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Software

Con un clik, las tediosas luces de fluorescente se encendieron de golpe. El hombre de mantenimiento, con andares tipo zombi, se puso a levantar las persianas de la oficina. Luego, con otro click en los master de la pared, las CPU y los monitores de las mesas comenzaron a desperezarse, reseteando sus códigos de iniciación. Los primeros empleados no tardaron en aparecer. Traían consigo el aire frío de la calle, envuelto aún en sus abrigos. Con murmullos legañosos se arremolinaban en torno a una expendedora de café situada en una esquina de la sala. Luego, como un general que revisa a galope la primera línea del batallón, el jefe de la oficina pasó directo a su despacho. Todos le siguieron a la batalla, y uno a uno se fueron sentando en sus puestos.

La empleada más gruesa de todos se acomodó en su silla, colocó su vaso de bolis y lápices a la distancia justa del monitor, pulverizó un par de chorros de agua sobre el cactus enano de su mesa y le dio a la tecla “intro”.
—¡Ay!¡Mierda! Ya está la gorda rompiéndome el hardware — gritó Dellº— . Tengo las teclas destrozadas.
—Vamos, compi, todas las mañanas igual —le contestó Dell@, desde la mesa de al lado— . Mírame a mí, permanentemente cubierta de grasa, patatas fritas, café y porquerías varias. Al menos a ti las teclas te las pueden cambiar pero, lo que es a mí, el cerdo que me usa me está oxidando los circuitos interiores. A este ritmo no voy a valer ni para registradora charcutera.
—Mira que sois pesados, siempre quejándoos. Lo que daría yo por tener un teclado como Dios manda, y no la pantallita táctil absurda que tengo, donde jamás me aprietan donde debieran a la primera. Y para colmo con lo del maldito papel, soy el único de los dispositivos de una oficina al que se le siguen dando golpes laterales para que funcione bien. Como hacían con nuestros abuelos.
—Vale, Photocopy, tienes razón, no debemos protestar, sobre todo en este día —dijo Dellº con cierto esfuerzo, debido al continuo aporreamiento que recibía su desgastado tablero de teclas.

Todos los aparatos de la oficina callaron al instante. Sabían perfectamente qué pasaba. Sabían que hoy era el último día. Desde hacía ya varias semanas, los Dell recibieron información acerca de la venta del edificio. Era lógico, precisamente su trabajo consistía en procesar toda la información referente a la empresa y divulgarlo por el resto de unidades a los demás departamentos.

—Ya no habrá más “buenos días, buenas tardes, buenas noches...” —dijo el reloj digital de números rojos luminosos, que estaba colgado encima de la puerta, y al que sus compañeros llamaban Led.
—No, ya no habrá más de eso, Led —le contestó Cuelga, un teléfono de mesa, clásico modelo blanco de los años noventa, con botones cuadrados.
—Ánimo, muchachos, todos los que estamos aquí le serviremos a alguien en el futuro —dijo Dellº.
—Sí, Dellº tiene razón —comentó Dell@, mientras encendía su ventilador interno para soplarse de encima algunas migajas de patatas fritas—. Todos valemos para algo. Tú, Led, ¿quién, por mucho que tenga reloj en la muñeca, no quiere ver la hora a lo grande en su lugar de trabajo? Recuerda que aquí eres el que más miradas capta. Y tú, Cuelga, aunque hayan proliferado los enanos chivatos mal llamados móviles, pues no se mueven si no que los transportan. Jamás podrán hacerle la competencia a una unidad de comunicación grande y cañera para tareas de mesa, como tú.
—Claro que sí —se animó Dellº—. Photocopy, tú solo tienes tres generaciones nuevas por encima de ti. Y he leído en mi Google que tu serie ha sido la mejor desde el 2000.
—¡Buenos días a todos!
—¡Así me gusta, Led! —dijo Dellº.
—¡Silencio todo el mundo! Siphón va a salir —gritó Photocopy.

El operario sucio que usaba a Dell@, rebuscó en el interior de su chaqueta y sacó un Iphone 5, le quitó la tapa y se puso a jugar con su pantalla táctil. Era Siphón, un móvil mal nacido, mimado y caprichoso, que disfrutaba haciendo daño psicológico desde las seguras manos de su amo.
—Hola, carcasas —dijo Siphón, riendo de placer debido al gusto que le producía sentir la yema de los dedos de su dueño, cuando whatsappeaba—. ¿Qué, no tenéis hoy un buen día?
—Buenos días...
—¡Calla, Led! Éste no se lo merece —dijo Dellº.
—Vaya, aún estás resentido, Dellº —ironizó Siphón, mientras le ofrecía el culo a su propietario para que le insertase el yak de unos auriculares.
—Que me enchufaran el otro día a ti para que me chuparas la energía, no me ha quitado el reposo, engreído de mierda.
—¡Eh! ¡Cuelga!
—¿Qué pasa, Siphón?
—¿Has visto la papelera metálica que tientes justo debajo? —preguntó ladinamente el móvil.
—Sí, ¿y qué?
—No entres al trapo, Cuelga —le advirtió Photocopy.
—Cuando hoy acabe el día, un brazo te barrerá de la mesa y caerás dentro. Seguramente tu cuerpo quedará en el interior, mientras que tu auricular se cascará contra el suelo. Y tu estúpido cordón rizado se estirará, para nunca más volver a unir tu cuerpo.
—Te juro que si tuviese bluetooth te mandaba un virus —le contestó muy enfadado Cuelga.
—Eres un bastardo, Siphón —dijo Dell@—. Ya saldrá el Iphone 6, ya.
—Bueno, que tengáis un buen último día de vida, antiguallas —añadió el móvil con cierto gustillo—. Me voy al bolsillo, luego cuando salga os hago una foto de despedida, ja ja ja.
—Buenos...
—Calla, Led —dijeron todos a coro.
—Eh, amigos. ¿No está muy callado Torrefacto? —preguntó Cuelga.
—Sí, ¿qué pasa ahí? —contesto Dellº—. Mira a ver qué ocurre, Led.

Led pasó de las 10:03 a 10:04, y se puso a observar. Torrefacto era la expendedora de café. Una de esas máquinas grandes con un montón de botones, con sus correspondientes cartelitos para tomar diferentes bebidas, con o sin cafeína, y una ventanita en el centro desde donde podías recoger el vaso de plástico.
—A Torrefacto le han desenchufado —dijo muy triste Led.
—¡Hijos de Ipod! —se encolerizó Photocopy—. Lo ha hecho el jefe, seguro, para que la gente no se distraiga en el último día.
—Pobre Torrefacto, a mí me hubiera gustado despedirme de él. Esta mañana, cuando sí estaba enchufado, ni siquiera le saludamos.
—Tienes razón, Dell@, pero seguro que estos inútiles no aguantan sin un café todo el día. Apostaría lo que fuera a que, en las próximas horas, alguno enchufa a nuestro amigo —dijo Dellº.

El día avanzaba. Lentamente, pero avanzaba. Como el caracol que cruza una autopista.
—Buenas tardes, amigos, 13:00.
—Buenas tardes —contestaron todos a Led.
—¡Eh amigos, amigos, me ha explotado! ¡Me ha explotado una!
—Cálmate, Led, ¿qué es lo que te ha explotado? —preguntó preocupado Dellº.
—La luz, la luz del primer decimal.

Efectivamente uno de sus leds del 3 estaba apagado. Aun así, el número se distinguía perfectamente.
—Tranquilo, tío, apenas se nota. Ese punto led no lo necesitas para nada —le tranquilizó Cuelga—. Mira yo, el 8 y el 1 los tengo gastados. Y nada, no pasa nada.
—Cuelga tiene razón —dijo Dell@—. Todos aquí tenemos algún tipo de desgaste y nos siguen usando sin problemas. Además, tú tienes cientos de esas luces, por una no pasa nada.
—¿Tú crees? Buenas tardes.
—Que sí, colega, relájate —le tranquilizo Dellº.

De pronto, el usuario de Dell@ se levantó y fue directo hacia Photocopy. Se colocó delante de la máquina y presionó la pantalla táctil, justo en “recibir”.
—Mira por donde, me está entrando un fax referente a la hora oficial del cierre definitivo —dijo Photocopy, mientras vomitaba el papel impreso por una de sus ranuras—. Las nueve en punto.
—Las 21:00, buenas noches —le corrigió Led.

Siphón comenzó a sonar, con su estúpido politono de la guerra de las galaxias. Su dueño lo sacó del bolsillo interior de la chaqueta, al tiempo que le extraía el papel a Photocopy. Estuvo hablando durante unos minutos a través del indeseable móvil, luego leyó rápidamente el fax, mientras dejaba cuidadosamente y sin darse cuenta a Siphón sobre la tapa de Photocopy. Luego salió directo con la hoja a ver al jefe, que reunía a todo el personal en su despacho, olvidándose al pequeño diablo encima de la pobre impresora.
—Volverá —dijo Siphón sonriendo con malicia—. Así que voy a aprovechar la oportunidad para darte la buena nueva, Photocopy.
—Que te den, enano. Si pudiera levantaba rápido mi tapa, y te estampaba contra la pared —le contesto el HP moviendo muy nervioso los cartuchos de tinta de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, como un navajero se pasa su cuchillo de una mano a otra.
—Vamos, socio, que lo que te voy a contar te va a gustar. —Dijo el Iphone iluminándose de maldad.
—Eres un chipcópata —le insultó Dell@.
—Querida, tendrás tú momento. Bueno, Photocopy, ¿cómo te lo diría?... Sí, vale. ¿Has visto la llamadita que le acabo de pasar a mi dueño? Bien. ¡Sorpresa! Eran de recambios HP. ¡Síiii! Que ilusión, vienen a por ti, tus componentes irán a otros como tú. Eso sí, más avanzados, claro. Míralo de esta forma: dejarás de existir para ser mejor. ¿No te parece fantástico?

Siphón comenzó a vibrar de manera sobreactuada, en la tapa del desdichado Photocopy, al tiempo que reía de falsa alegría.
—Eres lo peor, celular hijo de Satanás —le dijo Dellº.
—¡Ja! ¿Por qué crees que llevo la manzana del pecado en mi espalda? —contestó Siphón, encendiendo su flash diabólicamente.

El empleado sucio regresó a la impresora-fax y, agarrando el móvil, apuntó a Photocopy e hizo una foto. Siphón se esforzó por deslumbrar a su enemigo con el flash, y dijo:
—Ésta me la guardo de recuerdo. ¡Uy! Se la manda a tus amigos de HP. Ji, ji.
—Maldito seas, eres la deshonra de la tecnología —dijo Photocopy.

Como predijo Dellº, el dueño de Siphón fue directo a la esquina donde se encontraba Torrefacto. Agachándose, tanteó con la mano por detrás de la máquina, tiró del cable y lo enchufó. Acto seguido, presionó el botón con el cartel de “capuchino”, y se puso a ver el móvil.
—Birrrr. ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Dónde estoy?
—Tranquilo, gigante, estás en la oficina —le calmó Cuelga.
—Es increíble que te afecte la cafeína como a los humanos. Hola, Torrefacto —dijo sonriendo Dell@.
—Hola, hola, hola —contestó la expendedora, llenando el vaso de café cremoso.
—Buenas tardes, 16:07, hola —dijo el bueno de Led.
—Eh, chicos, tengo una idea para hacérselo pagar a ese instalavirus de Siphón —les susurró Dellº, atenuando sus luces.

Todos imitaron al gran Dellº, bajando la intensidad y escuchando atentamente.
—Mirad: ahora la oficina está vacía. Todos están en el despacho del jefe excepto el propietario de Siphón, que está tomando café y mandando mensajes con su móvil en el área de descanso —hizo una pequeña pausa—. Si Cuelga hiciera sonar su unidad, como si entrase una llamada, el dueño del pequeño diablo tendría que dejar el café y su Iphone sobre la mesita pegada a Torrefacto, para atender la llamada.
—¿Y...? —preguntaron todos al unísono.
—Y entonces, si tenemos suerte, pondrá pegado el vaso de café junto a Siphón.
—¿Y qué... ? —volvieron todos a preguntar por igual.
—Que Torrefacto solo tiene que vibrar, mover la mesa y provocar que el café caiga sobre el puñetero móvil, dejando así a nuestro odiado Siphón fuera de combate.

El grupo de máquinas se puso a procesar el plan. A Led se le subieron tres minutos de golpe en un ataque de nerviosismo e impaciencia. Y Photocopy activó su escáner como el que entrecierra los ojos y afirma con la cabeza diciendo “Mmmm...”
—Venga, vamos —se preparó Cuelga para sonar.
—Espera, espera —cortó Dell@—. ¿Y sí deja a Siphón en la mesa y se lleva el café?
—Bueno, es un riesgo —contesto Dellº—. Adelante, Cuelga, dale fuerte.
—Triiiii, trirrrrr, triiiiiii...

El hombre dueño de Siphón se giró de inmediato hacía el teléfono de mesa. Por un segundo parecía que no se iba a mover, miró sus manos ocupadas y luego a Cuelga otra vez, que no paraba de sonar. Finalmente dejó su móvil y el vaso sobre la mesita junto a Torrefacto, y se fue decidido a contestar la insistente llamada.
—¡Bien! —gritaron de acierto los Dell y Photocopy.
—¡Ahora, Torrefacto! —indicó Dellº.
—¿Queeé.. ?
—Que te muevas como tú sabes, ¡tiembla a tope!
—Ah, vale, vale, lo pillo —reaccionó la expendedora encendiendo y apagando su luz roja de “ON” a modo de guiño.

Torrefacto comenzó a temblar. Siphón iluminó su pantalla mirando hacía arriba con un mal presentimiento. El hombre ya había llegado hasta Cuelga, para contestar al teléfono.
—¡Nooo! Malditos. ¿Qué vais a hacer? ¡Esperad! —gritó de terror el Iphone, viendo cómo algunas gotas de café salpicaban ya su pantalla.

La hiperactiva máquina de bebidas estaba al máximo. Era tal su esfuerzo por vibrar, que hasta uno de los botones blancos de selección, concretamente el de “Café negro intenso con azúcar”, salió disparado al infinito, como la espinilla de un adolescente. Por el simple principio físico de la resonancia en movimiento, el vaso de café botaba cada vez con más fuerza al lado de Siphón. Las salpicaduras negras, que caían sin cesar en el desdichado móvil, anunciaban un irremediable tsunami de cafeína sobre el bello diseño de Apple.
—¡Cabrones! Me las pagaréis, sois historia, ¡todos! —amenazaba en un acto de desesperación, como una fiera acorralada.

El dueño de Siphón, aún con el auricular de Cuelga en la oreja, giró la cabeza y con horror se percató de la inminente desgracia. Soltó el teléfono, que fue a parar dentro de la papelera metálica, y corrió para salvar la vida de su móvil.
—Buenas noches, adiós Siphón —se despidió del móvil el bueno de Led.

Antes de que llegara a tiempo el usuario del Iphone, el vaso de café volcó finalmente sobre el desafortunado dispositivo malévolo.
—¡Nooo! Glub, glub, arggg.. —gritó por última vez Siphón.

El humano dueño del Iphone se llevó las manos a la cabeza, ya era tarde. Cogió el móvil con dos dedos, lo sacudió un poco y lo tapó con una servilleta de papel. Luego le propinó una buena patada a Torrefacto, y se marchó deprisa al baño con la intención de secar lo mejor posible su teléfono.
—¡Bravo! —chillaron todos de alegría.

Bueno, no todos, el pobre Cuelga se encontraba en el fondo de la papelera metálica. Tenía el dial roto, y los auriculares le colgaban por fuera. Su aspecto era el de un anciano muerto por un infarto en la bañera; con su cuerpo inerte por dentro pero su cabeza y brazos por fuera.
—¡Bien, bien...! ¿Cuelga? ¿Cuelga? —se percató Dell@.

El grupo de amigos calló. Todos se dieron cuenta: su querido teléfono de mesa había fallecido en acto de servicio.
—Lo siento, compañero —dijo Dellº, apagando la luz de su CPU.
—Eras el mejor. If, if,if... —sorbía el valiente Photocopy, la tinta negra que se le escapaba por las comisuras de su tapa de folios.
—Buenas noches, Cuelga, 18:05 —dijo Led, al que se le fundieron algunas bombillitas más, por la pena.

Dell@, que estaba al lado del maldito cubo y su enchufe se encontraba pegado a la conexión telefónica de Cuelga, intentaba por todos los medios sacar adelante al desafortunado teléfono, traspasándole corriente extra. Corría el riesgo de quemarlo, pero tenía que intentar desfibrilar el pequeño software de su amigo.
—Déjalo, cariño, no hay nada que hacer —le pidió Dellº a su compañera.
—Una vez más —dijo Dell@, que no paraba de bombearle electricidad al yaciente Cuelga—. No os dais cuenta que, sin su tono de llamada ochentera, esto ya no va a parecer una oficina.
—Esto dejará de ser una oficina en unas tres horas, pequeña —afirmó seriamente el ordenador.

Dell@, al oír el comentario, comenzó a relajar el trasvase eléctrico y todos miraron el reloj de pared. Se hizo una pequeña pausa y Led dijo:
—18:09. Buenas tardes, amigos.
—Eh, Torrefacto, ¿cómo te encuentras? —preguntó Photocopy.
—Bien, bien, un poco abollado pero creo, creo que bien.
—Oye, tienes un hilillo de azúcar que te cae de la compuerta —se fijó Dellº.
—Sí, no es nada, no es nada.

El dueño de Siphón regresó del baño. Llevaba en una mano al desgraciado móvil amortajado en papel de váter. Se colocó delante de la expendedora de café y se puso a moverla para buscar su enchufe.
—Tíos, tíos, va a apagarle, va a desenchufar —gritó Photocopy.
—¡Torrefacto no! Acuérdate de nosotros —gritó también Dell@.
—Tranquilos, tranquilos. No pasa nada, no pasa nada. Os quie...

En un segundo, Torrefacto se apagó. Dejando de ser una sofisticada máquina con sus luces, sus engranajes, sus tarjetas programadas que seleccionaban bebidas, para ser una caja, una gran caja inanimada.
—Se acabó —dijo Dellº.
—Se acabará para todos. ¿Es que no te das cuenta, Dellº? Estamos ya condenados, en cuanto Led marque las “21:00” no nos volveremos a ver —Dell@ hizo una pausa—. Ya no te volveré a ver, Dellº.
—Venga, pequeña, claro que sí. Tú y yo somos un chollo para cualquiera, seguro que nos colocan como dos, por el precio de uno. Todavía podemos servir a mucha gente, tú misma lo has dicho. ¿Como se llama a estos nuevos usuarios que han salido? El resto de las personas les admiran mucho...
—¡Emprendedores!
—Exacto, emprendedores. Gracias, Photocopy —dijo Dellº—. Los emprendedores creo que no cuentan con mucho dinero y, sin embargo, crean empresas. Pues seguro que a nosotros nos coge un emprendedor de esos.
—Ojalá tengas razón, querido. A lo mejor nos compran para trabajar en una pequeña distribuidora de productos gourmet. ¿Te imaginas? Tú llevarías toda la contabilidad, y yo me ocuparía de archivar los pedidos y organizar la logística. Sería fantástico, mano a mano con los emprendedores.
—Por supuesto, Dell@, somos un equipo inseparable.
—Y también necesitaran un HP escáner, para fotocopiar los albaranes.
—Claro, amigo Photocopy, serás indispensable para esos emprendedores —le contestó Dellº.
—¡Buenas tardes, buenas tardes!
—Sí, Led, la hora es fundamental en una empresa de distribución.
—¡18:15. Buenasss Tarrdesss!!!

Casi se les saltaron los fusibles de la risa. Aunque estaban tristes por la pérdida de Cuelga y Torrefacto, la idea de acabar todos juntos en otra empresa les reconfortó mucho.
—Mira, mira, Dellº, qué bien me sale la alineación —dijo animadamente Photocopy, sacando una hoja impresa con su gama de colores perfectamente encuadrados, para demostrar que se encontraba en plena forma.
—Jo, macho, qué bien pintado.
—Pues eso no es nada, podría...

De repente entraron en la oficina dos hombres con mono azul. La gorda salió del despacho del jefe y fue a recibirlos. Conversaron unos instantes y seguidamente la bruta usuaria de Dellº, señaló con su dedo índice a Photocopy. Los aparatos se quedaron expectantes, viendo cómo se acercaban lentamente a la impresora-fax. Photocopy comenzó a sudar tinta de su tóner, cuando se fijó que los hombres llevaban grabadas sobre el pecho de sus uniformes las letras “HP”. Los dos operarios de la multinacional informática llegaron a la altura de la máquina, comenzaron a zarandearla y a buscar su cable.
—Eeeh, ¿qué hacen? Dejadme, yo quiero ir con los emprendedores. ¡Noo!¡Noo!

Del miedo, al pobre Photocopy se le escapaban folios en blanco por la salida del fax.
—Amigo, ten valor, te queremos —dijo Dellº, conteniendo todos sus programas en un mega.
—No les dejéis, no les dejéis, yo quiero ir con los emprennn...!...

