intempestivas. Derriba tu propio castillo. Que el resignado rictus en tus labios sea la sanción, la aceptación definitiva de lo que ya sabes: no soy así.
Con los días vuelve a encontrarme y en conversaciones casuales refuerza la amistad o lo que sea que nos va uniendo a ti, a mí y también a ellos. Percátate de que los busco, que me agradan sus discusiones, su ingenio y tantas otras cosas. Hazme saber que escribes y que el desencanto que te produzca mi poco entusiasta respuesta lastime en algo tu orgullo. Todos ustedes escriben y no tendría por qué sorprenderme. Pero no te sientas mal por ello. Piensa en mí, en mis formas y en algo que no sepas muy bien todavía qué es.
Deja que el tiempo vaya moldeando mi imagen en tu memoria, que el cincel constante de tu imaginación desbaste cada una de mis imperfecciones, así como tú elaboras con cuidado de orífice cada texto. Compárame y escribe pensando en mí. Hazte seriamente una pregunta y respóndete que sí, que me estoy convirtiendo en una obsesión o un fantasma, y maldita la poca gracia que me hace el asunto, un fantasma que viene a ser lo mismo que un demonio.
Sorpréndete pensándome y que eso aumente tus ganas de verme. Encuéntrame un día en el cine club y no dejes pasar la oportunidad. Acomódate a mi lado agradeciéndole a quien sea el momento. Responde con ingenio a mis preguntas en la oscuridad. Voltea con disimulo a verme y descúbreme absorta en el ecrán. Que la silueta de mi rostro iluminado por el haz de luz del proyector y mis labios entreabiertos le dejen paso a eso que querrás calificar de ternura y que no es otra cosa que la telaraña brutal de la circunstancia. Túrbate cuando te sonrío al pescarte mirándome con cara de idiota.
Luego, invítame a tomar algo para comentar la película y arrástrame a un cafetín simpático y poco concurrido. Inquiere por mis gustos de modo descuidado -no dejes de hablar-, encuentra coincidencias, hazme bromas pero sobre todo no dejes de mirarme.
Enciende mi cigarrillo y busca atrapar cada uno de mis gestos. Que mi estudiada ingenuidad te emocione, sea miel para tu autoestima mi interés por lo que escribes. Acepta con gusto que la intimidad empieza y muy en el fondo piensa en el futuro, ese futuro tan distinto al que te espera donde habrá libros, una casa, un perro, tal vez niños aunque sea muy pronto para decirlo. Deja que tu semblante inerme y dulce me duela siquiera un instante. Ruégame que no me vaya, remedando tu gesto de la primera vez, y ante mi sonrisa propónme acompañarme a casa que ya es tarde.
Que tu conversación no decaiga por el camino, no te figures que ya tienes ganada la primera batalla. Ya en mi puerta despídete con un nuevo dato: mi gusto por la pintura y dime que también haces acuarelas. Responde que sí, que me llamarás en estos días para salir, hay tanto de lo que podemos hablar. En casa, revisa algunos lienzos y hállalos sosos: un par de bodegones, un paisaje sin sustancia y uno que otro retrato de cosas que fueron o que quisieron ser. No puedes con tu genio de iluso a destiempo, de soñador despierto, constructor de mitologías. Intenta un esbozo mío y propónte ofrecérmelo, quizá resulte, y no es que no me vaya a sentir halagada pero es que verte tan torpemente incauto me molesta. Y no me ofusco por ti sino por mí, porque si bien todo esto es premeditado, no puedo dejar de sentir un asomo de compasión, de ternura salobre y unas ganas de dejar que la historia se escape y que las cosas sucedan como debieran y no como están escritas.
Dime: no es nada, pero que mi beso te emocione con un temblor casi imperceptible, casi ridículo.
Sígueme cuando te pida que me acompañes y que tu perruna fidelidad se colme cuando te arrastre por pubs intelectualoides y falsos -esos que odias- y protesta aunque yo no te escuche. No sepas qué pensar y es que mi actitud ya no es mía, no va a evitar el abismo ni a cambiar el final.
Ahora soy dulce y traviesa y te sonrío detrás de mis cabellos, el gesto exacto para desarmarte. Explícame nuevamente el asunto de los demonios cuando te lo exija y pregúntame a qué viene tanto interés. Mírame con incredulidad cuando te diga que yo también los tengo y que están aflorando en una historia que quiero que escuches.
Que tu semblante palidezca y que el vértigo que vas a sentir sea casi visible y no sepas cómo decírmelo. Las coincidencias son posibles, pero no las frases, el ritmo, el estilo. Y es que la historia que te estoy contando es la misma que has escrito anoche donde mal que bien nos adivinamos buscándonos. Y entonces esto va a ser la fuerza del destino u otra tontería semejante.
Piénsalo pero no me lo digas, es imposible, no te abandones a lo fantástico, jamás lo harías y es una lástima, tal vez por ahí hubiera una posibilidad de redención.
Atina solo a responder que está bien, que es interesante y rehuye un comentario más prolijo, ponle excusas fútiles a mi insistencia y trata de cambiar de tema. Dite que soy impredecible y corre detrás mío cuando te diga que me voy a ver el mar. La noche clara y la ciudad al fondo no son el mejor escenario pero una no escoge las cosas y esto ya se acaba. No voy a llorar, no puedo y resulta inútil intentar cualquier sentimiento, no funciona. El acantilado y su ronca voz nos envuelven y por lo menos son mejores que el silencio. Escúchame y que éstas sean las últimas palabras que oigas porque me he dado cuenta de tu reacción, que sé que lo que te he contado ya lo has escrito, que no eres capaz de creerlo y que la teoría de los demonios se te desborde y no lo aceptes. Pero es cierto, yo soy uno de tus demonios y piensa que ahora sí, lo imposible traspasó todos los límites, lo verosímil ya no sirve y no, no estoy loca ni tengo la capacidad de leer tu pensamiento, eso sería muy fácil y muy tranquilizador, ¿no? Pero no es así. Ya te lo dije: yo soy uno de tus demonios, créaslo o no, pero además tú eres uno de los míos y nada va a evitar que te exorcice aquí y ahora, pero lo ineludible, lo horroroso es que ambos somos el demonio de alguien más, de alguien que nos mira desde su máquina de escribir y quien finalmente va a ser el que me haga escuchar, aunque yo no lo desee, tu alarido final y un rumor de piedras que resbalan hacia el mar.
Jorge Rivera Rojas, Perú © 1999
joralri@hotmail.com
Jorge Rivera Rojas nació en Lima en 1965. En la actualidad culmina sus estudios de literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ejerce la secretaría estudiantil (sección Perú) de las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, serie de eventos que se convocan bienalmente, desde 1993, en universidades de la región andina. Ha obtenido una mención honrosa en los Juegos Florales convocados por la Universidad Nacional Mayor San Marcos en 1992 y resultó finalista en el premio COPE de cuento, convocado por Petroleos del Perú en 1994. Textos suyos aparecen publicados en diversas revistas del Perú y en las Memorias de las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana Estudiantiles 1994 publicadas por la Universidad Mayor de San Andres en La Paz, Bolivia. Se desempeña como traductor. Tiene particular preferencia por el cuento fantástico, considerándose deudor (tal vez en demasía) de la obra cuentística de Julio Cortázar.
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