"Fue un día en la mañana". Acabas de desayunar y bajas por el ascensor con rumbo a la calle. Al salir del edificio notas un olor peculiar en el ambiente. Entre una sonrisa y un suspiro murmuras, huele a nata. Estás feliz. No sabes por qué pero miras los ojos de la gente que pasa a tu alrededor. Nadie te mira. Caminas como todas las mañanas hacia la colonia Roma, la vieja colonia Roma. Cruzas el Viaducto y al llegar a Bajío miras los vidrios del choque de ayer en la mañana que todavía están en el pavimento. Recuerdas la cara de la señora mientras el oficial la alejaba del tipo que le destrozó la puerta con su auto-rosa-ridículo. Doblas, como siempre a la derecha. Saludas al niño que acaba de tender su puesto de periódicos y le compras La Jornada de hoy, Lunes 27 de... Entras al edificio. Esas maderas apolilladas del barandal se sienten bien en tus manos a esa hora de la mañana. El aire sigue oliendo a nata. Te detienes un segundo a ayudarle al joven que baja con mil doscientos papeles encima y que tiró el fólder de hasta arriba. Le sonríes amablemente y no te preguntas por qué. Sacas las llaves del bolsillo de aquél viejo pantalón y escapan doce palomillas que se pierden en el cubo de las escaleras que suben y suben y suben. Abres la puerta y miras el interior oscuro, casi macabro, Tengo que cambiar esas cortinas por persianas, piensas y te acercas a una de ellas y la jalas. Desde tu lugar contemplas la ciudad desde un quinto piso. Nada extraordinario si se piensa que a esa hora de la mañana sólo se ve el humo de los autos de las señoras que llevan a sus hijos a la escuela, o de los señores que se van a trabajar. Mira que algo te hizo daño (ríes), andas muy contento... te das la vuelta y enciendes la computadora, pones agua en la cafetera y suspiras profundo. Tomas el bote de café y ves que está vacío. Sacas del cajón de tu secretaria otro bote y lo dejas preparando, va a oler a café y ya no a nata, dices en voz alta y abres la puerta de tu oficina tal cual haces todas las mañanas. Detrás de la puerta se encuentra un hombre que te apunta con un revólver, y antes que poder hacer, pensar o decir algo, escuchas el ruido de un disparo y después nada... Todavía huele a nata.
"Los policías dijeron que el hombre estuvo allí, esperándome desde la noche anterior. No sé qué tan cierto sea. Mira: Pudo entrar una hora antes que yo y no había forma de saber. Me estaba esperando y así, pum, de golpe, me mató. No me dio oportunidad de hacer ni decir nada, es más ni de verlo bien. De pronto todo fue silencio y nada más y después todo se puso muy raro. Cuando volví en mí estaba en mi recámara, con mi ropa de dormir puesta, y el despertador sonó a las seis, como siempre. Lo primero que pensé es que había tenido un sueño malo y ya. Me bañé, desayuné y salí al despacho. En el camino me topé con dos cosas raras: un choque y el café."
Caminas por Monterrey, casi llegando a tu destino miras a un oficial de policía que separa a una señora de un hombre que se ve lastimado. Podrías pensar que es un carro ridículo el vermont rosado que maneja el tipo, pero no lo haces. Pierdes el equilibrio un segundo y tras respirar tranquilo te dices que el tipo tiene mala suerte. Dos veces seguidas ¡y con la misma mujer...! Pasas de largo por el puesto de periódicos y subes las escaleras. No te causa nada la sensación de la madera apolillada. Subes de tres en tres los escalones y abres la puerta del despacho casi de golpe, enciendes la luz y abres la puerta de tu oficina igual. Miras por todas partes y no hay nadie.
"Traté de tranquilizarme. No pasaba nada, me dije, así que encendí la computadora, corrí las cortinas, puse agua para café y vi el bote como lo había visto el día anterior. A tres cuartos. Alguien se tomó unas tazas ayer del que abrí, me dije. Encendí el radio y eran las mismas noticias del día anterior."
