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El sonido del suelo

Al pasar las horas comencé a ver desde muy lejos a un pequeño ángel que me invitaba a una ida eterna por su reino en el cielo, él levantaba su dedo índice e indicaba hacia arriba como pidiéndome que lo siguiera. El efecto del opio comenzaba a llegar a su esplendor, pero aún así mi razonamiento me alejó de tales alucinaciones o visiones, era demasiado contrario al medioevo y a las reglas morales de esta bella cuidad europea, no creía en ningún Dios divino o ser sobrenatural que fuese menos sustancial que yo, así que deseché al ángel y fijé mi perdida mirada sobre bellas prostitutas alcoholizadas que me hacían recordar un poco la normalidad de la sobriedad. Y así me quedé hasta que el sueño me transportara al día siguiente. En la tarde, desperté pensando en ese ángel, ahora sobrio y desintoxicado, pude comparar la experiencia de ayer y concluí que fue algo muy raro, ya que mis drogadicciones nunca me han permitido alucinar de aquella forma, es decir, siempre veía formas con colores o caras desfiguradas de mis propios compañeros de juerga. Nunca había visto otros seres, menos ángeles, ya que ni siquiera creía en ellos. Le conté mis reflexiones a mi buen amigo William y él me sugirió que experimentáramos esa misma noche para que yo volviera a ver a mi ángel.

Al llegar aquella noche, nos dirigimos al mausoleo de mi familia en el cementerio de la Avenida Principal, ese era el único lugar donde no podía llegar la vigilancia pública, además, nos gustaba disfrutar en esas cuatro paredes el silencio de cada experiencia sicodélica. Esta vez William consiguió una extraña hoja que procedía de las tierras lejanas más allá del mar. Tuvimos que masticarla bien hasta que su natural calmante nos envolvió en acaloradas ensoñaciones. Al cabo de unas horas procedimos a utilizar nuestro viejo amigo opio para combinarlo con el esplendoroso ensueño de la hoja verde. Fue una noche muy normal, alucinamos lo justo y necesario sin tomar las manos de la muerte.

Estuve muy desilusionado porque no pude mostrar a mi ángel, William me trató de mentiroso, me dijo que sólo quería llamar la atención con eso y que era muy estúpido, porque inventar ángeles no era nuestro estilo. Supongo que él pensaba que seguíamos un estilo, alguna especie de chicos malos de la droga, pero yo nunca consideré así mis episodios. A fin de cuentas nunca más lo volví a ver, creo que para este tiempo ya debe de estar muerto, enterrado bajo toneladas de placeres que le habrán secado la vida. Pasaron meses y meses y mi pequeño ángel no apareció, sabía que yo mismo lo había alejado cuando fijé mis ojos en otras femeninas siluetas. Estaba más adicto al ángel que a la misma droga, lo buscaba entre mi pasatiempo pero sentía algo amargo en esta situación, algo me recordaba al incorpóreo, algo como una estaca al corazón pero a la vez lo buscaba porque tenía el peso de una extraña interrogante que nacía de mi pecho. Como era de esperarse el tiempo me hizo olvidar a mi casi amigo angelical. Crecí y maduré, dejé los placeres de mi adicción desesperada. Conocí a una bella muchacha que me hizo más adicto a ella que a las drogas, para sorpresa mía me correspondió y comenzamos una relación. Pronto ella se convirtió en mí y yo en ella, personificó a ese ángel que tanto busqué anteriormente. Me creí feliz y completo, todo marchaba como viento en popa. Elizabeth era muy especial, en sus ojos brillaba la tristeza pero su sonrisa hacía que todo estuviese bien, su cuerpo inspiraba sensualidad y ternura que me hacia perder el aliento, para mi era perfecta, era más de lo que alguna vez quise pedir, nunca había pensado que yo hubiese podido amar a alguien así, el crecer con padres indiferentes me había hecho un corazón de hierro, nunca pensé que existiese mi otra mitad o mi alma gemela, pues sin duda ella lo fue. Generalmente siempre odié a cualquiera que se atreviera a prestarme su amor o bondad, los alejaba y envidiaba, porque tenían amor en sus almas, era desdichado y mi único amor eran las drogas. Pero cuando uno descubre que sí puede hacerlo, siempre es demasiado tarde y el destino te pasa la cuenta…

Y así fue, el destino me la quitó de mis firmes brazos. No recuerdo el día exacto, pero fue algo así como en otoño, Elizabeth regresó muy débil de su trabajo y yo no sospeché que la sombra que se encontraba bajo sus ojos era aquella maldita extraña enfermedad, así que sólo la acosté en la cama y la hice dormir bajo mi protección prometiéndole que nada jamás pasaría. Al pasar la estación Elizabeth nunca mejoró, sólo empeoró más y más, su cuerpo antes imponente y perloso se encontraba cerca de los huesos y de una tonalidad oscura, la sangre escarlata le brotaba cada vez que tosía, no era capáz de hablar ni de ver, sólo me pedía que estuviera junto a ella y no la dejara sola. Los médicos, ni su ciencia ni yo pudimos hacer algo. Aquella enfermedad nos derrotó, no pude cumplir mi promesa ni ella tampoco la suya de nunca dejarnos abandonados a la soledad. Ella murió en pleno invierno, en la estación en la que la lluvia me recuerda mis lágrimas.

Recuerdo que la velé esa noche entera, no la pude soltar hasta que amaneció y decidí ir a caminar bajo la lluvia. Al momento que salí descubrí que ahora estaba totalmente solo al igual que mis años de juventud, aquel descubrimiento me hizo recordar a mis pasatiempos de antaño y a mi ángel. Caminé y caminé no quería recordar el pasado ni tampoco a mi presente que se veía muy nublado, el ángel persistía en mi mente hasta que a través de la bruma lo divisé por primera vez de cerca con su cara triste y como una estocada certera descubrí quien era. ¡Era yo mismo!, mi reflejo empapado, pero era mi reflejo de niño después de una tarde de juegos. Caí desmayado sobre el suelo pero posteriormente caminé hacía mi casa tan desesperado que sólo oía el sonido de mis pasos sobre el suelo. Estaba totalmente nublado, no sabía por qué me veía a mí, como niño herido y empapado, no lo sabía.

Ya en mi habitación sin poder alcanzar paz, mi mente giraba en torno a mi niñez tratando de recordar algún episodio doloroso, no podía recordar nada, sólo veía mi infantil rostro, nada más que eso. Tratando de encontrar una respuesta acudí al viejo opio que siempre me estaba aguardando bajo tierra. Mi inútil estado como ser humano me forzó a aplicar una dosis combinada con éter. El niño no me dejaba en paz, estaba junto a mí y no quería desaparecer. La droga me impulsó a la calle, ya era medio día, totalmente fuera de mis cabales seguí el ruido de mis pasos que me guiaba a una escuela. Ni yo mismo sospechaba lo que intentaba hacer, sólo me abalancé sobre el primer niño e intenté matarlo para eliminar al propio niño que me seguía sin vacilar. Creo que no alcancé a asesinar a nadie debido a que el efecto de la droga me hizo perder la noción, cuando desperté estaba en la cárcel.

Han pasado muchos años desde aquel día, en el que descubrí a mi mental enemigo, eso me lo señala mi blanca cabellera y mis arrugadas manos. Estas paredes con almohadones blancos me permiten pensar con claridad, aunque no ha sido fácil volver a recordar la niñez, puedo repasar el pasado desde que mi ángel apareció. Aún no sé con certeza lo que me pasó cuando niño y por qué me duele tanto intentar analizarlo, sólo sé que fue tan doloroso como perder a Elizabeth y esa es la razón por la cual mi enfermedad salió a flote. Por lo menos, ya no estoy solo, tengo a mi mente y a mi ángel, que a ratos son mis enemigos, pero la mayoría del tiempo creo que volvemos a contentarnos otra vez. También tengo muchos amigos que salen de los rincones blancos y me visitan de vez en cuando. Sé que Elizabeth está conmigo, porque escucho su voz salir de mis oídos. Creo que siempre tuve razón, los ángeles y los Dioses no existen, sólo es mi mente la que me trata como marioneta y supongo que me convierte en un loco. Pero en fin, ya no me hace daño, es lo que el destino quiso para mí.

Vanessa Pinilla, Chile © 2008

democ_stl_hh@hotmail.com

Vanessa Pinilla Andrade nació en Santiago,Chile, el 3 de enero de 1990. Su afán por la literatura surgió a temprana edad, teniendo un gran impacto en su época adolescente, donde descubrió autores como Edgar Allan Poe y Carlos Ruiz Zafón, entre muchos otros, inspirándola para tomar la pluma y el papel, aun así sus escritos fueron de índole personal por lo que no participó en ningun concurso. A la edad de 17 años participó en un concurso literario organizado por UNIDEA, (Unión de Escritores Americanos), en su colegio, ganando el segundo lugar con el cuento "El sonido del suelo". Actualmente se encuentra preparando la Prueba de Selección Universitaria para estudiar Licenciatura en literatura hispánica o inglesa en la Universidad de Chile.

Lo que la autora nos dijo sobre el cuento:
Un joven sumergido en el mundo de las drogas e indiferente a las reglas morales de una ciudad europea, es atormentado por una enfermedad que se disfraza de ángel, la cual le indica que existe un sentido para todo en la vida. 

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