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Un largo viaje

Siempre había soñado con hacer una expedición al corazón de la jungla de la isla Sirunadum, perteneciente a Ridgolan. Un libro antiguo relataba historias increíbles sobre aborígenes y especies endémicas maravillosas de ese lugar.

Adrien Blake, naturalista inglés, Klaus Berger, biólogo alemán y yo, Lola Grasi, periodista y fotógrafa española, habíamos sido comisionados por el Natural World Institute para explorar, analizar y describir ese mundo fascinante en varios artículos que la NWI publicaría en sus revistas. Los tres, amigos desde hacía tiempo y colaboradores para diferentes trabajos, estábamos fascinados ante este proyecto presentado hacía un año y que finalmente había sido aceptado.

La fría noche de nuestra partida nos regaló una llovizna persistente que reflejaba pálidos guiños de luz de las farolas callejeras. El ambiente opresivo hacía juego con la desnudez del aeropuerto en esas horas tardías en la que somnolientos pasajeros se aventuraban a realizar viajes de largo recorrido. Nos sonreímos cuando nuestros equipajes desaparecieron en la cinta transportadora, camino del avión.

Durante las largas horas de vuelo dormimos vagamente y soñamos despiertos hasta que los carritos con bandejas de desayuno comenzaron a tintinear por los pasillos. El olor a café nos inundó y atacamos bollos y zumos con bríos renovados. Al atardecer llegamos al aeropuerto de Tiprin donde debíamos cambiar de aparato por otro mucho más pequeño que nos llevaría a la isla Sirunadum. La cálida y húmeda noche abofeteó nuestros rostros a nuestra llegada al pequeño aeropuerto de Ruypal, la capital de la isla. Tomamos el único taxi aparcado a la salida. El taxista, aunque hablaba poco inglés, nos paseó por las calles poco iluminadas, con casas que en la noche se veían fantasmales. El hotel de dos pisos seguía el estilo autóctono con maderas que le daban cierto carácter y naturalidad. Nuestros cuartos en la parte posterior del edificio daban a la playa, que no pudimos ver por la oscuridad, pero el sonido de las olas acunó nuestros sueños.

El sol de la mañana pareció tener el mismo efecto en los tres. Adrien y yo nos encontramos en el pequeño restaurante del hotel. El humeante y aromático té nos despertó completamente. Klaus entró y se unió a nosotros. Había estado paseando por los alrededores y se las arregló para comunicarse con algunos lugareños. Los gestos y buena disposición fueron el factor vital en ese entendimiento. Parecía un poco excitado, en contra de su estilo bastante tranquilo. Nos contó sobre la hermosa e interminable playa y los increíbles paisajes que se dominaban desde todos los ángulos.

Salimos. Klaus tenía razón, la playa que se extendía detrás del hotel era magnífica, con arenas blancas y aguas turquesas donde varios niños jugaban despreocupadamente. Dos barcas se estaban acercando al embarcadero; los pescadores a bordo, cantaban, sacudiendo las redes llenas de peces bailarines. Caminamos descalzos por la orilla. Los niños nos observaban curiosos. Las transparentes aguas nos atraían como un imán; sin pensarlo mucho, nos zambullimos, parcialmente vestidos, para no ofender a los lugareños. Los niños nos siguieron, dispuestos a compartir sus juegos con nosotros. Nos divertimos con ellos y sus charlas infantiles que no entendíamos; después los dejamos y nos tumbamos a secarnos en la arena suave y tibia, saboreando el ambiente de pausada actividad que nos rodeaba.

Más tarde, dedicamos algún tiempo a descubrir la arquitectura local, artísticamente adornada con altos y bajos relieves cincelados en la madera con herramientas que reproducían intrincadas formas. Descubrimos un dibujo repetido en muchas fachadas; era pequeño, con círculos concéntricos pintados en negro con un punto rojo en el medio, como si tuviera un significado especial que no acertamos a descifrar y que nos dejó muy intrigados. Adrien comentó que podrían ser de origen indígena, para espantar maleficios. El punto rojo debía ser el sujeto y los círculos negros zonas de protección ante el mal. Sin otra explicación alternativa, esta resultaba plausible.

Al día siguiente, hicimos nuevamente el equipaje, tomamos una suerte de minibús local que parecía funcionar de milagro y partimos hacia Kuatur, nuestro destino en el noroeste. Desde allí saldríamos a investigar la jungla próxima. Habíamos leído que Kuatur significaba “lugar de cabañas de ratán” en lengua aborigen. Desde la carretera, que más parecía un camino de cabras, se iba descubriendo un paisaje de inenarrable belleza que no dejaba de sorprendernos en cada curva. Las tres horas de traqueteante recorrido resultaron cortas a pesar de lo inconfortable de los asientos, raídos por el uso, y las tremendas sacudidas del bus que me recordaban a los corcoveos de una manada de caballos salvajes. A la llegada al poblado de Kuatur, merodeamos alrededor de las cabañas y preguntamos a una mujer joven por un lugar para dormir. Ella comprendió enseguida nuestros gestos y aunque señaló una pequeña cabaña a la derecha, al final del camino, nos acompañó igualmente. A la entrada, un anciano sonrió mostrando una sonrisa cálida y desdentada. La joven le comentó algo y el nos enseñó el interior. Este constaba de un solo espacio; el suelo cubierto por esterillas, pocos enseres en un rincón que oficiaba de cocina y ninguna cama, así que estaba claro que dormiríamos en el suelo como en algunas otras ocasiones.

Estábamos hambrientos y, como si el hombre lo hubiera adivinado, nos sirvió cuencos de arroz y frutas tropicales. Ya satisfechos le pagamos nuestras comidas y alojamiento. Por su expresión de agradable sorpresa nos dimos cuenta de que no esperaba tanto dinero. Se deshizo en sonrisas y palabras que sonaron dulces y amables.

El calor aún arreciaba y Adrien salió a reconocer la zona. Klaus y yo decidimos hacer siesta en unas hamacas tendidas en la parte trasera de la cabaña que miraba hacia la jungla. Esa noche, el cacique local con dientes negros de mascar betel, nos invitó a cenar con los notables del poblado. La cena se sirvió en una estructura de madera y cañas, como un palafito sin paredes pero con barandillas y techo de hojas, y consistió en maíz dulce hervido, pollo, raíces y hojas de plantas desconocidas. Al finalizar tomamos té y el brujo insistió en que fumáramos de una larga y humeante pipa colectiva. El cansancio del largo día nos venció y nos retiramos a dormir a nuestra cabaña. Yo tuve sueños agitados con voces incomprensibles cantando sonidos peculiares. Me desperté sudorosa y sobresaltada en el medio de la noche. La luz de la luna se filtraba por entre las anchas rendijas de las paredes de cañas de bambú. Mis compañeros, tendidos en el suelo, roncaban suavemente. Los extraños sonidos de mis sueños se hicieron audibles nuevamente. Abrí cautelosamente la puerta de la cabaña. Los ruidos provenían de la cercana plantación de bambú. Sentí curiosidad y caminé despacio en aquella dirección, dí unas vueltas tratando de descubrir algún sendero pero no lo encontré. Volví entonces a la cabaña a buscar la linterna. La oscuridad interior me hizo tropezar con mis durmientes amigos y caí encima de ellos. No se despertaron. Me quedé quieta, esperando escuchar sus respiraciones. Un silencio profundo me rodeó. Los sacudí llamándolos pero de nuevo ninguna respuesta vino de ellos. Me levanté presa de un gran temor, tomé la linterna y los enfoqué; Adrien yacía en un charco de sangre con la cabeza abierta en dos y Klaus tenía hundida en su pecho una daga con los signos concéntricos negros en su mango. Sin darme cuenta, me vi a mí misma tomando mi cámara fotográfica y disparando el flash hacia los cuerpos tendidos. Salí retrocediendo de la cabaña como una autómata. Escapé por el camino principal desierto en la noche. De nuevo escuché los extraños sonidos, ahora con cierto tono de invocaciones. Seguí caminando y dejé atrás el pueblo. Un ruido a mis espaldas me hizo girar la cabeza. La figura de un hombre se recortó bajo la luz lunar. Corrí enloquecida dejando caer la cámara y la linterna. De pronto rodé en la oscuridad y caí pesadamente a un pequeño río. Las frías aguas agudizaron mis sentidos y comencé a nadar en la suave corriente. Me aproximé a la orilla opuesta temblando, salí como pude y un ataque de llanto convulsionó mi cuerpo. Me levanté y comencé a vagar en cualquier dirección. La madrugada trajo un sol tibio que iluminó los campos de arroz y los bosquecillos de bambú. Crucé los encharcados arrozales, encontré finalmente un sendero que seguí por un buen rato y me condujo a una fabulosa jungla. Quedé fascinada; los rayos del sol se filtraban entre las hojas de los árboles creando una atmósfera encantada. Las plantas y flores exóticas ofrecían su inmensa belleza y alimento a pequeños insectos que se paseaban atareados por sus hojas. Los cantos de los pájaros parecían entonar melodías aprendidas a coro. Me paré ante una pequeña cascada de burbujeantes aguas. Miré a mi alrededor y la belleza y equilibrio de tan maravilloso rincón me emocionó y quise capturarlo pero, recordé que había extraviado la cámara fotográfica. Todos los recuerdos de la noche de pesadilla regresaron en tropel. Mis pies se pusieron en marcha lentamente y pronto dejé atrás ese increíble paraíso. Más adelante divisé en la lejanía una cabaña. Corrí llena de esperanza. Crucé a manotazos una pequeña plantación de cimbreante bambú. Del otro lado, a cierta distancia había un grupo de personas sentadas alrededor de un fuego crepitante. La escena trajo un sentimiento de seguridad a mis tensos nervios. Me fui aproximando y lentamente reconocí nuestro poblado. En el círculo, de espaldas a mí había dos hombres blancos sentados; los reconocí, eran Adrien y Klaus y estaban vivos. La sangre se me agolpó en el cerebro y haciendo un tremendo esfuerzo corrí hacia ellos abrazándolos. Las lágrimas de emoción me impedían modular las palabras.
—Pero, Lola, ¿qué te pasa?, ¿dónde diablos te metiste? Esta mañana no estabas cuando nos despertamos. ¿Te has ido a dar un paseo? ¿A donde te fuiste? —inquirió Klaus—. Nos tenias preocupados.
—Te hemos estado buscado para desayunar juntos e íbamos a salir de nuevo. Oh, bruja, ¿quisiste jugar a las escondidas? ¡Cuéntanos qué hiciste! —dijo Adrien.
—Oh Dios, ¿los dos estáis bien? —dije yo con un hilo de voz. —¿Qué quieres decir? Por supuesto que estamos bien, ¿por qué, acaso no deberíamos? —dijo Adrien, mirándome preocupado.
—Bien. Comencé yo tartamudeando —supongo que es una historia increíble pero anoche... Dios, ¿ha sido anoche?... tuve una tremenda pesadilla —y seguí contando la odisea entrecortadamente, omitiendo la truculenta muerte de cada uno, ante la incrédula mirada de mis amigos. Se miraron y sacudieron la cabeza.
—Lola, nosotros también tuvimos extrañas visiones anoche y creo que la razón hay que buscarla en las extrañas raíces que comimos, o en el té que bebimos o tal vez lo que fumamos —dijo Klaus.
—Estábamos pensando en pedir más ayuda para buscarte, —añadió Adrien— pero como ya has regresado, debemos olvidar nuestras pesadillas y celebrarlo.