Sales corriendo del despacho, bajas las escaleras tropezando y abandonas el edificio. Corres a la esquina y le pides al niño La Jornada. Te quedas frío. 26 de... Todo el día la pasas pensando en que ayer fue 27, o tal vez no, te dices, o tal vez es una errata del diario, y del noticiero, y de mi reloj, y de Internet...
"A las nueve cuarenta llegó mi secretaria, traía la misma ropa del día anterior. Le pregunté qué día era y me dijo que 26. Estaba confirmado: me habían disparado y no se por qué desperté el día anterior. Fue entonces que te llamé, para que me ayudaras."
Necesito que me ayudes. Tú dirás. No sé cómo explicarte. Hombre, nunca me has explicado nada en la vida, ¿qué te pasa? No es algo para tratarlo por teléfono, te veo en tu oficina. De acuerdo, aquí te espero.
"Eso sucedió el primer día. Te expliqué y me tachaste de a loco. Me dijiste que necesitaba un descanso. Me invitaste una copa en el bar ese de Insurgentes y me hablaste de tu divorcio. Al rato te olvidaste del tema y me fui. Caminé solo por mucho rato. Llegué a Chilpancingo y regresé a casa en metro. "
De regreso a tu casa te convences que es real, y decides hacer algo al respecto, para evitar que te maten, piensas, es posible que si aviso a la policía ellos me cuidarán. Cambias el rumbo y te diriges a tu oficina. Despides a Leonor y esperas.
"En la noche, antes de salir, caminé a un teléfono público e hice una llamada. A la policía le dije que habría en la mañana un homicidio, di la dirección bajo anonimato y regresé a casa. "
No quieres dormir. Tomas café hasta sentir en tu estómago sólo agua y te recuestas en la alfombra de la estancia. Sientes un olor a nata en el ambiente. Sientes miedo. Sientes tus viseras aplastándose en la espalda y te ladeas. Ahora todo dentro de ti oprime tu corazón y te duele un poco. Te levantas y te asomas a la ventana. Miras la luz del Viaducto y no escuchas la sirena de esa ambulancia que grita. Tienes miedo. Y lloras.
"En la mañana no recordé en qué momento me quedé dormido, pero desperté en mi recámara. El reloj marcaba las seis en punto y me levanté rápido y sin bañarme salí al puesto de revistas a ver el diario. Hombre, no me había sentido tan mal desde que me enteré de la muerte de un viejo amigo. Sentí desvanecerme cuando leí en el diario 25 de...
A partir de entonces todas las mañanas desperté en el día anterior. Los primeros días, o los últimos, intenté comunicarme contigo y contarte, pero como no recordabas nada porque para ti te hablaré de esto mañana, empecé a buscarte menos y poco a poco dejaste de creerme, ya que mi relato decrecía y decrecía de entusiasmo o desesperación. A veces, en las noches intentaba no dormir, pensando que así vería el amanecer y seguiría normal, pero cuando lo hacía, en la mañana el calendario marcaba siempre el día anterior, siempre el día anterior. Y si ahora te cuento esto es para desahogarme y pretender que estás conmigo, porque es difícil estarte convenciendo y platicando todos los días sobre lo mismo. Me cuesta trabajo creerte mi amigo. Hoy, te decía, voy a intentar algo diferente, y si las cosas salen mal, te contaré ayer que no pude y te pediré que me escuches de nuevo."
Ves el reloj, las once quince de la noche. La botella de vodka está casi vacía y el cenicero colmado de colillas. Miras la ventana como todas las noches y esperas que mañana amanezcas en el día siguiente. Miras el arma y respiras profundo, te das cuenta que no deja de oler a nata. Te armas de valor y jalas el gatillo, después de todo, ya deberías estar muerto.
Ernesto de la Cueva, México © 2002
delaqueva@hotmail.com
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