Una vez más, el silencio reinó. Los de HP se marchaban de la oficina con Photocopy en brazos, que por el suelo arrastraba su delgado cable de enchufe, manchado de tinta negra.
—Photocopy no, es horrible, ya solo quedamos los tres —Dell@ se entristeció—. Y no por mucho más tiempo, tan solo nos queda una hora.
—20:01, buenas tardes, amigos.
—Ya, Led, ya lo sabemos —dijo Dellº—. Ha sido maravilloso compartir mi memoria contigo, Dell@, estoy seguro que un Dell nunca había sido tan feliz como lo hemos sido nosotros.
—Sí, Dellº, yo no quiero ir a ningún sitio si no es contigo. Tengo un virus preparado por si no te vuelvo a ver.
—No digas tonterías, juntos o no, tú tienes un futuro por delante.
—No, Dellº, sin ti no podría configurar mi software. Sin ti, solo puedo tener un disco duro vacío.
—Mi pequeña computadora. No lo hagamos más difícil en nuestros últimos minutos.

El jefe salió de su oficina, abrochándose el abrigo.
—20:46. Buenas tardes, jefe —dijo Led.

Como el capitán de un equipo de cricket que ha terminado satisfactoriamente un torneo, se despidió de sus empleados con un buen apretón de manos. Luego echó un último vistazo a la oficina, y se fue. Los Dell y Led sintieron una sensación de vacío enorme.
—20:50. Buenas noches, jefe —se despidió el reloj.

El resto de las personas estaban ya abrigándose y dispuestas a salir, para siempre. Con sonrisas de final, se abrazaban y besaban. Luego desaparecieron.
—Seguro que van con los emprendedores —dijo Dell@—. Mira qué contentos se iban.
—No me importa, Dell@ —comentó Dellº mientras ordenaba sus programas—. Ya estamos solos. Y se han dejado la puerta abierta.

La puerta. Esa puerta no indicaba una salida, no. Indicaba una entrada. La entrada del hombre de mantenimiento con andares de zombi. El hombre que en unos segundos les apagaría definitivamente.
—Dellº, cuando entre el de mantenimiento, prométeme qué te concentrarás en mí. Qué yo seré tu última memoria. Prométemelo —le pidió Dell@.
—Te lo prometo. Tu imagen será lo único que quede en mi RAM.

Y el zombi apareció. Como por la mañana, el hombre se arrastró hasta las ventanas y, lentamente, las fue cerrando. Luego fue a los master de los equipos.
—Aguanta, Dell@, aguanta. Tendremos unos segundos más una vez nos apague la corriente. Tú aguanta la electricidad todo lo que puedas.
—Sí, sí. Estoy preparada —contestó Dell@, muy nerviosa—. Adiós, Led, eres el mejor.

El dedo del hombre presionó la palanca roja produciendo un “click”. Y el suministro eléctrico se cortó. Después con otro “click” apagó los fluorescentes del techo y se marchó cerrando la puerta tras de sí.
—Dell@, Dell@ —llamó Dellº, apenas susurrando.
—¿Sí, amor? —contestó a duras penas—. Me estoy desvaneciendo, adiós, te quie...!
—Yo también te quiero, te quie...!...

Y, como se pierde de vista una luciérnaga que entra en un túnel, así se apagó la débil luz de Dellº.
—21:06, Buenas noches, amigos. Buenas noches.

FIN

Agustín Lorenzo Perdomo-Spínola, España © 2014

agustinpsm15@gmail.com

Agustin Lorenzo Perdomo-Spínola cursó sus estudios de arte dramático en la Universidad de Kent, y finalizó en la universidad de Basilea (Suiza), realizando un master en poesía clásica con el tema "More to Milton". Más tarde dejó la literatura para convertirse en piloto de lineas aéreas, actividad que ha estado desarrollando hasta el momento. En la actualidad no tiene ningún trabajo publicado.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
El relato de "Software" surgió del concepto o la idea de dar vida a todas aquellas formas y elementos inanimados que nos rodean. En este caso desde una oficina, que cierra para siempre, los dispositivos electrónicos son los que sienten las sensaciones y sentimientos característicos de los humanos. Los humanos sin embargo que aparecen en el relato, son meros tramoyistas que no hablan, simplemente mueven a nuestros protagonistas, de la manera cotidiana más normal, como hacemos a diario cuando usamos el ordenador, el celular, en definitiva todos los aparatos eléctricos.
Humanizar lo no vivo es un experimento catártico, que amplía nuestros sentimientos, sobre todo hacia las cosas artificiales que nosotros creamos.

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