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Se Mar

Despertando en la duna sosegada en la marisma, me descubre la aurora, mi última visión unas manos rodeando mi talle.

Desmaquillada, sucia y con el vestido desalineado, al interior de un bote de pesca dado vuelta sobre la playa, comienzo a despertar, me quito en un impulso las atarrayas que me cobijaban.

Despierto acurrucada sobre la arena y, asustada, en forma desesperada limpio mi rostro, brazos, vestido y piernas, me examino, quedo inmóvil; en la playa el agua se repliega por la marisma, observo con incredulidad que el agua a mis pies se retira inesperadamente e inmediatamente salgo del interior del bote dado vuelta sobre la playa.

Con rostro compungido, buscando algo hacia todos lados, en mis ojos se denota una interrogación, y me quedo parada e inmóvil por unos segundos, veo hacia el cielo a las últimas y extingües estrellas, me abrazo y camino sin rumbo.

Ebria de dudas e incrédula de reproches, deambulo por parajes ajenos a mí. En compañía del sol vuelven con fuerza y cabal mis actos, la última escena tan frágil y acuchillada... Solo musito “¿Qué paso acá, y Sergio?”

Sergio. Mulato, zarco, fornido, entrado en su tercer década, vestido con pantalón formal, camisa de tela y zapatillas, junto a Ehla con ese vestido morado tipo cóctel y zapatos tacón de aguja, notoriamente nuevos por sus tambaleados pasos, caminan tranquilos sobre la acera de la calle.

Sergio disminuye el paso al entrar a un callejón y se coloca atrás de Ehla, la detiene por el brazo, la rodea con un apretado abrazo y besa el cuello, ésta sonríe entre asustada y excitada.

Ehla de espaldas a Sergio intenta seguir caminado y soltarse de sus brazos, al voltearse levanta el rostro y ve que se aproximan dos hombres desde el tramo contario al callejón, uno negro, alto, fornido, y el otro mestizo, bajo y algo gordo, ambos de cabello muy corto. Inmediatamente, tras ser acorralados, Sergio pone a Ehla atrás de él.

Sergio, preocupado y sin verla, le dice “Cuando yo los distraiga, ¡corre! A mi señal”. Ehla, atrás de Sergio, asustada y sin saber que pasa, observa todo desconfiada.

Uno de los hombres, el alto, al estar ya casi frente a Sergio, con enojo en su rostro se dirige hacia Sergio, gritando “Sos vos, desgraciado, qué poca cara la tuya, de volver acá, sí que eres un gran cabrón, o que los tenés muy grandes.”

En el momento que los dos hombres se encuentran cara a cara con Sergio, éste le hace un gesto con la cabeza y Ehla corre hacia abajo alejándose del lugar.

Viendo a los hombres en plena pelea corro por la calle y encuentro unos predios frente a la playa, presa de miedo logro esconderme bajo unos botes que yacían sobre la arena, angustiada lloro por lo que creo que sucedió y, cual costumbre en la que el sueño precede al llanto, Morfeo me acobija... y tú me hallas, aurora.

Camino en un barrio del centro, guardián su historia, en la calle de aquella antañona librería Guaymuras, y que desde la esquina se divisa el cercano y viejo hostal Tegucigalpa.

Entro en la librería, me percato que suena un Laúd, me dirijo a la sección de viejas ediciones, mi mente divaga revisándolas, y mis dedos recorren ávidos, durante horas, los lomos rotos y desdibujados de antañas ediciones, las veo con pasión, con gula de letras se bañan mis retinas, mientras selecciono los que compraré.

De cuando en cuando, fuera de la librería, se gestan agudas protestas en dirección del hostal, se escuchan voces inconformes que precisan al cajero subir las notas al laúd, parto con el sol al cenit, sintiendo tibios los últimos y rojizos rayos de Helios.

Ehla, al salir de la librería, camina distraída, casi mecánicamente, y siente sobre su cabeza los últimos y tibios rayos del sol, sostiene sus libros en la mano, se ve en su cuarto engalanando su librero.

Camino distraída con mis recientes presas, que adornarán, frente a mi cama, mi espacio; absorta en el cuadro se nubla mi mente, transitando en ese fugaz horizonte. Tropiezo con Sergio, que camina de prisa como huyendo de algo.