Después de tranquilizarnos, fuimos a recorrer juntos los alrededores por donde me había perdido. Mi corazón saltó de contento cuando descubrí mi cámara arropada en un nido de verdes hierbas, y un poco más alejada estaba la linterna. El río discurría a unos dos metros más abajo del sendero en que nos encontrábamos y desde ese punto yo había caído al agua. Los tres decidimos no hablar más del asunto y nos concentramos en nuestra partida a la jungla en las estribaciones de las montañas Yu.

El próximo día contratamos un guía del poblado y una lancha para remontar el río Lekki, que nos conduciría al corazón de esas tierras. Constantemente nos quedábamos sin habla ante la flora que descubríamos en cada meandro del río. Acampamos en la zona y estuvimos absortos y felices con nuestro trabajo. Mis amigos tomaron muestras y notas y yo fotografías deseando capturar y reflejar las maravillas que desfilaban ante nosotros. Cada momento nos ofrecía nuevas aventuras y nos premiaba con descubrimientos inéditos de flora única. De pronto, Adrien empezó a sentirse afiebrado, con malestares y nauseas.Las medicinas que llevábamos parecieron no surtir efecto y Klaus y yo decidimos llevarle urgente a un hospital. Volvimos en la lancha a Kuatur y de allí lo transportamos a Ruypal como mejor pudimos. El médico del hospital local lo revisó y diagnosticó problemas digestivos provocados por algún elemento tóxico que al parecer ingirió. No supimos qué podía haberlo ocasionado, ya que comíamos lo mismo los tres pero Klaus y yo estábamos bien. Tal vez tocó alguna planta venenosa y luego se rozó los labios. ¿Quién sabe?. Cualquier desafortunada combinación mantuvo a Adrien dos días en observación en el hospital. Entretanto, Klaus y yo lo visitábamos diariamente, pero también recorrimos los alrededores, tomamos fotos, nos comunicamos con la gente y gustamos las deliciosas comidas que en algún caso nos ofrecieron.

Estudiamos nuevamente los círculos concéntricos negros grabados en las casas pero esta vez fue el médico del hospital quien nos explicó que era una representación entre superstición y miedo dedicada a dioses paganos muy antiguos. También podía haber interpretaciones maléficas detrás de esos símbolos.

