No podía dejar de mostrarme sorprendido. Molesto, rumiando hiel e impotencia quizá, pero sorprendido al fin y al cabo. Pensativo observaba el cielo que poco a poco se apagaba, como extendiendo su final a propósito, como prolongando la nostalgia, como cerrando poco a poco una puerta vieja y pesada, cubriendo el tiempo con un velo rojizo.
Su misma partida me había golpeado, si cabe, de más. Acostumbrado como estaba a sus exploraciones periódicas -- y a mi fidelidad inconmovible --, teníame a mí mismo como centrado, y refractario a cualquier embate de su carácter. Sin embargo, la forma en que sus ojos azules brillaban poco antes de que desapareciera, y el reflejo cambiante de la luz que moría en su pelo color miel me hicieron sentir de pronto un resabio amargo, como un sabor viejo y casi olvidado.
De rodillas por dentro, sentía como poco a poco me ahogaba en su ausencia, mientras caía lentamente la tarde.
Hasta antes de ahora todo había mantenido el mismo ritmo, la misma seguridad en la incertidumbre de la reconquista diaria. Todo venía en otros nombres, todo era cambiante, mudando sensaciones y actitudes con cada ciclo diario. Buscabas independencia, para poder escoger libremente el momento en que quisieras regresar a pedir perdón. Desconfiando y alternativamente entregándote por completo, convertías nuestra vida en común en un continuo ir y venir sobre el filo de la navaja, en un tren de incertidumbre, en una visión privada del abismo y del cielo a la vez. Ver tus ojos perdidos en algún punto, como sumida en algo lejano y profundo mientras te tenía al alcance de la mano; contemplarte, saberte conmigo, pero siempre al borde de la pérdida, era el más fuerte aguijón, el remedio más poderoso, el mayor incentivo para continuar en el mismo sube y baja que se prolongaba ad infinitum.
Dejé a un lado mi pensamiento. Volteé y me observabas, sin ruido, sin moverte, concentrada en mí y en nada al mismo tiempo. Ajena, mirabas por encima al mundo, como apreciando el efecto de tu entrada. Llena de orgullo, mostrabas tu estampa en la estancia semivacía, retando al ambiente nostálgico que todo lo envolvía.
Como siempre, evitabas convencionalismos y puertas a un tiempo. La ventana que daba al balcón seguía siendo tu entrada preferida, rodeando tus regresos con hierro forjado y flores en maceta.
No tenía más que hacer. Abrí los brazos y tú, con un gesto elegante y un maullido tenue a modo de saludo, abandonaste de un salto el alféizar de la ventana y viniste a refugiarte en mi hombro.
Cerré despacio los postigos. -- Dios mío -- suspiré, -- si fueras mujer, al menos entrarías por la puerta. . . --
Juan Carlos Gutiérrez-Robledo, México © 1997
J.C.Gutierrez-Robledo@cranfield.ac.uk
Juan Carlos nació en la Ciudad de México hace 26 años. Para ganarse el pan se dedica a ejercer su profesión de ingeniero industrial especializado en las áreas de logística y transporte. Pasa el tiempo que tiene libre soñando y cuando tiene suerte, escribiendo. A pesar de que su trabajo en la ingeniería le resulta muy satisfactorio, admite que envidia a quienes tienen la fortuna -- y el talento- para dedicarse de tiempo completo a escribir. Aparte de un intervalo de un año, cuando realizó estudios de posgrado en logística en Gran Bretaña, ha vivido toda su vida en México. De carácter más bien depresivo, admira a Baudelaire y a Kafka aún a pesar del potencial riesgo que su lectura puede representar para su salud mental. Su influencia se refleja más que directamente en sus textos, en el mero hecho de la existencia de su producción literaria, que alcanza alrededor de una docena de cuentos cortos y poesía en verso libre sin publicar. Desde hace un año el ritmo de su producción literaria ha disminuido. Perdió la inspiración que da ese sentimiento de búsqueda... pero encontró a la mujer de su vida. Admira a los gatos, pero los confina a fotografías y a sus textos pues su esposa es alérgica. Este solo hecho lo ha convencido de la no-existencia de la mujer ideal.
COMENTARIO DEL AUTOR SOBRE SU CUENTO:
"Toca el timbre si regresas" cierra un ciclo de cuentos en el que la presencia felina es una constante. Al contrario de otros cuentos que he escrito -- y que a mi gusto son mucho menos logrados- la idea central de éste me llegó de pronto, justo mientras trataba de forzar a mi mente a concebir una historia de lo más retorcida y compleja. En "Toca el timbre", más que llevar una historia que transcurre a lo largo del tiempo trato de armar una trama que baja y sube a la superficie consciente del protagonista. Como en casi todos mis cuentos, el número de personajes es mínimo, y al menos uno de ellos refleja de alguna manera algún rasgo de mi carácter. El escribir siempre ha sido para mí un mecanismo de catarsis muy fuerte, y este cuento no es la excepción. Los gatos siempre han ejercido un gran efecto en mí. Siempre me han parecido criaturas fascinantes. Citando a Baudelaire en su poema Los Gatos ". . . soñando, toman posturas nobles esfinges que alcanzan la profundidad del vacío y que parecen soñar un sueño interminable". En el cuento, el juego de semejanzas gato -- mujer no sólo sirve como recurso literario, sino como una forma de expresión de ciertas experiencias personales.
Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar
Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar