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El último funeral de ella

Hoy volvíamos a reunirnos por sexta vez. Estábamos decididas a salir de aquel asunto que, día tras día, nos acosaba. Ya habíamos realizado el sepelio, la misa y el entierro seis veces y queríamos descansar (faltaba una).

No era solamente la molestia de llevar a cabo toda la pompa fúnebre tan reiteradamente, sino los gastos que acarreaba todo ello.

No éramos pobres y podíamos darle sepultura decentemente, pero el abuso empezaba a dejarnos sin fondos. Una muestra eran los recibos que llegaban al rato de iniciar lo que ya se había iniciado otra veces anteriores: lazos negros, 128 pesos; pañuelos desechables (cuatro cajas), 550 pesos. Y el de la florería: 20 ramos de amapolas (sus flores preferidas), 125 pesos; 10 ramos de claveles (en honor a Marcela), 220 pesos; 18 ramos de campanillas, 35 pesos; 3 rosas blancas, 25 pesos cada una; y flores extras deshechas en pétalos, 106 pesos.

Y así eran generalmente todas las facturas. Con los mismos detalles de compras y los mismos pedidos.

No olvido cuando Teresa vino cabizbaja y muy triste y me dijo llena de pena:

-Ya lo volvió a hacer de nuevo.

No le respondí palabra alguna. La tomé entre mis brazos y la acerqué a mi pecho. Era muy pequeña para entender. Estuvimos así bastante rato hasta que se quedó dormida. Cuando vi que el sol ya no alumbraba la alcé y la puse en su cama.

Pilar se quedó con ella y yo me reuní con las demás en el salón. Nadie se dio cuenta de mi presencia hasta que, fatigada de saber que ahora sí no volvería, como había dado entender las otras veces, se empezaron a levantar e ir a sus habitaciones.

Empecé a quedarme sola frente a la caja como anteriormente y a dejarme abatir por el sueño...

Ella se levantó y, cuando desperté, el olor de la cera quemada de las velas me decía que hoy o quizás mañana se repetiría el mismo trajín de día tras día.

Acordamos hablar seriamente con ella y pedirle que terminara de una vez por todas con sus majaderías y, como yo era la mayor, después de ella, me tocó hablarle. Fui dura y ahora lo siento, pero también tenía que pensar en las otras y en mí. Puse bien en claro el asunto con solamente una palabra: ¡Muérete!

A la noche se volvió a dar todo de nuevo como se había dado las seis veces atrás y confirmó su partida finalmente al meterse sola en el ataúd.

La familia no estuvo de acuerdo en que fuera a cumplir su promesa de volver, y dimos sugerencias para terminar con ella definitivamente. Eramos siete (con excepción de Teresa, que por ser todavía muy pequeña, no contaba) y siete fueron las sugerencias:

1) Envenenarla
2) Empujarla al río
3) Ahorcarla
4) Clavarle un puñal
5) Dispararle un tiro
6) Golpearla fuertemente con un mazo en la nuca
7) Limpiarle el alma, la mía.

Mientras que todas dieron soluciones criminales, pensé que el problema radicaba en que su alma estaba tan sucia de tanto pecado que Dios no la dejaba descansar y que debía purificarse. Recapacitaron en cuanto a sus decisiones y aceptaron la mía.

Hice llamar al cura, quien confirmó su visita al atardecer, según mis deseos, para que todo corriera a las horas próximas a la muerte de ella.

Ella no sabía nada, porque no creía en las confesiones y, si se lo hubiera dicho, hubiera continuado con su juego hasta enterrarnos a todas. Y como no haría caso, ideé hipnotizarla, para que le dijese sus pecados al sacerdote.

El padre no aseguraba que la limpieza fuera segura por no ser voluntaria, pero quise intentar mi táctica.

Al dar las seis y media, la tenía sumida en un profundo sueño y le ordené decir sus faltas y empezó (se quedó con el padre).

Al rato, cuando faltaba un cuarto para las siete, la confesión seguía y se hacía larga y fue necesario detenerla. El padre se mostró complacido y aprovechó y la ungió de paso.

A las ocho, estaba de nuevo en el ataúd, y todas jubilosas la llevamos al cementerio y de regreso a casa vimos que faltaba una.

Luis Castell, Cuba y Costa Rica © 1997

ezlui@aol.com

Luis Castell (pseudónimo de Luis Manuel Montes de Oca y Castellanos) nació en Camaguey, Cuba, 1996. Su familia se exilió en Costa Rica cuando apenas tenía 2 anos de edad, en donde creció y se educó, pero siempre conservando muy vivas y arraigadas sus raíces y costumbres cubanas. Desde niño mostró una clara inclinación y dedicación por el gusto de las artes y la letras, como estudioso y profesional en la materia y como cultivador y creador. Desde 1985 a 1992 se entregó dedicadamente al estudio de la Filología Española hasta alcanzar el grado de Licenciatura con especialidad en literatura española medieval con los honores más altos que se pueden conceder. Actualmente, reside en Oregon, Estados Unidos adonde se mudó a vivir hace un año y medio. Siempre ha mostrado una actitud de entrega hacia la creación literaria, pero debido a la carencia de incentivos publicitarios en Costa Rica, ha tenido que verse obligado, como la gran mayoría de autores desconocidos en el orbe de letras hispanas, a confinar su práctica discursiva a la gaveta de un escritorio.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
El cuento lo escribí hace años cuando estaba muy interesado y dedicado por la novela experimental europea y norteamericana en la que se explotan nuevas formas de tratar las estructuras internas del discurso narrativo. En este relato se percibe el uso de un narrador en primer grado, testigo, que le presenta al lector una visión particular, casi onírica, de las diferentes situaciones que se suceden cuando se tiene que enfrentar un hecho tan vital como es la muerte Y todos los preparativos y decisiones por tomar para darle el último adiós al fallecido.

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