El día que Adrien dejó el hospital, nos fuimos a celebrarlo bebiendo zumos de frutas en un bar local. Nuestro equipaje estaba listo en el hotel y nosotros dispuestos a tomar el avión a la mañana siguiente. Llegamos a Londres con una alegría renovada por la familiar llovizna citadina que nos recibió. Nos despedimos cariñosamente en la salida del aeropuerto y tomamos diferentes taxis para llegar lo antes posible a nuestros domicilios y descansar del largo viaje.

Al día siguiente, después de haber dormido profundamente, me ocupé del hermoso trabajo de recrear y redescubrir las experiencias que tan vívidamente me habían impactado, seleccionando las mejores fotos para incluir en el artículo científico que escribiríamos con mis compañeros. Descargué las miles de fotografías en el ordenador y ante mí surgieron imágenes que atropelladamente invadieron mi mente emocionándome y deleitándome. Mi corazón se paralizó repentinamente, allí estaba la atroz pesadilla regresando en imagen de un momento que creí irreal y que me empeñé en tratar de olvidar. Klaus y Adrien yacían en el suelo tan muertos como yo los había visto aquella noche. Mis ojos incrédulos no podían apartarse de la pantalla. Tomé el móvil para llamarlos pero estaba descargado. Se me había olvidado totalmente y no encontraba el cargador. Llamé a casa de Adrien por el teléfono fijo. Nadie contestó, llamé entonces a la casa de Klaus y Anna, su esposa, atendió la llamada.
—Anna, soy yo Lola, ¿está Klaus en casa? Necesito hablar con él de inmediato.
—No es posible Lola, él y Adrien tuvieron que partir a Colombus por unos días. Les llamaron anoche cuando llegasteis para ser parte de una expedición que debe hacer un estudio inmediato sobre las incidencias en la fauna y flora por los cambios ecológicos ocurridos en la parte norte de Arijuna debido a las eyecciones del volcán.
—¿Y cuándo se van?
—Salieron de urgencia esta mañana y, aunque intentaron despedirse, no contestabas el móvil. Pobres, apenas descansaron y se tuvieron que ir casi con lo puesto. ¿Es urgente tu mensaje?
—No, es igual, no te preocupes.

Yo me sentía nerviosa y asustada. Mis ojos volvieron a la pantalla. Cambié la terrorífica foto de la carpeta general y la guardé fuera de mi vista para poder seguir trabajando en mi parte del artículo. Sin embargo, no entendía cómo esa foto reflejaba algo que pareció un sueño.

Esa noche continuaba intranquila y decidí que a la mañana me dirigiría a la embajada de Colombus para pedir información sobre la zona donde se hallaban mis amigos. El secretario de la embajada se interesó y quedó en llamarme en cuanto le llegaran noticias de la zona y la expedición.

Esa semana estaba seleccionando fotos cuando el teléfono sonó. —¿Es la Srta. Grasi?
—Sí, soy yo.
—Le habla el secretario de la embajada de Colombus. Usted pidió que la llamara si me llegaban noticias de la expedición de sus amigos en la selva.
—Sí, por supuesto. ¿Han hecho algún descubrimiento interesante?
—Mucho me temo que debo darle malas noticias, Adrien Blake y Klaus Berger fueron atacados mientras dormían en una cabaña en la jungla.
—¡Dios Santo! ¿Están heridos?
—Srta. Grasi... ambos están muertos.

Un frío helado recorrió mis espina dorsal. Con gran esfuerzo pude articular palabras casi inaudibles.

-¿Qué... qué pasó?

La forma en que han muerto es simplemente horrorosa; Klaus Berger ha sido apuñalado en el pecho con una daga ritual antigua y a Adrien Blake le han seccionado en dos la cabeza. Creemos que lo han hecho para robarles los equipos y el dinero, puesto que han desaparecido de la cabaña. Le envío fotos para ver si los reconoce.

La foto que me enviaron de la embajada reproducía fielmente la imagen que yo había tomado.

FIN

Dolores Iglesias, España © 2022

estrelladoble@gmail.com

La ilustración es una fotografía original de la autora © 2022

Dolores Iglesias es una periodista española que ha vivido varios años en Sudamérica, USA y Europa. Ha publicado en Venezuela, y en el Reino Unido publicó su primer libro de relatos cortos de literatura fantástica Angel’s Skeleton. En 2022, se ha publicado en España el libro colectivo Tras las huellas de los mitos, en el que participa con otras autoras con su cuento “La Traición” basado en los mitos clásicos de Fedra y Teseo. Actualmente continúa escribiendo relatos cortos y crónicas de viajes.

Lo que la autora nos dijo sobre el cuento:
Algunos de mis relatos están basados en experiencias vividas durante viajes a zonas poco frecuentadas por el turismo, en las que se produce una relación especial e intensa tanto con el paisaje como con la gente local, dando lugar a anécdotas y hechos inusuales que luego matizo con el agregado sobrenatural o fantástico.

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