Asustada, veo como caen frente a mí nobles entes efímeros, vuelan los retratos de mujeres, algunas vestidas, otras no tanto, en diversas posturas; amantes, hijas, abuelas y madres, en el suelo se desmoronan por dedos prolijos. Me inclino inmediatamente para ayudar a recoger todos los retratos.
—¡Buenas tardes! —notablemente colorada de la pena y muy cohibida, inicia Ehla hablando en voz baja—. Disculpa, mi intención nunca fue arruinar tus bellas pinturas.
—No te agobies —dice él tranquilo, sonriendo y recogiendo los retratos—, no podrías borrar lo que ya recreé quizás más bello.
—Mucho gusto. Ehla, despistada de oficio —dijo algo calmada, extendiendo la mano y con un pequeño esbozo de sonrisa, en cuclillas, ayudando con los retratos.
—No, pequeña, el placer de caer en tu tarde es mío. Sergio Martín —retratos en una mano, en cuclillas, le extiende la otra mano y estrecha suavemente.
—¿Vas a saludar algún amigo o vives por acá? —pregunta Elha con un tono leve de interés al levantarse del suelo.

Sergio responde con algo de vacilación y jovialidad, ya de pie, mientras ordena sus retratos:
—No y sí, vivo por esta calle, pero me escapé del trabajo. Verás, aseguran que soy pintor, pero caminemos un poco y me cuentas adónde vas.

Ya cada cual con sus retratos y con sus libros en manos inician caminata, guiados por la ruta que Ehla, con un ademán, señala al frente; toman hacia arriba de la librería, en dirección al congrezoo nazional.
—Voy de regreso a casa y, como no queda lejos la cuadra de la estación del autobús, creo será un paseo algo corto.
—Lástima —menciona con galantería al inicio, luego se detiene y la mira a los ojos, y rápidamente, con ansiedad después, continúa:— ¿Podríamos vernos otro día?... ¿Dónde puedo hallarte mañana? ¡Quizás en esa cafetería cercana a mi hostal! —mientras señala con el dedo—. Es a unas casas de la librería, ¿ves?, así me hablarías sobre tus libros y quizás de algo más.

Responde desencajada, reanudando la caminata:
—Será mejor otra semana, resulta que tengo un viaje programado para mañana a la costa norte, es por un congreso, cosas de estudios—.
—¿Crees que exista un lugar más para otro viajero?, ¿dónde estarán reunidos y dónde te alojarás? —insiste él con leve tono de picardía.
—A nadie se le prohíbe viajar, son los compromisos y el trabajo que atan a los hombres, así que si usted gusta puede llegar —comenta sarcásticamente, viéndole a los ojos.

Él dice entusiasmado:
—Listo, como ciudadano del arte a todas partes voy, y mi única atadura son las imágenes que me acompañan en la mente.
—Me hallará en el Centro Universitario Regional del Litoral Atlántico, viernes y sábado; mañana jueves por la noche estaremos en el cóctel de bienvenida, pero con mis compañeras y compañeros aún no hemos decidido en dónde nos hospedaremos —dice aprensiva, mientras busca en su bolso el celular y ve la hora.
—Entonces mañana te sabré enseñar cuál es el ambiente porteño —sonriendo entre un guiño.
—Siendo así, hasta mañana, aquí es la estación, adiós —dice con cara de duda y un poco de burla, y le señala que el autobús ya viene, se despide extendiéndole la mano.

Distraída en miles de ideas pasé la noche terminando de hacer sus maletas sobre la cama y ordenando los libros, en un encuentro, un pequeño retrato, no sé cómo llego ahí, duermo evocando la tarde, lo veo. Me atrae, del viaje, estrenar este vestido nuevo, pero más el inesperado acompañante; veremos si es verdad que nada le ata y nos vemos, sería genial salir de noche.

Al día siguiente, luego del cansado y sofocante trayecto con el bullicio del viaje, a los jóvenes se les ve tirarse agua, despertar dormidos/as, introduciendo lápiz en oído de los que van distraídos viendo por la venta. Arriban con el crepúsculo a la costa norte. Se alojan en un cómodo pero escondido e histórico hotel por el viejo muelle.

Asiste a la nocturna inauguración, pero al salir del auditorio se detiene y ríe incrédula, ante sí aparece una fornida y alta sombra recostada en la puerta y confirmo es él.
Con notorio asombro dice:
—¡Usted! No creí que viniera, disculpas si dudé de su ofrecimiento de mostrarme la ciudad.
—Pequeña —hablando con galantería y acercándose a ella—, Se Mar nunca la engañaría, todo lo que ofrezco es porque ya es suyo, como voluntad, deseos y sueños.

Ella le dice, mirando hacia el interior del salón:
—Siendo así, dichosa acepto, avisaré a mis compañeros que saldré, ¿Qué le parece si salimos a cenar o al casino? Nunca he ido a un casino, sabe.

Sonriente y viéndole a los ojos dice:
Más que fascinado en poseer tu tiempo, habitar en tu espacio y cumplir sus deseos.
—Señor mío, decídase, ¿es usted pintor o poeta? Ya vengo, voy a avisar la salida —dice en tono socarrón, algo burlesco.

Concluida la cena, pasan al casino del hotel donde se hospeda Sergio y después de ver a muchos desesperarse, reír, llorar o gritar, se les acerca una mujer, no muy serena, en dirección a él.

Ella le hace un gesto solicitando a Sergio un poco de su atención, se apartan de la mesa, secretean algo por unos minutos, en actitud de incredulidad de parte de él y de agobio en ella. Al cabo de un rato ella se retira y él regresa viendo la hora, anticipando la partida.
—Falta poco para las dos de la mañana, es hora que regreses a tu hotel —dijo apuradamente.
—Bien, pero me dirás qué sucedió, estás muy intranquilo, tan malas noticias te dio, ¡ella! —intrigada y controlando su enojo.
—No, es sólo que me contó algunas cosas inesperadas, tal vez en el camino te las platique —dice ansioso.
—Entonces en marcha, que mi cama me llama y Morfeo reclama la ausencia de esta dama —intentando controlar su enojo y sarcásticamente.

Él, acercándose, la abraza, y hablando muy seductor al oído:
—¿Segura que sólo un dios puede reclamar en tu cama por ti esta noche...?
Entre nerviosa y asustada, responde:
—Sí, hace algo de sueño y es una cita solo entre mi cama y yo, vámonos pues.

Al salir del casino, descubrimos que la noche se encontraba tan clara que optamos en bajar un poco antes del taxi e irnos a pie hasta mi hotel. Caminamos por antañas callejuelas muy cercanas al mar, su piel y su boca. Él se aproxima, la toma por los brazos y, sin hablar, su boca da algunos besos robados, no tan inesperados.
—¿Cuánto falta para llegar? Este lugar me es desconocido, suéltame ya, octópodo, he dicho que dejemos los besos para mañana, ese fue el último de la madrugada, queda claro —dice con notorio enojo.
—Sí, linda, más claro que una nova —Ehla se aleja un poco—. ¡Pero tranquila, que no me la pienso comer! y este es solo un desvío (dice señalando arriba), que nos ahorrará algo de tiempo, pero está bien, si quieres apuremos el paso que ya no estamos muy lejos de tu hotel.

Sergio disminuye el paso al entrar a un callejón y se coloca atrás de Ehla, la detiene por el brazo, la rodea con un apretado abrazo y besa el cuello, ésta sonríe entre asustada y excitada.

Ehla, de espaldas a Sergio, intente seguir caminado y soltarse de sus brazos, al voltearse levanta el rostro y ve que se aproximan dos hombres desde el tramo contario al callejón, uno negro, alto, fornido y el otro mestizo, bajo y algo gordo ambos de cabello muy corto. Inmediatamente, tras ser acorralados, Sergio pone a Ehla atrás de él.

Sergio, preocupado y sin verla, le dice “Cuando yo los distraiga, ¡corre! A mi señal”. Ehla, atrás de Sergio, asustada y sin saber que pasa, observa todo desconfiada.

Uno de los hombres, el alto, al estar ya casi frente a Sergio, con enojo en su rostro se dirige hacia Sergio, gritando “Es que sos vos, desgraciado qué poca cara la tuya, de volver acá, sí que eres un grandísimo carbrón, o que los tenés muy grandes”.

En el momento que los dos hombres se encuentran cara a cara con Sergio, éste le hace un gesto con la cabeza y Ehla corre hacia abajo alejándose del lugar.

Viendo a los hombres en plena pelea, corro por la calle y encuentro unos predios frente a la playa, presa de miedo logro esconderme bajo unos botes que yacían sobre la arena, angustiada lloro por lo que creo que sucedió y, cual costumbre en la que el sueño precede al llanto, Morfeo me acobija... y tú me hallas, aurora.

Claudia Patricia Sánchez Cárcamo, Honduras © 2020

clauza83@hotmail.com

Ilustración de Manuel Giron, 2015 © ProLitteris

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